La isla de los perros (21 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: La isla de los perros
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—¡Eh! —le gritó Macovich con severidad—. Esto es una zona restringida.

—Y yo estoy absolutamente perdido, joder —replicó el chico—. ¿Podrías decirme dónde está el aeropuerto de vuelos regulares? Debo tomar el avión a Petersburg dentro de un cuarto de hora y si no me doy prisa, lo perderé.

—A Petersburg no hay vuelos —explicó Macovich mientras frotaba con el trapo una salpicadura resistente—. Petersburg está a menos de cincuenta kilómetros de aquí, o sea que no entiendo por qué necesitas un avión. Si vas en coche, llegarás igual de rápido.

Los otros perros tenían las ventanillas bajadas y escuchaban con atención, preguntándose, nerviosos, qué haría a continuación Smoke. Cat, preocupado, pensó que si Smoke secuestraba el helicóptero, sería del todo imposible que sus perros lo hicieran volar. Desde su asiento en la parte trasera del todoterreno, veía que la cabina parecía una nave espacial, llena de interruptores e instrumentos que le eran por completo desconocidos. Dio un codazo a Cuda.

—¿Qué vamos a hacer si pega un tiro al poli y quiere llevarse el helicóptero? —le preguntó Cat.

—Quizá robar un camión Peterbilt y meterlo en el remolque frigorífico.

—No cabría en ninguno de los remolques que conozco.

—Sí, tendríamos que quitar el techo del remolque con un soplete para que cupiera la hélice. Es la hélice más grande que jamás he visto.

—Se llaman palas —lo corrigió Possum—. Los barcos y los aviones tienen hélices, pero los helicópteros no.

—Lo que sea, pero sigue sin caber —dijo Cat, molesto.

Mientras tanto, Macovich explicaba a Smoke cómo llegar a Petersburg.

—Toma la interestatal hacia el norte y lo encontra… rás.

—¿Y si te pago para que nos lleves en ese cacharro? —preguntó Smoke, señalando el gran helicóptero—. ¿Cuánto tardaríamos?

—Unos diez minutos, siempre que no tuviéramos viento fuerte en contra. Pero no puedo llevarte. Este he… licóptero sólo lo utiliza el gobernador y su familia.

—¿Sí? Pero no tendría por qué enterarse. —Smoke se mostraba cada vez más agresivo y se acercó a la esca… lera preguntándose si debía darle una patada y derribar al policía.

—En la cabina hay una especie de tacómetro que, cada vez que pongo en marcha el helicóptero, lo registra —explicó Macovich—. Mañana, cuando lleve a la pri… mera dama a algún sitio, el tacómetro dirá que he pilotado el helicóptero diez minutos, que he aterrizado y he despegado otra vez para volver a aterrizar aquí, en el hangar, después de haberlos recogido en el asador para llevarlos a casa. ¿Cómo quieres que explique que utilicé el helicóptero para ir a Petersburg, a menos que el go… bernador piense que, después de cenar, lo llevé allí?

—Tal vez no se acuerde.

Era una posibilidad cierta, habida cuenta la cantidad de vodka que había bebido aquella noche el gobernador, y Macovich se sintió tentado a llevar al chico. Había tenido una semana muy mala y aquella noche resultó ser muy tensa. Además, sabía que aquel mes no podría pagar los gastos que le cargaran a la Visa.

—Quizá podrías darnos una vuelta rápida en ese trasto —le sugirió el chico de las trenzas—. En realidad, ya no tenemos que ir a Petersburg, se ha hecho tarde.

—No. —Macovich bajó de la escalera y dio una sa… cudida al trapo, del que cayeron cientos de insectos No os llevaré.

Smoke palpó la dura pistola que ocultaba en la parte trasera del pantalón. Era lo bastante listo como para ad… vertir que el secuestro de un helicóptero resultaba mucho más complicado que hacerse con un camión, por lo que tal vez sería mejor mostrar paciencia y preparase mejor el plan. Si mataba al policía, probablemente no fuera capaz de hacer despegar el helicóptero antes de que llegara alguien y se lo encontrara, junto a sus perros de la carretera, frente al hangar de la policía, leyendo manuales de vuelo y mirando debajo de las múltiples cu… biertas.

—¿Das lecciones? —Smoke intentó otra aproxima… ción.

—Sí, soy instructor de vuelo. —Macovich abrió el compartimento de los equipajes y echó dentro el sucio trapo.

—Te diré algo: Si das lecciones a uno de mis chicos, te recompensaré generosamente. Siempre y cuando na… die, y digo nadie, se entere de ello.

Smoke ya había decidido que sería Possum quien re… cibiera las lecciones. Si Possum era detenido, Smoke contrataría a alguien más y seguiría con sus planes como si nada hubiese ocurrido. Possum era el perro de la ca… rretera que Smoke menos apreciaba; le importaba un pito la suerte que corriera y a veces lamentaba haberlo se… cuestrado en el cajero automático. Smoke dio al policía el número de su busca y le dijo que lo llamase si le inte… resaba hacer de instructor, aunque sería mejor que lo hi… ciera deprisa porque Smoke era un hombre muy ocupa-do. Además, dijo Smoke, si el agente estaba harto de su trabajo sin importancia y mal pagado, podría contratarlo para su plantilla de mecánicos.

—¿Tienes una plantilla de mecánicos?

—Claro que sí, joder. De Fórmula A.

—¡Vaya! ¿Del NASCAR?

—Soy piloto —dijo Smoke con impaciencia y pen… sando a toda velocidad—. Precisamente por eso debe… mos andarnos con tanto secreto. Sólo con mencionar mi nombre, me acosan más aficionados que insectos chocan contra tu parabrisas. Ser tan famoso como yo es como estar encarcelado.

—¡Vaya! ¿Y cuál es el número de tu coche? —Maco… vich no conocía a ningún piloto de la NASCAR que lle… vara el cabello recogido en trenzas, pero comprendía que el joven fuera disfrazado para evitar a sus locos se… guidores.

No puedo decírtelo, gilipollas —lo intimidó Smoke—. Pero si quieres formar parte de mi plantilla de mecánicos —añadió, mientras se alejaba—, dame un toque por teléfono, joder. Y hazlo pronto.

Mientras Macovich reflexionaba sobre aquella oportunidad que se le había presentado de forma tan inesperada, Andy tomaba una cerveza sentado en su diminuta casa adosada, que estaba al final de Fan District, donde gentes marginales vivían en un permanente re… chazo de su entorno.

Dijeran lo que dijeran los vecinos cuando al final del largo y duro día se balanceaban en las mecedoras de sus porches, Andy sabía que el único valor histórico de aquel barrio era su antigüedad. Aparte de eso, la zona estaba muy degradada, no había sitio donde aparcar y a veces los que acudían a los sanatorios y centros de reinserción del barrio decidían introducirse en las vidas de los veci… nos sin previa invitación. Andy vivía en una casa de are… nisca que disponía de una sola habitación, sin aire acon… dicionado ni calefacción y en la que las frecuentes subidas y bajadas de la tensión ponían en peligro el buen funcionamiento de su ordenador.

En aquel momento no le importaba en absoluto que la luz se fuera del todo. Un asesino trastornado había de… jado unas pruebas en su porche y Andy esperaba que Slipper se apresurara a escribir al Agente Verdad. Se puso en pie, arrastró una silla hasta el otro lado de la sala, sacó otra cerveza del frigorífico de la cocina y, enojado, se sentó de nuevo ante el ordenador.

Escribió un conciso artículo, con palabras que fluyeron sin dificultad de sus dedos, y lo colgó en su sitio web. Slipper había enviado un mensaje al Agente Verdad y Andy lo respondió; después se quedó dormido al teclado. Cuando el teléfono lo despertó, tenía la cabeza apo… yada en la mesa del comedor.

Refunfuñó y miró a su alrededor, aturdido y rígido, mientras el teléfono seguía sonando.

—¿Hola? —respondió, esperando que fuera Ham… mer y que ya hubiese leído su artículo y le hubiera gus… tado.

—Hay ahí un hombre llamado Andy Brazil? —pre… guntó una voz femenina que le sonó vagamente familiar.

—Quién lo pregunta?

—Soy la primera dama, Maude Crimm.

—¡Sí, primera dama! —exclamó Andy, asombrado—. Qué placer tan inesperado…

—Preséntese en la mansión a las seis para tomar unas copas y una cena ligera. Esta noche a las seis.

—¿Hoy jueves? —preguntó Andy, que no sabía qué día era.

—Claro, hoy es jueves, por supuesto; las semanas pasan volando. Estamos en la gran casa amarilla del cen… tro de Capitol Square, junto a la calle Nueve, justo antes de llegar a Broadway. Sé que usted es relativamente nue… vo en la ciudad y que ha estado suspendido de servicio por un año, así que tal vez no conozca el camino.

La primera dama colgó, devolvió el teléfono a Pony y sonrió con satisfacción a sus hijas, quienes la miraban sentadas a una mesa de desayuno de antes de la guerra de la Independencia.

—Sigo pensando que deberías haber hablado antes de esto con papá. —Gracia le hizo una seña a Pony para que añadiera más mantequilla a su sémola.

Entraba un frío viento del norte y empezaba a llover con fuerza.

—A papá le cayó bien ese joven, estoy segura de ello —replicó la señora Crimm—. Tu padre sabe muy bien lo que se hace. ¡Dios mío! Hace un momento brillaba el sol y ahora está lloviendo.

—Papá sabe más de lo que tú crees. Y si de repente empieza a ir en helicóptero con un joven rubio que antes era policía municipal y ahora es agente estatal y que antes estuvo suspendido, tal vez recuerde que no ha tenido nada que ver con eso —dijo Esperanza mientras la lluvia golpeaba el viejo tejado de pizarra.

—¿Nada que ver con qué? —preguntó la primera dama.

—Con que de repente nos haga de piloto.

—Tonterías. Necesitamos más pilotos. No entien… do qué les ha sucedido a todos los nuestros, como no sea que anden ocupados con los controles de velocidad y no tengan tiempo para nosotros. Y ya oíste lo que dijo el joven. Tiene algo importante de que hablar con papá y yo, por mi parte, quiero saber de qué se trata.

Pony buscaba la base del teléfono portátil. En la mansión nunca encontraba nada, y en los días especialmente duros no estaba seguro de que los oficiales de la prisión le hubieran hecho un favor asignándolo al servi… cio doméstico del gobernador. Otros internos que tra… bajaban para la primera familia hacían reparaciones fue… ra de la casa, rastrillaban hojas o abrillantaban los coches oficiales.

—No quiero molestar —dijo Pony, sin mirar a nadie a los ojos—, pero no logro encontrar la base del telé… fono.

Constancia, Gracia, Esperanza y la primera dama se distrajeron unos instantes, como les ocurría siempre que alguien buscaba algo. Regina era el único miembro de la primera familia que prefería comer sin que la sirvieran. Cuando Pony lo hacía, tardaba más. Regina se sirvió ella misma tostadas, sémola, huevos al nido, otro plátano y miel de oxidendro, que el gobernador de Carolina del Norte había mandado las Navidades pasadas para recor… dar maliciosamente a los Crimm que el estado del Tar Heel era muy superior a la Commonwealth de Virginia.

—Estaba aquí hace un minuto. —Esperanza se sen… tía frustrada y mostraba su cara de caballo muy pálida, porque todavía no se había maquillado.

La primera familia había aprendido el arte de buscar objetos por toda la casa sin moverse siquiera de la silla. Pony nunca había comprendido cómo lo conseguían, pero si él fuera tan listo y especial no llevaría la chaque… tilla blanca ni se pasaría mañana, tarde y noche sirviendo a los Crimm.

—Perdone, señorita Esperanza, pero ¿dónde es aquí? —preguntó Pony con cortesía—. Dónde lo vio por última vez, quiero decir.

—Sólo tienes que llamar al número correspondien… te —dijo Regina con la boca llena—. Cuando suene el aparato, sabrás dónde está.

—Eso sólo funciona cuando pierdes el teléfono, pero no el soporte —le espetó Constancia, enfadada porque los teléfonos, los soportes y otras cosas no se quedaban en su sitio.

—Pues el soporte también suena, como usted comentó acertadamente ayer —dijo Pony a la primera dama, aunque ésta nunca le había comentado nada directamente en todo el tiempo que llevaba trabajando para la familia Crimm.

Tenía una solución al alcance de la mano, pero el problema persistía. A los internos no se les permitía te… ner el número de teléfono privado de la primera familia, de modo que si había que encontrar el soporte, un miembro de la primera familia tendría que marcar el número, y aquello iba contra el protocolo. Ese era un tra… bajo reservado a los ayudantes personales o administra… tivos o de grado seis y, a aquella hora de la mañana, los grado seis todavía no estaban en sus puestos.

La mesa del desayuno se convirtió en un retablo de mujeres de la primera familia inmovilizadas por la inde… cisión, excepto Regina, que seguía sirviéndose comida en el plato sin hacer caso de ningún protocolo.

—Dame —dijo al tiempo que alargaba la mano—. Pásame el teléfono, Pony.

El se acercó por detrás y puso el teléfono junto al plato, dejando un espacio libre como si acabara de ser… virle un postre flambeado. Regina marcó el número se… creto con los dedos pringados de miel y, al momento, el soporte empezó a sonar bajo su bata acolchada sobre el aparador de caoba.

—Hola? —dijo Regina para asegurarse de que ella era quien llamaba—. ¿Hola? —repitió al tiempo que cruzaba las piernas, enfundadas en el pantalón de pijama, algo que siempre hacía pensar a Pony en dos troncos de árbol cubiertos de franela y calzados con unas sucias y peludas zapatillas—. Tal vez debería apuntarme a Protección de Personalidades. —Devolvió el teléfono a Pony. Estoy harta y asqueada de las obligaciones oficiales.

—Pero no te asignarían a nosotros. —La primera dama se oponía a la idea e intentaba desanimar a su hija—. A menos que te asignaran otro agente que te prote… giera a ti mientras tú protegías a papá, a tus hermanas y a mí.

Enséñame eso en el código de Virginia —arguyó Regina—. Apuesto lo que sea a que no está.

—Si me permiten… —dijo Pony al tiempo que lim… piaba el teléfono y lo devolvía al soporte—. No está. No consta en ninguna sección de ese código el que la prime… ra familia necesite protegerse a sí misma y ser protegida al mismo tiempo.

—Tal vez podrías discutir eso con aquel agente tan guapo, Brazil. Dejaré que sea él quien te convenza de no hacerlo —dijo la primera dama a Regina—. Ser agente es muy peligroso y poco gratificante. Y, hablando de ellos, ¿alguna de vosotras ha leído al Agente Verdad esta mañana?

—Pero si acabamos de levantarnos —le recordó Constancia a su madre.

—Bueno, pues cuenta una historia muy emocionante y misteriosa sobre quién mató a J. R.

—¿Y eso? ¿Ahora escribe sobre «Dallas»? —pre… guntó Esperanza, asombrada—. Pero si hace ya mucho que no emiten esa serie.

—Es otro J. R. —explicó la primera dama a sus hi… jas—, pero es una pena que ya no pongan «Dallas». Vuestro padre nunca ha olvidado esa serie y se enfadó mucho con la cadena de televisión cuando dejaron de emitirla. En la tele ya no dan nada que valga la pena, a excepción del canal de compras.

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