Read La lista de los doce Online

Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Policíaco

La lista de los doce

BOOK: La lista de los doce
12.56Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

 

Doce hombres, doce multimillonarios, con negocios limpios y turbios que proteger. Quince objetivos, los mejores guerreros del mundo: soldados, espías, terroristas… Estos últimos tienen que estar muertos en un plazo de seis días.

La recompensa: casi veinte millones de dólares por cabeza.

Entre los nombres de la lista destaca el de un enigmático marine llamado Shane Schofield. La persecución ya está en marcha, los cazarrecompensas le siguen la pista. En su frenética lucha por sobrevivir, Schofield descubrirá una compleja conspiración internacional y el terrible motivo por el que, bajo ninguna circunstancia, pueden dejarlo con vida…

Matthew Reilly

La lista de los doce

ePUB v1.0

NitoStrad
01.03.13

Título original:
Scarecrow

Autor: Matthew Reilly

Fecha de publicación del original: septiembre de 2012

Traducción: María Otero González

Editor original: NitoStrad (v1.0)

ePub base v2.0

Para Natalie, una vez más

Girando y girando en el vasto girar,

el halcón no puede oír al halconero;

las cosas se destruyen; ceden los cimientos;

la anarquía se desata sobre el mundo…

—W. B. Yeats,
La segunda venida

El cementerio está lleno de valientes.

—Proverbio

Prólogo

Los mandatarios del mundo

Londres (Inglaterra).

20 de octubre, 19.00 horas

Eran doce en total.

Todos hombres.

Todos multimillonarios.

Diez de los doce superaban los sesenta años de edad. Los otros dos estaban en la treintena, pero eran hijos de miembros anteriores, por lo que su lealtad estaba asegurada. Si bien la pertenencia al Consejo no era estrictamente hereditaria, con el transcurso de los años se había convertido en algo habitual que los hijos reemplazaran a sus padres.

En el resto de los casos solo se podía acceder al Consejo mediante invitación, que rara vez era concedida, como cabría esperar de tan augusto grupo de individuos:

El cofundador de la mayor empresa de software informático del mundo.

Un magnate del petróleo saudí.

El patriarca de una familia banquera suiza.

El propietario de la mayor empresa naviera mundial.

El mejor corredor de Bolsa.

El vicepresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos.

El reciente heredero de un imperio de ingeniería militar proveedor de misiles para el Gobierno estadounidense.

No había magnates de la prensa en el Consejo, pues de sobra es conocido que sus fortunas se basan en gran medida en deudas y precios de acciones fluctuantes. El Consejo controlaba los medios de una manera muy sencilla: vigilando a los bancos que proporcionaban el dinero a los magnates de la prensa.

Asimismo, tampoco había líderes políticos. Como el Consejo bien sabía, los políticos poseen la forma de poder más ínfima e inferior: el poder efímero. Al igual que los magnates de la prensa, están en deuda con otros por su influencia. En cualquier caso, el Consejo ya había sido con anterioridad responsable del ascenso y caída de presidentes y dictadores.

Y ninguna mujer.

El Consejo consideraba que, todavía, no existía ninguna mujer en el planeta digna de un asiento en aquella mesa. Ni siquiera la reina. Ni tampoco la heredera francesa del imperio cosmético Lillian Mattencourt, cuya fortuna personal ascendía a veintiséis mil millones de dólares.

Desde 1918, el Consejo se había reunido dos veces al año.

Ese año, sin embargo, se habían producido nueve encuentros.

Al fin y al cabo, ese era un año especial.

Si bien el Consejo podría considerarse una sociedad secreta, sus reuniones jamás se celebraban en secreto. Las reuniones secretas de gente poderosa llaman la atención. No. El Consejo siempre había sido de la opinión de que los secretos mejor guardados eran aquellos presenciados pero «no vistos».

Por ello, las reuniones del Consejo se celebraban por lo general durante importantes congresos internacionales: el Foro Económico Mundial, que tenía lugar una vez al año en Davos, Suiza; diversas juntas de la Organización de Comercio Mundial; incluso se había reunido en una ocasión en Camp David, cuando el presidente no se encontraba allí.

Ese día se encontraban en la sala de reuniones principal del hotel Dorchester, en Londres.

Se procedió a la votación y la decisión fue unánime.

—Entonces está decidido —dijo el presidente—. La partida de caza comenzará mañana. La lista de objetivos se dará a conocer esta misma noche a través de las vías habituales, y las recompensas serán abonadas a aquellos que presenten a
monsieur
J. P. Delacroix, de AGM Suisse, la pertinente prueba que demuestre que tal o tales objetivos han sido eliminados.

»Hay quince objetivos en total. La recompensa para cada uno de ellos se ha fijado en 18,6 millones de dólares.

Una hora después, la reunión concluyó y los miembros del Consejo levantaron la sesión para tomar un trago.

En la mesa de la sala de reuniones, a sus espaldas, seguían las notas y actas de la reunión. De todas aquellas que se encontraban delante del asiento del presidente, solo había una bocarriba.

En ella figuraba una lista de nombres.

Se trataba de una lista particularmente impresionante, por decirlo de una manera suave.

En ella figuraban miembros de la élite militar mundial: el SAS británico, la unidad Delta del ejército de Estados Unidos y el Cuerpo de Marines.

También estaban presentes las Fuerzas Aéreas israelíes, al igual que agencias de inteligencia como el Mossad y el ISS (el Servicio de Seguridad e Inteligencia, el nuevo nombre de la CIA), además de miembros de las organizaciones terroristas Hamás y Al Qaeda.

Era una lista de hombres, de hombres especiales, hombres que desempeñaban con brillantez las mortíferas profesiones que habían escogido, hombres que tenían que ser eliminados de la faz de la tierra antes de las doce del mediodía del 26 de octubre, hora oficial de la Costa Este estadounidense.

Primer ataque

Siberia

26 de octubre, 09.00 horas (hora local
)

21.00 horas (25 de octubre). (Tiempo del Este
[1]
, Nueva York, EE. UU
).

Los cazarrecompensas internacionales del mundo actual poseen muchas similitudes con sus antepasados del Lejano Oeste americano.

Por un lado están los «cazarrecompensas solitarios»: por lo general exmilitares, asesinos por cuenta propia o fugitivos de la justicia. Se trata de profesionales que trabajan solos y que son conocidos por sus armas, vehículos o métodos idiosincráticos.

Luego están las «organizaciones»: empresas que hacen de la caza y captura de fugitivos un negocio. Con sus infraestructuras cuasimilitares, las organizaciones de mercenarios participan a menudo en las cacerías humanas internacionales.

Y, cómo no, también existen los «oportunistas»: unidades de fuerzas especiales que desertan y se dedican a la caza de recompensas; o bien agentes del orden público a los que el aliciente de una recompensa privada les resulta mucho más tentador que cumplir con sus obligaciones legales.

Pero no podemos pasar por alto las complejidades de las cacerías modernas. No es infrecuente que un cazarrecompensas actúe conjuntamente con un gobierno nacional que busque desvincularse de ciertas acciones. Ni tampoco es infrecuente que los cazarrecompensas suscriban acuerdos tácitos con estados miembros para que les sea proporcionado asilo político como pago por un «trabajo» previo.

Al final, una cosa sí queda clara: las fronteras internacionales no significan nada para el cazarrecompensas internacional.

Fuerzas no gubernamentales en zonas de conflicto con presencia de cascos azules
.

—Libro Blanco de las Naciones Unidas

1.1

Espacio aéreo sobre Siberia

26 de octubre, 09.00 horas (hora local).

21.00 horas (25 de octubre). (Tiempo del Este, Nueva York, EE. UU).

El avión surcaba el cielo a la velocidad del sonido.

A pesar de tratarse de un aparato de considerables dimensiones, no aparecía en las pantallas de ningún radar. Y, a pesar de estar rompiendo la barrera del sonido, no producía ninguna explosión sónica (una reciente mejora en los detectores de ondas se encargaba de ello).

BOOK: La lista de los doce
12.56Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Cassie's Choice by Donna Gallagher
A Stolen Chance by LaRoque, Linda
Last Man Out by Mike Lupica
Left Behind by Jayton Young
The Newgate Jig by Ann Featherstone
Beyond the God Particle by Leon M. Lederman, Christopher T. Hill