Se encontró pensando que la precognición era algo casi peor que no tener ningún don. SÍ fuera una advertencia, serviría como guía. Pero sólo se trataba de un tiempo fuera de foco, y ni siquiera Leonie podía comprender el tiempo. Y Andrew, con su propia conciencia, deseó que Damon se guardara para sí sus condenados sueños perturbadores.
Era una mañana dura y fría, y caía aguanieve. Damon sintió que el cielo era un reflejo de su estado de ánimo.
Durante muchos años había eludido este trabajo, y ahora se veía obligado a hacerlo una vez más. Y ahora sabía que no era tan sólo por Calista. Había estado equivocado al renunciar a él de manera tan completa.
Lo había confundido el tabú que establecía que los telépatas no podían hacer trabajo de matriz fuera de las Torres. Después de las Épocas de Caos, tal vez el tabú hubiera tenido algún sentido. Pero ahora sentía, con todas sus fibras, que era un error.
Había tanto trabajo que hacer para un telépata. Y nadie lo hacía.
Él se había construido una especie de nueva carrera en la Guardia, pero nunca se había sentido satisfecho. A diferencia de Andrew. tampoco podía hallar satisfacción o plenitud en ayudar a administrar las tierras de su padre político. Sabía que para muchos hijos menores, que no poseían tierras propias, ésa hubiera sido una solución perfecta: al no tener tierras, hacerse cargo de otra propiedad para que sus hijos tuvieran una herencia. Pero eso no era para Damon. Sabía que era un trabajo que un mayordomo medianamente capacitado podía cumplir. Sólo estaba allí para asegurarse de que ningún empleado poco escrupuloso abusara del padre de su esposa,
No le molestaba invertir un poco de tiempo en la propiedad. Su vida estaba aquí, con Ellemir, y ahora le destrozaría separarse también de Andrew o de Calista.
Para Andrew era diferente. Había crecido en un mundo bastante semejante a éste, y para él esta vida implicaba la recuperación de un mundo que había creído perdido al marcharse de Terra. Pero Damon había empezado a preguntarse ahora si su verdadero trabajo no sería aquél para el que lo habían entrenado en la Torre.
—Tu parte y la de Ellemir —le dijo a Andrew—, es simplemente protegernos de cualquier intrusión. Si hay alguna interrupción, aunque he tratado de arreglar que no las haya, tú debes ocuparte. De todas formas, sólo tendrás que mantenerte en contacto telepático y soportarme con tu fuerza.
La tarea de Calista era más dificultosa. Al principio se había negado a participar, pero él había conseguido persuadirla, cosa que lo alegraba porque podía confiar absolutamente en la joven. Al igual que él, Calista había sido entrenada en Arilinn, y era una monitora psi capacitada que sabía con precisión lo que debía hacer. Debería vigilar las funciones vitales de Damon, asegurándose de que su cuerpo siguiera funcionando normalmente mientras su yo esencial se hallaba en otra parte.
Se la veía pálida y extraña, y él sabía que le costaba retornar a un trabajo que había abandonado para siempre no como él. por miedo o disgusto, sino porque a Calista en realidad le había resultado penoso dejarlo. Tras haber renunciado a él, no quería volver a comprometerse.
Sin embargo, Damon sabía que era el verdadero trabajo de la joven. Había nacido para eso, para eso se la había entrenado. Era una crueldad y una equivocación que una mujer no pudiera hacer ese trabajo sin renunciar a su condición de mujer. ¡Para cualquier cosa inferior al trabajo con las grandes pantallas y emisores, Calista estaría completamente capacitada aunque se casara doce veces y fuera muchas veces madre! No obstante, estaba perdida para las Torres, y también eso era una pérdida para ella. Era una idea necia, reflexionó Damon, creer que la pérdida de su virginidad podría privarla de todas las habilidades tan penosamente incorporadas, y de todos los conocimientos que había adquirido, a tan alto precio, durante todos los años pasados en Arilinn.
Pensó:
No lo creo
, y contuvo el aliento. ¡Era una blasfemia, sacrílega, impensable! Sin embargo, lanzó a Calista una mirada desafiante y pensó:
No obstante, ¡no lo creo!
Estaba violando el tabú de la Torre al utilizarla incluso para monitorear. ¡Qué estúpido, qué terriblemente estúpido!
Por supuesto, legalmente no estaba cometiendo ninguna trasgresión. Calista, a pesar de haber declarado su intención de casarse en una ceremonia de compañeros libres, no era en realidad la esposa de Andrew. Todavía era virgen, y por lo tanto estaba capacitada... ¡Qué estupidez era todo eso! ¡Qué trágicamente estúpido!
Algo estaba mal, pensó otra vez, terrible y trágicamente mal en el concepto del entrenamiento de telépatas en Darkover. A causa de los abusos de las Épocas de Caos, a causa de los crímenes de hombres y mujeres muertos, hacía tanto tiempo que sus huesos ya se habían convertido en polvo, otros hombres y mujeres estaban condenados a una muerte en vida.
—¿Qué pasa, Damon? —preguntó Calista suavemente—. ¡Te veo tan enojado!
Él no podía explicárselo. Ella estaba todavía atada por el tabú, que era muy profundo.
—Tengo frío —dijo él, y lo dejó así. Se había abrigado con una túnica suelta, que al menos protegería su cuerpo del pavoroso frío del supramundo. Advirtió que también Calista había reemplazado sus ropas habituales por un abrigo grueso y suelto. Damon se tendió en un sillón mullido, en tanto Calista se acomodaba en un almohadón, a sus pies. Andrew y Ellemir estaban un poco más lejos, y la joven dijo:
—Cuando yo te controlé, me pediste que estuviera en contacto físico y te tomara el pulso.
—Tú no tienes entrenamiento, querida. Calista ha estado haciendo este trabajo desde que era una niña. Si tuviera que hacerlo, incluso podría monitorearme desde otra habitación. Andrew y tú sois básicamente innecesarios, aunque ayuda teneros a los dos aquí. He dado órdenes de que no lo hagan, pero si algo nos interrumpiera, los Dioses no lo quieran, la casa se incendiara o
Dom
Esteban se indispusiera y necesitara ayuda, vosotros podéis ocuparos de eso, e impedir que nos estorben a Calista y a mí.
Calista tenía su matriz en el regazo. Él advirtió que se la había ajustado a la muñeca con una cinta. Había diferentes maneras de manejar una matriz, y en Arilinn se estimulaba a todos para que experimentaran hasta averiguar cuál era la manera que les resultaba más cómoda. También advirtió que la joven contactaba con la gema psi sin mirar físicamente la piedra, en tanto él mismo observaba las profundidades de la suya, viendo cómo las luces entraban lentamente en foco... Empezó a respirar cada vez más lentamente, percibiendo el momento en que Calista contactó con su mente, combinando las resonancias de sus dos campos corporales. Más vagamente, en la distancia, la sintió cuando incorporó a Andrew y Ellemir al contacto telepático. Por un momento disfrutó de la satisfacción que le producía tenerlos a todos a su alrededor, cerca, confirmándolo con el más íntimo vínculo conocido. En ese momento sabía que estaba más cerca de Calista que de cualquier otra persona del mundo. Más cerca que de Ellemir, cuyo cuerpo conocía tan bien, cuyos pensamientos había compartido, y que tan brevemente había alojado al hijo de ambos. No obstante, Calista estaba tan próxima a él como dos gemelos antes de nacer, y Ellemir más allá, en la distancia exterior. Más lejos, detrás de ella, percibió a Andrew, un gigante, una roca de fortaleza que les protegía, les salvaguardaba...
Sintió que los muros del refugio les circundaban con esa estructura astral, la que él había construido para trabajar con los hombres congelados. Después, con ese curioso impulso ascendente, se encontró en el supramundo y pudo
ver
los muros que cobraban forma en torno a ellos. Cuando lo había construido, con Dezi y Andrew, había parecido un refugio de viaje de rústica piedra parda, tal vez porque lo había considerado temporal. Las estructuras del supramundo eran lo que uno creía que eran. Advirtió que los rústicos ladrillos y las piedras se habían hecho tersos y brillantes, que bajo sus pies había un piso de piedra lacre parecido al del cuarto de destilación de Calista. Desde donde estaba pudo ver, con los colores verde y oro de su Dominio, algunos muebles. Según como los mirara, se veían curiosamente transparentes e insustanciales, pero sabía que si intentaba sentarse sobre ellos cobrarían fuerza y solidez. Serían cómodos y, lo que es más, proporcionarían cualquier tipo de superficie que él deseara: terciopelo o seda o piel, a voluntad. En uno de esos sillones se hallaba Calista, y también ella se veía extrañamente transparente, aunque Damon sabía que también ella se haría más sólida a medida que permaneciera más tiempo allí. Andrew y Ellemir tenían aspecto más difuso, y vio que estaban dormidos en otro de los muebles, porque sólo estaban aquí en su propia mente, y no eran conscientes en absoluto del supramundo. Solamente sus pensamientos, que penetraban en los suyos gracias al contacto telepático que Calista había establecido con ellos, estaban fuertemente presentes. Ellos eran pasivos aquí, ya que proporcionaban toda su fuerza a Damon. Éste flotó durante un momento, disfrutando de la comodidad que le proporcionaba este círculo de respaldo, sabiendo que eso lo protegería del espantoso agotamiento que había padecido otras veces. Advirtió que Calista sostenía en las manos una serie de hebras, como una telaraña, y supo que así era como ella visualizaba el control que ejercía sobre el cuerpo de Damon que yacía en el mundo más sólido. Si su respiración se alteraba, si su circulación se veía dificultada por la posición, incluso si padecía algún escozor que pudiera entorpecer su concentración, aquí, en el supramundo, ella podría reparar el daño mucho antes de que el mismo Damon fuera consciente de él. Protegido por Calista, su cuerpo estaba seguro, detrás del refugio que les ofrecía esta construcción.
Pero no podía entretenerse aquí, y mientras se le ocurría la idea ya estaba desplazándose a través de las impalpables paredes del refugio. Sus pensamientos le permitían salir, aunque ningún extraño podría entrar jamás, y se encontró en el exterior, en la gris y chata planicie del supramundo. En la distancia pudo ver los picos de la Torre de Arilinn o, más bien, el duplicado de esa Torre en el supramundo.
Tal vez durante mil años los pensamientos de cada uno de los técnicos psi que se desplazaron por el supramundo habían creado Arilinn, como un hito seguro. ¿Por qué estaba tan lejana? Damon se lo preguntó, y después supo por qué: era la visualización de Calista, unida a la suya propia, y para ella Arilinn se hallaba sin duda muy distante. Pero aquí en el supramundo el espacio no tenía realidad y con la velocidad —literalmente— del pensamiento, Damon se encontró ante los portales de Arilinn.
Había sido despedido de aquí. ¿Podría entrar ahora si lo intentaba? Al pensarlo, se encontró dentro, de pie sobre los peldaños del patio exterior, y Leonie se hallaba ante él, con velo.
—Sé por qué has venido, Damon. He buscado por todas partes los registros que deseas, y durante estos días he aprendido más que nunca la historia de Arilinn. Sabía, ciertamente, que en la vieja época, en los primeros días de las Torres, muchas Celadoras eran
emmascas
, de sangre
chieri
, ni hombre ni mujer. No sabía que cuando esos nacimientos se tornaron raros, ya que los
chieri
empezaron a mezclarse cada vez menos con los humanos, algunas de las primeras Celadoras fueron convertidas en neutras para asemejárseles. ¿Sabías, Damon, que no sólo se usaban como Celadoras a las mujeres neutras, sino también a algunos varones castrados? ¡Qué barbarie!
—Y además innecesaria —dijo Damon—. Cualquier técnico psi medianamente capacitado puede hacer la mayoría del trabajo de una Celadora, a costa tan sólo de unos pocos días de impotencia.
Leonie esbozó una sonrisa.
—Hay muchos hombres que creen que ese precio es demasiado alto, Damon.
Damon asintió, pensando en su hermano Lorenz, y en el desprecio que había en su voz cuando dijo de Damon: «Medio monje, medio eunuco.»
—Y en cuanto a las mujeres —dijo Leonie—, se descubrió que no era necesario que una Celadora fuera neutralizada, aunque aún no se habían descubierto las técnicas de entrenamiento que utilizamos ahora. Bastaba con fijar los canales completamente limpios para que no transportaran ningún impulso que no fueran los de la fuerza psi. De modo que se hizo eso, sin la barbarie que implicaba la neutralización. Pero en nuestra época, eso también parecía demasiada disminución para una mujer. —El rostro de Leonie mostró desprecio—. Creo que fue tan sólo el orgullo de los hombres del Comyn, quienes creían que el más precioso atributo de una mujer era su fertilidad, su capacidad de perpetuar la herencia masculina. Se pusieron susceptibles con respecto a cualquier cosa que implicara una disminución de la capacidad femenina de engendrar hijos.
—Pero eso también significó —dijo Damon, en voz baja—, que una mujer que pensara, siendo niña todavía, que deseaba ser Celadora, no debía hacer una elección para toda la vida antes de saber lo que eso implicaba.
Leonie descartó la observación.
—Tú eres hombre, Damon, y no espero que lo comprendas. Eso se hizo para ahorrarles a las mujeres la pesada carga de la elección. —De repente su voz se quebró—. Acaso no crees que yo hubiera preferido que todo eso se me ahorrara en la infancia, en vez de pasarme toda la vida aprisionada, sabiendo que yo misma tenía la llave de mi cárcel, y que sólo mi juramento, mi honor, mi palabra de Hastur me mantenían así...así...aprisionada—. Damon no pudo saber si era el dolor o la furia lo que le hacía temblar la voz—. Si yo hubiera triunfado, si los hombres del Comyn no estuvieran tan preocupados por la preciosa fertilidad de sus mujeres, cualquier joven que llegara a la Torre sería neutralizada de inmediato, y viviría feliz su vida de Celadora, libre de la carga de la femineidad. Estaría libre del dolor y de los eternos recordatorios de la elección... del hecho de no poder elegir para siempre y de tener que hacer la misma elección cada día de su vida.
—¿Las convertirías en esclavas perpetuas de la Torre?
La voz de Leonie fue casi inaudible, pero a Damon le sonó como un grito.
—¿No crees que somos esclavas?
—Leonie, Leonie, si eso era lo que sentías, ¿por qué lo soportaste durante todos estos años? Había otras que podrían haberte aliviado de esa carga cuando se hizo demasiado pesada para ti.
—Soy una Hastur —dijo ella—, y juré que no me descargaría de ese peso hasta que no hubiera entrenado a alguien que pudiera llevarlo. ¿Crees que no lo intenté? —Le miró directamente a los ojos y Damon se puso tenso con el recuerdo de la angustia, pues en el supramundo ella era tal como los pensamientos del hombre la concebían, y era la Leonie de sus primeros años en la Torre la que se hallaba ante él. El nunca sabría si algún otro hombre la había creído bella, pero para él era infinitamente bella, deseable y sostenía todas las cuerdas de su alma en sus manos esbeltas... Se volvió, debatiéndose para verla solamente como la había visto la última vez, en su boda: como a una mujer calmada, madura, controlada, más allá de la furia o la rebelión.