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Authors: Lian Hearn

Tags: #Avéntura, Fantastico

La Red del Cielo es Amplia (28 page)

BOOK: La Red del Cielo es Amplia
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"Jamás accederá", pensó Akane mientras entregaba la nota a uno de los guardias. "No recibiré contestación y mañana a esta hora los hijos de Hayato habrán muerto."

Ataviada con sus mejores galas, no tenía más remedio que esperar. La noche había caído, aportando un cierto alivio al intenso calor. Akane cenó un cuenco de fideos fríos con verduras y bebió un tazón de vino. Temía quedarse dormida, sentía miedo del espíritu de Hayato. De nuevo se escucharon truenos en la distancia, pero seguía sin llover. Las contraventanas estaban abiertas y el aroma de las flores del jardín, mezclado con el olor del mar y la fragancia de las agujas de los pinos, inundó la estancia. Por el este la luna empezaba a elevarse a espaldas de la masa de nubes, cuyas indómitas siluetas iluminaba como si de las marionetas de un teatro de sombras se tratase.

Un gigantesco rayo acababa de alumbrar el cielo cuando Akane escuchó el sonido de pisadas y de voces amortiguadas que llegaban desde el otro lado de la tapia. Segundos más tarde, una de las criadas entró en la habitación y susurró:

—Señora Akane, ha venido alguien desde el castillo —la voz de la muchacha denotaba un matiz de alarma.

—¿Un mensajero? —Akane estaba de pie, temblando.

—Quizá... o tal vez... —la joven se echó a reír y su rostro se deformó; apenas se atrevía a pronunciar el nombre del recién llegado—. Ya sabes, el tío...

—¡No puede ser! —exclamó Akane, sintiendo deseos de propinar una bofetada a la criada, por su estupidez—. ¿Qué ha dicho?

—Quiere verte.

—¿Dónde está?

—Le he pedido que espere en el vestíbulo; pero, señora Akane, si de veras es él, ¡qué ofensa por mi parte! ¿Qué debo hacer?

—Hazle pasar inmediatamente —ordenó Akane—. Y trae más vino. Que entre solo. Si le acompañara alguien, que espere fuera. Tú quédate fuera también, pero acude en seguida si te llamo.

En cuanto el visitante entró en la estancia, a pesar de su atuendo informal y la ausencia de blasón, Akane supo que se trataba de Masahiro. Era un hombre de corta estatura, mucho más bajo que Shigeru, y ya daba muestras de la corpulencia propia de la mediana edad. Lo primero que Akane pensó fue: "Cree que se acostará conmigo". Le envolvió una oleada de terror, pues sabía que si llegara a ocurrir Shigeru jamás lo olvidaría.

Akane hizo una profunda reverencia y luego se sentó, tratando de acopiar valor y frialdad.

—Señor Otori, me hacéis un honor excesivo.

—En tu carta decías que querías hablar conmigo. Desde hace tiempo deseaba conocerte. Me pareció una oportunidad perfecta, sobre todo porque mi sobrino se encuentra de viaje.

Akane le sirvió vino y formuló un comentario sobre el calor de la noche y la peculiar belleza de las nubes iluminadas por la luna. Masahiro bebió mientras la examinaba atentamente. Al mismo tiempo Akane trataba de inspeccionarle, si bien de manera menos aparente. Estaba enterada de la constante búsqueda de nuevas experiencias sexuales por parte de su visitante, que no sólo le conducía al establecimiento de Haruna sino también, según se comentaba, a lugares de pésima fama donde obtenía placeres mucho más insólitos. Tenía el rostro amarillento, con varios lunares de gran tamaño.

Akane pensó que tendría que formular su petición de inmediato, antes de que entre ellos surgieran malentendidos.

—Siento una cierta responsabilidad por el triste suceso de anoche —dijo con voz suave.

—¿Te refieres al intolerable insulto a los señores de los Otori?

"Me refiero a la muerte de un buen hombre", pensó ella, aunque no lo mencionó.

—Deseaba disculparme ante vos personalmente.

—Acepto tus disculpas, pero no creo que se te pueda culpar de que los hombres se enamoren de ti —respondió Masahiro—. Me dicen que es la razón por la que Hayato actuó de esa manera. Al parecer, estaba encaprichado contigo. Por lo que he oído, lo mismo le ocurre a mi sobrino.

En su tono de voz se apreciaba un matiz de interrogación. Akane respondió:

—Perdonadme, señor Otori. No me es posible hablar del señor Shigeru con vos.

Masahiro elevó las cejas ligeramente y volvió a beber.

—¿Y eso era lo único que querías? ¿Disculparte?

"Nunca accederá. Lo único que estoy consiguiendo es humillarme", pensó Akane; pero luego sintió el aliento del muerto en el cuello, como si el fantasma estuviera de rodillas a sus espaldas y en cualquier momento pudiera rodearla con sus brazos helados. Respiró hondo.

—Los hijos del señor Hayato son pequeños. Su familia siempre ha servido a los Otori con lealtad. Os ruego que seáis misericordioso y les perdonéis la vida.

—Su padre insultó a Shigeru; sólo estoy protegiendo el nombre de mi sobrino.

—Estoy segura de que si el señor Shigeru estuviera aquí también intervendría en favor de los niños —replicó Akane con un hilo de voz.

—Sí, es un muchacho bondadoso, eso dicen. Por otra parte, yo no tengo esa reputación... —la voz de Masahiro denotaba un matiz de desprecio, pero Akane también percibió algo de envidia. Sus sospechas quedaron confirmadas cuando el señor Otori prosiguió:— Mi sobrino está muy bien considerado, ¿no es verdad? Me llegan informes desde todos los rincones del País Medio en los que se le alaba.

—Es cierto. El pueblo le quiere.

Akane observó que su interlocutor daba un ligero respingo bajo el látigo de sus propios celos.

—¿Más que a su padre?

—El señor Shigemori también es muy popular.

Masahiro se echó a reír.

—Me sorprendería que eso fuera verdad. —Los dientes superiores le sobresalían ligeramente, lo que otorgaba a su mandíbula inferior un aspecto de debilidad—. ¿Dónde está Shigeru?

—El señor Otori debe de saberlo. Está en Chigawa.

—¿Recibes noticias suyas?

—Me escribe cartas de vez en cuando.

—Y cuando está aquí... Por cierto, déjame que te diga que la casa es magnífica; muy elegante y confortable. Te felicito. Bueno, cuando está aquí, ¿te habla de todos sus asuntos?

Akane hizo un ligero movimiento con los hombros y apartó la vista.

—Claro que sí —prosiguió Masahiro—. Eres una mujer experimentada y mi sobrino, por muchas cualidades admirables que tenga, es todavía muy joven.

Masahiro se inclinó hacia delante.

—Seamos francos el uno con el otro, Akane. Tú quieres algo de mí, y yo quiero algo de ti.

Akane le clavó la mirada y, para ocultar su alarma, dejó que una expresión de desdén le cruzara el rostro lentamente.

—No voy a sugerir que nos acostemos. Es lo que me gustaría, claro está, pero incluso yo debo admitir que resultaría poco delicado. Además, estoy seguro de que para ti sería un precio demasiado alto con el que pagar la vida de los hijos de Hayato.

Akane le seguía mirando fijamente, sin hacer intento alguno de enmascarar su desagrado o su desprecio. Masahiro se echó a reír de nuevo.

—Pero me gustaría enterarme de lo que Shigeru se trae entre manos. Seguro que me puedes ayudar en ese aspecto.

—¿Me estáis pidiendo que espíe al señor Shigeru?

—"Espiar" es un término demasiado contundente. Sólo te pido que me mantengas informado.

Akane pensaba a toda velocidad. Era mucho menos de lo que ella había temido. Nunca traicionaría los secretos de Shigeru, y le resultaría fácil inventarse alguna información que pudiera satisfacer a Masahiro.

—A cambio, ¿perdonaréis la vida a los niños y permitiréis que la familia de Hayato permanezca en su casa?

—Sería un acto de misericordia por mi parte, ¿verdad? Puede que yo también me gane la reputación de compasivo y pueda compartir la popularidad de Shigeru.

—La compasión del señor Masahiro es en verdad extrema —respondió Akane—. Me ocuparé de que todo el mundo se entere.

Notó la mano de Hayato en la nuca. Era una leve presión, parecida a una caricia. Luego, desapareció.

"Adiós —dijo Akane para sí—. Ahora, descansa en paz". Elevó una plegaria para que el difunto encontrase reposo, para que su reencarnación fuera favorable y no volviera a perseguirla.

Tras la despedida de Masahiro, Akane trató de convencerse de que no estaba disgustada con el resultado del encuentro. Haruna se alegraría enormemente y sin duda la colmaría de regalos. Akane había cumplido con sus obligaciones para con los muertos, y estaba segura de que el acuerdo alcanzado no la obligaría a traicionar a Shigeru. No guardaba una alta opinión acerca de Masahiro, y se sentía confiada en su propia capacidad para irle entregando retazos de información intrascendente. Pero conforme transcurrieron los días, Akane tuvo tiempo de reflexionar y fue sintiéndose cada vez menos satisfecha de lo que había hecho. Era como si, de manera inconsciente, supiera que había dado el primer paso en un camino que la conduciría hasta el sometimiento a un hombre corrupto y cruel.

Su mayor preocupación consistía en que a Shigeru le llegasen noticias distorsionadas sobre la muerte de Hayato y la intercesión de Akane a favor de la familia de éste, y pudiera enfadarse con ella. La ausencia de Shigeru, junto con la visita de Masahiro, le provocaba sensación de inseguridad. Su posición como amante del heredero del clan le otorgaba un enorme placer; no soportaba la idea de perderla. Aparte del temor a semejante vergüenza, también sufría una ansiedad poco habitual en ella. Temía desprestigiarse a ojos de Shigeru, la asustaba decepcionarle y que él se apartase de su lado.

"Sólo amará a una mujer que se gane su respeto —reflexionaba Akane—. No pasará por alto ni perdonará ninguna debilidad de carácter, ninguna clase de deslealtad". La mera idea de que Masahiro pudiera informarle del acuerdo al que habían llegado la hacía estremecerse. Nada conseguía calmar su intranquilidad. Escribió varias cartas y las quemó, al encontrar falsamente inocente el tono que empleaba, al pensar que sus sugerencias y omisiones, su ornamentación de la realidad, eran tan evidentes que Masahiro las descubriría a primera vista.

Su propia casa, con sus objetos exquisitos, así como el jardín, los pinos y el mar habían perdido su encanto para Akane. No tenía apetito, apenas conciliaba el sueño y despachaba su mal genio con las criadas. La visión de la luna en el agua o del rocío en los primeros brotes de crisantemo y en las telas de las arañas doradas la conmovían hasta sumirla en el llanto y, después, en la desesperación. Anhelaba que Shigeru regresase del Este, y al mismo tiempo tenía miedo de su llegada. Anhelaba el invierno, que retendría a su amante en Hagi; pero también le asustaba lo que Masahiro pudiera desvelar a su sobrino por motivos de despecho o de conspiración. Por encima de todo, Akane temía tener que informar al tío de Shigeru.

21

El primer tifón de finales del verano barrió la costa desde el suroeste, pero, aunque trajo consigo intensas lluvias, para cuando llegó a Hagi su fuerza había aminorado. Las zonas orientales del País Medio apenas sufrieron daños, por lo que Shigeru no apresuró su vuelta a casa. Cierto era que añoraba a Akane de vez en cuando, pero no deseaba regresar a las intrigas propias del castillo o a la incómoda situación con su esposa. La vida del guerrero en las fronteras se caracterizaba por una simplicidad espontánea y refrescante. Todos cuantos le rodeaban mostraban hacia él una actitud de absoluto respeto y gratitud, lo que le resultaba halagador al tiempo que le otorgaba una creciente seguridad en sí mismo y en su función como cabeza del clan. Nadie discutía con él y sus opiniones eran valoradas en todo momento.

Era como si Shigeru y sus acompañantes fueran todavía unos niños que jugaran a batallas de piedras, sólo que ahora tenían en sus manos soldados de verdad y vidas de verdad. Mantenían una vigilancia constante a lo largo de toda la frontera, de costa a costa, y numerosas noches dormían a la intemperie, bajo el cálido cielo de verano con sus enormes estrellas difuminadas. Cada dos semanas aproximadamente regresaban a Chigawa, donde disfrutaban de los manantiales de agua caliente y la abundancia de alimentos propia del término del verano.

En una de estas ocasiones, a finales del octavo mes, justo antes del atardecer, Takeshi y Kahei entraron en la posada, con el cabello aún mojado por el baño y riéndose a carcajadas. También ellos se sentían más relajados desde semanas atrás, una vez liberados de la estricta disciplina del estudio y del entrenamiento que acaparaban sus días en Hagi. Ambos se encontraban en el momento cumbre del paso de la adolescencia a la madurez; sus cuerpos se volvían más fornidos, sus extremidades se alargaban y sus voces empezaban a cambiar. Shigeru, que ahora los estaba escuchando, reflexionó que al cabo de un año o dos tendrían que ser enviados a Terayama para aprender, al igual que había hecho él, la autodisciplina que aglutinaría todas las enseñanzas que hasta el momento habían recibido. Durante las últimas semanas Shigeru había vigilado a su hermano con atención, tratando de poner freno a la actitud temeraria y la impetuosidad de Takeshi, al tiempo que se percataba de que los hombres le adoraban y también le alentaban, admirando la intrepidez del muchacho. En opinión de Shigeru, Kahei contaba con un carácter más de fiar, pues su valentía no estaba teñida de imprudencia; buscaba consejo y lo seguía. Sin embargo, Takeshi gozaba de un atractivo especial: la innata habilidad de los Otori para inspirar devoción. Shigeru se preguntó una vez más cuál sería la mejor forma de confiar a su hermano las responsabilidades que éste necesitaba. Takeshi no mostraba interés por los cultivos u otras cuestiones agrícolas, la administración de las tierras ni el desarrollo de la industria. Toda su pasión se volcaba en el arte de la guerra. Si su temeridad pudiera ser atemperada, podría llegar a ser un gran general; por el momento, estaba más interesado en las hazañas heroicas que en la cuidadosa planificación de estrategias y tácticas bélicas. Aún menos le importaban las negociaciones diplomáticas que aseguraban la paz. Él y Kiyoshige se quejaban con frecuencia de la ausencia de guerra y anhelaban la oportunidad de dar una lección a los Tohan, como en la batalla del santuario, que Kiyoshige había descrito con todo tipo de detalles sangrientos en más de una ocasión. Kiyoshige apreciaba a Takeshi, y las aventuras que ambos habían compartido durante la estancia de Shigeru en Terayama habían formado un fuerte vínculo entre ellos. Shigeru se percataba de que Kiyoshige alentaba a su joven amigo aprobando tácitamente su impetuosidad, que encajaba con la suya propia. Con toda intención, Shigeru los mantenía apartados cuando cabalgaban en patrullas; enviaba a Kiyoshige con Irie y retenía a su hermano pequeño a su lado. Pero cuando se encontraban en Chigawa, a Kiyoshige le encantaba ir acompañado de Takeshi.

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