LA PUERTA DEL CAOS - TOMO III: La vengadora (32 page)

Read LA PUERTA DEL CAOS - TOMO III: La vengadora Online

Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

BOOK: LA PUERTA DEL CAOS - TOMO III: La vengadora
13.06Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ygorla dejó que la besara en la boca con avidez, y le devolvió el beso con el mismo ardor.

—¿Y a quién más quieres que invite? —le susurró luego al oído—. ¿A quién más?

—A Karuth. —Su voz sonó algo confusa, porque tenía los labios enredados de nuevo en el pelo de ella. En sólo unos días, su cariño largo tiempo albergado, su enamoramiento incluso por Karuth se había transformado en rencor, más virulento debido a su rechazo y a la relación con el señor del Caos—. Haz que venga, y haz que se siente a los pies de su antiguo amante —añadió con una risita—. Que traiga a Tarod, ¡y entonces podrá escoger entre dos estúpidos! Y que también toque para ti. A ella no le gustará, pero a mí sí. ¡Me encantará verla derribada de su pedestal! Demuéstrale lo poderosa que eres, amor mío. ¡Demuéstrale que ni siquiera los dioses pueden resistirse contra ti!

Comenzó a acariciar el cuerpo de Ygorla y ella sintió que la pasión también prendía en ella. Rodaron juntos por la gran cama, y ella le dijo en tono cariñoso:

—Oh, mi hombre dorado, somos tan parecidos…, tan parecidos. Empiezo a creer que eres el aliado que he estado esperando tanto tiempo…

Las «invitaciones» que envió Ygorla fueron breves y exactas. Strann el
Narrador de Historias
daría un recital de música en el comedor, y los elementales que llevaron el mensaje personal a cada miembro del público que escogió, dejaron bien claro que no asistir tendría graves consecuencias. Así que, a la hora de la salida de la segunda luna, el desganado público de Strann ocupó los asientos dispuestos para ellos en un semicírculo alrededor de la gran chimenea y esperó a que comenzara el recital.

Strann experimentó una nueva y desagradable forma de miedo escénico mientras aguardaba para hacer su entrada. Sentía la fría hostilidad que llenaba la sala y sabía que lo que debía hacer aumentaría el odio que los adeptos le tenían. Su único alivio era que Karuth estaba allí, sentada en un extremo de la primera fila, al lado de la Matriarca. Tirand también se hallaba presente, pero, aunque Ygorla había enviado una imperiosa convocatoria a Tarod y a Ailind, ninguno se dignó hacer acto de presencia.

Ygorla estaba sentada en una gran silla de metales preciosos que trazaban fantásticos arabescos, forjada para ella por un grupo de elementales de la tierra. Calvi estaba repantigado a su lado, con afectada languidez, bebiendo vino copiosamente, y delante del fuego se había colocado un solitario taburete para Strann. No hubo aplausos cuando ocupó su lugar con su manzón —Ygorla había cumplido su palabra— en las manos. Se sentó con más nervios que un estudiante de música de primer curso frente a un jurado de maestros del Gremio escépticos y aburridos.

Colocó la manzón sobre sus rodillas y simuló estar ajustando la afinación. Entonces, con tal indiferencia que para los oídos no iniciados pareció que simplemente ejercitaba los dedos, tocó un arpegio. Miró con ojos entrecerrados y vio que Karuth se ponía tensa como si una mano invisible le hubiera agarrado la médula espinal.

Porque en el lenguaje de las manos, conocido sólo por el Gremio de Maestros de Música, Strann había tocado un mensaje codificado que decía: «Urgente: estas noticias deben ser transmitidas a aquel a quien ambos servimos».

Era una estrategia simple pero segura porque, de todos los habitantes del Castillo, Karuth era la única que comprendía el complejo lenguaje de los miembros más virtuosos del Gremio, un lenguaje de una flexibilidad prácticamente ilimitada. Strann había empleado toda la tarde y parte de la noche para tejer el mensaje que quería transmitir en las canciones que tocaría y cantaría loando a la usurpadora. Ygorla no sabía nada. Ni siquiera Tarod o Ailind, de haber estado presentes, habrían reconocido las claves que los dedos de Strann interpretaban en el instrumento que sostenía en su regazo. Sólo Karuth lo comprendió y supo por qué se había sometido a aquella vergonzosa y cruel prueba.

Strann tocó. No fue un concierto de virtuoso, pero no le importó. Ygorla no notaría la diferencia y poco sentido tenía intentar salvar su reputación de bardo ante un público tan hostil. Durante algo más de una hora se dedicó a ensalzar la belleza, sabiduría y poder de la usurpadora, en canciones que había compuesto en su honor en la Isla de Verano, ahora sutilmente alteradas para que contuvieran la información que necesitaba transmitir. Ygorla exigió aplausos, y se lo ovacionó fría y obedientemente, pero fue una farsa. Y, cuando por fin terminó la parodia, Strann no recibió ninguna de las felicitaciones a las que estaba acostumbrado en días más felices, sino que tuvo la amarga experiencia de ver a sus oyentes levantarse de los asientos en el momento en que se les permitió hacerlo, darle la espalda y salir de la estancia. Pero no importaba. Su orgullo lo soportaría, porque había logrado lo que se proponía. Una última mirada de Karuth, llena de cariño y gratitud, antes de que la Matriarca se la llevara, lo había confirmado.

Una vez fuera de la estancia, Karuth se esforzó para no mirar atrás, al trío junto a la chimenea. Strann guardaba con cuidado la manzón en su estuche, mientras Ygorla se atildaba y se preparaba para salir con Calvi. Karuth estaba rodeada de gente; era esencial que encontrara una excusa para librarse de ellos e ir en busca de Tarod. Pero la Matriarca la tenía cogida del brazo, y Shaill no parecía tener intención de soltarla. Era un gesto bienintencionado para darle fuerzas y consuelo, pero en aquel momento resultaba tremendamente inoportuno.

Shaill le hablaba, expresando su irritación por la odiosa vanidad de la usurpadora, y compasión porque Karuth hubiera tenido que someterse a semejante prueba. Karuth le respondía con vaguedades, pero en realidad no escuchaba; su mente estaba inquieta con las noticias que Strann le había dado, y se preguntaba con frenesí dónde estaría Tarod. Le había dicho, ¿o no?, que sólo tenía que pronunciar su nombre y él la escucharía y respondería. No podía pronunciarlo en voz alta aquí y ahora, pero ¿sería suficiente una silenciosa llamada?

Concentró su mente lo mejor que pudo en medio de las distracciones que pugnaban por atraer su atención, y pensó:
Mi señor Tarod, ¡necesito vuestra ayuda! ¡Por favor, escuchadme y responded!

No sintió ninguna respuesta. Shaill seguía hablando, y Karuth vio con desánimo que ahora Tirand se les acercaba. Supo de inmediato, por la cara que traía, que iba a hacer otro intento de acercamiento amistoso, y, aunque lo habría recibido de buena gana en otra ocasión, ahora no podía tener en cuenta ni sus sentimientos ni los de su hermano.

—Karuth —dijo Tirand, cogiéndole la mano que tenía libre, de manera algo vacilante pero con cariño—, ¿estás ocupada? Me preguntaba si podría…

—Karuth… —Otra voz silenció a Tirand en mitad de la frase y sobresaltó a Karuth, quien se volvió y vio a Tarod—. Sumo Iniciado… —El señor del Caos hizo una breve reverencia a Tirand—. Perdonaréis mi interrupción, pero tenía una cita previa con Karuth.

Tirand soltó la mano de Karuth y, al leer en su rostro que no iba a contradecir a Tarod, su expresión se tornó tensa y dolida.

—Entonces no molestaré ni un momento más —repuso; le devolvió la reverencia al señor del Caos con cierta sequedad y se alejó sin mirar de nuevo a su hermana.

—Karuth —intervino Shaill, desconsolada—, creo de verdad que deberías…

—Señora Matriarca —la interrumpió Tarod con una fría sonrisa—, estoy seguro de que nos perdonaréis. —Y, antes de que Shaill pudiera decir nada más, se llevó a Karuth.

La sala de entrada del Castillo estaba desierta, y Karuth se habría detenido allí, pero Tarod la llevó al patio. Hacía mucho frío, amenazaba nieve, y los escalones estaban helados. Karuth resbaló, y él la sostuvo del brazo.

—Me temo que deberemos recurrir a un pequeño subterfugio —dijo Tarod en voz baja al tiempo que examinaba el patio con sus verdes ojos.

Ella se estremeció, e intentó contenerse.

—Esto ya está bastante vacío, mi señor.

—De gente sí, pero no son los oídos humanos lo que me preocupa. Un momento…

Unos dedos finos y firmes la cogieron y Karuth gritó, súbitamente alarmada al ver que cuanto había a su alrededor parecía invertirse. Tuvo la violenta sensación de caer y al mismo tiempo de salir despedida hacia arriba, y de pronto se encontró en una habitación desconocida, en suave penumbra, rodeada por las acechantes sombras de lo que parecían ser trastos viejos.

—Siento haberte asustado. —Tarod no era más que una silueta perfilada contra el estrecho alféizar de una ventana, pero ella reconoció cierto rastro de humor en su voz. Entonces se materializó una esfera que desprendía una suave luz plateada, flotando sobre la superficie de una mesita. La oscuridad desapareció y Karuth miró y se dio cuenta de que aquélla debía de ser una de las habitaciones abandonadas en lo alto de la torre norte.

Observó el revoltijo de muebles abandonados y apilados contra las paredes y comentó:

—No es un alojamiento digno de vos, mi señor.

—Oh, ya está bien. Y tiene una gran ventaja: los esclavos elementales de la usurpadora no se atreven ni a acercarse a esta torre, de forma que no debemos temer que intenten entrometerse en nuestros asuntos. —Esbozó una sonrisa y añadió—: Si alguno de sus espías me ha visto desaparecer contigo, sacarán la conclusión más evidente y no pensarán más en ello.

Karuth sintió que sus mejillas enrojecían, pero no hizo ningún comentario.

—Siéntate —le indicó Tarod—. Aquí, junto a la mesa; hay una silla que no cederá bajo tu peso, y la esfera da calor además de luz.

Desconcertada por las duras condiciones con que parecía contentarse, se sentó con cautela en la silla que le indicaba, mientras que él se apoyaba con indiferencia en el borde de la mesa.

—Bien. Ahora cuéntame por qué necesitabas hablar conmigo tan urgentemente.

Karuth le contó el truco de Strann y el mensaje que le había transmitido mediante el lenguaje de las manos. Todos los detalles estaban allí; el nombramiento de Strann como mediador entre Ygorla y Narid-na-Gost, su encuentro en la torre sur y su convencimiento de que las relaciones entre la usurpadora y su padre demonio estaban deteriorándose con rapidez. Tarod escuchó en silencio y, cuando Karuth terminó de hablar, juntó sus dedos y se los miró.

—Interesante…, muy interesante. Es una pena que Strann no sepa qué decía la carta que Ygorla escribió, pero no puedo culparlo por no atreverse a leerla. De todas maneras, incluso sin esa información, son noticias muy valiosas. —Se levantó, paseó por la habitación y luego se sentó en un destrozado diván—. De manera que desea que Strann le proporcione a su progenitor una cierta cantidad de información falsa, ¿no es así? En ese caso creo que podríamos buscar la manera de añadir nuestro granito de arena a las recetas que Ygorla prepara, de forma que la confianza de Narid-na-Gost se tambalee un poco más. Pero tenemos un problema: cómo hacer que Strann sepa lo que queremos de él.

—Creo —dijo Karuth con cautela— que ya ha tenido eso en cuenta, mi señor. Hoy me han devuelto mi manzón —reprimió con firmeza el asqueroso recuerdo de la cosa que se la había traído—, y creo que Strann ha convencido a la usurpadora de que le trajeran su instrumento desde la Isla de Verano. Sospecho —añadió con una sonrisa que fue una mueca fugaz y sin humor alguno— que Ygorla se verá inducida a pedir más recitales antes de que transcurra mucho tiempo.

—¿Con otros músicos que sumen sus talentos al de Strann? Ya veo. —Tarod le devolvió la sonrisa con sequedad—. Muy inteligente de su parte. Pero este lenguaje de las manos, como lo llamas, ¿no impone un límite a la complejidad de los mensajes que podéis intercambiar?

Karuth se sorprendió, de que hubiera un tema en el que ella pudiera enseñarle algo, y lo agradeció.

—El lenguaje de las manos tiene muy pocas limitaciones, mi señor. A lo largo de los siglos, desde que fue inventado, se ha convertido en algo tan sofisticado y complicado como la palabra hablada.

—Un lenguaje por derecho propio, pero que sólo pueden reconocer unos pocos iniciados. Podría resultar una herramienta muy valiosa —comentó Tarod; entonces su expresión cambió—. Pero ¿podrás enfrentarte a lo que esto exigirá de ti, Karuth? Si surge la oportunidad, ¿tendrás el coraje de aprovecharla?

Karuth sabía que no quería insultarla y supo apreciar que tuviera en cuenta sus sentimientos.

—Oh, sí —repuso y miró a otro lado, porque no quería que viera las emociones íntimas que de pronto afloraron a sus ojos—. Puedo hacerlo, y lo haré de buen grado. Al menos me permitirá sentirme cerca de Strann otra vez.

Capítulo XVI

Y
gorla lanzó por fin su desafío y, cuando lo hizo, cogió al Círculo por sorpresa. En la quinta mañana después del baile, una bandada de los elementales más grotescos que la habilidad e imaginación de la usurpadora fueron capaces de conjurar salió de sus aposentos para comunicar a todos que la Emperatriz de los Dominios Mortales ordenaba al Consejo de Adeptos, y a todos aquellos que se considerasen implicados en los asuntos de estado del mundo mortal, que se reunieran en la sala del Consejo a la puesta de sol. El hecho de que sus mensajeros se atrevieran a acercarse también a Tarod y a Ailind, además de a sus presas humanas, daba idea del creciente desprecio que Ygorla sentía por los dos dioses, y, aunque no recibió respuesta de ninguno de ellos, creía que sabrían perfectamente lo que su llamada significaba, y que estarían presentes.

Su decisión de convertir sus demandas en un espectáculo público provocó otro violento altercado con su progenitor. Strann realizó varias visitas más a la torre sur; ahora se le confiaba que llevara mensajes de palabra, y no escritos, de forma que fue testigo directo del enfrentamiento, el más violento hasta la fecha. Narid-na-Gost no quería un anuncio dramático ante todo el mundo. Su intención había sido, sencillamente, encararse a solas con Tarod y comunicarle los términos por los cuales la gema del alma de su hermano se vería salvada. No había necesidad, dijo con furia a Strann, de aquella exhibición arrogante. Proponerse humillar a los señores del Caos ante un gran público, como parecía querer Ygorla, podía provocar con facilidad una respuesta violenta por su parte. Cuando tenían el triunfo definitivo casi al alcance de la mano, aquél era un acto ciego y estúpido que sólo obedecía a la vanidad. Strann llevó cumplidamente aquel mensaje a Ygorla, quien al instante lo despachó de vuelta a la torre para que le dijera a su progenitor que mejor haría no cuestionando sus decisiones y en ocuparse de cumplir su parte del pacto, si es que todavía apreciaba sus ambiciones. La reunión tendría lugar a la puesta de sol, tal y como ella había decretado, y nada le importaba si él decidía asistir o no.

Other books

Three Emperors (9780062194138) by Dietrich, William
CounterPoint by Daniel Rafferty
Loved by a SEAL by Cat Johnson
Fated by Sarah Alderson
Outlaw Country by Davida Lynn
Wild Jasmine by Bertrice Small