—Pero él nunca dijo nada —digo.
Thom se encoge de hombros.
—Dice su abogado que era muy modesto y siempre vivió por debajo de sus posibilidades. Utilizó el dinero para contratar a detectives privados para tratar de localizar a tu abuela, pero, como no sabía el nombre que ella había adoptado, nunca pudo encontrarla.
—¡Dios mío! —murmuro.
Todavía no he acabado de hacerme a la idea.
Thom mueve la cabeza.
—Eso no es todo —dice—. Tu abuela también deja un pequeño patrimonio. Ya sabes que la institución de vida asistida ha consumido la mayor parte de sus fondos, pero queda un poco, que vienen a ser unos setenta y cinco mil dólares, después de todo. Alcanza para liquidar el préstamo de la casa de tu madre.
Muevo la cabeza.
—Es increíble —murmuro.
—Además —añade Thom—, hay una carta. Me la envió tu abuela en septiembre y está sellada. En la nota que la acompañaba, me pedía que te la entregara el último día del año de su muerte.
Tengo un nudo en la garganta que me impide responder. Parpadeo para contener las lágrimas, mientras Thom desliza sobre el escritorio un sobre estrecho hacia mí.
—¿Sabes lo que dice? —le pregunto, cuando recupero el habla.
Thom lo niega con la cabeza.
—¿Por qué no te vas a casa a leerla? Ahora solo me hace falta tu firma en un par de cosas y haré que transfieran a tu cuenta el dinero de tu abuela. El abogado de Jacob Levy ya se está ocupando de hacerte llegar también el suyo. No creo que tardes en recibirlo. Mientras tanto, si quieres, puedo hablar con Matt en el banco.
Asiento con la cabeza.
—Dile que compraré la panadería enseguida —le digo—. Se acabaron los pagos al banco. Quiero que pertenezca a mi familia para siempre.
—Recibido —dice Thom y, después de una pausa, añade, tanteando el terreno—. ¿Hope?
—¿Sí?
Suspira y mira por la ventana.
—Tu madre estaría orgullosa de ti, ¿sabes?
Muevo la cabeza.
—Lo dudo —digo—. Siempre la decepcioné. Creo que deseaba no haberme tenido.
Nunca se lo había dicho a nadie y no sé por qué se lo estoy diciendo a Thom Evans.
—No es cierto, Hope —dice Thom con suavidad—. Tu madre, ya lo sabes, era una persona muy estricta, pero tú eras lo más importante del mundo para ella, aunque no te dieras cuenta.
—Pues no —digo—. Lo más importante eras tú. Y todos los hombres que entraron y salieron de su vida. Sin ánimo de ofender.
—Faltaría más —dice Thom.
—Daba la impresión de que siempre estaba buscando algo que no podía encontrar —digo.
—Al final de su vida, creo que lo encontró —dice—, aunque tal vez fuera demasiado tarde para comunicártelo como corresponde.
Alzo la mirada.
—¿A qué te refieres?
Suspira.
—Se pasaba el tiempo diciendo lo fría que era para querer a nadie.
—¿Te dijo eso a ti?
Nunca pensé que mi madre se conociera tan bien. Además, no tenía ni idea de que hubiera mantenido la relación con Thom. Pensaba que, cuando la gente desaparecía de su vida, desaparecía para siempre. Me sorprende enterarme de que lo había dejado acercarse otra vez. Él se encoge de hombros.
—Hablábamos de montones de temas, sobre todo al final. Creo que, cuando se dio cuenta de que se estaba yendo, empezó a lamentar muchas cosas. Hasta el final de su vida no se dio cuenta de que tenía delante lo que había estado buscando.
Parpadeo.
—¿A qué te refieres?
—Te quería más de lo que había podido comprender de verdad cuando era joven. Creo que se pasó la vida buscando amor y dudando de su capacidad de sentirlo y al final se dio cuenta de que había estado allí todo el tiempo: en ti. Si lo hubiese reconocido antes, tal vez todo habría sido diferente.
Me lo quedo mirando. No sé qué decir.
—Ve a leer la carta de tu abuela, Hope —dice Thom con suavidad—, y, si aprendes algo de tu madre, que sea que no tienes que ir tan lejos como crees para encontrar lo que tienes delante.
Por la noche llamo a Annie para contarle lo de la herencia de Jacob, que alcanzará para cubrir la panadería y sus estudios universitarios y mucho más. Cuando escucho el jolgorio que monta al otro lado del teléfono, sonrío y me prometo que me esforzaré más con ella. Todo irá mejor. Es buena chica y sé que tengo que perseverar para llegar a ser mejor como madre. Tal vez pueda ser mejor de lo que creo.
Le digo a Annie que espero que se divierta en la fiesta de Nochevieja y ella promete que me llamará después de medianoche, cuando Rob las lleve, a ella y a sus amigas, a la casa de él, donde se quedarán a dormir.
Poco después de las once, me instalo por fin delante de la chimenea y me dispongo a leer la carta de Mamie. Me tiemblan las manos cuando la abro: me doy cuenta de que es lo último que me queda de ella. Podrían ser incoherencias, fruto del
alzheimer
—yo qué sé—, o podría ser algo que atesore para siempre. En cualquiera de los dos casos, ella se ha ido. Jacob se ha ido. Mi madre se ha ido. Annie crecerá y se irá de casa dentro de seis años. Me envuelvo en una manta que mi abuela tricotó cuando yo era pequeña y trato de no sentirme tan sola.
Extraigo la carta. Está fechada el 29 de septiembre: el día que la llevamos a la playa, el día que me dio la lista de nombres, la primera noche del Rosh Hashaná, la noche en la que comenzó todo. Me da un vuelco el corazón y respiro hondo.
La carta comienza así: «Queridísima Hope». La leo durante los diez minutos siguientes. La leo por encima una vez y después, con los ojos llenos de lágrimas, la vuelvo a leer, ahora más despacio, y la voz de Mamie me resuena en la cabeza mientras pronuncia cada palabra con su acento esmerado y cadencioso.
R
ose
Queridísima Hope:
Me siento hoy a escribirte estas líneas, sabiendo que tal vez sea la última oportunidad que me queda de expresarme con claridad. Sé que se me acaban los días. Recibirás esta carta cuando me haya ido y quiero que sepas que estaba dispuesta. He tenido una vida larga, con muchas partes maravillosas, pero, en el ocaso de mi vida, ha regresado el pasado y ya no puedo soportarlo más.
Esta noche, si consigo mantenerme lúcida, te daré la lista de los nombres que han estado grabados en mi corazón y escritos en el cielo; por eso, cuando leas esta carta, sabrás que la mayor parte de mi vida fue mentira, pero una mentira que tuve que contar, al principio para proteger a tu madre y, después, para protegerme a mí.
No sé si averiguarás la verdad por ti misma. Espero que sí. Mereces saberla y debería habértela contado hace mucho. Sabía que tenía que cumplir la promesa que le hice a tu abuelo mientras él viviera, pero, después, si os lo decía, a ti o a tu madre, me daba la impresión de que lo habría estado traicionando a él, que fue un hombre extraordinario, buen esposo y un padre y abuelo cariñoso. No quiero traicionarlo, pero, a lo largo de los últimos meses, cuando más partes del pasado han acudido a verme en la oscuridad de mis recuerdos, me he dado cuenta de que no puedo llevarme conmigo mis secretos. Tienes derecho a saber quién soy y quién eres tú.
Soy cobarde. Eso es lo primero que debes saber: que soy cobarde, porque hui del pasado. Me hizo falta menos valor para convertirme en otra persona que para enfrentarme a los defectos de la persona que era. Soy cobarde porque elegí perderme a mí misma en esta vida nueva.
Si fuiste a París, ya sabes que soy una Picard. Esa era mi familia. Me crie en el seno de un hogar judío progresista. Mi padre era médico. Mi madre era una inmigrante polaca cuyos padres regentaban una panadería, como tú ahora. Tenía dos hermanas y tres hermanos. Todos fallecieron. Todos. He logrado aceptarlo, pero me culpo por no haberlos salvado y esa culpa me acompaña todos los días.
También hay un hombre que debes conocer: un hombre llamado Jacob Levy. No pronuncio su nombre desde 1949, el año en que tu abuelo regresó para decirme que Jacob había muerto en Auschwitz. Desde entonces, todos los días lo busco en el firmamento, pero no lo encuentro.
Jacob, mi querida Hope, fue el gran amor de mi vida. También quise a tu abuelo —no lo dudes ni por un instante—, pero creo que en la vida solo se puede tener un gran amor y el mío fue Jacob. Muchas personas no encuentran ni siquiera eso. Y me he dado cuenta, a medida que me he hecho mayor, de que, al cerrar mi propio corazón, tal vez te he quitado la oportunidad de encontrar ese tipo de amor, como se la quité a tu madre. Si no te enseñan a amar, cuesta aprender a hacerlo por ti misma. No permitas que este sea mi legado para ti.
Sé que lo hice todo mal. Cerré mi corazón cuando me enteré de que Jacob había muerto y no supe —tal vez no quise— volver a abrirlo; por ese motivo, no quise a tu madre como debía y eso cambió el curso de su vida y el de la tuya. Nunca podré decirte lo mucho que lo lamento. Os fallé a las dos. Solo espero que no sea demasiado tarde para que tú corrijas esos errores en tu propia vida.
Jacob murió sin tener ocasión de conoceros a tu madre, a ti o a Annie y en eso creo que el destino nos jugó a todos una mala pasada. Es que tu madre es hija suya y tú eres su nieta. Ted, a quien siempre conociste como tu abuelo, lo sabía y, sin embargo, os crio a las dos como suyas. Cuando me conoció, ya sabía que, por una herida de guerra, no podría tener hijos. Me brindó una nueva vida y yo le proporcioné una familia. Fue un intercambio que los dos hicimos a sabiendas y nunca me he arrepentido. Era un hombre extraordinario, mejor de lo que me merecía. Te ruego que no permitas que lo que te revelo le haga perder importancia ante ti, porque, si eso ocurre, habré fracasado en mi última misión importante. Ha sido y siempre seguirá siendo tu abuelo.
Hasta 1949, no supe con seguridad que Jacob había muerto, aunque, antes de que me casara con tu abuelo, muchas personas me habían dicho que lo habían matado en Auschwitz. De todos modos, no lo creía. Me negaba a creerlo. Estaba convencida de que lo habría sabido en el fondo de mi corazón y no era así. Entonces, te preguntarás, si creía que Jacob todavía podía regresar, cómo pude casarme con tu abuelo.
Eso es lo más cruel que he hecho en la vida. Tu abuelo nunca supo que Jacob y yo nos habíamos casado en secreto, unos meses antes de que me marchase de París. Nunca supo que tu madre había sido concebida en nuestra noche de bodas. Cuando tu abuelo me pidió que me casara con él, no entendía que, si Jacob hubiese vuelto, nuestro matrimonio habría sido nulo. Yo estaba dispuesta a hacerle eso a tu abuelo y eso es algo con lo que siempre he tenido que vivir. Si Jacob hubiese vuelto, lo habría abandonado en un santiamén y eso, desde luego, era tremendamente injusto para con él. Sin embargo, si me casaba con Ted antes de dar a luz a tu madre, ella nacería como estadounidense y sería libre. Nadie podría llevársela a un campo de concentración. Aquella, por encima de todo, era mi mayor responsabilidad. No podía darme el lujo de rechazar la proposición de matrimonio de un estadounidense. Tenía que salvar a tu madre, porque era hija mía y, además, porque era lo último que me quedaba de Jacob.
Tu abuelo y yo fuimos felices juntos y lo quise mucho, aunque de forma diferente a como quise a Jacob. Lo quería sobre todo por la clase de padre que fue para Josephine y, después, por la clase de abuelo que fue para ti. Os mostró a las dos la clase de amor del cual yo era incapaz. Creo que, si no lo hubiese tenido totalmente congelado desde hacía tantos años, se me habría partido el corazón cada vez que lo veía contigo. Sin querer, me abstuve de quererlo a él, a tu madre, a ti y a Annie.
Y me temo que este sea el legado que dejo: la frialdad de corazón.
Sé que solo me has conocido de esta forma, pero quiero que sepas que no siempre he sido así. Hubo un tiempo en el que era feliz y libre, una época en la que amaba sin reservas, porque no sabía cuánto daño podía hacer el amor. Ojalá me hubieses conocido entonces y ojalá hubieses conocido a Jacob, porque él también te habría querido con la misma intensidad. Estaría muy orgulloso de ti. Yo, en cambio, he cometido todos los errores posibles y, al final, me voy de este mundo sin nada.
Lo que más deseo para ti es un destino diferente del mío. Deseo que aprendas a abrir tu corazón. He mantenido el mío cerrado durante tantos años porque tenía miedo y eso ha sido un error. La vida es una sucesión de oportunidades y hay que tener valor para aprovecharlas antes de que pasen los años y nos quedemos sin nada más que lamentos.
Todavía tienes la vida por delante, lo mismo que Annie. Aprende a dejarte querer, querida Hope, porque te lo mereces. Aprende a querer sin trabas. El amor es mucho más poderoso de lo que crees. Ahora lo sé, aunque para mí es demasiado tarde.
Lo que te deseo, querida Hope, es que vivas con plenitud en este país que te permite ser lo que eres y sabiendo que, dondequiera que estés, Dios existe, que vive entre las estrellas. Te deseo que seas feliz y que comas perdices, como en los cuentos de hadas que te contaba cuando eras pequeña, pero tienes que luchar por conseguir esa clase de vida con toda la fuerza de tu corazón, porque solo amando y teniendo el valor de dejarte amar podrás encontrar a Dios, que existe sobre todo en tu corazón.
Siempre te querré,
Mamie
C
uando acabo de leer la carta, tengo los ojos llenos de lágrimas. La dejo y, envuelta aún en la manta, me dirijo sin hacer ruido a la puerta de atrás y salgo a la terraza a respirar el aire frío de la noche. Me arrebujo más en la manta de Mamie y me imagino que son sus brazos, que me envuelven en un último abrazo.
—¿Estás allá arriba? —murmuro hacia la nada.
A lo lejos, tal vez desde el otro lado de la bahía, que está a una manzana de distancia, me llegan apenas los ruidos de los que festejan la última hora del año que está a punto de finalizar. Pienso en todas las cosas que se pueden volver a comenzar y en todas las cosas que no se pueden deshacer.
Miro el firmamento y trato de localizar las estrellas que Mamie siempre buscaba. Las encuentro —son las de la Osa Mayor— y sigo la línea que forman las dos estrellas de la cacerola, como ella me había enseñado, hasta encontrar la Estrella Polar, Polaris, que resplandece en las alturas, hacia el norte. Me pregunto si la morada de Dios quedará por allí. Me pregunto qué habrá estado buscando ella todos estos años.
No sé cuánto tiempo llevo mirando al cielo cuando advierto un leve movimiento entre la Osa Mayor y la Estrella Polar. Entorno los ojos y parpadeo unas cuantas veces y entonces los veo.