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Authors: Andrea Cremer

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

La pesadilla del lobo (28 page)

BOOK: La pesadilla del lobo
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El breve y agudo ladrido de Ren se trocó en un lamento confuso. Los otros tres lobos siguieron avanzando hacia el Buscador, impertérritos ante el hecho de que su enemigo hubiese dejado las armas.

Connor me rodeó el cuello con el brazo y me hizo una dolorosa llave de cabeza.

—No podemos observar esto —dijo y me arrastró fuera de la celda.

—¡Por favor, Ren! —grité—. ¡No los elijas a ellos! ¡Elígeme a mí!

Ren se volvió impulsado por mi tono desesperado y vio como Connor me arrastraba fuera de la celda. Se convirtió en humano, contempló las manos tendidas de Monroe con aire desconcertado y dio un paso hacia él.

—¿Quién eres?

—Soy…. —La voz de Monroe temblaba.

—¡Basta! Eres un tonto, muchacho —gruñó Emile, antes de sonreírle a Monroe—. Al igual que tu padre.

Y entonces dio un brinco y se convirtió en lobo: un lío de pelaje, dientes y garras. Vi como chocaba contra Monroe y rodeaba la garganta del hombre desarmado con los dientes un minuto antes de que Connor me obligara a girarme y me arrastrara pasilla abajo a toda velocidad.

Miré por encima del hombro con la esperanza de ver a Ren y a Monroe saliendo juntos de la celda, uniéndose a nosotros. Pero sólo oí los gruñidos que resonaban en el espacio vacío detrás de nosotros.

23

«No lograremos salir de aquí. Era una trampa.» Sollozaba mientras corría, destrozada por lo que había visto, por lo que ahora sabía. Siempre había sido una trampa. Ahora habría Vigilantes y Guardas apiñados en la planta principal de Edén que impedirían nuestra huida. Seguí corriendo, aún cogida de la mano de Connor aunque mis pasos se volvían cada vez más pesados, como si el suelo fuera de cemento húmedo.

Entonces oí gritos que surgían de la habitación situada más allá.

Connor abrió la puerta y me empujó dentro de la Cámara. En cuanto entramos y comprendí con qué nos habíamos topado, todas mis esperanzas se desvanecieron: de a dos y tres, los Vigilantes se abrían paso a través de la entrada del pabellón orientas. Ethan, de pie en el estrado, disparaba sus flechas lo más rápido posible con el fin de crear una barrera, ralentizando el ataque de los lobos a medida que sucumbían al compuesto elaborado por el alquimista que fluía a través de su torrente sanguíneo. Los lobos se tambaleaban, agitaban el morro por fin se desplomaban en el suelo de piedra. Los que tenían varias flechas clavadas en el cuerpo se amontonaban en la puerta y creaban un cuello de botella que afortunadamente disminuía el número de los que lograban atacarnos. Mis compañeros de manada ya habían entrado en la refriega y luchaban contra los Vigilantes que habían logrado escapar de las flechas de Ethan.

Connor soltó una maldición y me arrastró encima del estrado.

—Esto no tiene una buena pinta, amigo —dijo Ethan entre dientes y volvió a apuntar la ballesta—. Me estoy quedando sin municiones.

—Nos arrollarán en menos de cinco minutos —dijo Connor, mirando en torno.

—¿Dónde está Monroe? —preguntó Ethan.

—Lo hemos perdido —dijo Connor en voz baja, y al oír sus palabras se me heló la sangre.

—Bien, esto es el final. —Ethan le lanzó una sonrisa lúgubre—. ¿Una última palabra?

—Cala —dijo Connor—. Si provocamos su ataque, ¿tú y los demás podréis alcanzar las escaleras?

Clavé mi mirada en la multitud de lobos enemigos que se encaramaban por encima del montón de cadáveres que bloqueaban el pasillo, gruñendo y empujándose mutuamente a medida que penetraban en la Cámara.

—Aunque lograra llegar hasta la escalera, creo que hay cincuenta o más Vigilantes ocupando el pasillo hasta la primera planta. No lograríamos salir.

Connor sacudió la cabeza y echó un vistazo a la puerta del pabellón norte. Seguí su mirada y me pregunté si Monroe seguiría con vida, si había alguna posibilidad de que aún apareciera.

Un estruendo ensordecedor y un relámpago deslumbrante me aplastaron contra el suelo; me zumbaban los oídos, como si un rayo hubiera caído en las losas a mis espaldas. El ambiente se cargó de electricidad y el aire olía a ozono. Ethan, tendido a mi lado, soltó un gemido; se dio la vuelta y apuntó la ballesta contra lo que nos había derribado.

—No me lo puedo creer —murmuró Connor cuando Adne surgió del resplandeciente portal y le tendió las manos.

—Créelo. —Aunque sonrió y le ayudó a ponerse de pie, pero su sonrisa se desvaneció al ver a la multitud de Vigilantes entrando en la Cámara.

—Una puerta interior en Edén. —Ethan soltó un grito ahogado con la vista clavada en el portal—. Lo lograste. Lo lograste de verdad.

—Más tarde estaré encantada de recibir tus críticas elogiosas —dijo—. Pero ahora hemos de largarnos.

—Mi manada —dije, poniéndome de pie.

—Estoy en ello —dijo Ethan. Saltó del estrado, se colgó la ballesta del hombro y desenvainó sus espadas. Se abrió paso a través de la multitud, gritando.

—¡El espectáculo ha terminado, chicos! ¡Acabamos de recibir el billete de salida!

Mason agitó las orejas; vio el brillante portal en el estrado y soltó un aullido prolongado y alegre. Nev se giró y corrió hacia el estrado. Bryn soltó el cuello de otro lobo y corrió hacia nosotros. Sabine estaba arrinconada contra la pared del sur, luchando con tres lobos a la vez.

—¡Aguanta, Sabine! —gritó Ethan—. Voy hacia allí.

—¡Cala, mantén a los Vigilantes lejos de Adne! —ordenó Connor.

Connor siguió los pasos de Ethan, luchando contra los Vigilantes que intentaban perseguir a mis compañeros de manada en retirada. Me convertí en lobo y ataqué a los lobos que lograban abrirse paso.

Ethan había alcanzado a Sabine y arremetió contra dos lobos con sus espadas.

—¡Corre! —gritó cuando ella derribó al tercero—. Estoy justo detrás de ti.

Ella dio un brinco y corrió hacia el estrado, Ethan atravesó a uno de los Vigilantes con la espada, pero el otro le clavó los dientes en el brazo. Maldijo, luchando por zafarse, pero el lobo sólo le clavó los dientes más profundamente, no estaba dispuesto a soltarlo. Ethan dejó caer la espada y cogió el puñal. El lobo aún lo aferraba con los dientes cuando le clavó el puñal en el ojo. El Vigilante cayó al suelo, pero cuando Ethan tropezó hacia el estrado, la sangre manaba de la herida de su brazo.

—Te cubro la retirada, muchacho —dijo Connor, derribando a un lobo y pegándole un puñetazo a otro mientras él y Ethan retrocedían.

—¡Venid aquí! —gritó Adne agitando el brazo—. ¡Atravesad la puerta! He de cerrarla antes de que puedan seguirnos.

Mason, Nev y Bryn ya había saltado a través del luminoso portal. Sabine aguardaba junto a mí. Cuando Ethan subió al estrado, se convirtió en humana, le rodeó la cintura con los brazos y le ayudó a atravesar el portal.

—Vete, Cala —dijo Adne, mirando en torno—. ¿Dónde está mi padre, Connor?

—Vete, Cala —repitió Connor y me empujo a través del resplandeciente portal.

Lo atravesé mirando por encima del hombro y vi que Connor abrazaba a Adne y le susurraba al oído. Adne se desplomó y Connor la alzó en brazos, atravesó el portal y la alejó de la refriega.

Mis garras hicieron crujir la gravilla y aspiré el frío aire de la noche. Sabía a libertar, pero mi alivio fue fugaz y agridulce.

A mis espaldas oí los sollozos de Adne y los murmullos de Connor.

—Debes cerrar la puerta, Adne. Por favor.

Oí el gruñido y el alarido de Adne al mismo tiempo. Me volví hacia el portal, dispuesta a volver a luchar. Dos Vigilantes habían saltado a través del portal. El primero estaba encima de Adne lanzando dentelladas a su rostro mientras ella se retorcía en el suelo, el segundo atacó a Connor.

Corrí hacia Adne y distinguí formas borrosas con el rabillo del ojo. Cuando Connor elevó sus espadas, Nev y Mason arremetieron contra el lobo al que se enfrentaba. El suelo se cubrió de trozos de pelaje y de sangre a medida que mis compañeros de mamada destrozaban al lobo enemigo.

Yo había clavado los dientes el flanco del otro lobo y procuraba quitárselo de encima a Adne. El lobo giró la cabeza y de pronto soltó un aullido, se estremeció y sus músculos se relajaron. Adne bufó, se quitó el cadáver de encima y entonces vi el estilete ensangrentado que le había clavado al Vigilante. Sin vacilar ni un instante, corrió hacia el portal todavía abierto y se agachó cuando otro lobo lo atravesó de un brinco.

Como si fueran látigos, Adne agitó los estiletes ante el portal. Cuando arremetí contra el nuevo atacante, la luz que resplandecía en la oscuridad se apagó. Nuestros cuerpos golpearon contra el suelo, nos deslizamos por encima de la grava y las piedras me arañaron la piel, incluso a través del grueso pelaje. Cuando nos detuvimos, el otro lobo trató de escapar, pero me lancé hacia delante con la intención de clavarle los dientes en el cuello; en cambio se clavaron en la parte superior de su pata delantera cuando trató de esquivarla. El lobo soltó un aullido y trató de zafarse, pero yo sólo apreté los dientes con más fuerza. Entonces oí el sonido de la cuerda de la ballesta y tres golpes breves. El ladrido del otro lobo se trocó en un breve aullido y se desplomó.

Los gruñidos y los gritos dieron paso al resuello y al jadeo de los Buscadores. Nuestro aliento formaba diminutas nubes en el aire frío.

—¿Dónde estamos? —preguntó Ethan por fin.

Estaba medio tendido en el suelo, apoyando en un codo y con el brazo herido encima del pecho. Sabine estaba de cuclillas a su lado, examinando su antebrazo destrozado. Bryn, Mason y Nev aún no se habían convertido en humanos y formaban un grupo un tanto separado de los demás.

Adne no le contestó a Ethan; se había desplomado a los pies de Connor. Él le apoyó una mano en la cabeza y le acarició el cabello, echando un vistazo en torno.

—Me parece que nos encontramos en el techo del edificio junto a la discoteca.

—¿El techo? —preguntó Ethan—. ¿Es así Adne?

Ella no contestó.

—¿Dónde estamos, Adne? —insistió Ethan.

—Déjala en paz —gruñó Connor.

—Intento no hacer el burro —repuso Ethan—. Pero aún no estamos exactamente fuera de peligro. Hemos de regresar a Denver.

Adne se enderezó y se puso lentamente de pie. Cuando Connor le tendió la mano, se apartó.

—Tienes razón y sí, nos encontramos en el techo de un edificio cercano. Abriré una puerta que nos conduzca hasta casa. Dame un momento —dijo, y se alejó, tropezando y secándose las lágrimas.

Me senté en el suelo, me convertí en humana y apreté las rodillas contra el pecho. Una parte de mí consideraba que debía reunirme con mis compañeros de manada y asegurarme de que estaban bien. Era la primera vez que atravesaban un portal y quizá suponía un shock que sólo se sumaba al estrés causado por la huida. Pero no pude acercarme a ellos; aún estaba conmocionada por lo ocurrido en el pabellón de celdas del norte. Cerré los ojos, invadida por la pena y también por la confusión.

«Al igual que tu padre.»

Las palabras de Emile carecían de sentido. El modo en el que le había sonreído a Monroe al decirlas me ponía la carne de gallina. ¿Por qué se llamaría tonto a sí mismo? ¿Por creer que podía pedirle a Ren que me hiciera daño cuando éste aún me amaba?

Sentí un gran dolor al comprender que quizá nunca volvería a ver a Ren. Y si lo hiciera, sería como su enemiga.

—¿Cala? —Abrí los ojos y noté que Sabine estaba arrodillada ante mí. Bryn, Manson y Nev —ya convertidos en humanos— estaban detrás de ella.

—¿Sí? —dije.

Sabine tragó saliva, tenía los ojos húmedos.

—Estaba demasiado ocupada luchando para comprender que volviste sin los demás. Pero ahora que nosotros estamos aquí y ellos no…

Sentí una gran opresión en el pecho, casi no podía respirar.

—Están muertos, ¿verdad? —preguntó Sabine con voz ahogada.

No podía contestarle. Me ardía la garganta. Contemple su rostro crispado por el dolor y no quise revelarle una verdad que sería más dolorosa que lo que ella creía que había ocurrido.

—¿Todos? —musitó Bryn y el dolor también le crispó el rostro—. ¿Incluido Ren?

—No —susurré.

Connor se había acercado silenciosamente y me apoyó una mano en el hombro.

—¿Los viste? —preguntó Mason—. ¿Y aún están allí dentro? ¿Vivos?

La expresión compungida de Sabine se trocó en una cara de pocos amigos.

—¿Dejaste que los abandonásemos?

Ethan se puso de pie tambaleando y se acercó, atraído por la tensión cada vez mayor.

—¿Qué pasa?

Sabine aún me miraba con expresión airada.

—¿Cómo pudiste hacerlo?

—Cala no tenía otra elección —dijo Connor.

—Claro que la tenía —replicó Sabine.

Incluso Bryn parecía decepcionada por mi supuesta cobardía.

Ya no podía mirarlas, así que clavé la vista en el suelo con los ojos llenos de lágrimas.

—No los abandonamos —contestó Connor en mi lugar—. Yo estaba con Cala cuando encontró al resto de la manada.

—¿Entonces por qué no están aquí? —preguntó Sabine.

—Se quedaron, Sabine —dijo Nev en voz baja al ver la mirada sombría de Connor—. Se quedaron con los Guardas.

—No —dijo Bryn.

—Eso es imposible —siseó Sabine—. ¡Cosette nunca se hubiera quedado con ellos!

—Es verdad —dijo Connor—. Atacaron a Cala.

—¿Por qué habrían de atacar a Cala? —quiso saber Mason.

—Por Emile —contesté—. Obedecían las órdenes de Emile.

—¿Y Ren? —preguntó Bryn en tono tembloroso—. ¿También se quedó?

—Sí. —«Se quedó por lo que yo le hice.»

—Maldita sea. —Nev se alejó, sacudiendo la cabeza. Mason lo siguió y antes de marcharse me lanzó una sonrisa triste.

—Oh, Cosette —sollozó Sabine.

Ethan carraspeó.

—Verás —dijo—. Si esa Cosette se quedó, sólo fue porque tenía miedo.

—¿Más miedo de marcharse que de lo que le sucederá ahora que yo no estoy? —preguntó con voz entrecortada—. Ya no puedo protegerla de Efron. Ella sabe lo que él…

—Más vale malo conocido —comenzó Connor—. Suele suceder.

Ella sacudió la cabeza y sollozó.

—¿Erais muy amigas? —preguntó Ethan en voz baja.

—Siempre… siempre la consideré como una hermana —dijo Sabine—. No lo comprendo…

—Cala. —Bryn me cogió la mano—. En cuanto a Rem… ¿estás…?

Alcé la otra mano.

—No puedo, Bryn. Por favor.

Culpa. Vergüenza. Arrepentimiento. Una avalancha de sentimientos me golpeó. Explicar lo que había ocurrido me resultaba insoportable.

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