La embarcación aminoró la marcha a medida que los obstáculos se hacían más numerosos. Logan vio grandes troncos trabados unos con otros como en titánica lucha; musgo y cañas putrefactas colgaban de ellos como telas de araña. Un ligero hedor a vegetación en descomposición empezó a flotar en el aire. Una puerta de la superestructura se abrió y salieron dos tripulantes; cada uno de ellos llevaba un extraño artilugio, parecido a un arpón, conectado a unas mangueras neumáticas. Se situaron en las plataformas que sobresalían por encima del agua a ambos lados de la proa, con los dispositivos preparados.
De repente, un foco se encendió en el castillo de proa y proyectó un surrealista rayo de luz azul por encima de la proa. La turbina aumentó de revoluciones. Había empezado a caer una ligera llovizna. La vegetación era cada vez más densa. Una alfombra impenetrable de hierbajos, papiro, ramas y barro viscoso los rodeaba por todos lados. Los hombres de la proa utilizaban sus artilugios neumáticos para apartar con violencia los troncos más pesados y las placas de fibrosa vegetación. Las máquinas hacían un desagradable ruido de aire comprimido. Un poco más adelante, en el estrecho canal por donde avanzaba la embarcación, Logan vio una pequeña luz que flotaba en la superficie y lanzaba destellos. El foco del barco la iluminó, y uno de los tripulantes la recogió al pasar.
—El helicóptero de reconocimiento deja caer balizas cuando sobrevuela un nuevo camino en este infierno —explicó Rush—. Es la única manera de que nuestras embarcaciones puedan pasar.
Navegaban lentamente entre una maraña cada vez más densa de troncos y cañas. Los ruidos que provenían de las orillas —suponiendo que las hubiera en aquel cenagal— habían cesado por completo. Era como si los rodeara una infinita exuberancia vegetal medio descompuesta que formaba un enredo colosal. Permanecieron en la proa, sin hablar, mientras la embarcación seguía las balizas. Cada poco, Logan tenía la impresión de que habían llegado a un callejón sin salida, pero, tras un brusco giro, la fétida maraña se abría de nuevo. Con frecuencia, la embarcación se valía de la superestructura para apartar a los lados la rezumante espesura.
En cierto momento llegaron a un punto donde parecía que no se podía avanzar. En el puente de mando, Plowright aumentó la potencia de las turbinas. La embarcación se levantó físicamente del agua y se abrió paso por la compacta superficie —veinte, cuarenta metros—, con el sonido horrible de los rasponazos contra el fondo del casco. Logan comprendió entonces el porqué del sistema motriz: la enorme hélice se había montado sobre la cubierta porque una hélice convencional se habría atascado irremisiblemente en el fondo. Los dos marineros seguían trabajando con sus arpones neumáticos desde sus puestos de proa. El pegajoso calor y el hedor a vegetación descompuesta resultaban insoportables.
—Ha sido un día muy largo —dijo Rush de forma inesperada, en la penumbra—. Mañana conocerás a algunos de los miembros más destacados. Y tendrás lo que creo que llevas esperando desde el principio.
—¿El qué?
—La última pieza del rompecabezas. La que responde a tu pregunta: por qué eres tú, entre toda la gente, quien está aquí.
«¿Aquí?» Logan miró al frente. Y entonces, de repente, lo comprendió.
La embarcación había realizado un giro cerrado a través de la amalgama de cañas y troncos, y los ojos de Logan se encontraron con la más inesperada de las visiones. Ante él se levantaba lo que parecía una pequeña ciudad erigida sobre media docena de enormes plataformas flotantes. Las luces parpadeaban detrás de incontables mosquiteras. Grandes carpas de lona del tamaño de un campo de fútbol cubrían las construcciones y las ocultaban de cualquier vista desde el cielo. El grave rumor de los generadores apenas era más fuerte que el zumbido de las nubes de insectos que rodeaban la embarcación. Era un espectáculo formidable: allí, en medio del lugar más remoto y desagradable del mundo, un oasis de civilización que lo mismo podría hallarse en una de las lunas de Júpiter.
Habían llegado.
E
L hidrodeslizador aminoró hasta ponerse a ras de agua e hizo sonar su bocina. Al instante se encendió un rectángulo de luces bajo una de las gigantescas carpas. A pesar del cansancio, Logan contempló fascinado que una enorme cortina mosquitera se alzaba, cual el telón de un teatro, y la estructura entraba en un embarcadero cubierto. A su izquierda vio otra embarcación idéntica: a su derecha, amarrada a una serie de muelles flotantes, había algunas lanchas más pequeñas y motos de agua.
Plowright maniobró hasta su lugar de atraque mientras un tipo vestido con pantalón corto y camisa floreada corría por el muelle para hacerse cargo de las amarras. La red mosquitera descendía de nuevo con un susurro. Logan la observó. Más allá de las luces del puerto, el Sudd era un pozo de negrura.
Rush se dispuso a bajar a tierra.
—Sígueme —le dijo a Logan, indicándole una pasarela metálica.
A continuación lo hizo pasar por una entrada y lo guió por una especie de muelle flotante en forma de túnel hasta lo que parecía la inmensa estructura de una barcaza cubierta por otra gran lona hecha de una fibra opaca, similar al Mylar, y con la forma de una carpa de circo.
—Son las siete de la tarde, hora local —dijo Rush.
Incluso a esa hora el ambiente resultaba pegajoso y opresivo. Logan oía el ruido de la lluvia y el extraño coro de insectos, ranas y otras criaturas desconocidas que llegaba de la oscuridad que reinaba al otro lado de la red. Miró alrededor.
—¿Este sitio se llama de alguna manera?
Rush se echó a reír.
—No es oficial, pero casi todo el mundo lo llama la Estación, supongo que por
El corazón de las tinieblas
. Las alas, que son las seis estructuras flotantes principales que forman la base, se clasifican por colores y cada una recibe el nombre de su color. Ahora vamos a entrar en el sector Verde, donde se realiza el trabajo administrativo de la expedición: el contacto con los suministradores, la coordinación del transporte, el mantenimiento de las embarcaciones y los equipos, esa clase de cosas. Ah, y también constituye la fachada de la expedición de cara al público.
Se adentraron por un pasillo estrecho, bastante sucio y rallado y salpicado de puertas abiertas. Hacía más fresco dentro de aquella estructura cerrada. Logan se fijó en que las paredes, efectivamente estaban pintadas de color verde. Se asomó con curiosidad a las habitaciones de ambos lados. Estaban llenas de ordenadores, cámaras de vídeo montadas en trípodes, y pizarras cubiertas de diagramas y signos. También había varios laboratorios con aspecto desordenado que parecían destinados a trabajos de biología o ecología y que contaban con todo tipo de equipos científicos para la recogida de muestras. Todas las estancias tenían una cosa en común: estaban a oscuras y no había en ellas actividad alguna.
—¿Qué es todo esto? —Logan señaló con la cabeza una de las puertas abiertas.
—La fachada de cara al público que te he dicho.
Logan meneó la cabeza.
—Por muy único en el mundo que sea, ¿qué interés tiene estudiar un lugar tan dejado de la mano de Dios como este?
Rush soltó una risita.
—Eso es exactamente lo que piensa el gobierno local… y lo que nosotros deseamos que crea. ¿Para qué documentar una marisma que ha sido universalmente aborrecida desde que fue descubierta? Pero, por supuesto, no tuvo inconveniente en aceptar cierta cantidad de dinero a cambio de los permisos necesarios. Seguramente la única ventaja de estar aquí es que nadie se va a dejar caer para hacernos una visita sorpresa. El día que empezaron los trabajos de excavación vino un funcionario. No se lo pusimos fácil y nos aseguramos de que el aire acondicionado no funcionase durante el tiempo que estuvo con nosotros. No esperamos futuras interrupciones, pero, si es necesario, estos laboratorios y oficinas falsas pueden ponerse en marcha en menos de cinco minutos.
Siguieron avanzando por el pasillo central del sector Verde y pasaron ante una serie de oficinas que parecían auténticas. Logan vio a una persona tecleando ante un ordenador y a otra hablando por radio. Giraron por otro corredor que los llevó hasta una amplia y oscura abertura circular cubierta de arriba abajo por unas anchas tiras de grueso plástico semiopaco. Logan pensó en la salida de una cinta para equipajes. Rush apartó las tiras y pasó al otro lado. Logan lo siguió y de repente se encontró nuevamente en el exterior, dentro de un tubo rodeado de mosquitera y sostenido por pontones. Estaba totalmente oscuro, y el zumbido de los insectos había aumentado hasta apagar por completo el ronroneo de los generadores. Al escucharlo, Logan se dijo que no soportaría pasar una noche en el exterior con semejante bullicio infernal.
La pasarela se bamboleó mientras la atravesaban, y Logan oyó bajo sus pies ruido de chapoteo y de succión. Era evidente que estaban yendo de una de las construcciones flotantes a otra.
—Todas estas estructuras están ancladas en el lecho del Sudd —explicó Rush—. Ancladas de forma muy precisa y firme, pues no puede haber el menor desplazamiento, ni siquiera de medio metro. Nuestro trabajo depende de un correcto posicionamiento por GPS. No tardarás en comprobarlo por ti mismo.
—Impresionante.
—La parte más impresionante ni siquiera se ve. Como puedes imaginar, una marisma de este tipo genera ingentes cantidades de metano. Debajo de cada una de las alas hay colectores. El metano se concentra allí y luego lo procesamos en unas cámaras especiales para obtener un combustible limpio que utilizamos para alimentar los dos generadores externos. Y también como combustible para cualquier cosa, desde las embarcaciones hasta los mecheros Bunsen. Aquí generamos casi toda la energía que necesitamos.
—Increíble. ¿Cómo es que el sistema no está más extendido?
—Bueno, gracias a Dios el planeta no está cubierto de plantas en estado de descomposición.
—Claro. —Logan rió—. ¿Y no es un poco peligroso?
—Tanto como tener tuberías de gas en tu casa. El nuestro es un sistema cerrado que controlamos las veinticuatro horas del día siete días a la semana y que cuenta con un mecanismo de seguridad totalmente automático. Además, piensa que traer regularmente por avión miles de litros de gasolina levantaría todo tipo de sospechas. Stone no solo prefiere ser discreto, además le gusta no dejar rastro de su paso y perjudicar el medio ambiente lo menos posible. Este sistema nos ayuda a conseguirlo.
Cruzaron otra barrera y entraron en una gran estructura, pintada de un color azul claro. La alta bóveda se arqueaba sobre toda una serie de cubículos cuyas paredes tenían unos dos metros de altura.
—Esto es el sector Azul —explicó Rush—. Aquí se alojan los miembros del equipo.
Allí había más actividad. Pasaron ante una sala recreativa equipada con máquinas del millón y juegos de mesa, y ante una pequeña biblioteca con cómodos sillones, revistas y una estantería llena de novelas; en la siguiente sala había varias mesas ocupadas por grupos de cuatro jugadores jugando a las cartas. Logan oyó fragmentos de conversaciones en francés, alemán e inglés.
—Lo creas o no —dijo Rush—, el bridge se ha convertido en una especie de tradición en las excavaciones de Porter Stone. Lo fomenta fuera de las horas de trabajo. Stone opina que ayuda a aliviar el estrés diario, evita que el personal se obsesione pensando en lo lejos que están de su hogar, y mantiene la mente despierta.
—¿Cuánta gente hay en esta excavación?
—No recuerdo el número exacto. Alrededor de ciento cincuenta personas.
Se detuvieron ante lo que parecía una mezcla de colmado y comedor.
—¿Quieres comer alguna cosa antes de que te enseñe tu cuarto? —preguntó Rush.
Logan negó con la cabeza.
—Estoy bien, gracias.
—Bueno, por si acaso te traeré algo.
El médico desapareció dentro mientras Logan lo esperaba en el pasillo y observaba la actividad del interior. Había al menos una docena de personas cenando, y el ambiente resultaba notablemente heterogéneo: científicos de bata blanca compartían mesa con rudos operarios sucios de barro y grasa.
Rush reapareció con una bolsa de papel.
—Un sándwich mixto, una manzana y una lata de té frío —dijo—. Por si te entra hambre.
Se la entregó y acto seguido guió a Logan hasta la zona de los dormitorios. Allí el bullicio era más intenso: conversaciones, risas, música de reproductores digitales y películas en pantallas planas y ordenadores portátiles.
Rush se detuvo ante una puerta marcada con el número 032.
—Todo tuyo —dijo mientras abría la puerta y dejaba pasar a Logan.
El cuarto era espartano pero estaba limpio. Los únicos muebles eran un escritorio, dos sillas, una cama, un armario y unos cajones empotrados.
—Dentro de unos minutos te traerán el equipaje —dijo Rush—. Mañana te inscribiremos oficialmente y recibirás un cursillo de orientación básica. Supongo que ahora estarás cansado.
—Digamos que abrumado.
Rush sonrió.
—Tengo que pasar por la sección médica. ¿Nos vemos mañana a la hora del desayuno? ¿Qué te parece a las ocho?
—Estupendo.
—Bien, pues hasta mañana.
Rush le dio una palmada en el hombro y cerró la puerta al salir.
El aislamiento acústico era mejor de lo que Logan había esperado, y los ruidos del pasillo se redujeron en el acto a un ligero murmullo. Logan estaba ajustando su reloj a la hora local cuando alguien llamó a la puerta y un joven pelirrojo entró con el equipaje. Logan le dio las gracias, cerró la puerta y se tumbó en la cama. No se sentía lo que dice cansado, pero necesitaba un rato para poner en orden sus pensamientos y asimilar las novedades y sorpresas de las últimas treinta y seis horas. Parecía increíble, pero allí estaba, en un gigantesco complejo de plataformas cubiertas por lonas y conectadas por pasarelas rodeadas de mosquiteras que flotaba en una infecta marisma a miles de kilómetros de distancia de la civilización.
Cinco minutos más tarde dormía profundamente y soñaba con que se encontraba en lo alto de una pirámide, solo y abandonado, rodeado por un mar de ondulantes e hirvientes arenas movedizas.
L
A mañana siguiente transcurrió en un frenesí de actividad. Logan se reunió con Rush para el desayuno, tal como habían quedado. Después Rush lo acompañó hasta el sector Verde, donde lo incorporaron de forma oficial al equipo, le proporcionaron una tarjeta de identificación y una mujer discreta y con un peculiar acento británico le dio una charla orientativa de veinte minutos. Todo el proceso se desarrolló con eficiencia clínica y precisión casi militar: no había duda de que aquella era una máquina perfectamente engrasada y simplificada a lo largo de las muchas misiones anteriores. Tras la charla de orientación le pidieron que entregara el móvil y le dijeron que se lo devolverían cuando su estancia finalizara. «Una vez que te hayas embarcado en el proyecto es posible que te cueste comunicarte por teléfono con el exterior», le había escrito Rush en su e-mail. En ese momento Logan comprendía por qué: Stone y su fanática obsesión con el secretismo. De todas maneras, parecía muy poco probable que algún móvil tuviera cobertura en un lugar tan remoto.