La nave fantasma

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Authors: Diane Carey

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La nave fantasma
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Epoca actual: un portaaviones soviético desparece enigmáticamente en el mar Negro. Siglos más tarde, a bordo de la nueva
Enterprise
, la consejera Deanna Troi recibe ondas telepáticas de origen desconocido; al tiempo, una serie de extraños fenómenos alteran la vida cotidiana de la tripulación. Se descubre que la causa es una poderosa e inquietante entidad que vaga por el universo y se alimenta de energía; y quizás también de almas. ¿De dónde procede y qué es ese extraño depredador?. Y sobre todo: ¿qué posibilidades tiene la Enterprise en su enfrentamiento con él?

Diane Carey

La nave fantasma

Star Trek. La nueva generación - 1

ePUB v.1.0

Huygens
3.05.12

1

La
Sergei G. Gorshkov
se movía por el agua como si el mar hubiese sido creado sólo para que lo navegaran barcos semejantes. Tal como todos los marineros sabían muy en el fondo de su alma, no había existido el océano antes de que hubiera barcos, y el océano se había hecho tan grande sólo porque los barcos de semejante volumen salieron en busca de sus más lejanas costas para dejarlas siempre atrás, para conquistar su largo y ancho con espíritu intrépido. Los barcos, siempre más grandes, poderosos y majestuosos, eran la divisa del empuje de la humanidad.

Al menos… así lo creen los marineros.

Para los panaderos, es el pan que se cuece en sus hornos aquello a lo que la humanidad debería dedicar su atención.

Puntos de vista.

Arkady Reykov se desabotonó el abrigo azul oscuro de la armada soviética y lo dejó caer de sus hombros. Su insignificante oficial estaba allí para cogerlo en el aire y colgarlo. Reykov no agradeció el servicio, sino que se limitó a entrar a zancadas en el puente, sin abrigo, con su autoridad intacta. Ese día, los ojos del
Politburó
estaban sobre él y este barco.

Su segundo fue a su encuentro de inmediato, con una tenaz formalidad que a Reykov le resultaba un poco fastidiosa, pero que de alguna manera siempre agradecía. Los dos hombres se hicieron un gesto de asentimiento con la cabeza, y luego se volvieron en el mismo momento y ángulo para mirar hacia la imponente cubierta de aterrizaje del segundo portaaviones de cubierta corrida de la Unión Soviética. Las instalaciones del astillero de Nikolayev quedaban muy lejos a sus espaldas. Ante ellos tenían la extensión abierta del mar Negro. Alrededor, en un radio de varias millas, el grupo de apoyo del portaaviones surcaba el mar, apenas al alcance de la vista. Este grupo lo integraban cuatro cruceros pesados y seis destructores. Los petroleros se unirían al grupo al día siguiente.

Reykov era un hombre corpulento, de hombros erguidos e inclinado a la seriedad, el tipo de soviético que aparece en las comedias cuando la historia requiere un estereotipo, salvo que él no tenía el obligatorio bigote. El segundo al mando, Timofei Vasska, era más delgado, más rubio y más joven, pero ambos eran apuestos… lo cual, a decir verdad, no resultaba muy práctico en su particular vocación, aunque al menos hacía que fuera más fácil levantarse por las mañanas.

Uno quería tener buen aspecto cuando pilotaba un barco como aquél, esa montaña nuclear que flotaba en el mar. Había llevado mucho tiempo reunir la pericia necesaria para construir un portaaviones. Nadie podía convertirse en ingeniero naval de la noche a la mañana; e incluso en el caso de que pudiera, ¿de dónde iba a sacar el apoyo económico necesario para sustentar sus conocimientos? Hacen falta vastas cantidades de tecnología, ideas, máquinas, mediciones, pesajes, conocimiento, producción y rectificaciones en el diseño para fabricar incluso un bolígrafo. Y un portaaviones es un poco más caro.

Reykov estaba orgulloso de su
Gorshkov
clase «Lenin». Era grande, y a los soviéticos les gustaban las cosas grandes. Y llevaba un arma que era la primera y única de su tipo: su orgullo y satisfacción. Algo que ni siquiera los amerikaniskis tenían.

Reykov hinchó el pecho con una profunda inhalación. Era su barco. Bueno, podía permitirse imaginar que era suyo.

Sentía el pulso de los cinco mil hombres que componían su tripulación; un pulso que latía con regularidad metronómica debajo de sus pies, mientras se hallaba en el puente de la torre de mando del portaaviones.

—Nos acercamos al área de maniobra, camarada capitán —anunció Vasska marcando las palabras más de lo que esa información requería.

Reykov acusó recibo lanzándole una rápida mirada.

—Envíe señales al oficial de vuelo para que comience el lanzamiento de los MiG destinados al ejercicio de seguimiento.

Se estremeció ligeramente de emoción al dar esa orden, porque era la primera vez que los MiG iban a ser lanzados desde un portaaviones durante una demostración para dignatarios. Hasta el momento, sólo ojos militares habían presenciado aquello. La Unión Soviética había aprendido por fin a trabajar el titanio en lugar del acero, y ahora existía una nueva clase de MiG lo bastante ligeros como para utilizarlos en los portaaviones. Durante años, la madre patria había vendido el titanio a Estados Unidos, mientras que los aviones soviéticos continuaban siendo construidos con acero. Demasiado pesados, excesivo combustible. Con gran placer, Arkady Reykov observó como despegaban los MiG al final de la cubierta y subían hacia el cielo, uno tras otro, siete en total.

—Haga que los cazabombarderos se alejen cincuenta millas y regresen en varios vuelos de ataque imprevistos. Prepárese para la demostración de seguimiento por láser y radar para hacerles ver que podemos derribar a cada uno de los cazas a medida que vayan apareciendo. Y aconseje al comisario político que saque de la cama a los dignatarios. Será mejor que hoy estén rojos en vez de verde pálido, para variar.

Vasska se esforzó por mantenerse impávido mientras dictaba esas órdenes a los puestos apropiados pero, a pesar de sí mismo, las mejillas se le pusieron rosáceas y sus hombros temblaron unos segundos.

—Realmente el mareo los ha puesto verdes, ¿verdad, camarada capitán? —murmuró hacia Reykov, manteniendo la voz baja y los ojos sobre los otros oficiales del puente.

El capitán sonrió.

—Y dígales que se aseguren de vestirse antes de salir a cubierta. Esos satélites estadounidenses pueden contarle a uno los pelos de las piernas.

—¿No ha oído el último informe de inteligencia? —comentó Vasska—. Los burócratas no tienen pelos en las piernas.

Reykov se inclinó hacia él de una forma tan natural que se había hecho casi imperceptible tras los años que llevaban juntos.

—Tendrían que meter a esos burócratas en el gulag. Entonces tal vez las cosas se harían conforme es debido.

Vasska le sonrió con afectación, mirándole amablemente.

—Usted solía ser uno de ellos.

—Sí —replicó el capitán—, y deberían haberme amordazado. Tal vez a estas alturas usted sería capitán y yo estaría en el
Politburó
.

—Yo no quiero ser capitán. Cuando comienzan los disparos, me gusta tener alguien tras quien esconderme.

Una de las comisuras de la boca de Reykov se alzó.

—No se preocupe. Mi deseo secreto es el de no sentarme nunca en el
Politburó
. ¿Están operacionales los objetivos sonoros para la prueba? ¿Los han comprobado?

—Esta mañana lanzamos dos y uno se descompuso. Esperemos que las probabilidades sean mejores para la demostración.

—En los viejos tiempos —comentó Reykov con su sequedad habitual—, no habría habido dispositivos de autodestrucción en los blancos. Están sólo por si erramos.

Ambos hombres rieron disimuladamente.

—Los misiles
Teardrop
han sido comprobados y vueltos a comprobar. Esta tanda probablemente funcionará como debe; eso espero. Todas estas pruebas de tiro y nada contra lo que disparar… —dijo Vasska mientras contemplaba el mar que se estrellaba contra la gigantesca proa del
Gorshkov
.

—Mmmmm —asintió Reykov con los labios apretados— .¿Sabe una cosa, Timofei? Llevo casi treinta años de servicio, y no me han disparado siquiera una vez.

Vasska se irguió con su rostro de niño tenso a causa de una sonrisa contenida.

—¿Cómo sabe entonces que no se quebrantará bajo un ataque?

—Usted conoce a mi esposa.

Vasska unió las manos a la espalda y volvió a bajar la voz.

—¿Cómo van las cosas con Borka?

—He hablado con él… lo pillé a solas.

—¿Consiguió algo?

—Ni el razonamiento… ni las amenazas… ni las recompensas…, nada funciona. Me temo que está llegando el momento de actuar con severidad.

Vasska sonrió, compasivo.

—Muéstrese firme, Kady. Ojalá yo pudiera estar allí. Esto es lo que se consigue con la permisividad excesiva: la rebelión. Pero el tiempo se encargará de ello. Borka acabará por tomar una decisión, llegado el momento, y entonces probablemente podrá usted decir que su nieto ya no lleva pañales.

Mientras decía esto, Vasska fijó la mirada en los espesos cabellos oscuros de su capitán con aquel matiz de plata justo sobre la ceja izquierda, y le resultó difícil imaginarse a Arkady Reykov como abuelo. El rostro del capitán casi no tenía arrugas, y sus ojos eran en todo tan claros y vivos como Vasska los había visto por primera vez ocho —¿o eran nueve?— años antes, cuando Vasska era aún un piloto y Reykov el oficial de vuelo del pequeño portaaviones
Moscú
. No habían sido malos esos ocho años, al menos no después de los dos primeros, cuando finalmente creyeron poder hablar francamente el uno con el otro. Ése es un día que en muchas relaciones humanas nunca llega.

—Asegúrese de que no hay otros aviones en el área, camarada Vasska. Lancemos el avión que hará de blanco y pongámonos manos a la obra con esta demostración antes de que nos entre hambre y no podamos hacer nuestro trabajo.

—¿Debemos esperar hasta que el comisario político notifique que todos los dignatarios están mirando?

Una sonrisa finísima apareció en el rostro del capitán al medir y saborear cada alternativa varias veces antes de que finalmente se decidiera por hacer valer su mando. Se inclinó hacia Vasska para decirle una de sus frases confidenciales.

—No lo haremos.

Las mejillas de Vasska se tensaron al imaginar a los dignatarios golpeando contra el techo de sus camarotes cuando comenzara el ejercicio. Estiró la espalda, y por fin anunció al oficial de guardia:

—Señal de maniobras de seguimiento, camarada Myakishev.

La actuación con los cazas tripulados resultó brillante, sobre todo porque estaba todo «sobre el papel». No se disparó hasta que los objetivos del ejercicio fueron lanzados para abrirse en un amplio círculo sobre el mar Negro y regresar con el fin de atacar al
Gorshkov
, según se había dispuesto y revisado con todo cuidado. Los falsos misiles fueron bombardeados con una lluvia de proyectiles de uranio agotado cuyo peso por sí solo habría bastado para hacer explosionar un misil atacante si volaba a la suficiente distancia. Tenían dignatarios a bordo, y nada había sido dejado al azar. Se realizaron algunos tiros errados, otros desviados y unos pocos no llegaron a producirse, pero si bien no era una acción perfecta, sí podía ser interpretada como tal, siempre que se empleara el lenguaje adecuado. Reykov estaba seguro de que las palabras serían escogidas con el mismo cuidado con que una madre corta las uñas de los pies a su bebé.

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