La sombra de Ender (54 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La sombra de Ender
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Pulsaron un interruptor genético en mí y me convirtieron en un atleta intelectual. Puedo meter gol desde cualquier lugar del campo, pero siempre sabiendo cuándo hay que dar la patada. Sabiendo cómo forjar un equipo de un puñado de jugadores. ¿Qué interruptor pulsaron en los genes de Ender Wiggin? ¿O se trataba de algo más profundo que el genio mecánico del cuerpo? ¿Hay un espíritu, y Ender ha recibido un don de Dios? Lo seguimos como discípulos. Esperamos que extraiga agua de la piedra.

¿Puedo aprender a hacer lo que él hace? ¿O soy como tantos de los escritores militares que he estudiado, condenado a ser un segundón en el campo, recordado sólo por sus crónicas y explicaciones del genio de otros comandantes? ¿Escribiré un libro después de esto, explicando cómo lo hizo Ender?

Que Ender escriba ese libro. O Graff. Yo tengo trabajo que hacer aquí, y cuando lo acabe, elegiré mi propia obra y lo haré lo mejor que pueda. Si se me recuerda sólo porque fui uno de los compañeros de Ender, que así sea. Servir con Ender es su propia recompensa.

Pero ah…, cómo dolía ver lo felices que eran los demás, y cómo no le prestaban ninguna atención, excepto para burlarse de él como si fuera un hermano pequeño, como una mascota. Cómo debían de haberle odiado cuando era su líder.

Lo peor de todo era la forma en que Ender lo trataba también. No es que ninguno pudiera ver a Ender. Pero durante su larga separación, parecía que Ender había olvidado que en una ocasión había confiado en Bean. Se apoyaba más en Petra, en Alai, en Dink y en Shen. Los que nunca habían estado en una escuadra con él, Bean y los otros jefes de pelotón de la Escuadra Dragón seguían siendo utilizados, confiaba en ellos, pero cuando había alguna maniobra difícil de hacer, algo que requería creatividad, Ender nunca pensaba en Bean.

No importaba. No podía pensar en eso. Porque Bean sabía que junto con su primera misión como jefe de los escuadrones, tenía otra, más profunda. Tenía que ver cómo se desarrollaba cada batalla, listo para intervenir en cualquier momento, por si Ender fallaba, Ender no parecía darse cuenta de que los profesores confiaban en Bean en ese sentido, pero Bean lo sabía, por lo que a veces se distraía un poco a la hora de cumplir su misión oficial, y Ender, a su vez, se impacientaba con él por llegar un poco tarde, o estar algo desatento. Porque Ender no sabía que en cualquier momento, si el supervisor lo señalaba, Bean podría tomar el mando y continuar el plan de Ender, supervisando a todos los líderes de escuadrón, para salvar el juego.

Al principio, esa misión pareció vacía: Ender nunca fallaba. Pero entonces cambió la situación.

Fue el día después de que Ender les mencionara, casualmente, que tenía un profesor diferente del suyo. Se refería a él como «Mazer» demasiado a menudo, y Crazy Tom comentó;

—Debe de haberlo pasado fatal, al crecer con ese nombre.

—Cuando crecía el nombre no era famoso —dijo Ender.

—Alguien que sea tan viejo está muerto —replicó Shen.

—No si lo metieron en una nave luz durante un montón de años y luego lo recuperaron.

Entonces se dieron cuenta.

—¿Tu profesor es el auténtico Mazer Rackham?

—¿Sabéis que dicen que es un héroe brillante? —dijo Ender.

Claro que lo sabían.

—Lo que no mencionan es que es un completo gilipollas.

Y entonces la nueva simulación comenzó y volvieron al trabajo.

Al día siguiente, Ender les dijo que las cosas estaban cambiando.

—Hasta ahora hemos estado jugando contra el ordenador o unos contra otros. Pero a partir de ahora, cada pocos días el propio Mazer y un equipo de pilotos experimentados controlará a la flota contraria. Todo vale.

Una serie de pruebas, con el mismísimo Mazer Rackham como oponente. A Bean le olió a chamusquina.

No son pruebas, son trampas, preparativos para las condiciones que pueden darse cuando la flota se acerque al planeta de los insectores. La El. está recibiendo información preliminar de la flota expedicionaria, y nos están preparando para lo que los insectores vayan a lanzarnos cuando se produzca la batalla.

El problema era que no importaba lo brillantes que pudieran ser Mazer Rackham y los otros oficiales; seguían siendo humanos. Cuando se produjera la batalla de verdad, los insectores por fuerza actuarían de formas que a los humanos no se les podrían ocurrir.

Entonces llegó la primera de aquellas pruebas: y fue embarazoso comprobar qué estrategia tan juvenil emplearon. Una gran formación globular, rodeando a una sola nave.

En esta batalla quedó claro que Ender sabía cosas que no les había dicho. Para empezar, les dijo que no hicieran caso de la nave en el centro del globo. Era un señuelo. Pero ¿cómo podía saberlo? Porque sabía que los insectores mostrarían una sola nave así, y era mentira. Lo cual significa que los insectores esperan que ataquemos esa nave.

Excepto, claro, que no se trataba de los insectores, sino de Mazer Rackham. Entonces ¿por qué esperaba Rackham que los insectores esperaran que los humanos fueran a atacar a una sola nave?

Bean recordó aquellos vids que Ender había contemplado una y otra vez en la Escuela de Batalla, todas las películas de propaganda de la Segunda Invasión.

Nunca mostraban la batalla porque no la hubo. Ni Mazer Rackham dirigió una fuerza de choque con una estrategia brillante. Mazer Rackham atacó a una sola nave y la guerra terminó. Por eso no había vídeos de combates mano a mano. Mazer Rackham mató a la reina. Y ahora esperaba que los insectores mostraran mía nave central como señuelo, porque así fue como vencimos la última vez.

Mata a la reina, y los insectores están indefensos. Sin mente. Eso es lo que querían decir los vids. Ender lo sabe, pero también sabe que los insectores saben que lo sabemos, así que no pica el anzuelo.

Lo segundo que Ender y ellos sabían no era el uso del arma que no apareció en ninguna de sus simulaciones hasta esta primera prueba. Ender la llamaba «el Pequeño Doctor», y luego no dijo nada más al respecto… hasta que le ordenó a Alai emplearla cuando la flota enemiga estuviera más concentrada. Para su sorpresa, el artilugio desencadeno una reacción en cadena que saltó de nave a nave, hasta destruir casi todas las naves fórmicas, excepto las más exteriores. Y luego fue fácil acabar con aquéllas. El campo de juego quedó despejado cuando terminaron.

—¿Por qué fue tan estúpida su estrategia? —preguntó Bean.

—Eso es lo que yo me preguntaba —contestó Ender—. Pero no perdimos ninguna nave, así que muy bien.

Más tarde, Ender les contó lo que decía Mazer: estaban simulando toda una secuencia de invasión, y por eso llevaba al enemigo simulado a una curva de aprendizaje.

—La próxima vez habrán aprendido. No será tan fácil.

Bean lo oyó y se alarmó. ¿Una secuencia de invasión? ¿Por qué un escenario semejante? ¿Por qué no calentamientos antes de una sola batalla?

Porque los insectores poseían más de un mundo, pensó Bean. Claro que sí. Descubrieron la Tierra y esperaban convertirla en otra colonia más, como habían hecho antes.

Pero nosotros tenemos más de una flota. Una para cada mundo fórmico.

Y el motivo de que puedan aprender de batalla en batalla es porque ellos tienen también medios de comunicación más rápidos que la luz en el espacio interestelar.

Todas las deducciones de Bean quedaron confirmadas. También descubrió el secreto tras aquellas pruebas. Mazer Rackham no estaba comandando una flota simulada. Era una batalla real, y la única función que desempeñaba Rackham era ver cómo se desarrollaba y luego instruir a Ender en lo que significaban las estrategias enemigas y el modo de contrarrestarlas en el futuro.

Por eso daban oralmente la mayoría de sus órdenes. Las transmitían a tripulaciones reales en naves reales que seguían sus órdenes y libraban batallas de verdad. Toda nave que perdamos, pensó Bean, significa que mueren hombres y mujeres adultos. Cualquier descuido por nuestra parte se cobra vidas. Sin embargo, no nos lo dicen precisamente porque no podríamos soportar la carga de ese conocimiento. En tiempo de guerra, los comandantes siempre han tenido que aprender el concepto de «pérdidas aceptables». Pero los que conservan su humanidad nunca aceptan esa idea, Bean lo comprendía. Los tortura. Así que nos protegen, niños—soldados, convenciéndonos de que se trata solamente de juegos y pruebas.

Por tanto, no puedo dejar que nadie sepa que lo sé. Por tanto, debo de aceptar las pérdidas sin decir palabra, sin ninguna duda visible.

Debo intentar olvidar que morirá gente por culpa de nuestra osadía que su sacrificio no significa una simple puntuación en un juego, sino sus vidas.

Había pruebas cada pocos días, y cada batalla duraba más tiempo Alai bromeaba diciendo que tendrían que ponerles pañales para no tener que distraerse cuando tuvieran que hacer pis durante la batalla. Al día siguiente, les colocaron catéteres. Fue Crazy Tom quien puso fin a eso.

—Venga ya, a ver si nos dan unas jarras para mear dentro. No podemos jugar a esto con algo colgando de nuestras pichas.

Después de eso, les dieron las jarras. Sin embargo, Bean nunca oyó que ninguno las utilizara. Y aunque se preguntaba qué le dieron a Petra, nadie tuvo el valor de preguntárselo para no despertar su ira.

Bean no tardó en advertir algunos de los errores de Ender. Para empezar, Ender confiaba demasiado en Petra. Ella siempre recibía el mando de la fuerza central, ya que era capaz de observar un centenar de cosas diferentes a la vez; de este modo Ender podía concentrarse en las fintas, los planes, los trucos. ¿No se daba cuenta Ender de que a Petra, una perfeccionista de tomo y lomo, se la comía viva la culpa y la vergüenza por los errores que cometía? Era buena con la gente, y sin embargo parecía creer que era dura, en vez de darse cuenta de que su dureza era una mascarada para ocultar su intensa ansiedad. Cada error pesaba sobre ella. No dormía bien, y se notaba porque se fatigaba cada vez más durante las batallas.

Pero claro, tal vez el motivo por el que Ender no se daba cuenta de lo que le estaba haciendo a ella era porque también él estaba cansado. Todos lo estaban. Cedían un poco bajo la presión, y a veces cedían mucho. Se fatigaban cada vez más, cometían más errores, a medida que las pruebas se hicieron más duras, las batallas más largas.

Como las batallas se hacían más duras con cada nueva prueba, Ender se vio obligado a delegar un mayor número de decisiones a los demás. En vez de ejecutar las órdenes detalladas de Ender, los jefes de escuadrón tenían más peso sobre sus hombros. Durante largas secuencias, Ender estaba demasiado ocupado en una parte de la batalla para dar nuevas órdenes en otra. Los jefes de escuadrón que resultaban afectados empezaron a hablar entre sí para decidir su táctica hasta que Ender volviera a prestarles atención. Y Bean agradeció el hecho de que, aunque Ender nunca le asignaba las misiones interesantes, algunos de los otros hablaban con él cuando Ender estaba concentrado en otra parte. Crazy Tom y Hot Soup elaboraban sus propios planes, pero por rutina se los transmitían a Bean. Y como, en cada batalla, dedicaba la mitad de su atención a observar y analizar el plan de Ender, Bean podía decirles, con bastante precisión, qué deberían hacer para que el plan general funcionara. De vez en cuando Ender alababa a Tom o Soup por decisiones que procedían de los consejos de Bean. Era lo más parecido a un halago que Bean escuchó.

Los otros jefes de batallón y los niños mayores simplemente no se volvían hacia Bean. Y él comprendía por qué: les debió de doler en lo más profundo que los otros profesores hubiesen puesto a Bean por encima de ellos antes de que llegara Ender. Ahora que tenían a su verdadero comandante, nunca iban a hacer nada que pareciera que se debía a Bean. Sí, él lo comprendía…, pero eso no quería decir que no doliera.

Quisieran o no que supervisara su trabajo, fueran sus sentimientos heridos o no, aquélla seguía siendo su misión y estaba decidido a no bajar la guardia. A medida que la presión se fue haciendo más intensa, a medida que se fueron cansando más, Bean prestó una mayor atención porque las posibilidades de error aumentaron.

Un día Petra se quedó dormida durante la batalla. Había dejado que sus fuerzas se internaran a la deriva en una posición vulnerable, y el enemigo se aprovechó de eso, con lo que redujo su escuadrón a cenizas. ¿Por qué no dio la orden de retroceder? Aún peor, tampoco Ender lo advirtió a tiempo. Fue Bean quien se lo dijo: pasa algo con Petra.

Ender la llamó. Ella no respondió. Ender le pasó el control de sus dos naves restantes a Crazy Tom y entonces trató de salvar la batalla. Petra, como de costumbre, había ocupado la posición central, y la pérdida de la mayor parte de su gran escuadrón fue un golpe devastador. Sólo gracias al hecho de que el enemigo se confió demasiado, Ender pudo tender un par de trampas y recuperar la iniciativa. Ganó, pero las pérdidas fueron enormes.

Petra al parecer despertó casi al final de la batalla y descubrió que sus controles no le respondían, y no pudo hablar hasta que todo terminó. Entonces su micrófono volvió a conectarse y pudieron oírla llorar.

—Lo siento, lo siento. Decidle a Ender que lo siento, no puede oírme, lo siento muchísimo…

Bean la alcanzó antes de que pudiera regresar a su habitación. Se tambaleaba por el túnel, apoyada contra una pared, llorando, y empleaba sus manos para encontrar el camino, porque las lágrimas le impedían ver. Bean se acercó y la tocó. Ella le quitó la mano de encima.

—Petra —dijo Bean—. El cansancio es el cansancio. No puede permanecer despierta cuando tu cerebro desconecta.

—¡Fue mi cerebro el que desconectó! ¡No sabes lo que se siente porque siempre eres tan listo que podrías hacer todos nuestros trabajos y jugar al ajedrez al mismo tiempo!

—Petra, él dependía demasiado de ti, nunca te dio un descanso.

—El tampoco descansa, y no veo que…

—Sí, lo ves. Estaba claro que pasaba algo raro con tu escuadrón varios segundos antes de que alguien le llamara a Ender la atención. E incluso entonces, trató de despertarte antes de entregarle el control a otro. Si hubiera actuado más rápido, habrían quedado seis naves, no solamente dos.

—Tú se lo señalaste. Tú me estabas vigilando. Me controlabas.

—Petra, yo vigilo a todo el mundo.

—Dijiste que confiarías en mí, pero no es verdad. Y no deberías, nadie debería confiar en mí.

Se echó a llorar, incontrolable, apoyada contra la piedra de la pared.

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