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Authors: Lian Hearn

Tags: #Avéntura, Fantastico

La Red del Cielo es Amplia (50 page)

BOOK: La Red del Cielo es Amplia
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—Tal vez su talento se desarrolle con la edad —comentó Kenji—, como suele sucederles a los Muto. Al fin y al cabo, también lleva nuestra sangre.

—¿Qué edad tiene? —preguntó Kotaro.

—Seis meses —respondió Shizuka.

—Bueno, pues no te encariñes demasiado con él. Los niños tan pequeños pueden morir de repente por una variedad de razones —le advirtió; y tras esbozar una amplia sonrisa, prosiguió—: Como el hijo de Maruyama Naomi, que falleció hace unos días. Tenía más o menos la misma edad.

—¿Murió mientras estabas en Maruyama? —preguntó Kenji con tono glacial.

—Sadamu quería hacer una advertencia a Naomi; no hay mejor manera de llegar a una mujer.

—¡Mataste a su hijo! —exclamó Shizuka, sin poderlo remediar.

—"Matar" no es el término adecuado. Apenas tuve que hacer nada. Sólo le miré a los ojos. Se quedó dormido y no volvió a despertarse.

Shizuka trató de disimular el escalofrío que le recorrió el cuerpo. Había oído hablar sobre aquel poder extraordinario que sólo los Kikuta poseían, consistente en inducir a la inconsciencia inmediata a través de la mirada. Los adultos podían despertarse, aunque por lo general los mataban antes de que lo hicieran; pero un recién nacido sería completamente vulnerable...

Kotaro estaba orgulloso de sí mismo; Shizuka detectó en su voz una nota de jactancia. De pronto sintió odio por su tío, por el asesinato en sí y por el placer que éste le provocaba. Detestaba a aquellos hombres que controlaban tantas vidas, incluyendo la de la propia Shizuka, con su falta de compasión y su crueldad. La habían obligado a deshacerse del primer hijo que había concebido. Ahora, a la joven le parecía discernir una cierta amenaza contra su hijo vivo, un recordatorio de que estaba obligada a obedecerlos. Notaba un amargo resentimiento incluso hacia Kenji, aunque siempre había creído que él la apreciaba sinceramente.

Ahora le miró. El inexpresivo rostro del maestro de los Muto no daba señal alguna de sobresalto o censura.

—De modo que ahora le toca el turno a Shigeru —declaró Kotaro—, aunque he de admitir que resultará algo más difícil.

—Todavía no hemos llegado a un acuerdo ron respecto a Shigeru —le recordó Kenji—. De hecho, la familia Muto tiene órdenes de no tomar parte en ningún intento de atentar contra su vida.

Al no ofrecer Kotaro una respuesta inmediata, Kenji prosiguió:

—Shigeru me pertenece; le salvé la vida en Yaegahara. Aparte de eso, el hecho de que siga vivo nos resulta más útil a todos nosotros.

—No quiero enemistarme contigo por esta causa —dijo Kotaro—. La unión entre las familias de la Tribu es mucho más importante que Sadamu o Shigeru. Echémoslo a suertes; veamos si el Cielo está de su parte. —Agarró un puñado de las fichas de
go
que habían empleado en la partida anterior y las metió en la funda correspondiente. Acercó la funda a Shizuka—. Coge una —indicó.

La joven sacó una ficha y la colocó sobre la estera. Era blanca. Los tres se quedaron mirándola fijamente unos segundos.

—Si igualas el color, Shigeru es tuyo —declaró Kotaro—. Shizuka, cierra los ojos. Voy a poner en tus manos una pieza blanca y otra negra. Entonces, Kenji elegirá.

Shizuka acercó los puños cerrados a su tío, rezando para que el cielo le guiara. Kenji dio una palmada en la mano izquierda de su sobrina. Shizuka abrió el puño; la ficha negra yacía en su palma atravesada por la línea de los Kikuta. Involuntariamente, al no confiar en Kotaro abrió la otra mano. La pieza era blanca.

Con gentileza infinita, Kenji dijo:

—Esto sirve para un intento. Lo acepto. Pero si falláis, la vida de Shigeru vuelve a ser mía.

—No fallaremos —aseguró Kotaro.

38

Shigeru volvió a emplear su tiempo en viajar, con ropa sin distintivos y el rostro oculto, preocupándose de modificar su aspecto en cada desplazamiento con la esperanza de evitar que le reconocieran. En el curso del año, las nuevas fronteras se fueron estableciendo con mayor firmeza y se instalaron barreras en los puentes y los cruces de carreteras. Los Otori habían perdido la totalidad de los territorios del sur. Obligados a retroceder desde el este, ahora sus tierras se limitaban a una estrecha franja a lo largo del litoral. Shigeru recorría esta zona una y otra vez con la intención de conocerla hasta en el más mínimo detalle. Cuando conversaba con los granjeros, a menudo le daba la impresión de que averiguaban su identidad, aunque nunca desvelaban el secreto. Se enteró de cómo la población organizaba la vida en las diversas localidades, quiénes eran los jefes de las aldeas y hasta qué punto los campesinos sentían el irrefrenable deseo de enfrentarse a sus señores y plantearles sus quejas.

Cuando las lluvias de la ciruela pusieron fin a sus viajes, a comienzos del sexto mes, Shigeru pasaba sus días redactando minuciosos informes sobre todo cuanto había visto y oído, y trabajaba junto a Ichiro hasta bien entrada la noche.

Cierto atardecer, mientras la lluvia incesante golpeaba sobre el tejado, caía por los aleros y llenaba los nuevos estanques del jardín, apareció Chiyo y anunció que había llegado una visita.

—¿En un día así? —se extrañó Ichiro—. Debe de estar loco.

Chiyo, que había ido adquiriendo un talante más familiar a medida que envejecía y también debido a la falta de ceremonia que ahora imperaba en la casa, respondió:

—Desde luego. Si no es un loco, es un visitante de lo más extraño. Tiene el aspecto de un mercader, pero ha preguntado por el señor Shigeru como si fuera un viejo amigo suyo.

—¿Cómo se llama? —preguntó Shigeru, quien sólo a medias prestaba atención.

—Muto —respondió Chiyo.

—Ah. —Shigeru terminó la frase que estaba escribiendo y dejó el pincel. Luego flexionó los dedos unos segundos—. Dile que pase.

Chiyo se mostró reticente.

—Está calado hasta los huesos —protestó.

—Entonces, prepárale un baño y búscale ropa seca. Comeremos juntos en la sala de la planta de arriba. Y llévanos vino —añadió.

—¿Quién es? —preguntó Ichiro.

—Un hombre que conocí el año pasado. Te lo contaré más tarde; pero primero quiero hablar con él a solas.

—Ha pasado mucho tiempo —dijo Kenji mientras entraba en la sala del piso superior—. Gracias por tu hospitalidad.

—Es lo menos que puedo hacer, en respuesta a la tuya —respondió con sinceridad Shigeru—. Me alegro de verte. Dijiste que me enviarías a alguien, pero doy por supuesto que cambiaste de opinión.


Uhum -
-Kenji asintió con la cabeza—. Me pareció mejor no atraer la atención hacia ti. Ha sido un año difícil para todos. Además, era evidente que estabas reduciendo tu número de sirvientes; podría haber sido complicado colocar a uno nuevo.

—De modo que no tengo a mi servicio a ningún miembro de la Tribu, ¿no es así? —dijo Shigeru al tiempo que esbozaba una sonrisa.

—No, aunque a Iida le encantaría que así fuera.

—Más le valdría a Iida olvidarse de mí. Ha conseguido que me sienta impotente frente a él.


Hmm -
-Kenji soltó otro de sus expresivos gruñidos—. Puede que ésa sea la forma en la que te presentes ante el mundo, pero no te olvides de que estás hablando con el hombre que te entregó el sable de tu padre, y que escuchó cómo el sable hablaba. —Hizo un gesto hacia
Jato,
colocado en su peana en un extremo de la sala—. Ya veo que no has prescindido de él.

—Se lo entregaré únicamente a mi heredero, cuando mi muerte sea inevitable; pero no busco venganza. Todo eso ha quedado atrás. Me he convertido en granjero —aseguró, y brindó a Kenji una sonrisa afectuosa.

—Sin embargo, Iida sigue preocupado por tu culpa; obsesionado, diría yo. Es como si una hebra invisible te uniera a él. No cesa de buscar información acerca de ti. Le atormenta el hecho de que venció a los Otori exclusivamente gracias a la traición. Ganó la batalla, pero perdió el honor.

Con tono ligero, Shigeru respondió:

—¿Acaso queda algo de honor entre los guerreros? En estos días, todo hombre aprovecha cualquier oportunidad para prosperar y sólo después trata de buscar justificación a sus acciones. Los cronistas de los Tohan se encargarán de redactar la versión de Iida Sadamu sobre la batalla y le convertirán en el héroe indiscutible de Yaegahara.

—Estoy de acuerdo contigo —repuso Kenji—. Mi trabajo me involucra directamente con el lado más oscuro de la casta de los guerreros, y por ello sé que los hombres tan sumamente vanidosos como Iida quieren parecer honorables, cuando en realidad actúan con una falta absoluta de honorabilidad. Ahora, tu adversario empieza a darse cuenta de que jamás ganará esa batalla contigo; ya hay muchos poetas en los Tres Países componiendo baladas al respecto.

—Me halaga, pero eso no cambia en ningún modo mi situación. Lo he perdido todo, con la excepción de esta casa y una pequeña propiedad.

—No te olvides de la admiración y la devoción inquebrantable por parte de tus compatriotas —añadió Kenji, clavando las pupilas en Shigeru—. ¿Has oído hablar de Lealtad a la Garza?

—Nunca. ¿Qué es?

No era infrecuente la aparición de sociedades con nombres tales como Estrechos Senderos de la Serpiente o Furia del Tigre Blanco, por lo general nutridas de jóvenes decididos a utilizar su inteligencia y talento para desafiar el orden establecido y renovar el mundo que los rodeaba. Los campesinos y los granjeros se aliaban con guerreros de bajo rango y formaban alianzas para defender sus campos de cultivo y sus granjas, así como para presionar a los propietarios de las tierras.

—Es una organización secreta que se está extendiendo por todo el País Medio. Sus miembros han jurado ofrecerte su respaldo cuando te enfrentes a tus tíos, como confían en que harás.

—Me reconforta su apoyo, pero me temo que van a sufrir una decepción —respondió Shigeru—. Si me enfrentara a mis tíos, estallaría la guerra civil y el clan Otori quedaría aniquilado.

—Por el momento, tal vez; pero aún no has cumplido los veinte años, y cuentas con el don de la paciencia.

—Sabes mucho sobre mí —observó Shigeru, echándose a reír como si la idea le hiciera gracia.

—Es que oigo hablar de ti —respondió Kenji—. Por cierto, lamento la muerte de tu esposa. ¿Piensas volver a casarte?

—No, jamás —respondió Shigeru con brusquedad—. Antes confiaba en tener hijos; pero me he dado cuenta de que no serían más que otra amenaza para mis tíos, quienes los convertirían en rehenes, al menos a efectos prácticos. No podría soportar más pérdidas. Además, tengo a mi hermano; he de actuar como un padre con él.

—Pues vigílale de cerca. Corre aún más peligro que tú, al igual que el resto de tu familia y todos aquellos a quienes aprecias, Iida haría cualquier cosa por humillarte, por hacer ostentación de su poder sobre ti y causarte dolor. —Kenji se quedó en silencio unos instantes. Luego, con tono sereno pero firme, añadió:— Ten mucho cuidado. Cambia tus costumbres, no acudas solo a ningún sitio, ve siempre armado.

—Iida puede despreocuparse de mí —dijo Shigeru fingiendo indiferencia, si bien tomaba nota puntual de la advertencia de Kenji—. He abandonado el camino del sable.

—Aun así, entrenas a tu hermano y sigues practicando.

—Takeshi necesita mantenerse ocupado. Puede que yo sea ahora un granjero, pero él es hijo de guerrero. Debe recibir la instrucción correspondiente antes de alcanzar la mayoría de edad. Entonces, podrá elegir su propio camino. Da la impresión de que conoces todas mis actividades. ¿Acaso tus espías me vigilan sin parar?

—Por el momento, no —respondió Kenji—. Sólo me entero de los rumores que traslada el viento. Mantengo los oídos abiertos; nada más.

Parecía sincero, y Shigeru deseó poder entregarle su confianza; quería tener por amigo a aquel hombre sorprendente y seductor.

—¿Qué te trae a Hagi? —preguntó.

—Tengo parientes en la ciudad. Probablemente conoces la destilería que dirige Muto Yuzuru.

Se trataba de una minucia de información, ofrecida casi a modo de regalo. Shigeru asintió con un gesto.

—Entonces, ¿tu familia está relacionada con la fabricación de vino?

—Corre por nuestras venas, en lugar de la sangre —respondió Kenji. Shigeru le sirvió otro tazón, que el maestro de los Muto se bebió de un trago—. Yo mismo me dedico en Yamagata a la elaboración de productos derivados de la soja, como pasta o salsa. Casi todas nuestras familias trabajan en uno u otro sector.

—¿Has venido a visitarme con algún propósito concreto?

—En realidad, no. Decidí pasarme a verte. Es lo que los amigos suelen hacer —Kenji esbozó una amplia sonrisa.

—Hasta ahora, no había tenido esa experiencia —confesó Shigeru—. Toda mi vida he estado alejado de esta clase de placeres cotidianos. A veces me siento como Shakyamuni, quien antes de que le llegara la iluminación no sabía nada acerca de la muerte o el sufrimiento; siempre le habían mantenido apartado de ambos. Sólo cuando empezó a vivir en el mundo su compasión despertó —se interrumpió de pronto, y acto seguido se disculpó—. Perdóname. No era mi intención compararme en modo alguno con el Iluminado, o ponerme tan solemne. Puede que uno de los consuelos de mi nueva situación en la vida sea la posibilidad de entablar amistades normales y corrientes, como la nuestra. Aunque, claro está, no estoy dando a entender que haya en ti nada que sea normal y corriente.

—No soy más que un humilde mercader, igual que tú eres un simple granjero —respondió Kenji.

—Pues brindemos por la amistad entre ellos. ¡Por el mercader y el granjero!

Ambos vaciaron sus tazones de vino y los volvieron a llenar.

—¿Qué otras noticias tienes? —preguntó Shigeru.

—Quizá te interese saber que Arai Daiichi se ha visto obligado a someterse a Iida. Le han enviado a servir a Noguchi en el nuevo castillo que Sadamu está construyendo para él.

—¿Le acompaña tu sobrina?

—¿Shizuka? Sí, se ha instalado en la ciudad. ¿Sabías que tuvieron un hijo?

Shigeru negó con la cabeza.

—Se llama Zenko.

Shigeru vació su tazón, se sirvió más vino y empezó a beberlo a sorbos con objeto de ocultar su agitación. Shizuka le había traicionado, y ahora recibía la recompensa de un hijo varón.

—¿Le reconocerá Arai como su heredero?

—Lo dudo. En todo caso, los hijos de mi sobrina pertenecen a la Tribu. Arai se casará y tendrá descendencia legítima. Lo normal sería que el matrimonio ya se hubiera celebrado, pero desde la batalla de Yaegahara el caos reina en los Tres Países. Las alianzas del Oeste están en el aire. Aunque no quieren luchar contra Iida, se han propuesto complicarle la vida. Sadamu está exigiendo concesiones. Posiblemente, los Shirakawa tendrán que entregar a sus hijas en calidad de rehenes. En cuanto a los Maruyama, ofendieron a los Tohan al negarse a atacar a los Otori desde el Oeste. El marido de la señora Maruyama murió el otoño pasado, poco después del nacimiento del hijo varón de ambos, y éste ha fallecido recientemente. Imagino que la señora Naomi también tendrá que entregar a su hija.

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