La ratonera (3 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, Policíaco, Teatro

BOOK: La ratonera
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MOLLIE.—Viene una asistenta del pueblo que es muy eficiente.

MRS. BOYLE.—¿Y cómo andan de personal permanente?

MOLLIE.—No tenemos personal permanente. Estamos los dos solos.
(Se acerca a la butaca del centro.)

MRS. BOYLE.—¿De veras? Tenía entendido que esto era una casa de huéspedes en toda la regla.

MOLLIE.—Es que acabamos de empezar.

MRS. BOYLE.—Hubiera dicho que antes de abrir un establecimiento de esta clase era esencial contar con un servicio completo. Pienso que su anuncio es de lo más engañoso. ¿Puede decirme si soy yo el único huésped… es decir, aparte del mayor Metcalf?

MOLLIE.—Oh, no, hay varios más.

MRS. BOYLE.—Y encima este tiempo. Nada menos que una ventisca.
(Se vuelve hacia el fuego.)
¡Qué mala suerte!

MOLLIE.—¡En verdad que lo del tiempo no es culpa nuestra!

(Christopher Wren entra silenciosamente en la sala y se acerca a Mollie por detrás.)

CHRISTOPHER.—
(Cantando.)

«El viento del norte sopla
y nieve nos traerá
¿y qué hará entonces el petirrojo,
pobrecillo?»

Adoro las canciones infantiles. ¿Usted no? Siempre tan trágicas y macabras, sobre todo macabras. Por eso gustan a los niños.

MOLLIE.—Les presentaré. Míster Wren, mistress Boyle.

(Christopher se inclina.)

MRS. BOYLE.—
(Fríamente.)
Mucho gusto.

CHRISTOPHER.—Esta casa es muy bonita. ¿No le parece a usted?

MRS. BOYLE.—He llegado a una edad en la vida en la que las comodidades de un establecimiento son más importantes que su aspecto.

(Christopher retrocede unos pasos. Giles aparece por la izquierda y se queda debajo del dintel.)

Jamás hubiera venido aquí de haber sabido que esto no funciona como es debido. Tenía entendido que esta casa estaba dotada de todas las comodidades.

GILES.—No tiene ninguna obligación de quedarse si no está satisfecha, mistress Boyle.

MRS. BOYLE.—
(Dando unos pasos.)
En verdad que no. ¡Pues no faltaría más!

GILES.—Si ha habido algún malentendido, tal vez sería mejor que se alojase usted en otra parte. Si quiere llamo para que venga a buscarla un taxi. Las carreteras todavía no están bloqueadas.

(Christopher da unos pasos y se sienta en la butaca del centro.)

Tenemos tantas solicitudes de hospedaje que no nos será difícil llenar la vacante que usted deje. Tanto es así que el mes que viene vamos a subir las tarifas.

MRS. BOYLE.—No tengo la menor intención de irme sin haber comprobado qué tal es este lugar. No piense que me puede poner en la calle así como así.

(Giles da unos pasos.)

¿Tendrá la bondad de acompañarme a mi habitación, mistress Ralston?
(Se dirige majestuosamente hacía la escalera.)

MOLLIE.—No fallaría más, mistress Boyle.
(Sigue a mistress Boyle y, al pasar junto a Giles, le dice en voz baja.)
Cariño, has estado maravilloso…

(Místress Boyle y Mollie salen de la estancia.)

CHRISTOPHER.—
(Levantándose; con expresión infantil.)
Opino que esa mujer es perfectamente horrible. No me gusta ni pizca. Me gustaría que la pusiera de patitas en la calle, bajo la nieve. Le estaría bien empleado.

GILES.—Ese es un placer del que debo abstenerme, me temo.

(Suena el timbre de la puerta.)

¡Señor, ya ha llegado otro!

(Giles sale a abrir la puerta.)

(En off.)
Pase, pase.

(Christopher se acerca al sofá y se sienta. Entra miss Casewell. Es una joven de aspecto hombruno. Trae una maleta. Va ataviada con un abrigo largo y oscuro, bufanda clara y no lleva sombrero. Entra Giles tras ella.)

MISS CASEWELL.—
(Con voz grave, varonil.)
Me temo que se me ha estropeado el coche a una media milla de aquí… se me atascó en la nieve.

GILES.—Deme esto.
(Se hace cargo de la maleta y la deja al lado de la mesa grande.)
¿Tiene más equipaje en el coche?

MISS CASEWELL.—
(Aproximándose al fuego.)
No, procuro viajar con poco peso.

(Giles da unos pasos hacia la butaca.)

¡Ah, me gusta que tengan encendido un buen fuego!
(Se sienta a horcajadas en una silla delante de la chimenea.)

GILES.—¡Ejem!… Míster Wren… le presento a miss…

MISS CASEWELL.—Casewell.
(Saluda a Christopher con la cabeza.)

GILES.—Mi esposa bajará en seguida.

MISS CASEWELL.—No hay prisa.
(Se quita el abrigo.)
Tengo que quitarme el frío de encima. Diríase que van a quedarse aislados por la nieve.
(Saca un periódico vespertino del bolsillo del abrigo.)
Según el hombre del tiempo, nevará copiosamente. Avisos a los automovilistas, etcétera. Espero que tengan provisiones abundantes en casa.

GILES.—Oh, sí. Mi esposa lleva la casa muy bien. En todo caso, siempre podemos comernos las gallinas.

MISS CASEWELL.—Antes de empezar a comernos los unos a los otros, ¿eh?

(Se ríe con estridencia y arroja el abrigo a Giles, que lo coge al vuelo. Luego la joven se sienta en la butaca.)

CHRISTOPHER.—
(Levantándose y acercándose al fuego.)
¿Alguna noticia interesante en el periódico, aparte del tiempo?

MISS CASEWELL.—La crisis política de siempre. ¡Ah, si, y un asesinato bastante jugoso!

CHRISTOPHER.—¿Un asesinato?
(Volviéndose hacia miss Casewell.)
¡Oh, me pirro por los asesinatos!

MISS CASEWELL.—
(Pasándole el periódico.)
Al parecer, creen que se trata de un maníaco homicida. Estranguló a una mujer cerca de Paddington. Supongo que será algún maníaco sexual.
(Mira a Giles.)

(Giles da unos pasos hacia la izquierda de la mesita del sofá.)

CHRISTOPHER.—El periódico no dice mucho, ¿verdad?
(Se sienta en el sillón pequeño y sigue leyendo.)
«La policía está muy interesada en interrogar a un hombre que fue visto por los alrededores de Culver Street. Estatura mediana, abrigo oscuro, bufanda más bien clara y sombrero de fieltro. La radio ha estado emitiendo mensajes de la policía en este sentido durante todo el día».

MISS CASEWELL.—¡Menuda descripción! Podría referirse a cualquiera, ¿no es así?

CHRISTOPHER.—Cuando dicen que la policía desea interrogar a alguien, ¿no es una forma cortés de insinuar que se trata del asesino?

MISS CASEWELL.—Podría ser.

GILES.—¿Quién era la mujer asesinada?

CHRISTOPHER.—Mistress Lyon. Mistress Maureen Lyon.

GILES.—¿Joven o vieja?

CHRISTOPHER.—Aquí no lo dice. No parece que se tratara de un atraco…

MISS CASEWELL.—
(Dirigiéndose a Giles.)
Ya se lo dije: un maníaco sexual.

(Mollie baja del piso de arriba y se acerca a miss Casewell.)

GILES.—Te presento a miss Casewell, Mollie. Mi esposa.

MISS CASEWELL.—
(Levantándose.)
Encantada.
(Estrecha vigorosamente la mano de Mollie.)

(Giles coge su maleta.)

MOLLIE.—Hace una noche de perros. ¿Quiere subir a su habitación? Si desea tomar un baño, el agua está caliente.

MISS CASEWELL.—Buena idea.

(Mollie y miss Casewell abandonan la sala. Giles las sigue con la maleta. Christopher, que se ha quedado solo, se levanta y efectúa una exploración. Abre la puerta de la izquierda, se asoma y sale por ella. Instantes después reaparece por la escalera. Cruza la sala hacia la salida de la derecha y se asoma por ella. Se pone a cantar «El pequeño Jack Horner» y se ríe en voz baja. Da la impresión de estar levemente desequilibrado. Se acerca a la mesa grande. Giles y Mollie entran hablando en la sala. Christopher se esconde detrás de la cortina. Mollie se acerca a la butaca grande y Giles se coloca cerca de la mesa.)

MOLLIE.—Tengo que darme prisa e ir a la cocina a prepararlo todo. El mayor Metcalf es muy simpático. No nos causará molestias. Es mistress Boyle la que me da miedo. La cena tiene que salir bien por fuerza. Estaba pensando en abrir dos latas de picadillo de buey y cereal y otra de guisantes, y hacer puré de patatas también. Y tenemos compota de higos y natillas. ¿Crees que bastará con todo esto?

GILES.—Me parece que sí. Tal vez no… no sea muy original.

CHRISTOPHER.—
(Saliendo de detrás de la cortina y colocándose entre Giles y Mollie.)
Les ruego que me dejen ayudarles. Adoro cocinar. ¿Por qué no hacer también una tortilla. Tendrán huevos, ¿no es verdad?

MOLLIE.—Oh, sí, los hay en abundancia. Tenemos muchas gallinas. No ponen tanto como debieran, pero hemos guardado muchos huevos.

(Giles se aparta hacia la izquierda.)

Y si tienen una botella de vino barato, de la clase que sea, podrían echarla en «el picadillo de buey y cereal»… ¿Es eso lo que dijo? Le daría sabor continental. Muéstreme dónde está la cocina y lo que tenga en ella y es casi seguro que tendré una inspiración.

MOLLIE.—Venga conmigo.

(Mollie y Christopher salen por la derecha en dirección a la cocina. Giles frunce el ceño, profiere una exclamación poco lisonjera para Christopher y se aproxima a la butaca pequeña que hay a la derecha. Coge el periódico y se queda de pie leyéndolo muy atentamente. Da un salto cuando Mollie entra en la sala y dice algo.)

¿Verdad que es simpático?
(Mollie se acerca a la mesita del sofá.)
Se ha puesto el delantal y lo está preparando todo. Dice que lo deje en sus manos y que no vuelva por allí hasta dentro de media hora. Si nuestros huéspedes desean prepararse ellos mismos la comida, nos ahorraremos mucho trabajo.

GILES.—¿Por qué diablos le diste la mejor habitación?

MOLLIE.—Ya te dije que le gustó la cama de columnas.

GILES.—Le gustó la cama de columnas. ¡El muy cretino!

MOLLIE.—¡Giles!

GILES.—No me gustan los tipos como él.
(Significativamente.)
Tú no llevaste su maleta, pero yo sí.

MOLLIE.—¿Estaba llena de ladrillos?
(Se sienta en la butaca grande.)

GILES.—No pesaba nada. Seguro que estaba vacía. Probablemente es uno de esos jóvenes que van por ahí estafando a los hoteleros.

MOLLIE.—No lo creo. Me cae simpático.
(Hace una pausa.)
Esa miss Casewell parece algo rara, ¿no crees?

GILES.—Es una mujer terrible, es decir, si es que es mujer.

MOLLIE.—¡También es mala pata que todos nuestros huéspedes sean antipáticos o raros! De todos modos, el mayor Metcalf parece una persona normal, ¿no crees?

GILES.—¡Probablemente bebe demasiado!

MOLLIE.—¡Oh! ¿Tú crees?

GILES.—No. Hablaba en broma. Es sólo que me siento algo deprimido. Bueno, de todas formas, ahora ya conocemos lo peor. Ya han llegado todos.

(Suena el timbre.)

MOLLIE.—¿Quién podrá ser?

GILES.—Probablemente el asesino de Culver Street.

MOLLIE.—
(Levantándose.)
¡No digas esas cosas!

(Giles va a abrir la puerta. Mollie se acerca al fuego.)

GILES.—
(En off.)
¡Oh!

(Míster Paravicini entra en la sala con paso vacilante. Lleva una bolsa pequeña. Se trata de un extranjero moreno y de edad avanzada. Luce un bigote bastante llamativo. Es una versión algo más alta de Hercules Poirot, tal que pueda causar una falsa impresión en el público. Lleva un grueso abrigo con forro de piel. Se apoya en el dintel de la entrada y deja la bolsa en el suelo. Entra Giles.)

PARAVICINI.—¡Mil perdones! Estoy… ¿dónde estoy?

GILES.—Esta es la casa de huéspedes de Monkswell Manor.

PARAVICINI.—¡Qué estupenda buena suerte la mía! ¡Señora!
(Se acerca a Mollie, le coge una mano y se la besa.)

(Giles pasa por detrás de la butaca del centro.)

Mi plegaria ha sido escuchada. Una casa de huéspedes… y una anfitriona encantadora. Mi Rolls Royce, ¡ay!, se ha atascado en la nieve. Nieva tanto que apenas se ve a dos pasos. No sé dónde me encuentro. Tal vez, me digo, moriré congelado. Y entonces cojo una bolsa pequeña y echo a andar entre la nieve y veo ante mí la gran verja de hierro. ¡Una casa! ¡Estoy salvado! Dos veces caigo al suelo mientras camino por la calzada para coches, finalmente llego a la puerta y en el acto
(Mira a su alrededor.)
la desesperación se convierte en gozo.
(Cambiando de tono.)
Podrán alquilarme una habitación… ¿sí?

GILES.—Oh, sí…

MOLLIE.—Me temo que es algo pequeña.

PARAVICINI.—Es natural, es natural… tendrán ustedes otros huéspedes

MOLLIE.—Acabamos de inaugurar esta casa de huéspedes hoy mismo, así que somos… somos algo novatos en el negocio.

PARAVICINI.—
(Mirándola con expresión de sátiro.)
Encantadora… Encantadora…

GILES.—¿Y su equipaje?

PARAVICINI.—No tiene importancia. He dejado el coche cerrado con llave.

GILES.—¿No sería mejor traerlo aquí?

PARAVICINI.—No, no.
(Se acerca a Giles.)
Le puedo asegurar que en una nochecita como ésta los ladrones no salen de casa. Y en lo que a mí se refiere, mis necesidades son muy sencillas. Tengo todo lo que necesito aquí, en esta bolsita. Sí, todo lo que necesito.

MOLLIE.—Será mejor que se caliente ante el fuego.

(Paravicini se aproxima a la chimenea.)

Iré a prepararle la habitación.
(Da unos pasos hacia la butaca grande.)
Me temo que la habitación es más bien fría, ya que está orientada al norte, pero es que todas las demás ya están ocupadas.

PARAVICINI.—¿Conque tienen varios huéspedes más?

MOLLIE.—Sí: mistress Boyle, el mayor Metcalf, miss Casewell y un joven que se llama Christopher Wren… y ahora… usted.

PARAVICINI.—Sí… el huésped inesperado. El huésped al que ustedes no han invitado. El huésped que acaba de llegar… de la nada… saliendo de la tormenta. Parece muy dramático, ¿no creen? ¿Quién soy yo? Ustedes no lo saben. ¿De dónde vengo? Ustedes lo ignoran. Yo, yo soy el hombre del misterio.
(Se ríe.)

(Mollie se ríe y mira a Giles, que sonríe débilmente. Paravicini mira a Mollie y mueve la cabeza de muy buen humor.)

Pero ahora les diré algo. Completaré el cuadro. De ahora en adelante no habrá más llegadas. Ni más salidas. Mañana estaremos aislados de la civilización. Tal vez ya lo estemos. Aislados del carnicero, del panadero, del lechero, del cartero, del repartidor de periódicos. No habrá nadie ni nada más que nosotros. Eso es admirable… admirable… admirable. Nada podría convenirme más. Por cierto, me llamo Paravicini.
(Se aproxima a la butaca pequeña.)

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