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Authors: Michael Ende

La Historia Interminable (44 page)

BOOK: La Historia Interminable
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—Este mensajero —respondió Illuán, el yinni azul— pretende tener que comunicarte una noticia tan importante que no puede esperar hasta mañana.

El mensajero, al que Illuán había levantado por el cuello, era un pequeño ligerillo, un ser de cierto parecido con un conejo pero que, en lugar de piel, tiene un plumaje de estallante colorido. Los ligerillos son los corredores más veloces de Fantasia y pueden salvar enormes distancias a tal velocidad que prácticamente no se los ve y sólo se puede observar su paso, como una exhalación, por las nubecillas de polvo que levantan. Precisamente por esa cualidad habían enviado a aquel ligerillo como mensajero. Había hecho todo el trayecto hasta la Torre de Marfil y regresado, y jadeaba sin aliento cuando el yinni lo dejó ante Bastián.

—Perdón, señor —resopló el ligerillo inclinándose profundamente unas cuantas veces—, perdón por atreverme a turbar tu descanso, pero te sentirías muy poco satisfecho de mí si no lo hiciera. La Emperatriz Infantil no está en la Torre de Marfil desde hace muchísimo tiempo, y nadie sabe dónde se encuentra.

Bastián se sintió de pronto vacío y frío interiormente.

—Tienes que estar equivocado. Eso no puede ser.

—Los otros mensajeros te lo confirmarán cuando lleguen, señor.

Bastián calló un rato y luego dijo sin expresión:

—Gracias, está bien.

Se volvió y entró en su tienda.

Se sentó en la cama y apoyó la cabeza en las dos manos. Era completamente imposible que la Hija de la Luna no hubiera sabido cuánto tiempo hacía que se dirigía a su encuentro. ¿Era que no quería verlo? ¿O le habría ocurrido algo?

No, era completamente impensable que a ella, la Emperatriz Infantil, le pudiera ocurrir algo en su propio reino.

Pero no estaba allí y eso significaba que no tendría que devolverle a ÁURYN. Por otro lado, sentía una amarga decepción por el hecho de no volverla a ver. Cualquiera que fuese la razón para su conducta, ¡la encontraba incomprensible, no, insultante!

Entonces recordó la observación a menudo reiterada de Atreyu y Fújur, en el sentido de que cada uno sólo encontraba una vez a la Emperatriz Infantil.

El pesar hizo que, repentinamente, sintiera nostalgia de Atreyu y de Fújur. Quería desahogarse con alguien, hablar con un amigo.

Se le ocurrió la idea de ponerse el cinturón Guémmal e ir a verlos sin que lo vieran. De esa forma podría estar con ellos y disfrutar de su presencia consoladora sin ceder en nada.

Rápidamente abrió la decorada cajita, sacó el cínturón y se lo ciñó. Otra vez tuvo la misma desagradable sensación que la primera cuando dejó de verse a sí mismo. Aguardó un poco hasta que se hubo acostumbrado y luego salió y comenzó a errar por el campamento en busca de Atreyu y de Fújur. Por todas partes se oían susurros y murmullos excitados, figuras oscuras se deslizaban entre las tiendas, y aquí y allá se sentaban juntos varios fantasios, deliberando entre sí en voz baja. Entretanto habían vuelto también los demás mensajeros y la noticia de que la Hija de la Luna no estaba en la Torre de Marfil se había extendido como un incendio por el campamento de los compañeros de viaje. Bastián anduvo entre las tiendas pero, al principio, no encontró a los dos que buscaba.

Atreyu y Fújur se habían instalado al borde mismo del campamento, bajo un romero en flor. Atreyu se sentaba sobre las piernas, con los brazos cruzados ante el pecho, y miraba con rostro impasible en dirección a la Torre de Marfil. El dragón de la suerte estaba echado junto a él, con la poderosa cabeza en el suelo, a sus pies.

—Mi última esperanza era que ella hiciera con él una excepción para recuperar el Signo —dijo Atreyu—, pero ahora ya no la hay.

—Ella sabe lo que se hace —respondió Fújur.

En aquel momento Bastián los vio y se dirigió, invisible, hacia ellos.

—¿Lo sabe realmente? —murmuró Atreyu—. Bastián no debe seguir teniendo a ÁURYN.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Fújur—. No te lo entregará voluntariamente.

—Se lo tendré que quitar —respondió Atreyu.

Al oír esas palabras, Bastián sintió que el suelo vacilaba bajo sus pies.

—¿Cómo lo vas a hacer? —oyó decir a Fújur—. Es verdad: si lo tuvieras tú, no podría obligarte ya a devolvérselo.

—Eso no lo sé —dijo Atreyu—; seguiría teniendo su fuerza y su espada mágica.

—Pero el Signo te protegería —objetó Fújur—, incluso de él.

—No —dijo Atreyu—, eso no creo. De él no. No.

—Y lo cierto es —continuó Fújur soltando una risa suave y rabiosa— que él mismo te lo ofreció en vuestra primera noche en Amarganz. Y tú lo rechazaste.

Atreyu asintió.

—Entonces no sabía aún lo que sería de Bastián.

—¿Qué otro remedio te queda? —preguntó Fújur—. ¿Qué vas a hacer para quitarle el Signo?

—Tendré que robárselo —respondió Atreyu.

Fújur levantó bruscamente la cabeza. Con sus ardientes ojos de color rubí miró a Atreyu, que bajó la vista al suelo y repitió en voz baja:

—Tendré que robárselo. No hay otra posibilidad.

Tras un silencio inquieto, Fújur preguntó:

—¿Cuándo?

—Esta misma noche —respondió Atreyu—, porque mañana puede ser demasiado tarde.

Bastián no quiso oír más. Lentamente se alejó. Sólo sentía un vacío frío y sin fondo. Ahora todo le daba igual… como había dicho Xayide.

Volvió a su tienda y se quitó el cinturón Guémmal.

Luego envió a Illuán a llamar a los tres caballeros Hýsbald, Hykrion y Hydorn. Mientras esperaba andando arriba y abajo, recordó que Xayide lo había vaticinado todo. Él no había querido creerla, pero ahora tendría que hacerlo. Xayide se había portado sinceramente con él, ahora lo comprendía. Era la única que le había sido fiel. Sin embargo, no era seguro que Atreyu pusiera realmente en práctica su plan. Quizá había sido sólo una idea de la que se avergonzaba ya. En tal caso, Bastián no diría ni una palabra…. aunque a partir de ahora su amistad no le importaría. Había terminado para siempre.

Cuando llegaron los tres caballeros, les dijo que tenía razones para suponer que aquella misma noche un ladrón entraría en su tienda. Por ello les pedía que montaran guardia en el interior y capturasen al ladrón, quienquiera que fuese. Hýsbald, Hydorn y Hykrion estuvieron de acuerdo y se pusieron cómodos. Bastián se fue.

Se dirigió a la litera de coral de Xayide. Ella estaba profundamente dormida y sólo los cinco gigantes, con sus negras corazas de insecto, permanecían erguidos e inmóviles a su alrededor. En la oscuridad parecían cinco bloques de piedra.

—Deseo que me obedezcáis —dijo Bastián en voz baja. Inmediatamente, los cinco volvieron hacia él sus negras caras de hierro.

—Mándanos, Señor de nuestra Señora —respondió uno con voz metálica.

—¿Creéis que podríais dominar a Fújur, el dragón de la suerte? —quiso saber Bastián.

—Eso depende, señor, de tu voluntad que nos guía —contestó la voz metálica.

—Es mi voluntad —dijo Bastián.

—Entonces podemos dominar a cualquiera —fue la respuesta.

—Está bien, acercaos a él… —señaló con la mano la dirección—. En cuanto Atreyu lo deje, ¡coged a Fújur prisionero! Pero quedaos con él allí. Ya os avisaré cuando tengáis que traerlo.

—Lo haremos de buena gana —fue la respuesta de la voz metálica.

Los cinco negros se pusieron en movimiento silenciosamente y al mismo paso. Xayide sonrió en sueños.

Bastián volvió a su tienda, pero cuando la vio delante titubeó. En el caso de que Atreyu intentara realmente el robo, no quería estar presente cuando lo capturasen.

Las primeras luces del amanecer subían ya por el cielo, y Bastián se apostó no lejos de su tienda, bajo un árbol, y aguardó envuelto en su manto de plata. El tiempo pasó de una forma infinitamente lenta, amaneció una mañana pálida, se hizo más claro y Bastián empezaba ya a alimentar esperanzas de que Atreyu hubiera renunciado a sus propósitos, cuando de repente se oyó ruido y confusión de voces en el interior de la suntuosa tienda. No pasó mucho rato antes de que Atreyu, con las manos atadas a la espalda, fuera sacado por Hykrion de la tienda. Los otros dos caballeros los seguían.

Bastián se levantó pesadamente y se apoyó contra el árbol.

«¡De modo que sí!», murmuró para sus adentros. Luego penetró en su tienda. No quería mirar a Atreyu y también éste mantuvo la cabeza baja.

—¡Illuán! —dijo Bastián al yinni azul que estaba junto a la entrada de la tienda—. Despierta a todo el campamento. Todos deben venir aquí. Y que los gigantes traigan a Fújur.

El yinni lanzó un agudo grito de águila y se fue apresuradamente. En todos los sitios a donde llegaba comenzó a verse movimiento en las tiendas grandes o pequeñas y en los demás lugares de acampada.

—No se ha defendido en absoluto —gruñó Hykrion señalando con un gesto de cabeza a Atreyu, que permanecía inmóvil y con la cabeza gacha. Bastián se apartó y se sentó en una piedra.

Cuando los cinco gigantes negros blindados trajeron a Fújur, una gran multitud se había congregado ya en torno a la suntuosa tienda. Al acercarse los pasos iguales, metálicos y pesados, los espectadores se abrieron dejando camino. Fújur no estaba encadenado ni lo tocaban los gigantes blindados: sólo caminaban a su izquierda y su derecha con las espadas desenvainadas.

—No se ha defendido en absoluto, Señor de nuestra Señora —le dijo a Bastián una de las voces metálicas cuando la comitiva se detuvo ante él.

Fújur se echó en el suelo ante Atreyu y cerró los ojos. Se hizo un largo silencio. Los últimos rezagados de la expedición se apresuraron a llegar y estiraron el cuello para ver qué pasaba. La única que no estaba presente era Xayide. Los susurros y murmullos fueron apagándose poco a poco. Todas las miradas iban de Atreyu a Bastián y de Bastián a Atreyu. En aquella luz gris, sus figuras inmóviles parecían una imagen sin color, petrificada para siempre.

Finalmente, Bastián se levantó.

—Atreyu —dijo—, querías robarme el signo de la Emperatriz Infantil para hacerlo tuyo. Y tú, Fújur, lo sabías y lo planeaste con él. Con ello, no sólo habéis manchado la amistad que había entre nosotros, sino que os habéis hecho reos también del peor de los crímenes contra la voluntad de la Hija de la Luna, que me dio la Alhaja. ¿Os confesáis culpables?

Atreyu miró largamente a Bastián y asintió.

A Bastián le falló la voz y tuvo que comenzar dos veces antes de poder seguir hablando.

—Pienso, Atreyu, en que fuiste tú quien me llevó hasta la Emperatriz Infantil. Y pienso en el canto de Fújur en Amarganz. Por eso os perdono la vida: la vida de un ladrón y del cómplice de un ladrón. Haced con ella lo que queráis. Pero alejaos de mí tanto como podáis, y no os atreváis jamás a poneros ante mi vista. Os destierro para siempre. ¡No os he conocido nunca!

Le hizo a Hykrion una señal con la cabeza para que soltara a Atreyu y luego se apartó y volvió a sentarse.

Atreyu se quedó largo tiempo de pie sin moverse y luego echó una mirada a Bastián. Pareció como si quisiera decir algo, pero luego lo pensó mejor. Se inclinó hacia Fújur y le susurró alguna cosa. El dragón de la suerte abrió los ojos y se enderezó. Atreyu saltó sobre sus espaldas y Fújur se elevó en el aire. Voló en línea recta por el cielo de la mañana que cada vez se hacía más claro y, aunque sus movimientos eran pesados y fatigosos, en pocos minutos desapareció en lontananza.

Bastián se puso en pie y penetró en su tienda. Se echó en la cama.

—Ahora has conseguido ser verdaderamente grande —dijo con suavidad una voz dulce y velada—: ahora no te importa nada y nada puede afectarte.

Bastián se incorporó. Era Xayide quien había hablado. Se acurrucaba en el ángulo más oscuro de la tienda.

—¿Tú? —preguntó Bastián—. ¿Cómo has entrado?

Xayide sonrió.

—No hay centinelas, señor y maestro, capaces de detenerme. Sólo podrían hacerlo tus órdenes. ¿Quieres que me vaya?

Bastián volvió a echarse y cerró de nuevo los ojos. Al cabo de un rato murmuró:

—Me da igual. ¡Quédate o vete!

Ella lo observó con los ojos entornados largo tiempo. Luego preguntó:

—¿En qué piensas, señor y maestro?

Bastián se volvió del otro lado sin responderle.

Para Xayide era claro que de ninguna forma debía dejarlo solo ahora. Estaba a punto de escapársele de las manos. Tenía que consolarlo y animarlo a su manera. Tenía que inducirlo a proseguir el camino que ella había planeado para él y para sí misma. Y esta vez no lo podía lograr con un regalo mágico o un sencillo truco. Tenía que recurrir a medios más poderosos. A los más fuertes de que disponía, a los deseos más secretos de Bastián. De forma que se sentó a su lado y le susurró al oído:

—Mi dueño y señor, ¿cuándo piensas trasladarte a la Torre de Marfil?

—No lo sé —dijo Bastián hundido en sus almohadones—. ¿Qué voy a hacer allí si no está la Hija de la Luna? Ya no sé lo que debo hacer.

—Podrías entrar y esperar allí a la Emperatriz Infantil.

Bastián se volvió a Xayide.

—¿Tú crees que volverá?

Tuvo que repetir la pregunta más apremiantemente para que Xayide, titubeando, respondiera:

—No lo creo. Creo que ha dejado Fantasia para siempre y que tú, señor y maestro, eres su sucesor.

Bastián se incorporó lentamente. Miró los ojos de dos colores de Xayide y tardó un rato en comprender del todo lo que ella había dicho.

—¿Yo? —balbuceó. En sus mejillas aparecieron manchas rojas.

—¿Tanto te asustar la idea? —susurró Xayide—. Ella te ha dado el signo de su poderío. Te ha entregado su reino. Serás el Emperador Infantil, mi señor y maestro. Y lo mereces. No sólo salvaste a Fantasia con tu venida, sino que ¡la has creado tú! ¡Todos nosotros —incluso yo— somos sólo criaturas tuyas! Tú eres el Gran Sabio: ¿por qué te asusta asumir también el poder supremo que, después de todo, te corresponde?

Y mientras en los ojos de Bastián, poco a poco, comenzaba a brillar una fiebre fría, Xayide le habló de una nueva Fantasia, de un mundo que, en todos sus detalles, se conformaría con la voluntad de Bastián, en el que podría crear o destruir a su antojo, en el que no habría ya límites ni condiciones, y en el que toda criatura, buena o mala, hermosa o fea, necia o sabia, se debería sólo a su voluntad y él, majestuoso y enigmático, reinaría sobre todos dirigiendo la Historia en un juego eterno.

—Sólo entonces —dijo ella para terminar— serás verdaderamente libre, libre de todo lo que te limita y libre para hacer lo que quieras. ¿No querías encontrar tu verdadera voluntad? ¡Pues es ésa!

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