La torre de la golondrina (47 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La torre de la golondrina
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—Hay luz de sobra, tú que estás cegato de viejo que eres —dijo Ciri con la verdadera crueldad que da la juventud—. Dame, yo misma lo leeré. ¿Desde dónde?

—Aquí —señaló con un dedo huesudo—. Lee en voz alta.

—Vaya una lengua rara con la que escribía este Buyvid. Assengard era un castillo, si no me equivoco. Pero, ¿cuál es ese país, Cien Lagos? Nunca he oído hablar de él. ¿Y qué es un trifolium?

—Un trébol. Y cuando termines de leer te contaré también acerca de Assengard y Cien Lagos.

—Y, oh pechada, apenas hubiera finiquitado el elfo Avallac´h de platicar, cuando de las aguas lacustres acudieran los tales pájaros, chicos y prietos, los cuales en el fondo de las honduras todo el invierno habíanse guardado del frío. Puesto que la golondrina, como es cosa sabida por la gente de ciencia, a la contra que otras aves no vuela hacia el mediodía y torna a la primavera, sino que, aferrándose de las patas, en grande grupo caen a lo profundo de las aguas, transcurren allá toda la estación de las nieves y a lo pronto en la primavera de bajo las aguas de profundis salen. Es por tanto esta ave no sólo símbolo de primavera y esperanza, mas y modelo de la limpieza no tocada, puesto que nunca pósase en la tierra y con la suciedad y el asco terrenales no ha contacto alguno.

«Tornemos pues al nuestro lago. Diríase que las tales aves con sus alas la niebla toda aventaron, puesto que tándem sin haberlo esperado elevárase de la bruma una portentosa torre, necromántica, y nuestros pechos hubieron de lanzar un suspiro de asombramiento puesto que la tal torre era como si hubiérase arrancado del rocío, habiendo la niebla como fundamentum y a lo más alto brillaban luceros, una necromántica aurora borealis. Ciertamente, poderoso artefacto mágico había de ser aquella torre, fuera de la razón humana.

«Contemplara el elfo Avallac'h nuestra admiración y dijo: «He aquí Tor Zireael, la Torre de la Golondrina. He aquí la Puerta de los Mundos y el Portón del Tiempo. Alégrate, humano, que los tus ojos esto vean, puesto que no a todos ni en todo tiempo les es dado verlo».

«Preguntado pues por nosotros si acaso pudiérase acercar a la tal torre, y de cerca verla y acaso tocarla propria manu, sonriérase el elfo Avallac'h y dijera: «Tor Zireael es un sueño, no se toca un sueño. Y bien está», añadiera, «puesto que la Torre a los Sabedores sirve y aun a unos pocos Elegidos para los que el Portón del Tiempo son portones de esperanza y resurrección. Mas para los profanos son puertas a la pesadilla».

«Apenas dijera estas palabras cayeron las nieblas nuevamente y la vista de aquel prodigio fue vedada a nuestros ojos...

—El país de Cien Lagos —aclaró Vysogota— se llama hoy Mil Trachta. Es una región lacustre en la parte norte de Metinna, cerca de la frontera con Nazair y Mag Turga. Buyvid Backhuysen escribe que salieron hacia el lago desde el norte, desde Assengard... Hoy no existe Assengard, sólo han quedado ruinas, la ciudad más cercana es Neunreuth. Buyvid contó seiscientas leguas desde Assengard. Se han venido usando distintos tipos de leguas, pero podemos tomar la más popular según la cual seiscientas leguas son, redondeando, cincuenta millas. Al sur de Assengard, que de aquí, de Pereplut, está alejado como unas trescientas cincuenta millas. Por decirlo de otro modo, de la Torre de la Golondrina te separan más o menos trescientas millas, Ciri. En tu Kelpa, como dos semanas de camino. Por supuesto en primavera. No ahora, cuando en uno o dos días vendrán los hielos.

—De Assengard, por lo que he leído —murmuró Ciri, frunciendo la nariz pensativa—, no han quedado de aquellos tiempos más que ruinas. Y yo he visto con mis propios ojos la ciudad élfica de Shaerrawedd en Kaedwen, estuve allí. Los humanos habían robado y saqueado todo, no habían dejado más que piedras desnudas. Apuesto a que de tu Torre de la Golondrina tampoco han quedado más que piedras, y sólo las grandes, por que las pequeñas seguro que las robaron. Y si para colmo allí había un portal...

—Tor Zireael era mágica. No era visible para todos. Y los telepuertos no son nunca visibles.

—Cierto —reconoció y se sumió en sus pensamientos—. El de Thanedd no lo era. Apareció de pronto en la pared desnuda... Y además justo a tiempo, porque aquel hechicero que me perseguía ya estaba cerca... Ya lo oía venir... Y entonces, como respondiendo a una llamada, apareció un portal.

—Estoy seguro —dijo Vysogota en voz baja— de que si consiguieras llegar a Tor Zireael, también se te aparecería aquel telepuerto. Aunque fuera en las ruinas, entre las piedras desnudas. Estoy seguro de que conseguirías encontrarlo y activarlo. Y él, estoy seguro, obedecería tus órdenes. Porque yo pienso, Ciri, que tú eres una elegida.

—Tus cabellos, Triss, son como el fuego a la luz de las velas. Y tus ojos como lapislázuli. Tus labios como corales...

—Cállate, Crach. ¿Estás borracho o qué? Échame más vino. Y cuéntame.

—¿Contarte qué?

—¡No finjas! Acerca de cómo Yennefer decidió navegar hasta el Abismo de Sedna.

—¿Cómo te va? Cuenta, Yennefer.

—Primero tú contesta a mi pregunta: ¿quiénes son esas mujeres que encuentro siempre cuando voy a tu casa? ¿Y que siempre me regalan unas miradas que normalmente suelen estar reservadas para mirar a una mierda de gato que yace sobre la alfombra?

—¿Te interesa el estado formal y jurídico o el fáctico?

—El segundo.

—En ese caso son mis esposas.

—Entiendo. Aclárales entonces, cuando tengas ocasión, que lo pasado, pasado está.

—Ya lo hice. Pero las mujeres son así. No importa. Cuenta, Yennefer. Me interesan los avances en tu trabajo.

—Por desgracia —la hechicera se mordió los labios— los progresos son mínimos. Y el tiempo corre.

—Corre —afirmó el yarl con la cabeza—. Y sigue trayendo nuevas sensaciones. He recibido noticias desde el continente, seguro que te interesan. Provienen del corpus de Vissegerd. Sabes, espero, quién es Vissegerd.

—¿Un general de Cintra?

—Un mariscal. Dirige un cuerpo integrado en el ejército temerio que está compuesto por emigrantes y voluntarios cintrianos. Sirven en él suficientes voluntarios de las islas como para tener siempre nuevas de primera mano.

—¿Y qué tienes?

—Tú llegaste aquí, a Skellige, el diecinueve de agosto, dos días después de la luna llena. Ese mismo día, es decir, el diecinueve, el corpus de Vissegerd atrapó durante una batalla a un grupo de fugitivos entre los que estaban Geralt y ese trovador amigo suyo...

—¿Jaskier?

—Exacto. Vissegerd los acusó a ambos de espionaje, los detuvo y tenía intenciones de ajusticiarlos, pero ambos prisioneros huyeron y condujeron contra Vissegerd a los nilfgaardianos, con los que parece ser que tenían un acuerdo.

—Tonterías.

—También me parece. Pero me ronda por la cabeza que el brujo, pese a lo que tú piensas, realiza algún plan inteligente. Queriendo salvar a Ciri, se gana la merced de Nilfgaard...

—Ciri no está en Nilfgaard. Y Geralt no realiza plan alguno. La planificación no es su mayor cualidad. Dejémoslo. Lo importante es que estamos ya a veintiséis de agosto y yo todavía sé muy poco. Demasiado poco para emprender nada... A menos que...

Se calló, mirando por la ventana, jugueteando con la estrella de obsidiana cosida en terciopelo negro.

—¿A menos que? —Crach an Craite no resistió.

—En vez de burlarnos de Geralt, probemos sus métodos.

—No entiendo.

—Se puede intentar el sacrificio, yarl. Al parecer, la disposición al sacrificio otorga réditos, produce consecuencias beneficiosas... Aunque sea en la forma del favor de una diosa. Que ama y valora el sacrificio y el sufrimiento por una causa.

—Sigo sin entender. —Él frunció el ceño—. Pero no me gusta lo que dices, Yennefer.

—Lo sé. A mí tampoco. Pero ya he ido demasiado lejos... El tigre puede ya escuchar los balidos del cabritillo...

—Esto es lo que me temía —susurró Triss—. Precisamente esto me temía. —Lo que quiere decir que entonces entendí bien. —Los huesos de las mandíbulas de Crach an Craite chasquearon con fuerza—. Yennefer sabía que alguien escuchaba las conversaciones que llevaba a cabo con ayuda de aquella máquina infernal. O que alguno de los interlocutores la traicionaría vilmente...

—O lo uno y lo otro.

—Lo sabía. —Crach hizo chirriar los dientes—. Pero seguía haciendo lo que le daba la gana. ¿Porque tenía que hacer de cebo? ¿Ella misma iba a ser el cebo? ¿Fingía que sabía más de lo que sabía para provocar al enemigo? Y navegó hasta el Abismo de Sedna...

—Lanzando un reto. Provocando. Muy arriesgado, Crach.

—Lo sé. No quería poner en peligro a ninguno de nosotros... Excepto a los voluntarios. Por eso pidió dos drakkars.

—Tengo para ti los dos drakkars que has pedido.
Alción
y
Tamara.
Y la tripulación, se supone. El
Alción
lo dirigirá Guthlaf, hijo de Sven, pidió ese honor, le has gustado, Yennefer. El
Támara
lo capitaneará Asa Thjazi, capitán, en el que tengo la más absoluta confianza. Ah, casi lo olvido. En la tripulación del
Tamara
también irá mi hijo, Hjalmar Bocatorcida.

—¿Tu hijo? ¿Cuantos años tiene?

—Diecinueve.

—Pronto empezaste.

—Le dijo la sartén al cazo. Hjalmar pidió ser añadido a la tripulación por motivos personales. No le pude rechazar.

—¿Por motivos personales?

—¿De verdad no conoces esa historia?

—No. Dime.

Crach an Craite bajó el cuerno, sonrió al recordar.

—A los niños de Ard Skellig —comenzó— les encanta patinar en el invierno, se mueren esperando que lleguen los hielos. Se lanzan al hielo los primeros, apenas se congela el lago, sobre una superficie tan fina que no soportaría a los adultos. Por supuesto la mejor diversión son las persecuciones. Echar a correr y correr cuanto dan las fuerzas de una punta del lago a otra. Los niños compiten en lo que se llama el «salto del salmón». Se trata de saltar con los patines por encima de las rocas cercanas a la orilla, que surgen del hielo como los dientes de un tiburón. Del mismo modo que un salmón cuando se lanza por encima del borde de los saltos de agua. Se elige una fila de piedras adecuada, se toma impulso... Ja, yo mismo lo hice cuando era un mocoso...

Crach an Craite se quedo pensativo, sonrió levemente.

—Por supuesto —continuó—, estas competiciones las gana y luego alardea de ello como un pavo aquél que salta la fila de rocas más larga. En su momento, Yennefer, este honor recayó a menudo en este tu humilde sirviente y presente interlocutor, je, je. En la época que nos interesa más, el campeón solía ser mi hijo Hjalmar. Saltaba por encima de tales piedras que ninguno de los muchachos se atrevía a saltar. E iba con la nariz alta, retando a todos para que intentaran vencerlo. Y se aceptó aquel reto. Ciri, hija de Pavetta de Cintra. Ni siquiera era una isleña, aunque se consideraba a sí misma como una, puesto que pasaba más tiempo aquí que en Cintra.

—¿incluso después del accidente de Pavetta? Pensaba que Calanthe le había prohibido venir aquí.

—¿Sabes eso? —La miró con aire de sospecha—. Vaya, Yennefer, sabes mucho. Mucho. La ira y la prohibición de Calanthe no duraron más que medio año, luego Ciri comenzó a pasar aquí los veranos y los inviernos... Patinaba como un diablo, pero, ¿saltar al «salmón» en competición con los chavales? ¿Y retar a Hjalmar? ¡A nadie le cabía en la cabeza!

—Y saltó —adivinó la hechicera.

—Saltó. Saltó ese medio diablo cintriano. Una verdadera Leoncilla de la sangre de la Leona. Y Hjalmar, para que no se burlaran de él, tuvo que arriesgar un salto sobre una fila de piedras todavía más larga. Se arriesgó. Se rompió una pierna, una mano, cuatro costillas y se destrozó la cara. Le quedarán cicatrices hasta el final de su vida. ¡Hjalmar Bocatorcida! ¡Y su famosa prometida! ¡Je, je!

—¿Prometida?

—¿No sabías eso? ¿Tanto sabes y eso no? Ella fue a verle cuando guardaba cama y se estaba curando después del famoso salto. Le leía, le contaba cosas, le sujetaba de la mano... Y cuando alguien entraba en la habitación se ponían rojos como dos amapolas. Bueno, y por fin, Hjalmar me comunicó que se habían prometido. Por poco no me da algo. ¡Ya te daré yo a ti, mocoso, prometimientos, le dije, pero con un látigo! Y me embargó un poco el miedo, porque pensaba que la sangre de la Leoncilla es sangre caliente, que ella es de aquí te pillo aquí te mato, que es una temeraria, por no decir una pequeña locuela... Por suerte Hjalmar estaba completamente vendado y en tablillas, así que no podían haber hecho tonterías...

—¿Cuántos años tenían entonces?

—Él quince, ella casi doce.

—Creo que exagerabas un poco con esos temores.

—Puede que un poco. Pero al menos Calanthe, a la que tuve que contárselo todo, no lo menospreció. Sé que tenían planes de matrimonio para Ciri, creo que se trataba del joven Tancredo Thyssen, de Kovir, o puede que Radowid de Redania, no estoy seguro. Pero los rumores podían dañar los proyectos de matrimonio, incluso rumores de inocentes besos o caricias medio inocentes. Calanthe, sin un instante de vacilación, se llevó a Ciri a Cintra. La muchacha se enfadó, gritó, lloró, pero no sirvió de nada. Con la Leona de Cintra no había discusión. Luego, Hjalmar estuvo dos días de cara a la pared y no habló con nadie. Apenas sanó, quiso robar un esquife y navegar solo hasta Cintra. Le di con el cinto y se le pasó. Y luego...

Crach an Craite calló, se quedó pensativo.

—Luego llegó el verano, luego el otoño y ya toda el poderío nilfgaardiano se lanzó contra Cintra, desde la pared sur, junto a las Escaleras de Marnadal. Y Hjalmar encontró otra ocasión para mostrar su hombría. En Marnadal, en Cintra, luego en Sodden, se enfrentó valientemente contra los Negros. Luego también, cuando los drakkars fueron a las costas nilfgaardianas,

Hjalmar vengó con la espada en la mano a su casi prometida, de la que entonces se pensaba que ya no vivía. Yo no lo creía porque no habían sucedido los fenómenos de los que te había hablado... Bueno, y ahora, cuando Hjalmar se enteró de la posibilidad de una expedición de rescate, se ofreció como voluntario.

—Gracias por esta historia, Crach. He descansado al oírte. Me he olvidado de mis... pesadumbres.

—¿Cuándo te vas, Yennefer?

—En los próximos días. Puede que incluso mañana. Sólo me queda por hacer una última telecomunicación.

Los ojos de Crach an Craite eran como ojos de azor. Se clavaban profundamente, hasta el fondo.

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