La pesadilla del lobo

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Authors: Andrea Cremer

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: La pesadilla del lobo
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Tras haber sido apresada junto con Shay, Cala Tor despierta en la guarida de los Buscadores, sus más mortales enemigos, segura de que sus días están contados. Pero entonces los Buscadores le hacen una oferta que le da la oportunidad de destruir a sus antiguos amos, los Guardas, y salvar a la manada –y también al chico– que ha dejado atrás. La aparición de su hermano con noticias de lo que le ha ocurrido al resto de su familia no hace sino precipitar la decisión de Cala; por ellos está dispuesta a todo. Ahora, con su destino bajo control, deberá elegir bien sus batallas y librarlas con decisión. Y lo arriesgará todo por su familia y por Ren, para tal vez descubrir que él quizá no se merezca tantos sacrificios. ¿Cuántas pruebas puede superar el amor y aun así sobrevivir?

Andrea Cremer

La pesadilla del lobo

Guerra de brujas - 02

ePUB v1.0

Siwan
08.08.12

Título original:
Wolfsbane

Andrea Cremer, junio de 2011.

Traducción: Irene Saslavsky

Editor original: Siwan (v1.0)

ePub base v2.0

Para Will, para siempre

En la guerra, la fuerza y el engaño

son dos virtudes cardinales.

Thomas Hobbes,
Leviatán

Primera parte

PURGATORIO

Estaba exhausto; como ambos dudábamos del camino a emprender, nos detuvimos en una meseta más solitaria que los senderos del desierto.

DANTE,
Purgatorio

1

No dejaba de oír los alaridos. Todo a mí alrededor era oscuro. Un peso insoportable me oprimía el pecho y casi no podía respirar, me ahogaba en mi propia sangre. Me incorporé, jadeando y parpadeando en el medio de la penumbra.

Los alaridos habían cesado, en la habitación reinaba el silencio. Tragué saliva, tratando de humedecerme la boca seca. Tardé un momento en comprender que era yo quien había soltado los alaridos y cada uno me lastimaba la garganta. Me llevé las manos al pecho y rocé la camisa con los dedos. Las flechas de la ballesta no habían desgarrado ni agujereado la tela. No veía muy bien en medio de la penumbra, pero me di cuenta de que la camisa no era la mía, o más bien, que no era el jersey que me había prestado Shay, el que yo me había puesto la noche que todo cambió.

Las imágenes se arremolinaron en mi cabeza; una capa espesa de nieve, un bosque oscuro, el golpe de los tambores, los aullidos que me convocaban a la unión.

La unión. Se me heló la sangre cuando comprendí que había huido de mi propio destino, de Ren.

Al pensar en el alfa Bane sentí una opresión en el pecho, pero cuando me cubrí el rostro con las manos otra imagen reemplazó la del alfa: un chico de rodillas, maniatado, con los ojos vendados, a solas en el bosque.

Shay.

Oía su voz, percibía el roce de sus manos en mis mejillas a medida que perdía y recuperaba la consciencia. ¿Qué había sucedido? Me habían dejado a solas en la oscuridad durante mucho tiempo… Y seguía a solas, pero ¿dónde estaba?

Mis ojos se adaptaron a la luz tenue de la habitación. Los rayos del sol oscurecido por las nubes penetraban a través de las altas ventanas emplomadas que ocupaban toda la pared opuesta, iluminando las sombras con un resplandor rosado. Busqué una salida: a la derecha de la cama, a unos tres o cuatro metros de distancia, había una alta puerta de roble. Logré respirar con normalidad, pero el corazón aún me latía aprisa. Deslicé las piernas hasta el suelo y comprobé que me sostenían, los músculos recuperaron la tensión, estaba dispuesta a enfrentarme a lo que sea.

Sería capaz de luchar y, si fuera necesario, de matar.

Oí pasos que se aproximaban, el pomo giró y, cuando la puerta se abrió, vi a un hombre al que sólo había visto en una única oportunidad: espesos cabellos oscuros color café, un rostro anguloso ligeramente arrugado y una barba gris de varios días, descuidada pero sin embargo atractiva.

Había visto su rostro unos segundos antes de que me dejara inconsciente golpeándome con la empuñadura de su espalda. Le mostré los caninos y un gruñido me agitó el pecho.

Antes de que él pudiera pronunciar palabra me convertí en lobo, me agazapé y solté otro gruñido, mostrándole los dientes. Tenía dos opciones: destrozarlo o escapar. Calculé que sólo disponía de un par de segundos para tomar una decisión.

El hombre se llevó la mano a la cintura, apartó el largo abrigo de cuero y apoyó la mano en la empuñadura de una espada larga y corva.

«Vale, lucharemos.»

Me agazapé, dispuesta a clavarle los dientes en la garganta.

—Aguarda. —Apartó la mano de la empuñadura y alzó las palmas procurando tranquilizarme.

Permanecí inmóvil; el gesto me desconcertó y su presunción me irritó: a mí no me tranquilizaban así, sin más. Cerré las mandíbulas y eché un vistazo al pasillo que se extendía a sus espaldas.

—No lo hagas —dijo, y se situó delante de la puerta.

Mi respuesta fue otro gruñido.

«No querrás descubrir de lo que soy capaz cuando me acorralan.»

—Comprendo tu intención —prosiguió, cruzando los brazos en el pecho; la espada seguía enfundada—. Puede que logres esquivarme, pero después te enfrentarás a un grupo de guardias apostados en el extremo del pasillo, y si logras abrirte paso, supongo que lo lograrás, dado que eres un alfa, te toparás con un grupo mayor en cada una de las salidas.

«“Dado que eres un alfa…” ¿Cómo sabe quién soy?»

Retrocedí sin dejar de gruñir y eché un vistazo a las altas ventanas. Podría lanzarme a través de ellas. Sufriría heridas, pero a condición de que la distancia hasta el suelo no fuera excesiva, sobreviviría.

—No es una opción —dijo él, ojeando las ventanas.

«¿Quién es este tío? ¿Un telépata?»

—Supone una caída de quince metros y aterrizarías en el mármol —dijo, avanzando un paso. Volví a retroceder—. Y ninguno de nosotros quiere hacerte daño.

Dejé de gruñir.

—Si vuelves a convertirte en humana podremos hablar —dijo, bajando la voz y hablando lentamente.

Frustrada, hice rechinar los dientes y retrocedí un poco más. Ambos sabíamos que me sentía cada vez más insegura.

—Si intentas escapar, nos veremos obligados a matarte —dijo con tanta tranquilidad que tardé unos segundos en asimilar sus palabras. Solté un ladrido que se convirtió en una carcajada sombría y me convertí en humana.

—Creí que nadie quería hacerme daño.

—Es verdad, Cala —dijo, sonriendo a medias—. Me llamo Monroe.

Monroe dio un paso adelante.

—No te muevas —dije, mostrando los caninos.

Él permaneció donde estaba.

—Aún no habéis intentado matarme —dije, mirando en torno en busca de algo que me proporcionara una ventaja—, pero eso no significa que pueda confiar en ti. Si el acero que cuelga de tu cintura se mueve un centímetro, perderás un brazo.

Él hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

Las preguntas me golpeaban el cerebro y me hacían doler la cabeza. Una vez más, respirar resultaba difícil: no debía entrar en pánico, no debía flaquear. Surgieron recursos escalofriantes y me estremecí al recordar las sombras de los espectros deslizándose a mí alrededor y los alaridos de los súcubos. Se me heló la sangre.

«¡Monroe! ¡El chico está aquí!»

—¿Dónde está Shay?

Casi no pude pronunciar su nombre y mientras esperaba la respuesta de Monroe el terror me atenazaba la garganta.

Recordé fragmentos del pasado, imágenes borrosas que no lograba distinguir con claridad. Me esforcé por recordar, por comprender qué había ocurrido, cómo había llegado hasta allí. Recordé carreras a lo largo de estrechos pasillos, darme cuenta de que nos habían acorralado y alcanzar la biblioteca de la finca Rowan. Y a Bosque Mar, el tío de Shay, erosionando mi indignación al sembrar dudas acerca de lo que nos estaba ocurriendo.

«Las manos de Shay aferraban las mías.

»—Dime quién eres.

»—Soy tu tío —contestó Bosque en tono calmo y se acercó a nosotros—. De tu propia sangre.

»—¿Quiénes son los Guardas? —preguntó Shay.

»—Otros como yo, que sólo quieren protegerte, ayudarte —respondió Bosques—. Tú no eres como los demás niños, Shay. Tienes aptitudes sin aprovechar que ni siquiera te imaginas. Puedo mostrarte quién eres de verdad. Enseñarte cómo utilizar tus poderes.

»—Si estás tan interesado en ayudar a Shay, ¿por qué él era el sacrificio en mi unión? —dije y me coloqué delante de Shay para protegerlo.

»—Ese fue otro trágico malentendido —dijo Bosques sacudiendo la cabeza—. Una comprobación de tu lealtad a nuestra noble causa, Cala. Creí que te habíamos proporcionado la mejor formación posible, pero a lo mejor no conoces la prueba a la que fue sometido Abraham con su hijo Isaac. ¿Acaso el sacrificio de un ser amado no supone el máximo indicador de tu fidelidad? ¿Realmente crees que queríamos que dieras muerte a Shay? Te pedimos que lo protegieras.

»—Mientes —repuse, temblando.

»—¿Qué miento? —Bosque sonrió y casi parecía bondadoso—. Después de todo lo que has pasado, ¿no confías en tus amos? Nunca habríamos permitido que le hicieras daño: en el último momento, te hubiésemos proporcionado otra presa. Comprendo que quizá semejante prueba parezca demasiado horrenda para ser justa, sé que era pediros demasiados a ti y a Renier. A lo mejor eres demasiado joven para enfrentarte a tal demostración.»

Apreté los puños para que Monroe no se percatara del temblor de mis manos. Oía los alaridos de los súcubos y los íncubos, el siseo de las quimeras y los pasos arrastrados de todas esas horrorosas criaturas momificadas que surgieron de los retratos colgados de las paredes de la finca Rowan.

—¿Dónde está? —repetí, haciendo rechinar los dientes—. Juro que si no me lo dices…

—Nosotros cuidamos de él —contestó Monroe en tono tranquilo, pero una vez más sonriendo a media. No lograba descifrar su actitud reservada pero confiada.

No sabía qué significaba la palabra «cuidamos» en este caso. Sin dejar de mostrar los colmillos, atravesé la habitación en espera de que Monroe se moviera. Mientras lo observaba se me aparecían imágenes del pasado, parecían borrosas acuarelas.

«El frío metal rodeándome los brazos. El clic de cerraduras y la repentina ausencia de peso en mis muñecas. El suave y cálido roce que eliminaba el frío helado de mi piel.

»—¿Por qué sigue dormida? —preguntó Shay—. Prometiste que no le harías daño.

»—Estará perfectamente —dijo Monroe—. El hechizo de la flecha actúa de sedante, el efecto tardará un rato en desaparecer.

»Procuré hablar, moverme, pero mis párpados pesaban tanto que volví a sumirme en un sueño oscuro.»

—Si logramos alcanzar un acuerdo, te llevaré con él —prosiguió Monroe.

—¿Un acuerdo? —Estaba en lo cierto al no querer mostrarme débil. Si alcanzaba un acuerdo con un Buscador, tenía que ser según mis condiciones.

—Sí —dijo él, y dio un paso adelante.

Como no protesté, me lanzó una sonrisa. No estaba tratando de engañarme: no percibí el aroma del miedo… pero una expresión distinta reemplazo su sonrisa. ¿Una de dolor?

—Nosotros te necesitamos, Cala.

Mi confusión iba en aumento y procuré centrarme. Debía demostrar confianza, no dejarme distraer por su extraña conducta.

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