—Bueno, pensé… Jonah me interrumpe.
—Permítame decirle algo. Estas definiciones están formuladas de forma precisa, aunque puedan sonar sencillas. Y así tiene que ser. Un parámetro mal definido es peor que uno inútil. Por tanto, le sugiero que los examine cuidadosamente como conjunto. Y recuerde que si quiere cambiar alguno, tendrá que hacerlo junto con, por lo menos, otro de los restantes.
—Bien —concedo cautelosamente.
—El siguiente parámetro es el inventario. Inventario es todo el dinero que el sistema ha invertido en adquirir cosas que luego pretende vender.
Lo apunto, pero me hace meditar, porque es una definición que se aleja bastante de la tradicional definición de inventarios.
—¿Y el último parámetro? —pregunto.
—Gastos de operación. Los gastos de operación son todo el dinero que gasta el sistema para convertir el inventario en ingresos
netos.
—Bien… pero… ¿qué pasa con la mano de obra? Usted parece entender que el trabajo forma parte de los gastos de operación.
—Juzgue de acuerdo a las definiciones que le acabo de dar.
—Pero el valor añadido ha de formar parte del inventario, ¿no?
—Puede, pero no tiene por qué ser así.
—¿Por qué?
—Muy sencillo. Yo me decidí por esa definición porque creo que es mejor no tomar en cuenta el
valor añadido
. Con ello, elimino la duda de si un dólar gastado es una inversión o un gasto. Por eso, definí inventario
y
gastos de operación tal y como le he dicho.
—¡Ah!, bien. Y ahora, ¿cómo relaciono estos parámetros con mi fábrica?
—Estos parámetros pueden aplicarse a todo lo que ocurre en su fábrica.
—¿Todo? —pregunto incrédulo—. Bueno…, pero volviendo a la primera pregunta, ¿cómo puedo utilizar estos parámetros para evaluar la productividad?
—Obviamente, tiene que expresar la meta de acuerdo a estos parámetros. Espere un momento, Alex.
Oigo cómo le dice a alguien: «Estaré ahí en un minuto».
—Entonces, ¿cómo he de expresar la meta? —le pregunto, ansioso por continuar la conversación.
—Alex, tengo prisa. Sé que es suficientemente inteligente como para pensarlo por su cuenta. Todo lo que tiene que hacer es meditarlo. Recuerde que siempre que hablamos, lo hacemos de la compañía, como un todo, no de una sola fábrica, ni tampoco de un departamento dentro de esa fábrica. No nos preocupan los óptimos locales.
—¿Óptimos locales? —repito. Jonah suspira.
—Ya se lo explicaré en otro momento, ahora no puedo.
—Pero no es suficiente, Jonah. Aunque pueda definir la meta de acuerdo a esos parámetros, ¿qué hago para extraer de ahí las normas operativas con que dirigir mi fábrica?
—Déme un teléfono donde localizarle. Le doy el de mi oficina.
—Bueno, Alex, ahora sí que tengo que dejarle.
—Está bien, gracias por… Oigo el clic al otro lado.
—…hablar conmigo.
Durante un tiempo miro las tres definiciones, sentado sobre los peldaños de la escalera. Hay un momento en que cierro los ojos y cuando los abro veo destellos de sol en la alfombra del salón. Subo hasta mi antiguo cuarto y me echo sobre la cama que usaba de pequeño. Duermo unas cuantas horas y cuando me despierto tengo la espalda y las piernas doloridas por los bultos del colchón. Estoy molido.
Cuando me despierto son las once. Asustado por la hora, me levanto de un salto y voy derecho al teléfono para llamar a Fran y darle, al menos, señales de vida.
—Oficina del señor Rogo…
—Fran, soy yo.
—Hombre…, ¡ya era hora! Estábamos a punto de preguntar en los hospitales… ¿Va a venir?
—Sí, cómo no; es que me surgió un imprevisto. Tuve que venir a casa de mi madre…, una emergencia, digamos.
—¡Ahí ¿Algo grave?… Espero que se le haya solucionado.
—Esto…, sí, sí. Ya está en vías de solución. Dígame, ¿hay alguna novedad?
—Pues… voy a ver… —(Supongo que está repasando el bloc de notas)…— Sí… Dos de las máquinas de ensayo de control de calidad se han estropeado y Donovan pregunta si se puede enviar la mercancía sin el control.
—Dígale que en absoluto.
—De acuerdo. Alguien de ventas ha llamado preguntando por un envío atrasado.
Cierro los ojos como buscando dentro de mí la resignación que necesito.
—Hubo una pelea a puñetazos en el turno de noche… Lou necesita consultarle algunos de los datos que pidió Bill Peach…, un periodista llamó para preguntar cuándo se iba a cerrar la fábrica; le dije que debía hablar con usted…; y una señora de las oficinas centrales de márketing y comunicaciones dijo que deseaba rodar aquí un vídeo sobre productividad y robots con el señor Granby.
—¿Con Granby?
—Eso fue lo que dijo.
—Tiene su nombre y su número de teléfono?
Me los da.
—Muy bien, gracias. Voy para allá.
Llamo inmediatamente a la señora de las oficinas centrales. No termino de creerme que el presidente de la compañía vaya a venir a la fábrica. Tiene que haber algún error. Quiero decir que el día que Granby pise la fábrica, puede que ya la hayamos cerrado.
Al otro lado del teléfono, mi interlocutora me lo confirma; dice que les gustaría hacer unas tomas en la fábrica a mediados del mes próximo. En ellas, el señor Granby debe figurar delante de uno de los robots.
—¿Y cómo es que eligieron Bearington?
—El director vio una de las máquinas un día y le gustó el color. Cree que el señor Granby quedaría muy bien delante de una.
—¡Ah!, claro, claro. Y… ¿ya ha hablado con el señor Peach del asunto?
—No, no pensé que fuese necesario. ¿Por qué? ¿Hay algún problema?
—Bueno, quizá fuera mejor que pusiera al corriente a Peach, por si tuviera alguna sugerencia que hacer. En todo caso, se lo dejo a su criterio. De todas formas, hágame saber la fecha exacta en que va a venir, para decírselo al sindicato y adecentar un poco el lugar.
—Muy bien. Ya le llamaré.
Cuelgo y me quedo murmurando, sentado en los escalones… Así que les gusta el color.
—¿Qué hablabas por teléfono? —me pregunta mi madre. Nos hemos sentado a la mesa. Antes de marcharme, me obliga a comer algo.
Le cuento lo de la visita de Granby.
—Parece una recompensa del propio presidente…, ¿cómo dices que se llama?
—Granby.
—Fíjate, va a ir desde tan lejos a tu fábrica, para verte. Tiene que ser un honor.
—Sí, quizá. Aunque a lo que realmente viene es a hacerse una foto con uno de mis robots.
Sus ojos parpadean.
—¿Robots? ¿Como los del universo?
—No, no son espaciales. Son los que se utilizan en las industrias.
—¡Ah! —sus ojos vuelven a parpadear—. Y… ¿tienen cara?
—No, aún no. Tienen brazos, con los que hacen cosas como soldar, apilar, pintar y eso. Están conectados a un ordenador y puedes programarlos para que hagan diferentes trabajos.
Mamá asiente, intentando imaginarse cómo son esos robots.
—¿Por qué ese Granby quiere hacerse una foto con un montón de robots, si ni siquiera tienen cara?
—Supongo que porque son el último grito y porque quiere convencer a los de la corporación para que los utilicemos más, para que…
Dejo la frase en el aire y por un momento imagino que Jonah está delante de mí, fumando un puro.
—«¿Para qué… qué?» (Es una imaginativa voz de Jonah lo que oigo.)
«Para que así podamos aumentar nuestra productividad», concluyo, abanicando el aire con la mano.
«¿Y ha aumentado realmente la productividad en su fábrica?» «Por supuesto. Tuvimos un aumento del 36 por 100.» Y Jonah sigue fumando.
—¿Ocurre algo, hijo?
—Nada, mamá; estaba recordando un trozo de una conversación.
—¿Y qué era? ¿Algo malo?
—No. Una antigua conversación que tuve con ese señor al que llamé anoche. —Mi madre apoya su mano sobre mi hombro.
—Alex, ¿qué es lo que anda mal? Vamos, cuéntamelo. Sabes que puedes hacerlo. Yo sé que algo anda mal. Apareces de pronto delante de la puerta, te pasas media noche llamando por teléfono a medio mundo… ¿Qué es exactamente lo que ocurre?
—Verás, mamá. La fábrica no va tan bien y…, bueno, estamos perdiendo dinero.
Mi madre frunce el ceño.
—¿Que pierde dinero tu gran fábrica? Pero si me acabas de contar que ese importante señor va a visitaros y lo de los robots y todo eso… ¿Cómo es posible que no ganéis dinero?
—Pues eso es precisamente lo que sucede.
—¿Es que no funcionan esos chismes, esos robots? A lo mejor los podéis devolver a la tienda.
—Mamá…, anda, olvídate.
Se encoge de hombros.
—Hijo, yo sólo quiero ayudarte. Extiendo mi mano y cojo la suya.
—Sí, ya lo sé. Gracias, mamá. Muchas gracias por todo. Tengo que irme. Tengo un montón de cosas que hacer. Ya es muy tarde.
Me levanto y voy por el portafolios. Mi madre me sigue. ¿Has comido bastante? ¿Quieres que te prepare un bocadillo para luego? Por fin me coge de la manga y me sujeta.
—Atiéndeme, Al. Puede que tengas problemas. Sé que los tienes… pero corriendo de un lado para otro, quedándote despierto hasta tan tarde, vas a ponerte malo. No es bueno que lo hagas. Tienes que dejar de preocuparte. Eso no te va a ayudar. Mira lo que le pasó a tu padre; las preocupaciones le mataron.
—No, mamá, le mató un autobús.
—Sí, claro, pero si no hubiera andado tan preocupado, quizá habría mirado antes de cruzar la calle.
Suspiro.
—Bueno, mamá, puede que tengas algo de razón, pero esto es mucho más complicado de lo que piensas.
—Te hablo en serio, hijo, no consientas en tener preocupaciones. Y si ese Granby te da problemas, dímelo. Le llamaré y le diré yo misma lo trabajador que eres. ¿Quién puede saberlo mejor que una madre? Déjame a mí que arregle el asunto, ya verás como lo arreglo.
Sonrío. Paso mis brazos alrededor de sus hombros.
—Estoy convencido de que lo harías.
—Ya sabes que sí, hijo.
Le pido a mamá que llame tan pronto como llegue el recibo del teléfono, para venir a pagarlo. Le doy un abrazo y un beso de despedida y salgo a la luz del día. Ya en el coche, pienso en dirigirme directamente a la oficina; una mirada a las arrugas del traje y a la barba me aconseja pasar primero por casa a asearme.
Por el camino sigo oyendo las palabras de Jonah: «¿Así que su compañía ha hecho un treinta y seis por ciento más de dinero, simplemente instalando algunos robots? ¡Increíble!» Recuerdo que era yo el que sonreía, el que pensaba que Jonah no entendía los entresijos de mi negocio. Ahora me siento como un idiota.
Efectivamente, la meta es ganar dinero. Eso está claro. Sí, Jonah tenía razón; la productividad no aumenta el 36 por 100 tan solo por instalar unos robots. Bueno, es que probablemente ni siquiera ha aumentado. ¿Hemos ganado algún dinero más gracias a los robots? Y lo cierto es que no lo sé. Lo que me sorprende es cómo pudo adivinarlo Jonah. Para eso me hizo aquellas preguntas. Recuerdo que una de ellas era si habíamos conseguido vender más por el hecho de tener robots. Y otra, si habíamos reducido la plantilla. Luego quiso saber si nuestros inventarios habían disminuido. Tres preguntas clave.
El coche de Julie no
está
cuando llego a casa. Quizá haya salido a algún sitio. Probablemente estará furiosa conmigo. De todas maneras, no tengo tiempo para explicaciones.
Ya dentro de casa, abro la cartera para anotar esas preguntas y veo la lista de los parámetros que Jonah me proporcionó anoche. Me fijo en las definiciones de esos parámetros y resulta obvio: las preguntas encajan con los parámetros.
Claro, Jonah echó mano de los parámetros, transcribiéndolos a simples preguntas para ver si sus suposiciones sobre los robots eran correctas. ¿Logramos vender más?, es decir, ¿aumentaron nuestros ingresos? ¿Despedimos a alguien?, o sea, ¿disminuyeron nuestros gastos de operación? Y la última, exactamente como la dijo, ¿disminuyeron nuestros inventarios?
Con estas observaciones, no tardo mucho en ver la manera de expresar la meta de acuerdo con los parámetros de Jonah. Aún estoy algo confundido por la forma en que formuló las definiciones. Aparte de eso, es evidente que cualquier compañía querría ver crecer sus ingresos y disminuir sus otros dos parámetros, los inventarios y los gastos de operación. Si ocurriese todo ello simultáneamente, mejor que mejor, claro.
Entonces… ¿Es esa la forma de expresar la meta, crecimiento de los ingresos y reducción simultánea de los inventarios y los gastos de operación?
Si los robots hubieran aumentado los ingresos y reducido los otros dos parámetros, hubieran hecho ganar dinero al sistema. ¿Es eso lo que ha ocurrido desde que empezaron a funcionar? Desconozco el efecto que han tenido los nuevos chismes, como los llama mi madre, sobre los ingresos. Lo cierto es que los inventarios no han descendido, sino que han aumentado, aunque no sé si por culpa de los robots. Por otra parte, los robots, que son un equipo nuevo, han aumentado los gastos de amortización, pero no se ha despedido a nadie a causa de ellos. Es decir, los gastos de operación han aumentado.
Bueno, pero nuestros rendimientos han aumentado con los robots. A lo mejor esa es nuestra salvación; cuando los rendimientos suben, el costo por unidad desciende… Pero ¿descienden realmente los costos? ¿Cómo pueden disminuir los costos por unidad, si resulta que aumentan los gastos de operación?
Llego a la fábrica sin haber dado con ninguna respuesta satisfactoria. Es ya la una. Lo primero que hago es pararme en la oficina de Lou.
—¿Tienes un minuto? —le digo.
—Que si tengo… Ando toda la mañana como un loco intentando hablar contigo.
Hace ademán de coger un montón de papeles que hay en su mesa. Sé que se trata del informe que tiene que enviar a la división.
—No, no quiero hablar ahora de esto contigo. Tengo algo más importante que resolver.
Alza las cejas, incrédulo.
—Infinitamente más —afirmo resueltamente.
Mueve la cabeza, mientras se echa atrás en su sillón giratorio y me invita a tomar asiento.
—A ver, ¿qué puedo hacer por ti?
—Cuando empezaron a funcionar los robots de ahí fuera y superamos los primeros fallos… ¿qué ocurrió con nuestras ventas?
Vuelve a mover las cejas. Ahora se reclina hacia delante y me mira por encima de sus gafas.
—¿Qué quieres decir?