LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora (27 page)

Read LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora Online

Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

BOOK: LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora
7.63Mb size Format: txt, pdf, ePub

Una oleada de murmullos de sorpresa surgió del público reunido en la explanada cuando Karuth y Strann salieron juntos. Karuth estaba tensa y nerviosa; el ensayo improvisado la había sacado sorprendentemente de su pesimismo y en aquel momento sentía que podía vencer cualquier obstáculo. Al ocupar sus sitios y preparar sus instrumentos, miró con disimulo y vio a Blis Alacar —Blis Hanmen Alacar, se corrigió, usando su nuevo nombre de casado— que se inclinaba hacia su novia y le hablaba al tiempo que hacía gestos en dirección a los músicos. Estaba claro que él, al menos, conocía el virtuosismo de Strann. El estómago de Karuth se encogió de repente debido al miedo escénico, pero después vio a Tirand y a la Matriarca —Tirand confundido, la Matriarca muy emocionada— y sus nervios desaparecieron. No defraudaría a su hermano. Demostraría lo que era capaz de hacer.

Strann sonrió a la concurrencia, y después les habló utilizando una voz muy cultivada, adiestrada para dirigirse al público y sorprendentemente distinta de su tono normal.

—Mis muy nobles señor y señora, venerable Sumo Iniciado, querida Matriarca, honorables amigos todos. Las palabras no pueden expresar mi alegría en esta noche propicia, por lo que espero que, allí donde fallan las palabras, la humilde ofrenda de mi música pueda, aunque sea en pequeña medida, transmitir mi más sincera y respetuosa felicitación. —Hizo una reverencia a la pareja nupcial, y Karuth vio que la nueva Alta Margravina sonreía feliz y apretaba la mano de su marido. Strann hizo una pausa para que la reacción fuera advertida y aprobada y después prosiguió—: Para ello, me siento muy honrado al anunciar que la dama Karuth Piadar, Maestra de las Artes Musicales y hermana de nuestro Sumo Iniciado Tirand Lin, ha consentido amablemente en unirse a mí en un dúo que queremos dedicar, con amor y respeto, a nuestra Alta Margravina Jianna Hanmen Alacar, quien a su vez es amada por los dioses, como lo fue aquella otra valerosa gran dama de nuestra noble historia. Amigos todos, tocaremos para vosotros una pieza de la epopeya
Equilibrio
: «Cabellos de Plata, Ojos de Oro», el tema de Cyllan.

La Alta Margravina soltó un gritito de satisfacción, que pudo oírse por encima del murmullo de sorprendida aprobación que se extendió por toda la explanada iluminada con antorchas. Karuth cerró los ojos, esforzándose en reprimir el estallido de risa que amenazaba con apoderarse de ella, a la vista de la pomposidad de comediante de Strann, y escuchó el lento y melódico solo de introducción que él comenzó a tocar. Las cristalinas notas de su manzón brotaban y fluían en el cálido aire nocturno. Karuth sintió una emoción conocida despertar dentro de ella, la cautivación de la música, la ansiedad, la necesidad de formar parte de aquel poder creativo. Sus dedos se movieron, y las cuerdas graves de su instrumento añadieron un acompañamiento lastimero a la melodía, un ritmo suave pero insistente, preparando la atmósfera para lo que venía después. Abrió los ojos; Strann la miraba y sonreía de manera tan cálida y abierta que Karuth se sintió plena de confianza. Los dedos de ambos intérpretes se movieron más rápido, acelerando la melodía, modulando una variación más urgente, creando las imágenes de la chica del cabello de plata y los ojos de oro, del dolor y el amor, de la traición y la fidelidad, de la tormenta que se cernía sobre el mundo. Cyllan, que había amado a un señor del Caos, que había estado dispuesta a sacrificar no sólo su vida sino su mismísima alma por él; en la mente de Karuth se formaban imágenes, como solía ocurrirle cuando tocaba con total entrega, y casi podía ver aquellas escenas del pasado y sentir los sufrimientos de la chica sencilla, inocente y sin educación cuyo valor había ayudado a cambiar el mundo.
Si hubiera podido ser como Cyllan; si hubiera podido conocer aquel amor, aquella pasión

Ahora los dedos de Karuth volaban, mientras Strann la guiaba a los vertiginosos compases de danza que recreaban la desesperada huida de Cyllan a través del mundo para encontrar a su amante y devolverle la brillante pero mortífera piedra que contenía su alma. Los cabellos le cayeron sobre el rostro, ocultando la escena iluminada de antorchas que la rodeaba, y su conciencia voló y voló con la música que iba llegando al climax. Por fin, exhaló el aire contenido cuando sonó el último acorde triunfante, sonoro, y Strann pulsó la solitaria nota que lo atravesó en sorprendente disonancia, imponiéndose al tiempo que el acorde se desvanecía, sosteniendo el armónico que introduciría la melodía final y sobrenatural que se refería a la transformación de Cyllan, desde la mortalidad a algo más allá de la experiencia humana. Karuth estaba casi totalmente sumida en las imágenes creadas por su mente; apenas notaba a Strann que marcaba el
tempo
con el pie, contando los compases antes de que comenzara la melodía…

Un resplandor colosal iluminó de pronto la explanada, Karuth se asustó tanto que casi soltó su manzón. Oyó gritos de asombro entre la multitud y, segundos después, el lejano rugido de un trueno resonó procedente del mar. Con el corazón desbocado, intentando recobrar la compostura, Karuth alzó rápidamente la vista cuando Strann le dio una patada en el tobillo.

—¡No os paréis! —le dijo con un susurro áspero—. Seguid tocando; ¡acabad! Uno… dos… y…

Karuth no supo cómo logró recuperarse a tiempo, pero sus manos, si no su cerebro, reaccionaron mecánicamente y se unió otra vez a Strann para tocar el lento movimiento final, resplandeciente, que acabó por desvanecerse en el silencio.

Durante unos instantes, no hubo reacción por parte del público. Entonces, de manera tan repentina que Karuth volvió a sobresaltarse, estalló una tremenda ovación. Los aplausos de cientos de manos parecían una repetición del trueno, y algunos, perdida la inhibición gracias al vino, gritaban y lanzaban vítores pidiendo más. Strann se puso en pie y tiró de Karuth al ver que ésta parecía demasiado confundida para poder moverse. Hicieron una reverencia ante el Alto Margrave y la Alta Margravina, después al público en general, y por último Strann realizó un florido gesto de reverencia a los catorce dioses, que fue saludado con renovado entusiasmo.

—Bien, bien —comentó en tono bajo y divertido, de manera que sólo Karuth pudiera escucharlo—. ¡Creo que les hemos gustado de verdad!

Las emociones de Karuth se debatían entre la vergüenza, la excitación y la satisfacción. Pero bajo todo ello había una sensación de intranquilidad y, cuando los aplausos por fin comenzaron a ceder, miró de reojo a su compañero.

—Gracias por salvarme —dijo en voz baja—. Por un instante perdí la cabeza. —Hizo una pausa antes de añadir—: ¿Qué fue aquello?

Él volvió a hacer una reverencia al público y, hablando con la boca entrecerrada, contestó:

—Un relámpago en el mar.

—Eso pensé yo. Pero los relámpagos no surgen de un cielo despejado.

Strann se enderezó y la miró a los ojos.

—No, no lo hacen.

—Entonces, ¿qué…?

—Señora —la interrumpió él—, sois una adepta de quinto rango del Círculo; estáis mejor cualificada que yo para responder a ese enigma. —Hizo otra reverencia al público, y Karuth lo imitó enseguida. Entonces él le cogió la mano izquierda. Todavía llevaba el anillo que le había dado Carnon Imbro, y Strann lo vio. Las diminutas gemas que formaban la estrella de siete puntas del Caos brillaban a la luz de las antorchas, y Strann, en un gesto muy deliberado, a la vista de todo el público, alzó la mano de Karuth y besó los dedos y el anillo con suavidad.

—Quizá —respondió en voz muy queda— haya sido una señal de aprobación de Yandros.

—¿Eso creéis?

Él vaciló, al parecer no queriendo soltarle la mano. Pero lo hizo y dejó caer también su brazo.

—No —contestó con seriedad—. No lo creo en absoluto. Pero es la única explicación que no me hace sentir más incómodo de lo que me gustaría reconocer.

Capítulo XIII

—Q
ueridos, ¡ha sido un recital sencillamente espléndido! —Shaill Falada besó a Karuth en la mejilla y después estrechó efusivamente las manos de Strann—. ¡Espléndido! La Alta Margravina todavía lo está comentando; la ha emocionado tanto vuestra amabilidad al dedicarle esa pieza especial…

Strann tuvo la elegancia de ruborizarse ligeramente, y Karuth sonrió.

—Gracias, Matriarca —repuso—. No negaré, sin embargo, que estaba muy nerviosa al tener que tocar con semejante maestro —añadió, mirando a su compañero de dúo.

Esta vez Strann dijo algo ininteligible y se volvió; la sonrisa de Karuth se convirtió en risa. La Matriarca también se rió.

—No finjáis modestia conmigo, maestro Strann; conozco bien vuestra reputación, en más de una materia. Me honraríais si accedierais a visitarnos en Chaun Meridional para las festividades del Primer Día de Trimestre de verano. Alguien de vuestra talla artística sin duda animaría nuestros festejos.

Strann recobró su compostura al instante e hizo una reverencia.

—Señora, sois demasiado amable.

—Desde luego que lo soy, y pago bien por buenos servicios. Así que el Primer Día de Trimestre de verano, y no os atreváis a olvidarlo —dijo la Matriarca, y se volvió para contemplar la explanada, donde las enérgicas danzas campesinas estaban en pleno apogeo—. La tormenta ha quedado en nada, gracias sean dadas. Cuando se escuchó aquel trueno aislado pensé que la lluvia nos estropearía la noche, pero ahora no hay ni una nube en el cielo. Aunque hay que tener en cuenta que aquí el tiempo en primavera siempre es impredecible.

Karuth contempló la segunda luna, que se iba poniendo por el horizonte occidental, contra un fondo de estrellas. Tampoco había ni una nube en el cielo cuando el relámpago había surcado el cielo, pero parecía ser que ni la Matriarca ni nadie más, excepto Strann, lo había advertido. Reprimió un impulso de decirle algo a Shaill y decidió que era mejor guardarse sus intranquilos pensamientos acerca de aquel asunto.

Dejando aparte aquel momento de desconcierto, el improvisado recital que Strann y ella habían ofrecido a los invitados a la boda había sido un éxito. Ante las peticiones, habían tenido que improvisar dos bises y después, en medio de las felicitaciones, Karuth había visto que el Alto Margrave hacía un aparte con Strann, le cogía la mano efusivamente y le entregaba un buen puñado de monedas, entre las cuales, observó Karuth, había unas cuantas de oro. Era consciente de haber sido algo más que una pequeña ayuda para que Strann se congraciara con un patrón tan influyente, pero no le envidiaba a Strann ni una de las monedas que había ganado. Y, cuando él regresó a su lado, ruborizado por el éxito obtenido, los músicos del baile comenzaron a tocar de nuevo y Strann le pidió a Karuth que lo obsequiara con el primer baile; ella asintió con una amplia sonrisa. Karuth descubrió que Strann era un buen bailarín además de un buen músico, y al primer baile siguió el segundo y luego el tercero, hasta que Karuth se declaró sin aliento para poder seguir. Ahora habían encontrado sitio cerca de las mesas, donde se estaba sirviendo más comida y más vino, y Strann no parecía dispuesto a abandonar su compañía, aunque ella había notado, divertida, cómo paseaba su mirada por la gente, fijándose en una cara bonita aquí, un cuerpo esbelto allá. Su popularidad entre las jóvenes asistentes era evidente, y Karuth supo que, si no hubiera sido por su imponente presencia, las chicas habrían acudido a él como moscas a la miel. Pero, por el momento, Strann creía que ser visto en compañía de la hermana del Sumo Iniciado valía más la pena que buscar otro tipo de citas.

—Vuestro plato está vacío, dama Karuth. —La voz de Strann interrumpió sus ensoñaciones a la vez que el músico le cogía su plato—. ¿Puedo traeros algo de comer?

Karuth sonrió.

—Gracias, no. He comido de sobra.

—Otra copa de vino entonces —dijo y llamó a un criado chasqueando los dedos; algo, sospechó Karuth, que no hubiera osado hacer un rato antes.

Volvieron a llenarles las copas. La Matriarca los había dejado, llevada por un conocido, y por el momento no había nadie que pudiera escuchar su conversación.

—Un brindis —propuso Strann alzando la copa—. Por la música y por su más virtuosa maestra. Os saludo y os doy las gracias por la amabilidad que conmigo habéis tenido.

—¿Amabilidad? —repitió Karuth, sorprendida.

—Sí. Habéis sido lo bastante amable para permitir que yo persiga mis ambiciones egoístas esta noche y, gracias a vos, parece ser que no me faltará el pan durante una buena temporada. —Esbozó su amplia y contagiosa sonrisa—. Supongo que no querréis considerar el convertiros en mi mecenas oficial.

Karuth se echó a reír.

—No creo que necesitéis un mecenas, Strann. No haría más que estorbar vuestra pomposidad natural.

—Ah, bien —repuso él, aparentando desánimo; pero, antes de que pudiera decir nada más, el griterío procedente de la gente en la explanada los hizo volver las cabezas. Comenzaba una nueva danza y, entre gritos de aprobación, Blis Hanmen Alacar conducía a la Matriarca al centro de los bailarines ya dispuestos.

—Debe de estar a punto de amanecer —comentó Strann y dio palmas para sumarse a la aprobación general—. Éstos son los últimos emparejamientos rituales; pronto llegará la hora de la danza del Doble Círculo, y entonces aquellos de nosotros que no nos hayamos derrumbado exhaustos podremos por fin acostarnos. No niego que lo agradeceré —añadió sonriente—. Ha sido una larga noche.

—Pero memorable.

—Oh, sí. —Su expresión se hizo repentinamente seria, y una ligera arruga apareció en su frente—. Eso desde luego.

Antes de que Karuth pudiera indagar sobre aquel repentino cambio de humor, llamó su atención un movimiento entre la gente que se agolpaba en los límites de la explanada y vio un reducido grupo que se dirigía hacia ellos. Abría la marcha la Alta Margravina, escoltada por Tirand y Lias Barnack, seguidos a una distancia prudencial por una chica atractiva, morena y pequeña, cuyo nombre Karuth no conocía, pero que había bailado con Tirand en varias de las danzas anteriores. Jianna apretó el paso al acercarse, y tanto Karuth como Strann se levantaron e hicieron una reverencia ante ella.

—Karuth… ¿Puedo llamarte Karuth? —inquirió Jianna, con el rostro rojo de felicidad; su cabello desprendía destellos dorados a la luz de las antorchas—. Muchísimas gracias por tu interpretación de esta noche. Ha sido realmente arrebatadora. Y tú, maestro Strann, ¡has estado magnífico! Tu reputación no te hace justicia en absoluto. Tirand me ha dicho que ni siquiera os habíais visto antes de esta noche. Apenas puedo creerlo; tocasteis como si lo hubierais hecho juntos toda la vida.

Other books

Project 17 by Eliza Victoria
Deathblow by Dana Marton
The Wild Zone by Joy Fielding
All That Glitters by Jill Santopolo
Aretes de Esparta by Lluís Prats
Return to Harmony by Janette Oke
The Sleeping Beauty by Elizabeth Taylor