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Authors: Greg Bear

La radio de Darwin (38 page)

BOOK: La radio de Darwin
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—Oh, genial. —Augustine bajó la barbilla y presionó el botón del ascensor. En la nueva oficina, tres ayudantes y su secretaria personal, la señora Florence Leighton, maternal y muy eficiente, estaban intentando reestablecer la conexión de red con el resto del campus.

—¿Cuál es el problema? ¿Sabotaje? —preguntó Augustine, ligeramente agresivo.

—No —respondió la señora Leighton, tendiéndole un fajo de papeles—. Estupidez. El servidor ha decidido no reconocernos.

Augustine cerró de un portazo la puerta que conducía a su despacho, acercó el sillón y tiró los papeles sobre la mesa. Sonó el teléfono. Se estiró para apretar la tecla del intercomunicador.

—Florence, ¿puedes darme cinco minutos sin interrupciones, por favor, para ordenar mis ideas? —rogó.

—Es Kennealy, de parte del vicepresidente, Mark —contestó la señora Leighton.

—Genial otra vez. Pásamelo.

Tom Kennealy, responsable de comunicaciones técnicas del vicepresidente, otro cargo nuevo, creado la semana anterior, se puso al teléfono en persona y le preguntó a Augustine si estaba enterado de la magnitud de las protestas.

—Puedo verlo ahora mismo desde mi ventana —contestó.

—Según los últimos datos están manifestándose delante de cuatrocientos setenta hospitales —dijo Kennealy.

—Dios bendiga a Internet —comentó Augustine.

—Cuatro de las manifestaciones se han descontrolado, sin contar los disturbios de San Diego. El vicepresidente está muy preocupado, Mark.

—Dile que yo estoy más que preocupado. Son las peores noticias que podía imaginar, un bebé de la Herodes muerto al nacer.

—¿Y qué hay de lo del herpes?

—Olvídate de eso. El herpes no infecta a un bebé hasta que nace. No deben de haber tomado ninguna precaución en Ciudad de México.

—Eso no es lo que nos han contado. ¿Podríamos basarnos en esto para tranquilizar un poco los ánimos? ¿Si se tratase de un bebé enfermo?

—Está claro que se trataba de un bebé enfermo, Tom. Deberíamos centrarnos en la Herodes.

—Vale, está bien. Le he hecho un resumen de la situación al vicepresidente. Está aquí ahora mismo, Mark.

El vicepresidente se puso al teléfono. Augustine controló su tono de voz y le saludó con serenidad. El vicepresidente le dijo que el INS iba a recibir protección militar, nivel de protección de alta seguridad, al igual que el CCE y cinco centros de investigación del Equipo Especial a lo largo del país. Augustine podía visualizar el resultado, alambradas, perros policía, granadas de humo y gas lacrimógeno. Una atmósfera agradable para llevar a cabo una investigación delicada.

—Señor vicepresidente, no los eche del campus —dijo Augustine—. Por favor. Déjeles quedarse y protestar.

—El presidente dio la orden hace una hora. ¿Por qué cambiarla?

—Porque da la sensación de que están simplemente desahogándose. No es como lo de San Diego. Quiero tener una reunión con los organizadores, aquí, en el campus.

—Mark, no eres un experto en negociación —argumentó el vicepresidente.

—No, pero seré mucho mejor que un maldito escuadrón de soldados con ropa de camuflaje.

—Eso es jurisdicción del director del INS.

—¿Quién está negociando, señor?

—El director y el jefe de personal se han reunido con los dirigentes de la manifestación. No deberíamos dividir nuestros esfuerzos o nuestras declaraciones, Mark, así que ni siquiera te plantees el salir ahí fuera a hablar.

—¿Qué pasará si tenemos otro bebé muerto, señor? Éste nos llegó de ninguna parte, sólo supimos que estaba en camino hace seis días. Intentamos enviar un equipo para ayudar, pero el hospital se negó.

—Te han enviado el cuerpo. Eso parece demostrar espíritu de cooperación. Por lo que Tom me ha contado, nadie podría haberlo salvado.

—No, pero podríamos haberlo sabido con antelación y haber coordinado la difusión de la noticia.

—No quiero ningún tipo de división sobre este asunto, Mark.

—Señor, con el debido respeto, la burocracia internacional nos está matando. Ése es el motivo por el que las protestas son tan peligrosas. Nos culparán, tanto si somos responsables como si no lo somos... y francamente, me siento bastante mal en este momento. ¡No puedo ser responsable de algo en lo que no participo!

—Ahora te estamos pidiendo que participes, Mark. —La voz del vicepresidente sonaba controlada.

—Lo siento. Lo sé, señor. Nuestra relación con Americol está provocando todo tipo de problemas. El anuncio de la vacuna... de forma prematura, en mi opinión...

—Tom comparte esa opinión, y yo también.

«¿Y qué hay del presidente?», pensó.

—Lo agradezco. Pero el gato se nos ha escapado del saco. Mi gente me dice que hay un cincuenta por ciento de probabilidades de que las pruebas preclínicas fracasen. La ribozima es por desgracia demasiado versátil. Parece demostrar afinidad por al menos catorce tipos diferentes de ARN mensajero. Así que podemos detener el SHEVA para acabar con degradación de la mielina... esclerosis múltiple... ¡Por el amor de Dios!

—La señora Cross nos ha informado de que la han refinado y ahora es más específica. Me ha asegurado personalmente que nunca ha habido ningún riesgo de que pudiese provocar esclerosis múltiple. Eso no era más que un rumor.

—¿Qué versión va a dejarles probar la FDA, señor? Habrá que rehacer el papeleo...

—La FDA se está centrando en esta versión.

—Me gustaría establecer un equipo de evaluación independiente. El INS tiene a la gente necesaria, nosotros tenemos las infraestructuras.

—No hay tiempo, Mark.

Augustine cerró los ojos y se frotó la frente. Podía sentir cómo se le enrojecía el rostro.

—Espero que nos haya tocado una buena mano. —El corazón le latía con fuerza.

—El presidente va a anunciar esta noche que las pruebas se acelerarán —dijo el vicepresidente—. Si las pruebas preclínicas tienen éxito, pasaremos a las pruebas humanas en el plazo de un mes.

—Yo no aprobaría tal cosa.

—Robert Jackson dice que pueden hacerlo. La decisión está tomada. Es firme.

—¿Ha hablado el presidente con Frank sobre esto? ¿O con la directora de Salud Pública?

—Están en contacto continuo.

—Por favor, pídale al presidente que me llame, señor. —Augustine odiaba tener que pedirlo, pero un presidente más inteligente no hubiese necesitado que se lo recordasen.

—Lo haré, Mark. En cuanto a tu reacción... Sigue la postura oficial del INS, nada de divisiones ni de separación, ¿queda claro?

—No actúo por mi cuenta, señor vicepresidente —contestó Augustine.

—Hablaremos pronto, Mark —dijo el vicepresidente.

Kennealy volvió a ponerse al teléfono. Parecía molesto.

—Los soldados están subiendo a los vehículos en este momento, Mark. Espera un segundo. —Tapó el micrófono con la mano—. El vicepresidente acaba de salir de la habitación. Dios, Mark, ¿qué has hecho, escupirle?

—Le pedí que hiciese que el presidente me llamase —contestó Augustine.

—Eso sí que es diplomacia —dijo Kennealy con frialdad.

—¿Hará alguien el favor de avisarme si tenemos noticias de otro bebé fuera del país? —dijo Augustine—. ¿O dentro? Podría el Departamento de Estado coordinarse por favor con mi oficina día a día? ¡Espero no estar metiendo la pata también en esto, Tom!

—Por favor, no vuelvas a hablarle así al vicepresidente, Mark —dijo Kennealy y colgó.

Augustine apretó la tecla de llamada.

—Florence, necesito escribir una carta de presentación y un memorando. ¿Está Dicken en la ciudad? ¿Dónde está Lang?

—El doctor Dicken está en Atlanta y Kaye Lang está en el campus. En la clínica, creo. Tienes una reunión con ella dentro de diez minutos.

Augustine abrió el cajón de su mesa y sacó un cuaderno de notas. Había representado en él el esquema de los treinta y un niveles de mando que tenía por encima, treinta entre él y el presidente... una pequeña obsesión.

Tachó enérgicamente cinco de los niveles, luego seis, y a continuación subió hasta los últimos diez niveles y cargos, rompiendo el papel por ese punto. En la peor de las circunstancias, pensó que, planificándolo con cuidado, probablemente podría eliminar diez de esos niveles, incluso veinte.

Pero primero tenía que arriesgar el cuello y enviarles su informe y un memorando de presentación, y asegurarse de que estaba sobre todas las mesas antes de que la mierda empezase a salpicar.

No es que se estuviese arriesgando mucho. Antes de que alguno de los lacayos de la Casa Blanca, posiblemente Kennealy, preparando el camino para su promoción, susurrase al oído del presidente que Augustine no era un jugador de equipo, tenía el presentimiento de que habría otro incidente.

Un incidente desastroso.

48. Instituto Nacional de la Salud, Bethesda

Enterrarse a sí misma en trabajo era la única vía de acción que se le ocurría a Kaye en esos momentos. La confusión bloqueaba cualquier otra opción. Mientras abandonaba la clínica, caminando rápidamente ante los puestos situados fuera, llenos de vietnamitas y coreanos que vendían artículos de perfumería y baratijas, miró la lista de tareas del día anotadas en su agenda y marcó las reuniones y llamadas, primero Augustine, después diez minutos en el Edificio 15 con Robert Jackson para preguntarle por los sitios de interacción de la ribozima, una puesta al día con dos investigadores del INS de los Edificios 5 y 6 que la estaban ayudando en la búsqueda de retrovirus endógenos humanos similares al SHEVA; luego tenía que ver a otra media docena de investigadores para preguntarles su opinión...

Estaba a medio camino entre la clínica y el Centro del Equipo Especial cuando sonó su teléfono móvil. Lo sacó del bolso.

—Kaye, soy Christopher.

—No tengo tiempo y me siento fatal, Christopher —le espetó—. Dime algo que me anime.

—Si te sirve de consuelo, yo también me siento fatal. Ayer por la noche me emborraché y tenemos manifestantes en la entrada.

—También están aquí.

—Pero escucha, Kaye. Tenemos al bebé C en patología en estos momentos. Nació prematuro de al menos un mes.

—¿Prematuro? ¿Entonces era un niño?

—Niño, sí. Está plagado interna y externamente de lesiones de herpes. No tenía protección contra al herpes dentro del útero... el SHEVA induce algún tipo de acceso oportunista para el virus del herpes a través de la barrera placentaria.

—O sea que están confabulados... Todos unidos para provocar muerte y destrucción. Eso me anima mucho.

—No —dijo Dicken—. No quiero hablar de esto por teléfono. Mañana estaré en el INS.

—Dame algo en qué apoyarme, Christopher. No quiero pasar otra noche como las dos últimas.

—Puede que el bebé C no hubiese muerto si su madre no hubiese contraído el herpes. Puede que se trate de líneas independientes, Kaye.

Kaye cerró los ojos, todavía parada en medio de la acera. Miró alrededor buscando a Farrah Tighe; aparentemente había continuado caminando sin ella, por distracción, en contra de las instrucciones. Sin duda Tighe estaría buscándola frenética en ese mismo instante.

—Incluso si es así, ¿quién va a escucharnos ahora?

—Ninguna de las ocho mujeres de la clínica tienen ni herpes ni VIH. Llamé a Lipton y lo comprobé. Se trata de casos de análisis excelentes.

—No estarán fuera de cuentas hasta dentro de diez meses, si siguen la regla de un mes de intervalo.

—Lo sé. Pero estoy seguro de que encontraremos otros. Tenemos que hablar de nuevo... en serio.

—Estaré reunida todo el día y mañana debo estar en los laboratorios de Americol en Baltimore.

—Entonces esta noche. ¿O es que la verdad ya no significa mucho?

—No me des lecciones sobre la verdad, maldita sea —respondió Kaye. Vio los transportes de la Guardia Nacional entrando por Center Drive. Hasta ahora, los manifestantes se habían mantenido en el extremo norte; podía ver sus pancartas y estandartes desde donde se encontraba, junto a un colina baja cubierta de hierba. No oyó la siguiente frase de Dicken. Estaba fascinada por el movimiento de la distante multitud.

—... quiero darle a tu teoría una oportunidad justa —dijo Dicken—. El gran complejo proteínico no supone ningún posible beneficio para un único virus... Entonces ¿por qué utilizarlo?

—Porque el SHEVA es un mensajero —dijo Kaye en voz baja, como ensimismada y distraída—. Es la radio de Darwin.

—¿Cómo?

—Ya has visto los fetos de la primera fase de la Herodes, Christopher. Sacos amnióticos especializados... Algo muy sofisticado. No enfermos.

—Como dije, quiero seguir trabajando esta idea. Convénceme, Kaye. ¡Dios, si ese bebé C hubiese sido tan solo una casualidad!

Se oyeron tres estallidos sordos procedentes del extremo norte del campus, ligeros, como de juguete. Pudo oír cómo la multitud emitía un quejido de sobresalto y luego un grito agudo, distante.

—No puedo hablar, Christopher. —Colgó el teléfono con un chasquido y echó a correr. La multitud estaba a unos cuatrocientos metros, dispersándose, la gente retrocediendo y desparramándose por las calles, los aparcamientos y los edificios de ladrillo. No hubo más estallidos. Redujo la velocidad durante unos pasos, evaluando el peligro, y luego volvió a correr. Tenía que saber. Había demasiadas incertidumbres en su vida. Demasiadas vacilaciones e inacción, con respecto a Saul, con respecto a todo y con respecto a todos.

A quince metros de donde se encontraba, vio a un hombre robusto con traje marrón salir precipitadamente por la puerta trasera de uno de los edificios, moviendo los brazos y piernas como aspas. Su abrigo revoloteaba sobre la inflada camisa blanca y le daba un aspecto ridículo, pero era tan rápido como un murciélago salido del infierno y se dirigía directamente hacia ella.

Por un instante se asustó y cambió de dirección para evitarlo.

—¡Maldita sea, doctora Lang! —le gritó—. ¡Deténgase! ¡Pare!

Redujo la velocidad hasta un paso desganado, sin aliento. El hombre del traje marrón la alcanzó y le mostró durante un instante una identificación. Era del Servicio Secreto y se llamaba Benson, fue todo lo que alcanzó a ver antes de que cerrase la placa y volviese a guardársela en el bolsillo.

—¿Qué diablos está haciendo? ¿Dónde está Tighe? —le preguntó, con el rostro enrojecido y el sudor corriéndole por las mejillas marcadas de viruela.

—Necesitan ayuda —contestó—. Tighe está allá en...

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