La Torre Prohibida (8 page)

Read La Torre Prohibida Online

Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: La Torre Prohibida
6.36Mb size Format: txt, pdf, ePub

Al alba, la lluvia había sido reemplazada por una cellisca que tamborileaba contra los cristales de la ventana. Ellemir se movió, buscando a su hermana junto a ella, y entonces, consternada, se incorporó y vio a Calista inmóvil junto a la ventana. Se levantó y se le acercó, llamándola por su nombre, pero Calista ni la oyó ni se movió. Alarmada, Ellemir gritó. Calista, que percibió menos la voz que el miedo en la mente de Ellemir, regresó lentamente a la habitación.

—Todo está bien, Elli —dijo suavemente, mirando el rostro asustado de su hermana.

—Estás helada, querida, helada y rígida. Vuelve a la cama, deja que te caliente —la instó Ellemir, y Calista permitió que su hermana la condujera a la cama, la tapara, arropándola, y la abrazara muy estrechamente. Al cabo de largo rato, dijo en un susurro:

—Yo estaba equivocada, Elli.

—¿Equivocada? ¿Cómo,
breda
?!

—Tendría que haber ido a la cama de Andrew en cuando me sacó de las cavernas. Después de tanto tiempo en la oscuridad, de tanto miedo, mis defensas estaban bajas. —Con profundo pesar, recordó cómo él la había sacado en brazos de Corresanti. cómo ella había descansado, cálida y confiada, entre sus brazos—. Pero había tanta confusión aquí, papá inválido, la casa llena de heridos. Sin embargo, habría sido más fácil entonces.

Ellemir siguió el razonamiento, y se sintió inclinada a acceder. Sin embargo, Calista no era la clase de mujer que hubiera podido hacer algo así ante la desaprobación de su padre, en contra de su juramento de Celadora. Y Lord Alton lo hubiera sabido fácilmente, como si Calista lo hubiera gritado a viva voz desde la planta alta.

—Tú misma estabas enferma, querida. Seguramente Andrew lo comprendió.

Pero Calista se preguntaba: ¿la prolongada enfermedad que la aquejó después del rescate no habría sido una reacción ante su fracaso? Tal vez, pensaba, ambos habían perdido una oportunidad que nunca más se presentaría, la oportunidad de unirse cuando los dos estaban encendidos por la pasión, sin lugar para dudas ni temores. Hasta Leonie había pensado que había ocurrido eso.

¿Por qué no lo hice? Y ahora, ahora es demasiado tarde...

Ellemir bostezó, esbozando una sonrisa de puro deleite.

—¡Es el día de nuestra boda, Calista!

Calista cerró los ojos.

El día de mi boda, Y no 'puedo compartir la alegría de ella. Amo como ella ama, y sin embargo no estoy contenta...
Sintió el loco impulso de arañarse, de golpearse con sus propios puños, de atacar y castigar esa belleza que era una promesa tan vacía, ese cuerpo que parecía tan semejante a un deseable y adorable cuerpo de mujer: una coraza, una coraza vacía. Pero Ellemir la miraba, inquisitivamente, preocupada, así que se forzó a sonreír alegremente.

—El día de nuestra boda —dijo, y besó a su melliza—. ¿Eres feliz, querida?

Y durante un momento, por la alegría de Ellemir, logró olvidar sus propios temores

5

Esa mañana, Damon fue a ayudar a
Dom
Esteban a sentarse en la silla de ruedas que se había construido para él.

—¡Así podrás asistir a la boda sentado y erguido, y no tendido en una cama con ruedas como un inválido!

—Es raro volver a estar vertical —dijo el anciano, afirmándose con ambas manos—. Me siento tan mareado como si ya estuviera borracho.

—Has pasado demasiado tiempo acostado —dijo Damon, a manera de explicación—. Pronto te acostumbrarás.

—¡Bien, mejor sentado que reclinado sobre las almohadas como si fuera una parturienta! ¡Y al menos mis piernas todavía están aquí, aunque no pueda sentirlas!

—Todavía están aquí —le aseguró Damon—, y si alguien te empuja, podrás recorrer perfectamente toda la planta baja.

—Será un alivio —dijo Esteban—. ¡Estoy harto de mirar este techo! Cuando llegue la primavera, traeré a algunos operarios y me haré hacer algunas habitaciones en la planta baja. En cuanto a vosotros dos —añadió, indicando a Andrew que se acercara—, podéis quedaros con cualquiera de las grandes habitaciones de la planta alta, para vosotros y vuestras esposas.

—Eres muy generoso, suegro —dijo Damon, pero el anciano sacudió la cabeza.

—En absoluto. Ninguna habitación de la planta alta volverá a servirme para nada. Sugiero que vayáis y escojáis las habitaciones ahora; dejad mis antiguas habitaciones para cuando Domenic tome esposa, pero todas las demás podéis usarlas. Si lo hacéis, las mujeres podrán mudarse a su nueva casa en cuanto se casen —agregó, riéndose—. Y mientras os dedicáis a la mudanza, yo pediré a Dezi que me empuje por aquí para habituarme nuevamente a mi propia casa. ¿No te di las gracias por esto, Damon?

En la planta alta, Damon y Andrew fueron a buscar a Leonie.

—Quería preguntarte algo —dijo Damon—, sin que nos oyeran. Sé lo suficiente como para comprender que
Dom
Esteban no volverá a caminar. Pero, por lo demás, ¿cómo está, Leonie?

—¿Sin que nos oyeran? —La Celadora se rió—. Él tiene
laran
, Damon; lo sabe todo aunque tal vez, sabiamente, se ha negado a comprender qué es lo que esto significa para él. La herida superficial se ha curado, por supuesto, y los riñones no están dañados, pero el cerebro ya no se comunica con las piernas ni los pies. Conserva algo de control sobre las funciones corporales, pero sin duda, a medida que pase el tiempo y la parte inferior de su cuerpo se deteriore, también perderá ese control. El mayor peligro que le acecha son las llagas. Debes asegurarte de que su criado lo cambie de posición cada pocas horas, porque como no tiene sensibilidad tampoco sentirá dolor, y no se dará cuenta si un pliegue de la ropa o de la cama lo está lastimando. La mayoría de las personas paralizadas mueren por infección de esas llagas. Ese proceso puede demorarse con grandes cuidados, si sus miembros se mantienen flexibles mediante masajes, pero tarde o temprano los músculos se deterioran y mueren.

Damon sacudió la cabeza, consternado.

¿Él sabe todo eso? —preguntó.

—Lo sabe. Pero tiene una fuerte voluntad de vida, y mientras la conserve, es posible conservar su vida. Por un cierto tiempo. Años, tal vez. Después... —Se encogió de hombros, con resignación—. Tal vez encuentre un nuevo motivo para vivir si tiene nietos. Pero siempre ha sido un hombre activo y orgulloso. No se adaptará fácilmente a la inactividad ni a la impotencia.

—Yo necesitaré muchísimo de su ayuda para manejar esta casa —dijo Andrew—. He tratado de hacerlo sin molestarlo...

—Si me permites, ha sido una equivocación —dijo Leonie con amabilidad—. Ha de saber que sus conocimientos son necesarios, aunque no pueda hacer uso de sus manos ni de su habilidad. Pídele tantos consejos como puedas, Andrew.

Era la primera vez que ella se dirigía directamente a Andrew, y el terrano la miró sorprendido. Tenía suficientes rudimentos de telepatía para saber que Leonie se sentía incómoda con él, y le perturbaba saber que ahora, en la consideración de ella, había algo más. Cuando la mujer se marchó, Andrew se dirigió a Damon.

—No le gusto, ¿verdad?

—No creo que sea eso —dijo Damon—. Creo que se sentiría incómoda con cualquier hombre al que debiera entregarle a Calista en matrimonio.

—Bueno, no puedo echarle la culpa por creer que no soy suficientemente bueno para Calista: no creo que ningún hombre lo sea. Pero mientras Calista no lo sienta así...

Damon se rió.

—Supongo que el día de su boda ningún hombre se siente digno de su novia. ¡Todo el tiempo tengo que recordarme que Ellemir ha accedido a nuestro matrimonio! ¡Vamos, debemos elegir habitaciones para nuestras esposas!

—¿No tendrían que elegirlas ellas?

Damon recordó que Andrew era ajeno a las costumbres.

—No, es costumbre que el esposo proporcione un hogar a su esposa. Por cortesía,
Dom
Esteban nos permite elegir lugar y prepararlo antes de la boda.

—Pero ellas conocen la casa...

—También yo —replicó Damon—. Pasé casi toda mi adolescencia aquí. El hijo mayor de
Dom
Esteban y yo éramos
bredin
amigos juramentados. ¿Tú no tienes parientes en la Zona Terrana, ni criados juramentados que esperen tu retorno?

—Nadie. Los sirvientes son un recuerdo de nuestro pasado: ningún hombre debe servir a otro.

—Sin embargo, tendremos que asignarte algunos. Si vas a administrar la propiedad para nuestro pariente —Damon utilizó el término que habitualmente se traducía como «tío»—, no tendrás tiempo de ocuparte de los detalles de la vida ordinaria, y no podemos esperar que las mujeres hagan la limpieza y el lavado. Y no tenemos máquinas como las que tenéis vosotros en la Zona Terrana.

—¿Por qué no?

—No somos ricos en metales. De todos modos, ¿por qué deberíamos hacer que la vida de la gente sea inútil por no poder ganarse su comida de manera decente? ¿O de veras crees que todos seríamos mas felices si construyéramos máquinas y nos las vendiéramos entre nosotros como lo hacéis vosotros? —Damon abrió una puerta que se hallaba a mitad de pasillo—. Estas habitaciones no han sido utilizadas desde que murió la madre de Ellemir y Dorian se casó. Parecen en buen estado.

Andrew lo siguió hasta el espacioso salón central de la suite, mientras seguía pensando en la pregunta que le había hecho Damon.

—Me enseñaron —dijo—, que es degradante para un hombre servir a otro, que es degradante... para el siervo y para el amo.

—A mí me parece más degradante pasarme la vida como siervo de alguna máquina. Y si posees una máquina, también eres poseído por ella, y te pasas el tiempo sirviéndola. —Pensó en su propia relación con la matriz, y en la de cada técnico psi de Darkover, por no hablar de las Celadoras...

Abrió todas las puertas de la suite.

—Mira: a cada lado de esta sala central hay una suite completa, con dormitorio, sala íntima y baño, y pequeñas habitaciones detrás para las criadas de las mujeres, cuando las elijan, cuartos de vestir y demás. Las mujeres querrán estar juntas y, además, también hay posibilidades de intimidad, cuando lo deseemos, y otros pequeños cuartos cercanos por si algún día los necesitamos, para nuestros hijos. ¿Te parece bien?

Era un espacio mucho mayor que el que se le habría asignado a una pareja joven en la sección de Personal Casado en el Cuartel General. Andrew asintió, y Damon volvió a hablar:

—¿Prefieres la suite de la izquierda o la de la derecha?

—Me da lo mismo. ¿Quieres que tiremos una moneda?

Damon se rió con ganas.

—¿También tenéis esa costumbre? Pero si te da lo mismo, será mejor que nosotros nos quedemos con la suite de la izquierda. Ellemir, según he advertido, se despierta al alba, y a Calista le gusta dormir hasta tarde siempre que puede. Tal vez será mejor que el sol matinal no dé en la ventana de tu dormitorio.

Andrew se sonrojó, con una incomodidad placentera. Él también lo había advertido, pero no había ido tan lejos para pensar anticipadamente en las mañanas en las que despertaría en la misma habitación que Calista. Damon sonrió, solidario.

—Sólo faltan pocas horas para la boda. Y seremos hermanos, tú y yo... y es una agradable idea. Sin embargo, es un poco triste que no tengas ni un solo pariente ni amigo en tu boda.

—De todos modos, no tengo amigos en este planeta. Y tampoco tengo familiares vivos en ninguna parte.

Damon parpadeó, consternado.

—¿Viniste aquí sin familia, sin amigos?

Andrew se encogió de hombros.

—Crecí en Terra, en un establecimiento dedicado a la cría de caballos, en un lugar llamado Atizona. Cuando tenía alrededor de dieciocho años, mi padre murió, y hubo que vender la propiedad para pagar sus deudas. Mi madre no le sobrevivió mucho, y yo me marché al espacio como funcionario civil, y un funcionario va más o menos adonde lo mandan. Me tocó aquí, y ya conoces el resto.

—Creí que no había sirvientes entre vosotros —dijo Damon, y Andrew se metió en un laberinto de palabras para tratar de explicarle qué era lo que hacía que un servidor civil
[2]
fuera algo diferente de un sirviente. Damon escuchó con escepticismo.

—¡Un sirviente, entonces, de los ordenadores y los papeles! —dijo finalmente—. ¡Creo que preferiría ser un criado honesto o un cocinero!

—¿Acaso no hay aquí amos crueles que explotan a sus servidores?

Damon se encogió de hombros.

—Sin duda los hay, del mismo modo que hay hombres que maltratan a sus caballos y los azotan hasta matarlos. Pero un hombre razonable puede llegar a advertir sus errores, y en el peor de los casos, otros pueden corregirlo. Pero no hay manera de enseñarle a una máquina sabiduría, después de la necedad.

Andrew sonrió.

—Sabes, estás en lo cierto. Tenemos un refrán: «No puedes luchar con el ordenador, incluso cuando se equivoca tiene razón.»

—Pregúntale al mayordomo de
Dom
Esteban, o a Ferrika, la comadrona de la casa, si se sienten explotados o maltratados —dijo Damon—. Tienes suficientes dotes telepáticas para saber si te dicen la verdad. Y tal vez entonces decidas que puedes permitir que algún hombre se gane honestamente un salario como tu criado.

Andrew se encogió de hombros.

—Sin duda lo haré. Tenemos otro refrán: «Cuando estés en Roma, haz como los romanos.» Creo que Roma era una ciudad de Terra; fue destruida por una guerra o un terremoto, siglos atrás, sólo queda el proverbio...

—Nosotros tenemos un dicho similar —agregó Damon—, «No trates de comprar pescado en las Ciudades Secas». —Recorrió la habitación que había elegido como dormitorio para él y Ellemir—. ¡Estas colgaduras no han sido ventiladas desde la época de Regís IV! Ordenaré que las cambien. —Tocó una campanilla, y cuando apareció el mayordomo, le dio las órdenes.

—Todo estará listo para esta noche, señor, para que las damas puedan trasladarse aquí cuando lo deseen. Lord Damon, me pidieron que te dijera que tu hermano, Lord Serráis, ha venido para asistir a tu boda.

—Muy bien, gracias. Si ves a la dama Ellemir, pídele que venga a dar su aprobación a nuestra elección —dijo Damon. Cuando el criado se marchó, hizo un gesto de disgusto.

—¡Mi hermano Lorenz! ¡Por la buena voluntad que debe tener con respecto a mi boda, bien podría haberse quedado en su casa! Había esperado que viniera mi hermano Kieran, o mi hermana Marisela, pero supongo que debo sentirme honrado e ir a atender a Lorenz.

—¿Tienes muchos hermanos?

Other books

Deadly Obsession by Cayne, Kristine
Belleza Inteligente by Carmen Navarro
A Thousand Falling Crows by Larry D. Sweazy
Off Limits by Kelly Jamieson
Under the Spanish Stars by Alli Sinclair
Catching the Big Fish by David Lynch
Wrong City by Morgan Richter