Contra el fondo oscuro, tan tenues que apenas alcanzo a distinguirlas, dos estrellas atraviesan el cielo, justo al lado de Polaris, y se adentran cada vez más. No es la primera vez que veo una estrella fugaz: después de todo, las noches en el cabo Cod son tan negras y profundas que desde aquí se aprecia mejor la oscuridad que en muchos otros lugares de la costa este. Durante mi adolescencia, he pasado muchas noches contando estrellas y pidiendo deseos a las fugaces.
Sin embargo, estas estrellas son distintas. En lugar de caer del cielo, viajan por el manto nocturno, brillantes y relucientes, y atraviesan alegremente la oscuridad, la una junto a la otra.
Me quedo boquiabierta mientras contemplo su huida. Se pierden los sonidos terrenales —las risas lejanas, el suave murmullo de una televisión distante, las olas que besan la orilla— y, envuelta en una burbuja de silencio, observo las estrellas, que se vuelven cada vez más pequeñas hasta que al fin desaparecen.
—Adiós, Mamie —susurro cuando se han ido—. Adiós, Jacob.
Y creo que, en cierto modo, el viento, que ahora silba en torno a mí, les lleva mis palabras.
Me quedo escudriñando el cielo un minuto más, hasta que siento el frío que me penetra en los huesos; entonces regreso al interior de la casa, donde cojo el teléfono móvil que he dejado en la mesa de la cocina. Llamo primero a Annie y sonrío cuando ella contesta.
—¿Estás bien, mamá? —me pregunta y escucho de fondo el ruido de los festejos en Chatham.
Hay música, risas, alegría.
—Muy bien —digo—. Solo quería decirte que te quiero.
Permanece en silencio un momento.
—Lo sé —dice por fin—. Yo también te quiero, mamá. Te llamo después.
Le digo que se divierta y, cuando cuelgo, me quedo mirando fijamente el teléfono durante treinta segundos y después me voy desplazando por mi lista de contactos y hago otra llamada.
—¿Hope? —responde Gavin, con su voz profunda y cálida.
Respiro hondo.
—Mi abuela me ha dejado una carta —digo sin rodeos— y acabo de leerla.
Permanece en silencio un minuto y me maldigo por no saber hacerlo mejor.
—¿Estás bien? —pregunta por fin.
—Estoy bien —digo y sé que es verdad.
Estoy bien ahora y sé que seguiré estándolo, pero falta algo más. No quiero esperar toda la vida para montar las piezas, como hizo Mamie y como mi madre nunca tuvo oportunidad de hacer.
—Perdón —le suelto de repente—. Perdóname por todo: por alejarte, por fingir que no me importabas…
No dice nada y, en medio del silencio, se me llenan los ojos de lágrimas.
—Gavin —le digo y respiro hondo—, quiero verte.
Lo oigo respirar y, en la pausa que se prolonga entre nosotros, estoy segura de haberlo perdido.
—Perdón —digo por fin y miro el reloj: son las 23.42—, es muy tarde.
—Hope —dice Gavin por fin—, nunca es demasiado tarde.
Quince minutos después, escucho su Jeep a la entrada de mi casa y llega a mi puerta justo antes de que el reloj dé la medianoche. Ya lo estoy esperando con la puerta abierta de par en par, sin importarme que se cuele el frío de la noche. ¡Qué más da!
—Hola —dice Gavin cuando llega a mi lado, junto a la puerta.
—Hola —respondo.
Nos miramos fijamente y Gavin me coge la mano. No lleva guantes y yo tampoco y, sin embargo, hay calor entre nosotros y siento que, a pesar del frío exterior, hasta la última célula de mi cuerpo está que arde. Desde algún lugar lejano nos llega la vaga tensión de una cuenta atrás y después una aclamación apagada cuando comienza el nuevo año.
—Feliz año nuevo —dice Gavin y se acerca un paso más.
—Feliz año nuevo —murmuro.
—Por los nuevos comienzos —dice.
Y, antes de que pueda responderle, me rodea con los brazos y apoya sus labios en los míos.
Por encima de nuestras cabezas, las estrellas titilan y bailan y nos hacen guiños desde el cielo infinito.
H
ace años que quería escribir este libro y llevarlo a cabo me ha enseñado varias lecciones importantes sobre lo que significa hacer lo que me dicta el corazón y rodearme de personas buenas y extraordinarias a las que aprecio y en las que puedo confiar de verdad. Tanto mi agente, Holly Root, como mi editora, Abby Zidle, son increíblemente amables, trabajadoras, prudentes y talentosas y no tengo palabras para expresar lo mucho que valoro sus esfuerzos, su perspicacia, su amistad y su estímulo. Creo que soy la mujer más afortunada del mundo por poder trabajar con ellas.
El agente Farley Chase ha sido un as para los derechos en el extranjero y, gracias al encantador Andy Cohen, tengo llena la agenda de la costa oeste. También estoy muy agradecida a Lindsey Kennedy, Beth Phelan, Parisa Zolfaghari, Jane Elias, Susan Zucker, Jennifer Bergstrom y Louise Burke por contribuir a hacer realidad esta novela. Creo que sería imposible encontrar un equipo más amable y que me hubiese apoyado más.
La novelista Wendy Toliver ha estado increíble como caja de resonancia, amiga, primera editora y para intercambiar ideas. También quiero manifestar mi agradecimiento a Anna Haze —que murió demasiado joven, con apenas diecinueve años— porque gracias a ella conocí a Wendy. Un regalo extraordinario. Henri Landwirth, el primer superviviente del Holocausto que conocí, fue una gran inspiración. Lauren Elkin, mi gran amiga y antigua compañera de piso en París, volvió a alojarme durante un viaje de investigación a la ciudad de la luz. Su primera novela,
Cités flottantes
, se publicó en Francia en abril del 2012 y me alegro muchísimo por ella.
También quisiera agradecer a tantas personas que se han desvivido por responder a preguntas sobre hechos relacionados con este libro. Darlene Shea, de Brewster Fire & Rescue, me ayudó con un primer borrador y Danielle Ganung respondió a todas las preguntas relacionadas con la pastelería. Karen Taieb, del Mémorial de la Shoah en París, me brindó una ayuda increíble en mi investigación sobre el Holocausto en Francia. Bassem Chaaban, director de operaciones de la Asociación Islámica del centro de Florida, y el rabino Rick Sherwin, de la Congregación Beth Am de Orlando, tuvieron la amabilidad de ayudarme a comprobar algunas de mis referencias religiosas y culturales. Los errores que haya cometido son responsabilidad mía.
Un enorme agradecimiento también a Kat Green, Tia Maggini, Vanessa Parise, Nancy Jeffrey, Megan Crane, Liza Palmer, Sarah Mlynowski, Jane Porter, Alison Pace, Melissa Senate, Lynda Curnyn, Brenda Janowitz, Emily Giffin, Kate Howell, Judith Topper, Betsy Hansen, Renee Blair, G. K. Sharman, Alex Leviton, Kathleen Henson, Anna Treiber y Jen Schefft Waterman, que a lo largo de los años me han brindado inspiración profesional, ideas y su amistad. Agradezco también al equipo de
The Daily Buzz
, sobre todo a Brad Miller, Andrea Jackson, Andy Campbell, Mitch English, Kia Malone, KyAnn Lewis, Michelle Yarn y Troy McGuire.
Gracias también a tantos otros amigos extraordinarios, como Marcie Golgoski, Kristen Milan Bost, Chubby Checker (y los encantos de su esposa e hijos), Lisa Wilkes, Melixa Carbonell, Scott Moore, Courtney Spanjers, Gillian Zucher, Amy Tan, Lili Latorre, Darrell Hammond, Krista Mettler, Christina Sivrich, Pat Cash, Kristie Moses, Lana Cabrera, Ben Bledsoe, Sanjeev Sirpal, Ryan Moore, Wendy Jo Moyer, Amy Green, Chad Kunerth, Kendra Williams, Tara Clem, Megan Combs, Amber Draus, Michael Ghegan, Dave Ahern, Jean Michel Colin, John y Christine Payne, Walter Caldwell, Scott Pace, Ryan Provencher y Mary Parise. Tengo la inmensa fortuna de contar en mi vida con personas tan extraordinarias como ellos.
Un agradecimiento especial a Jason Lietz, por todo.
Además, tengo la suerte de contar con la mejor familia del mundo, que incluye a mi madre, Carol (la persona que más me ha apoyado en todo el universo); mi hermana, Karen; mi hermano, Dave, y mi padre, Rick. Doy las gracias también a mi cuñado, Barry Cleveland, mi tía Donna Foley, mi madrastra, Janine, mi prima Courtney Harmel, mis abuelos y todos los demás, incluidos Steve, Merri, Derek, Janet, Anne, Fred, Jess y Greg. Os quiero muchísimo a todos.
KRISTIN HARMEL, es un novelista cuyos libros han sido traducidos a numerosos idiomas y se venden en todo el mundo.
Periodista veterana de la revista People y colaboradora de otras revistas (Ladies Home Journal, Womans Day, American Baby, Salud Mens, American Way y Runners World) también aparece regularmente como experta en viajes en un programa televisado a nivel nacional.
Kristin se graduó summa cum laude en Periodismo y Comunicación en la Universidad de Florida. Ha vivido en París, Los Ángeles, Nueva York, Boston y Miami y ahora reside principalmente en Orlando, Florida.
Lista de libros editados en España:
Cómo ligar con una estrella de cine
(2007),
La teoría de las rubias
(2012),
El arte de besar en la boca
(2013) y
La lista de los nombres olvidados
(2013).
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[1]
Como la joven se llama Sunshine, que en inglés quiere decir «sol», Hope, para fastidiarla, la llama Raincloud, que significa «nube de lluvia». [N. de la T.]
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