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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (21 page)

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
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—Es una idea estupenda, Trav. —Mel le dio unas palmaditas en el brazo.

—Sí que lo es —corroboró Jessica—. Aunque tengamos que compartir habitación.

—Pues en la mía que no se acople nadie —gruñó Richie, con los brazos cruzados a la defensiva.

—¿Quién iba a querer? —replicó Mel.

Antony no dijo nada.

Tilo miró a Travis con una expresión en la que se mezclaban la decepción y el resentimiento con el deseo físico y una reticente admiración, pero solo lo miró durante un instante antes de que sus ojos se dirigiesen hacia un punto de la mesa que, al parecer, merecía un estudio más detenido.

—Podríamos hacer lo que propone, señor Naughton —admitió Taber a regañadientes, pero a nadie le sorprendió la llegada del «pero», mucho menos a Travis—, pero el Enclave no está diseñado para acoger un influjo constante, infinito, a efectos prácticos, de refugiados, muchos de los cuales serían muy jóvenes y precisarían cuidados y atenciones que no podríamos proporcionar…

—O sea, que no —interrumpió Travis—. Está al mando, capitán Taber, no se corte y dígalo. No tiene por qué continuar. No va a salvar a los chicos de los cosechadores.

—Salvaremos a los chicos cuando podamos derrotar a los cosechadores —respondió Taber—. No antes. La presencia de niños en este momento sería una distracción que no podemos permitirnos.

Tilo se echó a reír por un instante, dejando escapar una carcajada amarga.

—Perdón —dijo—. Es que la palabra «distracción» me mata.

—¿Estás bien, Tilo? —preguntó Jessica.

Tilo asintió, aunque la muchacha rubia no las tenía todas consigo. Aquel día notaba mucha tensión en torno a la mesa, en el grupo. Para empezar, Travis no acostumbraba a comportarse de ese modo. El fondo del mensaje era genuinamente suyo, pero normalmente no buscaba tanto la confrontación. Y él y Tilo no hacían más que mirarse el uno al otro. ¿Habían cortado o algo así? Y Mel también parecía incómoda, como si tuviese otra cosa en la cabeza. Jessica llegó a dudar que su amiga se hubiese sentado a desayunar con ella y con Antony de no haberla llamado. Y Mel había abandonado su habitación minutos después de llegar, escasos minutos antes de que también lo hiciese Antony. Quizá quisiese hablar o algo así. En el otro extremo de la mesa, Richie seguía tan reservado como siempre, aunque Jessica sintió que la actitud del antiguo matón estaba exacerbada aquella mañana. Puede que Richie hubiera esperado que alguien llamase a su puerta para charlar la noche anterior y nadie lo hizo.

Solo Antony parecía igual que siempre. ¿O no? ¿Eran imaginaciones suyas o había un abismo abriéndose entre Antony y Travis? Esperó equivocarse. Travis y Antony eran los chicos más importantes de su vida. A uno lo quería como a un hermano. Al otro, Antony… ¿cómo se sentía con respecto a Antony? Jessica esbozó una débil sonrisa, prueba de que empezaba a aceptar algunas posibilidades que antes no hubiese admitido, y concluyó que sería mejor bajar de las nubes y centrarse de nuevo en lo que se estaba discutiendo en torno a la mesa.

—Le prometí que no revelaría su nombre. —Era Travis el que hablaba.

—Ni siquiera a nosotros —espetó Antony, con un cierto tono de crítica.

—Pero eso era para que, si capturasen a alguien durante la fuga, no le diese esa información a Shurion. La situación ha cambiado desde entonces. Supongo que es más importante que sepáis quién nos ayudó. Se llama Darion y puede que sea nuestra única esperanza.

—Así que Darion —dijo Antony—. ¿Es tu nuevo mejor amigo, Travis?

—Lord Darion, del linaje de Ayrion de las Mil Familias —apuntó Travis—, por si queréis utilizar su título completo. Y puede que sea el mejor amigo de cualquiera de nosotros, Antony.

—En ese caso, es vital que nos cuentes todo lo que sepas sobre este tal lord Darion, Travis, ¿no es así, capitán Taber?

—Desde luego, doctora Mowatt —dijo Taber—. Por lo tanto, sugiero que estos jóvenes nos presenten sus informes ahora mismo, empezando por el señor Naughton.

—Estupendo —celebró Richie—. Otra vez el primero, querido líder.

Y Jessica se fijó en que Antony frunció el ceño.

—Todos los demás podéis marcharos —dijo la doctora Mowatt—. Aprovechad para descansar un poco, ¿por qué no? Relajaos. O podéis utilizar las instalaciones de recreo, si así lo deseáis.

—¿Esta es una base militar y científica o un gimnasio con pretensiones? —le murmuró Mel a Jessica mientras abandonaban la sala.

—Os llamaremos cuando os necesitemos —les informó la doctora Mowatt.

—En ese caso, tómate tu tiempo, Trav. —Mel se despidió con un ademán.

Y eso pretendía. Puede que no estuviese bien, que fuese un gesto cobarde por su parte, pero dado lo tensa que había sido su despedida la noche anterior, Travis pensó que prefería retrasar todo lo posible el momento de encontrarse de nuevo a solas con Tilo.

—Bueno, capitán Taber, doctora Mowatt —dijo—. ¿Por dónde quieren que empiece?

Shurion informó al comandante de la flota Gyrion de que los prisioneros habían escapado de sus celdas. Normalmente, le gustaba estar sentado en su sillón de mando, en todo lo alto, ataviado con las vestiduras ceremoniales de los pies a la cabeza cada vez que tenía que entablar conversación con alguien que le superaba en rango. Pensaba que de ese modo estaba haciendo una afirmación ante su tripulación, demostrando que Shurion, del linaje de Tyrion, no se dejaba intimidar por nadie y que él mismo había conseguido, por sus propios medios, estar a la altura de cualquiera, independientemente de su nacimiento. Sin embargo, en aquella ocasión pensó que lo más aconsejable sería mantener el encuentro entre el comandante de la flota y él en privado. Si iba a ser amonestado, Shurion no quería que su tripulación fuese testigo.

Su decisión resultó ser acertada. La noticia no le gustó nada al comandante de la flota Gyrion. Su capa y armadura doradas brillaban a medida que su imagen llenaba la pantalla de la pared; el uniforme negro de Shurion parecía vulgar y ramplón a su lado.

—¿Una fuga? ¿Bajo nuestra supervisión? —Los ojos carmesíes de Gyrion brillaban de rabia.

—Intento de fuga, comandante de la flota —apuntó Shurion, restando gravedad a la situación—. Todos los esclavos terrícolas salvo seis fueron inmediatamente capturados y ya han sido dispuestos en los criotubos para su transpor…

—Entonces lo que me quieres decir es que aún hay seis alienígenas fugados, ¿no es así, Shurion? —preguntó Gyrion, hosco—. Seis motivos de vergüenza para ti y la Furion.

—Lord Gyrion, huyeron gracias a uno de los nuestros, un despreciable traidor que…

—Y por tu propia incompetencia, ¿no es así, Shurion?

—Rechazo la acusación de incompetencia, mi señor —dijo con toda la humildad que pudo.

—¿Por qué? Eres el comandante de la Furion, ¿no es así? —afirmó Gyrion—. De momento, al menos. —Shurion se tragó la rabia que le provocaban las implicaciones de aquella afirmación—. La responsabilidad de seleccionar la tripulación recae sobre ti, con la excepción de todo aquel que pertenezca a las Mil Familias, como mi hijo, por supuesto. Por ende, como comandante, has permitido que haya un traidor a bordo de tu nave, Shurion. Tuya es la responsabilidad.

—Sí —se vio obligado a admitir Shurion contra su voluntad, a regañadientes—, mi señor.

—Sea quien sea esa alimaña —murmuró Gyrion con una voz tan fría como el filo de una cuchilla—, ha debido de contactar con el movimiento disidente. Débiles, lamentables sensibleros hasta el último de ellos. Criminales y cobardes. Deberíamos arrancarles sus corazones, a ver si son tan grandes como ellos dicen. —Sus dedos blancos temblaban, como si desease llevar a cabo aquella amenaza él mismo—. ¿Qué medidas has adoptado para detener a este delincuente, Shurion?

—He reclutado a uno de los terrícolas, mi señor, como espía. Descubrirá el nombre del traidor del único esclavo que lo conoce, uno de los pocos que aún siguen en libertad. Parece que son amigos. El terrícola confiará en nuestro informador. Y además…

—Ya basta —bufó Gyrion—. Es suficiente. ¿Dices que has reclutado a uno de los terrícolas? ¿Depende la pura y orgullosa raza de los cosechadores de sucios alienígenas para dar con nuestros propios criminales? ¡Por los dioses de las Mil Familias…!

—Quizá haga falta un traidor para capturar a otro traidor, comandante de la flota —sugirió Shurion.

Gyrion gruñó, sarcástico.

—Puede que sí, Shurion. Ya puedes rogar porque así sea.

—¿Qué quiere decir, mi señor?

—Un comandante realmente honorable ya hubiese dimitido de su cargo después de la debacle que ha tenido lugar en la Furion. Hasta un oficial no perteneciente a las Mil Familias debería estar al corriente de ello, comandante Shurion.

—Soy consciente de mis responsabilidades, mi señor. —Y aunque una de ellas era tratar con el debido respeto a sus superiores, Shurion apenas podía contener su ira hacia el soberbio, petulante y condescendiente comandante de la flota—. Mi deber es enmendar la situación a bordo de mi nave. Ruego que me permita seguir en mi puesto para poder llevar a cabo esta tarea.

—Hmm… —Gyrion gruñó, poco impresionado—. En mis tiempos, cuando era joven, el puesto de comandante de una nave esclavista solo podía serle otorgado a un miembro de las Mil Familias. En aquellos días, la calidad se daba por supuesta. Por aquel entonces no había fugas en masa de alienígenas ni traidores entre nosotros. Esto es lo que pasa cuando se nos convence para relajar la justa rigidez de nuestra jerarquía social, aunque sea un poco.

Shurion apretó los puños. Deseó que Gyrion ni viese ni registrase el gesto.

—Retirarte del cargo sería una medida prematura, Shurion —afirmó el comandante de la flota, aunque no parecía del todo convencido—. Pero aun así, vas a ser puesto a prueba. Quiero que captures al traidor. Tenemos que dar un ejemplo tan sangriento con él que llenemos de miedo los cobardes y corruptos corazones de sus compañeros de la disidencia. Si tienes éxito y encuentras al renegado, Shurion, todo te irá bien.

—Prometo que le enviaré la cabeza del traidor si eso es lo que desea, mi señor.

—Más te vale, Shurion, si sabes lo que te conviene. Pues si fracasas, será la tuya la que envíe.

Shurion esperó con prudencia hasta que el comandante de la flota concluyó la entrevista antes de soltar todo lo que tenía guardado. Y cuando así fue, no se contuvo. Aulló de rabia, aporreó la mesa con los puños. Era blanca, así que podía valer como sustituta de la gorda e hinchada cara de Gyrion. ¿Cómo podía atreverse alguien a hablarle así? ¿Cómo se atrevía, aunque fuese un miembro de las Mil Familias, a reprenderlo y humillarlo de ese modo? A él, a Shurion del linaje de Tyrion, que había conseguido ascender hasta la posición de la que disfrutaba combatiendo con uñas y dientes. A él no le habían regalado su estatus, como al comandante de la flota. Se lo había ganado, con sangre y sudor, se había sacrificado por él, había dedicado cada fibra de su cuerpo a ello. Y Shurion sabía que era digno de él. Merecía estar donde estaba. De hecho, merecía más. Merecía ser comandante de la flota en lugar de Gyrion, no estar al mando de una nave esclavista, sino de diez, de cien, de mil. ¿Y qué derecho tenía un patán moribundo como Gyrion a negarle que hiciese realidad todas sus ambiciones?

Pues tenía todo el derecho, de acuerdo con la ley de los cosechadores. Derecho de nacimiento. Derecho de sangre. El derecho que todas las élites de los planetas que había visitado Shurion insistían en perpetuar para mantenerse en el poder y no tener que compartirlo con otros, independientemente de sus méritos personales. Shurion miró hacia abajo, a su armadura y sus ropas, el uniforme que indicaba a los otros cosechadores quién era y cuál era su posición. En el pasado le enorgullecía haber añadido a su uniforme negro la capa de comandante y que ambos hubiesen sido adornados con oro, el color de las Mil Familias, para simbolizar la alta estima en la que lo tenía su gente. Pero entonces, aquellos brillantes adornos parecían burlarse de él, rodeando su cuerpo como si fuesen cadenas. Porque indicaban que había llegado a la cima de su carrera; no podía subir más alto. Por encima de él solo estaban las Mil Familias, de posición inalcanzable y poder e influencia imposibles para alguien que no vistiese una armadura completamente dorada.

No era justo. No había derecho. Y además, gracias a las traicioneras artimañas de un maldito disidente, podían arrebatarle a Shurion todo lo que había conseguido. Bueno, pues se aseguraría de que eso no ocurriese. De un modo u otro, encontraría al traidor.

Y se lo haría pagar.

—Pareces preocupado, hijo —observó Gyrion desde la pared en la que extendía la pantalla—. ¿Te pasa algo?

—No, padre, por supuesto que no —mintió Darion—. Es solo que… me preocupa el incidente de los terrícolas, y con el traidor aún libre… ¿Qué más dijo el comandante Shurion acerca de ese espía terrícola?

La tarde estaba transcurriendo llena de desagradables sorpresas para Darion. Primero, su padre había interrumpido sus estudios en un intento por ser sociable después de haber terminado con Shurion. Después, supo que el comandante de la Furion iba a enviar a uno de los amigos de Travis en una misión para descubrir el nombre del cosechador renegado. Bueno, era un nombre con el que Darion estaba bastante familiarizado. Igual que su padre.

Darion sintió un escalofrío al enterarse de las noticias. La situación había dado un giro que no había anticipado ni sopesado. No era muy probable, pero ¿cuáles serían las consecuencias si el informador de Shurion conseguía dar con el grupo de Travis Naughton y descubría su nombre? La tortura. Y la muerte. Pero, por algún motivo, y si bien aún estaba asustado, Darion no se arrepintió de lo que había hecho. Seguía estando orgulloso.

—¿Padre? ¿Te ha dado el comandante Shurion detalles sobre ese espía?

Gyrion se encogió de hombros.

—No es más que un terrícola. ¿No es suficiente con esa información? ¿Por qué quieres saber más, Darion?

—Por nada —dijo con calma—. Solo esperaba que el comandante hubiese escogido bien a su agente, eso es todo.

—Imagino que Shurion deseará lo mismo —dijo Gyrion con una críptica risa—. ¿Seguro que no estás preocupado por nada? —Por lo que le respondió, Darion lo estaba—. Hmm. —Su padre inclinó la cabeza como si conociese lo bastante bien a su hijo como para saber que no era así—. Creo que no estás siendo del todo franco conmigo, Darion. Y creo conocer el motivo.

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