¿Quién comandaría a los Guardias entonces? Era una pregunta muy razonable, pensó Damon, pero él no sabía la respuesta. Eso fue lo que dijo, y agregó:
—Eso lo decidirá el Concejo del Comyn el próximo verano, cuando se reúna en Thendara.
Nunca había habido guerra en invierno en Darkover, y jamás la habría. En invierno había un enemigo más feroz, el cruel frío, las tormentas que arrasaban los Dominios, bajando de los Hellers. Ningún ejército podía marchar contra los Dominios en invierno. Hasta los bandidos se quedaban recluidos en sus casas. Podrían esperar hasta la próxima sesión del Concejo para que se nombrara un nuevo comandante. Damon cambió de tema.
—¿Llegaréis a Thendara al anochecer?
—Sí, a no ser que algo nos demore en el camino.
—Entonces, no te entretengo más —dijo Damon, e hizo una inclinación—. Te cedo el mando de los hombres, pariente.
El joven oficial no pudo ocultar una sonrisa. Era muy joven, y ésta era la primera vez que estaba al mando, por breve que fuera el lapso. Damon lo observó con una sonrisa pensativa, mientras el joven reunía a sus hombres y partía. El muchacho era un oficial nato, y ahora que
Dom
Esteban estaba incapacitado, los oficiales competentes podían aspirar a un ascenso.
El mismo Damon, a pesar de haber dirigido esta misión, nunca se había considerado un soldado. Al igual que todos los hijos del Comyn, había servido en el cuerpo de cadetes, y había cumplido con su turno de oficial, pero su talento y su ambición iban por otro camino. A los diecisiete años había sido admitido en la Torre de Arilinn como telépata, para ser entrenado en las antiguas ciencias de matriz de Darkover. Durante muchos, muchos años había trabajado allí, mientras su fuerza y su habilidad aumentaban, hasta alcanzar el grado de técnico psi.
Entonces lo habían despedido de la Torre. No por su culpa, le había asegurado su Celadora, sólo que era demasiado sensible y su salud, incluso su cordura, podían resentirse si se las sometía a las tremendas tensiones del trabajo de matriz.
Rebelde pero obediente, Damon se había marchado. La palabra de una Celadora era ley, y jamás podía ser cuestionada o rechazada. Con su vida destrozada y sus ambiciones arruinadas había tratado de construirse una vida nueva en la Guardia, aunque no era soldado y lo sabía. Durante un tiempo, había sido maestro de cadetes, después oficial médico, oficial de suministros. Y en esta última campaña contra los hombres-gato, había aprendido a manejarse con cierta confianza. Pero no sentía deseos de mando, y ahora agradecía cedérselo a otro.
Observó a los hombres que se alejaban hasta que sus contornos se perdieron en medio del polvo del camino. Ahora, a Armida, a casa...
—Lord Damon —dijo Eduin junto a él—, hay jinetes en el camino.
—¿Viajeros? ¿En esta época? —Parecía imposible. Las nevadas invernales todavía no habían empezado, pero en cualquier momento la primera ventisca bajaría de los Hellers, bloqueando las rutas durante varios días. Había un viejo dicho: «Sólo los locos o los desesperados viajan en invierno.» Damon forzó los ojos para distinguir a los distantes jinetes, pero desde la infancia había sido un poco corto de vista, y sólo pudo distinguir algo borroso.
—Tus ojos son mejores que los míos. ¿Te parece que son hombres armados, Eduin?
—No lo creo, Lord Damon; entre ellos cabalga una dama.
—¿En esta época? Eso parece improbable —dijo Damon. ¿Cuál podría ser el motivo para que una dama viajara con el invierno tan próximo?
—Es un estandarte de Hastur, Lord Damon. Sin embargo, Lord Hastur y su dama no saldrían de Thendara en esta época del año. Si por alguna razón viajaran hasta el castillo Hastur, no lo harían por esta ruta. No lo entiendo.
Sin embargo, aun antes de que Eduin terminara de hablar, Damon supo quién era la dama que cabalgaba con el pequeño grupo de Guardias y escoltas. Sólo una mujer de Darkover cabalgaría sola bajo un estandarte de Hastur, y solamente una Hastur tendría motivos para cabalgar en esta dirección.
—Es la Dama de Arilinn —dijo finalmente, con reticencia, y vio que el rostro de Eduin se iluminaba de asombro y respeto.
Leonie Hastur, Leonie de Arilinn, Celadora de la Torre de Arilinn. Damon sabía que, según las reglas de cortesía, debía adelantarse a recibir a su prima, saludarla, y sin embargo permaneció sentado en su caballo, como petrificado, luchando por dominarse. El tiempo pareció detenerse. En un petrificado, atemporal y resonante rincón de su mente, un Damon más joven temblaba ante la Celadora de Arilinn, mientras escuchaba las palabras que destrozaron su vida:
—No me has fallado, ni tampoco me has causado disgustos. Pero eres demasiado sensible para este trabajo, demasiado vulnerable. Si hubieras nacido mujer, habrías sido Celadora. Pero tal como están las cosas... Te he observado durante años. Este trabajo destruirá tu salud, tu cordura. Debes dejarnos, Damon, por tu propio bien.
Damon se había marchado sin protestar, pues se sentía culpable. Había amado a Leonie, la había amado con toda la pasión desesperada de un hombre solitario, pero la había amado castamente, sin una palabra ni un roce. Pues Leonie, como todas las Celadoras, había hecho voto de castidad y jamás se le podía dedicar un pensamiento sensual, ni tampoco un hombre podía tocarla. ¿Acaso Leonie lo había sabido de algún modo, y había temido que algún día Damon perdiera el control, aunque sólo fuera con el pensamiento, e hiciera algo que ninguna Celadora podía permitir?
Destrozado, Damon se había marchado. Ahora, años más tarde, parecía que toda una vida separaba al joven Damon, lanzado a un mundo hostil para construirse una vida nueva, del Damon de hoy, dueño de sí mismo, veterano de una campaña triunfante.
El recuerdo todavía estaba vivo en él —estaría en carne viva hasta su muerte—, pero a medida que Leonie se acercaba, Damon se armó con el recuerdo de Ellemir Lanart, que lo esperaba en Armida.
Debería haberme casado con ella antes de esta campaña.
El había deseado hacerlo, pero a
Dom
Esteban le parecía que una boda apresurada era indigna tratándose de nobles. ¡No podía permitir que su hija fuera lanzada al lecho matrimonial con tanta prisa como si fuera una criada embarazada! Damon había accedido al retraso. La existencia de Ellemir, su prometida, debía disipar ahora hasta el más doloroso de sus recuerdos. Haciendo uso del control adquirido durante toda una vida, finalmente Damon se adelantó, con Eduin a su lado.
—Nos honras, prima —dijo con seriedad, haciendo una reverencia desde la montura—. Está muy entrado el año para cabalgar por las montañas. ¿Por qué viajas en esta época?
Leonie le devolvió la reverencia con la excesiva formalidad de una dama del Comyn en presencia de extraños.
—Mis saludos, Damon. Voy hacia Armida, de modo que, entre otras cosas, viajo a tu boda.
—Me siento honrado. —El viaje desde Arilinn era largo, y nadie lo emprendía con ligereza en ninguna época—. Pero seguramente no será solamente por mi boda, ¿verdad, Leonie?
—No sólo para eso. Aunque es cierto que te deseo toda la felicidad del mundo, primo.
Por primera vez, momentáneamente, sus miradas se cruzaron, pero Damon desvió los ojos. Leonie Hastur, Dama de Arilinn, era una mujer alta, de cuerpo delgado, con el llameante pelo rojo del Comyn, que ahora encanecía bajo la capucha de su capa de viaje. Tal vez, había sido muy bella en otros tiempos; Damon nunca estaría en condiciones de juzgarlo.
—Calista me comunicó que desea cancelar su juramento a la Torre y casarse. —Leonie suspiró—. Yo ya no soy joven: mi intención era ceder mi plaza de Celadora a Calista cuando fuese mayor y pudiera ocuparla.
Damon asintió en silencio. Todo esto se había dispuesto desde la llegada a la Torre de Arilinn de Calista, una niña de trece años. Damon había sido su técnico psi y se le había consultado sobre su entrenamiento como Celadora.
—Pero ahora desea dejarnos para casarse. Me ha dicho que su amante... —Leonie utilizó la inflexión cortés que daba a la palabra el significado de «prometido»— no es de este mundo, sino uno de los terranos que han construido el espaciopuerto de Thendara. ¿Qué sabes de esto, Damon? A mí me parece algo fantasioso, fantástico, como una vieja balada. ¿Cómo llegó a conocer a ese terrano? Me dijo el nombre, pero lo he olvidado...
—Andrew Carr —dijo Damon mientras enfilaban sus caballos en dirección a Armida, cabalgando lado a lado. Sus escoltas y la dama de compañía de Leonie les seguían a respetuosas distancias. El gran sol rojo lucía bajo en el cielo, arrojando una luz cárdena a través de las cumbres de las Kilghard Huís. Hacia el norte, habían empezado a juntarse las nubes, y un viento helado soplaba desde las distantes e invisibles cumbres de los Hellers.
—Ni siquiera ahora estoy seguro de cómo empezó todo —dijo finalmente Damon—. Sólo sé que cuando Calista fue secuestrada por los hombres-gato, y se hallaba sola, sumida en el temor y la oscuridad, prisionera en las cavernas de Corresanti, ninguno de sus familiares pudo establecer contacto con su mente.
Leonie se estremeció, ciñéndose más la capucha de su capa.
—Fue una época espantosa —dijo.
—Es cierto. Y de alguna manera, ocurrió que ese terrano, Andrew Carr, estableció con ella un estrecho contacto mental. Aún ahora no conozco todos los detalles, pero de algún modo se convirtió en la única compañía que ella tuvo en su solitaria prisión: sólo él podía llegar a su mente. Y así ambos se aproximaron en mente y corazón, aunque ninguno de ellos había visto al otro.
Leonie suspiró.
—Sí —comentó—, esos vínculos pueden ser más fuertes que los carnales. Y así llegaron a amarse. Y cuando la rescataron y se encontraron...
—Andrew fue quien más colaboró en su rescate —dijo Damon—, y ahora están prometidos. Créeme, Leonie, no es una fantasía nacida del temor de una muchacha solitaria, ni del deseo de un hombre solitario. Calista me dijo, antes de que yo emprendiera esta campaña, que si no podía conseguir el consentimiento de su padre ni el tuyo, abandonaría Armida, y Darkover, para irse con Andrew a su mundo.
Leonie sacudió la cabeza, apenada.
—He visto las naves terranas en el puerto de Thendara —dijo—, y mi hermano Lorill, que está en el Concejo y tiene tratos con los terranos, dice que en todos los aspectos parecen humanos como nosotros. ¿Pero un matrimonio, Damon? ¿Una joven de este planeta y un hombre de otro? Aunque Calista no fuera Celadora, con voto de virginidad, ese matrimonio sería extraño y aventurado para ambos.
—Creo que lo saben, Leonie. Sin embargo, están decididos.
—Siempre he sentido intensamente —dijo Leonie, con una voz extrañamente remota— que ninguna Celadora debería casarse. Lo he sentido toda mi vida, y así he vivido. Si hubiera sido de otro modo... —Miró brevemente a Damon, y el dolor que había en su voz le sorprendió. Trató de protegerse.
Ellemir
, pensó, como si fuera un hechizo defensivo, pero Leonie prosiguió, suspirando.
—Aun así, si Calista se hubiera enamorado de un hombre de su propio clan y casta, yo no le impondría mi convicción, sino que la liberaría con gusto. No... —Leonie se interrumpió—. No, no con gusto, conociendo qué problemas esperan a cualquier mujer entrenada y condicionada como Celadora de un círculo de matriz, no lo hubiera hecho con gusto. Pero, al menos, la hubiera liberado y la hubiera entregado en matrimonio con tanta gracia como fuera posible. Pero ¿cómo puedo entregársela a un extraño, a un hombre de otro mundo, que ni siquiera ha nacido en esta tierra y bajo este sol? ¡La idea me estremece de terror, Damon! ¡Me eriza la piel!
—También yo sentí eso al principio —respondió Damon, lentamente—. Sin embargo, Andrew no es un extraño. Mi mente sabe que nació en otro mundo, que giraba en torno al sol de otro cielo, una estrella distante, que ni siquiera es un punto de luz en nuestro cielo de aquí. Sin embargo, no es inhumano, no es un monstruo que finge ser hombre, sino verdaderamente uno de los nuestros, un hombre como yo. Es extranjero, tal vez, pero no ajeno. Te lo aseguro, yo lo sé, Leonie. Su mente ha estado unida a la mía. —Sin advertir su gesto, Damon posó su mano sobre el cristal matriz, la gema psi-sensible que llevaba colgada del cuello en su bolsa aislante—. Tiene
laran
—agregó.
Leonie lo miró consternada, dudando. ¡El
laran
era el poder psi que distinguía al Comyn de la gente común, el don hereditario que se transmitía por la sangre Comyn!
—¡
Laran
! —dijo casi colérica—. ¡No puedo creerlo!
—Creer o no creer no altera los hechos, Leonie —musitó Damon—. Yo he tenido
laran
desde niño, he sido entrenado en la Torre y he hecho contacto con su mente, y puedo decirte que no es en nada diferente de un hombre de nuestro propio mundo. No hay motivo para sentir horror ni asco ante la elección de Calista. Él es tan sólo un hombre como nosotros.
—Y es tu amigo —afirmó Leonie.
Damon asintió.
—Mi amigo. Y para rescatar a Calista unimos nuestras mentes... por medio de la matriz. —No había necesidad de decir más. Era el más intenso vínculo conocido, más fuerte que el parentesco, más fuerte que la unión de los amantes. Había reunido a Damon y Ellemir, así como a Andrew y Calista.
Leonie suspiró.
—¿Es así? Entonces supongo que debo aceptarlo, a despecho de su casta o su nacimiento. Como tiene
laran
, es un marido adecuado... ¡si es que algún hombre puede ser verdaderamente un marido adecuado para una mujer que ha tenido adiestramiento de Celadora!
—Hay veces en que olvido que no es uno de nosotros —dijo Damon—. Otras veces parece extraño, casi ajeno, pero la diferencia sólo estriba en las costumbres y la cultura.
—Incluso eso puede causar una enorme diferencia —comentó Leonie—. Recuerdo cuando Melora Aillard fue raptada por Jalak de Shainsa, y lo que tuvo que soportar allá. Ni siquiera los matrimonios entre personas de los Dominios y las Ciudades Secas han podido realizarse sin tragedia. Y un hombre procedente de otro mundo, de otro sol, debe ser todavía más ajeno.
—No estoy seguro —dijo Damon—. En cualquier caso, Andrew es mi amigo, y yo lo apoyaré.
Leonie se derrumbó en su montura.
—Tú no entregarías tu amistad ni te unirías a través de una matriz con alguien indigno —dijo—. Pero aunque todo lo que dices sea cierto, ¿cómo es posible que tal matrimonio no sea un desastre? Aun cuando él fuera uno de nosotros, con plena comprensión del dominio que la Torre ejerce sobre el cuerpo y la mente de una Celadora, el matrimonio sería prácticamente imposible. ¿Acaso
tú
te hubieras atrevido a tanto?