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Authors: Laura Gallego García

La Maldición del Maestro (13 page)

BOOK: La Maldición del Maestro
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Sí, era él. Dana jamás podría olvidar la mirada de los ojos verdes de Kai. Se sintió exultante de alegría, y alargó la mano para rozar la de su amigo.

Dado que Kai no era un ser corpóreo, aquel contacto nunca era material. Sin embargo, la mayoría de las veces Dana podía sentirlo.

Aquella vez no lo sintió. Supo entonces que Kai no estaba allí, con ella.

Ya sé dónde encontrarte, —dijo la voz de él en su corazón. Pronto estaré a tu lado.

La imagen de Kai desapareció, y Dana volvió a quedarse sola entre la niebla.

No pudo evitar un gemido de dolor y desesperación.

A Jonás le estaba resultando realmente difícil concentrarse. Daba la sensación de que Shi-Mae no le estaba prestando atención.

Los elementales de la tormenta se burlaban de él, y a Jonás le costaba muchísimo trabajo conseguir que esto no fuera demasiado evidente.

—Está bien, basta —dijo la Archimaga, para alivio del chico. —Envíalos de nuevo a su plano.

La superficie del espejo se onduló de nuevo. Salamandra se incorporó de un salto.

—¿Kai? —preguntó, ansiosa.

La inconfundible figura del muchacho atravesó el cristal. Salamandra iba a contarle lo que les había sucedido con la voz del espejo, pero se detuvo al ver la expresión sombría de él.

—Traigo malas noticias —dijo solamente.

—¿Qué? ¿Es que Dana está...?

—No, no está muerta. Pero puede que se trate de algo peor.

—Pero... ¿he... he aprobado?

Shi-Mae lo miró, pensativa.

—¡No hay tiempo para explicaciones! —dijo Conrado, muy nervioso. —¡Tenemos que cerrar el espejo y marcharnos de aquí cuanto antes!

Shi-Mae pronunció las palabras del hechizo de teletransportación y abandonó la Sala de Pruebas, dejando solo a Jonás. Se materializó en la cúspide de la Torre, en la habitación que había sido el estudio del Maestro, y se dirigió hacia el espejo mágico.

La sala estaba desierta, y el espejo seguía en un rincón, cubierto por el paño de terciopelo azul. Shi-Mae no necesitaba acercarse más para saber que la puerta dimensional estaba cerrada.

X. PLANES DE RESCATE

Salamandra se detuvo frente a la puerta de la habitación de Fenris, indecisa, y se volvió hacia su incorpóreo acompañante.

—No va a querer hablar conmigo.

—Seguro que sí —a Kai le brillaron los ojos mientras esbozaba una sonrisa maliciosa,

—en cuanto le digas que me he puesto en contacto contigo.

—¿Él te conoce? —preguntó Salamandra, sorprendida.

—En cierto modo —respondió Kai ambiguamente. —Anda, entra.

Salamandra llamó a la puerta, y esta se abrió. La chica entró tímidamente.

El elfo ya estaba consciente, tal y como le había asegurado Kai momentos antes, pero Salamandra se dio cuenta enseguida de que aún se encontraba débil; seguía en cama y estaba muy pálido, y parecía que le había costado un tremendo esfuerzo mover la cabeza para ver quién acababa de entrar.

—Siento molestarte —se disculpó ella. —Créeme, no lo haría si no fuera importante.

Fenris no dijo nada. Salamandra añadió:

—¿Recuerdas que me dijiste que fuera paciente y aguardara la señal? Bueno, pues esa señal ya ha llegado.

Fenris tampoco habló en esta ocasión, pero la muchacha no se amilanó. Desvió la mirada hacia Kai, que se había acomodado sobre el alféizar de la ventana y los observaba, divertido.

—He hablado con Kai —dijo.

Los ojos almendrados de Fenris la miraron con sorpresa. Kai, desde la ventana, sonreía ampliamente. El elfo habló por primera vez.

—¿Qué estás diciendo? No me tomes el pelo, Salamandra.

Salamandra miró a Kai, pidiendo ayuda. Fenris se volvió siguiendo la dirección de su mirada: la ventana. Pero no vio nada.

—Bueno, dile solo que una vez seguimos a un unicornio a través del bosque y terminamos encerrados en un agujero en ninguna parte —sonrió Kai. —Estoy convencido de que no lo ha olvidado.

Salamandra transmitió a Fenris el mensaje de Kai e inmediatamente la expresión del mago cambió. Trató de incorporarse un poco.

—Salamandra, por los cuatro elementos, dime cómo lo has hecho.

Ella sacó el colgante de debajo de la túnica y se lo mostró. El elfo lo miró fijamente e indicó a Salamandra que se sentara cerca de él.

—¿Conoces la primera regla de una escuela de hechicería, Salamandra?

Ella asintió y dijo:

—Un aprendiz no debe rebelarse jamás contra su Maestro o, de lo contrario, su maldición lo perseguirá para siempre. ¿Es eso lo que hicisteis Dana y tú?

Fenris desvió la mirada hacia la ventana.

—Es algo que el Consejo no perdona, pase lo que pase. Pero el Maestro no nos dejó otra opción —sonrió con amargura. —También él estaba maldito, ¿sabes? Parece que es una situación que se repite bastante en las escuelas de hechicería, a pesar de las reglas y las amenazas.

Salamandra no estaba dispuesta a dejar cabos sueltos.

—¿Qué quieres decir con eso de que no os dejó otra opción?

—Exactamente lo que he querido decir. Es una historia muy larga, Salamandra. Me gustaría que te bastara con saber que el Maestro no era un hombre bueno. Estuvo a punto de matarnos a todos. Nosotros nos enfrentamos a él, y entre todos logramos derrotarlo; pero fue Maritta quien le dio el golpe de gracia, ¿entiendes?

Salamandra negó con la cabeza.

—Es sencillo —explicó el elfo. —Maritta era la cocinera, no una alumna del Maestro, luego su maldición no podía alcanzarla. Pero, muerta ella, la maldición ha pasado a los siguientes, Dana y yo. En el primer aniversario de la muerte de Maritta. Así funcionan las cosas, Salamandra. A estas alturas, lo más probable es que Dana esté muerta. Y después de ella será mi turno: los lobos me lo dijeron la otra noche.

—¡No! —dijo ella. —Kai ha buscado a Dana en el mundo de los muertos y no la ha encontrado. Pero dice que está en un lugar llamado el Laberinto de las Sombras.

—Los espíritus me han contado —intervino Kai —que es la peor prisión que existe sobre la tierra, porque quien entra allí ve cosas tan terribles que lo vuelven loco. Se pasa las horas y los días huyendo de esas visiones... hasta que pierde la razón. Dicen que si pasas demasiado tiempo allí dentro, tú también te conviertes en una sombra, por toda la eternidad, vagando por los límites de ambos mundos, sin estar vivo ni muerto. A eso se refería el Maestro cuando dijo que había reservado para Dana «un destino peor que la muerte».

Con un estremecimiento, Salamandra contó a Fenris todo lo que le había dicho Kai.

—El Laberinto de las Sombras —murmuró el elfo, pensativo. —Sí, he oído hablar de ese lugar. Si existe, es obvio que no está en este mundo, ni tampoco en el Otro Lado. Por eso yo no he podido encontrar a Dana. Bien mirado, es el único sitio donde ella podría estar.

—Los espíritus dijeron a Kai que el Laberinto tiene su propia puerta. ¿Cómo podemos abrirla? —preguntó Salamandra, en un susurro.

Fenris la miró fijamente.

—Tú no vas a ir, Salamandra. Es demasiado peligroso. Hablaré con Shi-Mae y veremos qué podemos hacer.

—¡No! —exclamó Kai. —¿No te das cuenta de que no puedes confiar en ella?

Salamandra le dijo a Fenris lo que acababa de decir Kai, pero el mago la interrumpió con un gesto.

—Yo estoy débil, y vosotros no estáis preparados para ir allí, Salamandra. Lo mejor que podemos hacer por Dana es dejar este asunto en manos del Consejo de Magos.

Salamandra iba a decir algo, pero vio que Kai negaba con la cabeza, y se calló.

Los dos chicos se despidieron de Fenris y salieron de la habitación.

—¡Maldita sea! —gruñó Kai. —No hemos sacado nada en limpio.

—No entiendo su actitud —suspiró Salamandra.

—Yo la comprendo, pero no la comparto. El Laberinto de las Sombras es un lugar terrible, y Fenris cree que tendrá más oportunidades de rescatar a Dana un grupo de Archimagos que un grupo de aprendices.

—Pero el Consejo no va a hacer nada por ella.

—Ya lo sé; pero eso es algo que Fenris no quiere aceptar.

—¿Por qué?

—Supongo que porque, pasase lo que pasase entre él y Shi-Mae, esa elfa es una Archimaga competente. No hay razones para que no quiera ayudar a Dana... aparentemente.

—¿Qué quieres decir con... aparentemente?

—¿Te has preguntado por qué querría Shi-Mae comunicarse con los muertos?

Aquella tarde Salamandra encontró a Jonás cerca del bosque, sentado junto a un arroyo. Lo vio de lejos; estaba de espaldas a ella, y la muchacha apreció perfectamente que aún llevaba puesta la túnica azul. Se le encogió el corazón.

—Jonás —dijo suavemente, acercándose.

—Te he estado buscando —respondió él—. No estabas en tu habitación.

—Lo sé, y lo siento.

No quería preocuparlo con sus problemas. Se sentó junto a él, en silencio.

—¿En qué andas metida, Salamandra?

Pero ella no respondió.

—¿Cómo te ha ido? —se atrevió a preguntar.

Él inclinó la cabeza. Salamandra siguió la dirección de su mirada y vio que el chico sostenía sobre su regazo una prenda de color violeta, doblada cuidadosamente. Abrió la boca, pero no pudo decir nada.

—Lo he conseguido, Salamandra —dijo él.

La muchacha, llena de una súbita alegría, le echó los brazos al cuello con tanto ímpetu que casi rodaron los dos hasta el arroyo.

—¡Oh, tonto! ¿Por qué no me lo has dicho antes? He llegado a pensar que...

—¡Mujer de poca fe! —bromeó él; se puso serio de pronto y se acercó a ella para mirarla a los ojos. —¿Quieres celebrarlo conmigo? —le pidió solemnemente. —Mañana tengo pensado...

—No puedo, Jonás —cortó ella; desvió la mirada, temiendo que su amigo se lo tomase a mal.

Pero él se quedó mirándola fijamente, muy serio. Le cogió la mano y le hizo alzar la cabeza y mirarlo a la cara.

—¿En qué andas metida, Salamandra? —repitió.

Ella vaciló al principio, pero acabó contándoselo todo, con pelos y señales. Jonás escuchó atentamente, y no le cambió la expresión ni siquiera cuando Salamandra le habló de Kai, de su experiencia con el espejo mágico de Shi-Mae y del lugar que llamaban el Laberinto de las Sombras.

—Vamos a ir a buscar a Dana —concluyó ella.

Jonás calló, muy serio. Luego dijo, lentamente:

—Quiero mucho a Dana. Es mi Maestra, me ha enseñado mucho, y no deseo que le pase nada. Pero a ti te quiero más todavía, Salamandra, y me niego a dejar que te pongas en peligro. Encuentro lógico que sea Kai quien vaya a buscarla, pero ¿por qué tú?

Salamandra sintió una oleada de emoción ante la cálida confesión del muchacho.

—Yo... —tartamudeó—. Verás, Kai está vinculado a Dana. Cuando viene a este mundo ha de estar siempre donde está ella, y no puede moverse de allí. Pero Dana se encuentra ahora en un lugar fuera de las leyes espacio-temporales, así que él no ha podido seguirla. Está en este mundo atado a un objeto de ella: su amuleto de la luna y la estrella. Para moverse y poder abandonar la Torre, alguien con cuerpo ha de acompañarlo y llevar el amuleto consigo. Y él confía en mí.

—De todas formas, no vamos a entrar en el Laberinto de las Sombras. Conrado dice que puede abrir la puerta. Pero será Kai quien entre a buscar a Dana.

—¿Y por qué tenéis que marcharos de la Torre?

—Porque, si hacemos el conjuro aquí, Shi-Mae nos sorprenderá antes de que logremos acabarlo. Nos teletransportaremos a otro lugar, más allá del bosque, en las montañas.

Jonás calló un momento, pensativo. Finalmente, gruñó:

—Pues me da igual lo que diga Kai, ¿sabes?

Se levantó de un salto y, con un ágil movimiento, se quitó la túnica azul. Desplegó su nueva túnica violeta y se la puso. Le encajaba a la perfección.

—Me voy contigo —añadió, muy serio. —Y no vas a hacerme cambiar de opinión.

Salamandra sonrió.

Morderek subió de nuevo las escaleras para llegar hasta el estudio de Shi-Mae.

La halló ocupada escribiendo en un libro de hechizos. Aguardó en la puerta, hasta que ella le dio permiso para entrar.

—¿Y bien?

—He estado espiando a Jonás y a Salamandra. Ellos dos y Conrado se marchan esta noche.

Shi-Mae frunció el ceño, mientras Morderek le contaba los pormenores de la conversación entre los dos aprendices.

La Archimaga no dijo nada. Morderek terminó de hablar y calló, esperando una respuesta de ella. Como no llegó, se atrevió a preguntar:

—Señora..., tú sabías que Dana está en el Laberinto de las Sombras, ¿verdad?

Shi-Mae clavó su mirada en él.

—¿Crees que saldrá de allí? —preguntó el chico.

—No —respondió por fin la Archimaga. —No lo creo.

—Bien —asintió Morderek. —Porque, si volviera, quizá tendría que quedarme en la Torre, con ella, y no podría aprender de ti.

Shi-Mae no dijo nada, pero lo observó, pensativa. Los ojos de Morderek, de color verde pálido, sostuvieron su mirada con frialdad.

Nawin tenía la sensación de que Salamandra le había estado dando esquinazo todo el día. La había visto con Conrado, luego con Fenris y después con Jonás, y no se había atrevido a acercarse por si alguno de ellos la descubría. Había intentado hablar con Jonás; se acercó a él para felicitarlo por haber aprobado el examen, pero el muchacho parecía preocupado y ausente. Mala señal, se dijo la princesa.

Sospechaba que Shi-Mae le ocultaba muchas cosas. ¿Por qué hablaba tanto con Morderek?

El instinto volvía a decirle a Nawin que estaban pasando cosas muy raras en la Torre. Después de lo sucedido en su habitación, la princesa no dudaba de la existencia de Kai. ¿Pero quién era Kai? ¿Por qué estaba allí?

Nawin cerró el libro de conjuros que había estado intentando leer durante toda la tarde y decidió que era hora de hacer algo.

Echó un vistazo por la ventana. Anochecía, y los lobos volvían a aullar sobre el valle.

A la hora convenida, Salamandra, Conrado, Jonás y Kai se encontraron en el jardín, temblando de nerviosismo. Momentos después salían del recinto de la Torre y atravesaban la pradera para llegar al bosque. Cuando estuvieron a una distancia prudencial, Jonás osó encender la lámpara que llevaba para iluminarles el camino.

—Ya sabéis que, mientras alguno de los habitantes de la Torre esté maldito, no debéis atravesar el bosque de noche, o los lobos os devorarán —les recordó Kai.

—Teletransportaos hasta las montañas, deprisa.

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