—Si quieres —le dijo Domenic en un susurro, acercándose a él—, yo puedo respaldarte como pariente, Andrew. Eso sólo significa anticipar el hecho unos pocos minutos.
Andrew se conmovió ante el gesto, pero vaciló antes de aceptar.
—No sabes nada de mí, Domenic...
—Oh, eres el elegido de Calista, y eso es suficiente garantía acerca de tu carácter —dijo Domenic con ligereza—. Después de todo, conozco muy bien a mi hermana. —Se puso en pie con Andrew, como si diera la cosa por hecha—. ¿Viste la cara agria de
Dom
Lorenz? Es difícil creer que sea el hermano de Damon, ¿no es cierto? ¡No creo que hayas visto a la mujer con la que
él
se casó! ¡Creo que le envidia a Damon mi bonita hermana! —Mientras se desplazaban rodeando la mesa, murmuró—: Puedes usar las mismas palabras que usó Damon, o las que se te ocurran... no hay ninguna fórmula establecida. Pero deja que sea Calista quien declare legítimos a tus hijos. Sin ánimos de ofenderte, eso le corresponde hacerlo o no hacerlo al padre de mayor rango.
Andrew le agradeció el consejo. Ahora se hallaba de pie ante la cabecera de la larga mesa, frente a los invitados, vagamente consciente de la presencia de Domenic detrás de él, de la de Dezi frente a él, en el otro extremo de la mesa, de los ojos de Calista, fijos, que miraban al frente.
Tragó con dificultad, y escuchó su propia voz, enronquecida. v—Yo, Ann'dra —un nombre doble denotaba en darkovano, al menos cierto grado de nobleza: Andrew no tenía ningún linaje que ellos pudieran reconocer— declaro que, ante testigos, tomo a Calista Lanart-Alton como compañera libre, con el consentimiento de su familia... —Le pareció que debía decir algo más. Recordó una secta terrana que había llevado a cabo sus matrimonios de esta manera, ante testigos, y con un recuerdo vago parafraseó, traduciendo las palabras del eco que sonaba en su mente—: La tomo para amarla y cuidarla, en los tiempos buenos y en los malos, en la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad, mientras nuestra vida dure, y eso declaro ante todos.
Lentamente, ella rodeó la mesa para reunirse con él. Llevaba puesto un vaporoso vestido de color carmesí, bordado en oro. Ese color apagaba el de su pelo y la hacía parecer más pálida. El había escuchado que era el color y la vestimenta reservada para las Celadoras. Leonie, detrás de ella, se hallaba similarmente ataviada, solemne y grave.
Sin embargo, la tranquila voz de Calista pareció la de una cantante profesional. A despecho de su suavidad, podía escucharse en toda la habitación.
—Yo, Calista de Arilinn —dijo, y sus dedos se tensaron casi convulsivamente mientras pronunciaba el título ritual en voz alta por última vez—, tras haber abandonado mi santo oficio para siempre con el consentimiento de mi Celadora, tomo a este hombre, Ann'dra, como compañero libre. También declaro —y su voz tembló— que si le doy hijos, éstos serán legitimados ante el clan y el concejo, en casta y en herencia. —Luego agregó, y a Andrew le pareció que había en su voz un tono desafiante—: Que los dioses y las cosas sagradas de Hali sean testigos.
En ese momento vio que Leonie tenía sus ojos clavados en él. Parecían revelar una tristeza insondable, pero él no tuvo tiempo de preguntarse la razón. Inclinó la cabeza, tomando las manos de Calista y rozándole la punta de los dedos con los labios. Ella no rechazó ese contacto, pero él sabía que estaba defendida, que en realidad el roce no le había llegado, que de alguna manera ella había logrado soportar este beso ritual delante de los testigos, sólo porque sabía que hubiera sido escandaloso no hacerlo. La desolación que Andrew vio en sus ojos le causó un dolor agónico, pero ella le sonrió, murmurando:
—Tus palabras fueron muy bellas, Andrew. ¿Son terranas?
El asintió, pero no tuvo tiempo de darle más explicaciones, pues fueron arrastrados por una ronda de abrazos y congratulaciones similares a la que había rodeado antes a Damon y Ellemir. Después, todos se arrodillaron para recibir la bendición de
Dom
Esteban y la de Leonie.
Muy pronto, en cuanto empezaron las celebraciones, se hizo evidente que el verdadero propósito de la fiesta era que los vecinos conocieran y juzgaran a los hijos políticos de Dom Esteban. Por supuesto, de nombre y por reputación conocían a Damon: un Ridenow de Serráis, un oficial de los Guardias. Andrew, sin embargo, quedó gratamente sorprendido al ver cómo lo aceptaban y lo recibían y qué poca atención atraía. Sospechaba —y más tarde supo que había estado en lo cierto— que en general se suponía que lo que hacía un señor del Comyn era incuestionable.
Todo el mundo bebía, y muy pronto se vio arrastrado a la danza. Todos se unieron, incluso la solemne Leonie, que tomó del brazo a Lord Serráis. Hubo algunos juegos y bromas pesadas. Andrew fue arrastrado a participar en un juego donde había muchos besos, regido por reglas confusas. En un momento de calma, logró transmitirle a Ellemir algo de su confusión. Ella tenía el rostro arrebolado, y Andrew sospechó que había estado bebiendo bastante de ese vino dulce y pesado. Ella soltó una risita.
—Oh, es un cumplido para Calista que todas estas jóvenes encuentren deseable a su marido. Y además, desde el Solsticio de Invierno hasta el del Verano, sólo ven a sus hermanos y parientes; tú eres un rostro nuevo y les resultas excitante.
Eso parecía bastante razonable, pero aún así, cuando se trataba de jugar a los besos con muchachas borrachas, apenas adolescentes, le parecía que era demasiado viejo para una fiesta de esa clase. De todas maneras, nunca le había gustado mucho beber, ni siquiera entre sus propios compatriotas, cuyas bromas conocía perfectamente. Miró a Causea con anhelo, pero una de las reglas no escritas parecía ser que el marido no debía bailar con su propia esposa. Cada vez que lograba acercarse a ella, otros se interponían y los separaban.
Todo se hizo tan obvio que finalmente buscó a Damon para preguntárselo. Su amigo se rió.
—Había olvidado que tú eras un extraño en las Kilghard Hílls, hermano. No querrás privarlos de su diversión, ¿verdad? Es un juego común en las bodas, eso de mantener separados a marido y mujer, para que no puedan escaparse a consumar el matrimonio en privado, antes de que los lleven a la cama. Entonces todo el mundo tiene la oportunidad de hacer la clase de bromas que aquí se estilan en las bodas. —Volvió a reírse con picardía... ¡y de repente Andrew se preguntó qué era lo que le esperaba!
Damon captó sus pensamientos con exactitud.
—Si la boda se hubiera llevado a cabo en Thendara —le dijo—, allí son más sofisticados, y también más civilizados. Pero aquí persisten las costumbres rurales, y me temo que están muy próximas a la Naturaleza. A mí no me preocupan demasiado, pero claro, yo fui criado aquí. A mi edad, tendré que soportar más bromas de las habituales... aquí la mayoría de los hombres se casan cuando tienen la edad de Domenic. Y Ellemir también creció aquí y le ha tomado el pelo a muchas novias, de modo que supongo que se divertirá tanto como las demás. Pero me gustaría ahorrarle todo esto a Calista. Ella ha estado más... protegida. Y una Celadora que abandona su lugar es una presa especial para las bromas procaces; me temo que planean algo verdaderamente duro para ella.
Andrew miró a Ellemir, que reía, sonrojada, en medio de una ronda de muchachas. Calista estaba rodeada de manera similar, pero tenía aspecto desdichado y miserable. Andrew advirtió, no obstante, con alivio, que aunque muchas mujeres reían, sonrojadas y excitadas, a carcajadas, otras muchas, en general las más jóvenes, se veían como Calista, con aspecto tímido e incómodo.
—¡Bebe! —Domenic puso una copa en manos de Andrew—. No puedes estar sobrio en una boda, es una falta de respeto. De todos modos, si no te emborrachas, tal vez te pongas demasiado ansioso y te comportes mal con la novia, ¿verdad, Damon? —Agregó alguna broma acerca de la luz de la luna que Andrew no alcanzó a comprender, pero que hizo que Damon se riera, avergonzado.
—Veo que estás consultando a Andrew para que te aconseje acerca de lo que harás esta misma noche, más tarde. Dime, Andrew, ¿tu gente también tiene una máquina para eso? ¿No? —Fingió un exagerado alivio—. ¡Me alegro! Tenía miedo de que tuviéramos que hacer arreglos para una demostración especial.
Dezi observaba a Damon con concentrada atención. ¿Ya estaba borracho?
—Me alegra —dijo Dezi— que hayas declarado tu intención de legitimar a tus hijos. A tu edad, ¿pretendes decirme que no tienes hijos, Damon?
Damon le respondió sonriente, ya que una boda no era el momento adecuado para ofenderse por las intrusiones ni las inquisiciones.
—No soy monje ni
ombredin
, Dezi, de modo que no lo creo imposible, pero si los tengo, sus madres no se han tomado el trabajo de informarme acerca de su existencia. Pero aceptaría de buen grado un hijo, bastardo o no. —Repentinamente, su mente contactó con la de Dezi; ebrio, el muchacho no se había bloqueado, y entre ese estallido de amargura, Damon entendió una cosa importante, advirtiendo por primera vez qué era lo que verdaderamente constituía el núcleo del resentimiento del muchacho.
Dezi creía ser hijo de
Dom
Esteban, nunca reconocido. Pero ¿acaso Esteban le hubiera hecho eso a algún hijo suyo, independientemente de cómo lo hubiera engendrado?, se preguntó Damon. Recordó que Dezi tenía
laran
.
Más tarde, cuando le mencionó el incidente a Domenic, éste le respondió:
—No lo creo. Mi padre es un hombre justo. Reconoció sus hijos
nedestro
, engendrados con Larissa d'Asturien, y les otorgó propiedades. Ha sido tan amable con Dezi como con cualquier otro pariente, pero si Dezi hubiera sido su hijo, seguramente lo habría dicho así.
—Lo envió a Arilinn —argumentó Damon—, y sabes que sólo los de pura sangre Comyn pueden ir allí. No ocurre eso en las otras Torres, pero sí en Arilinn...
Domenic vaciló.
—No discutiré las actitudes de mi padre a sus espaldas —dijo al fin, con firmeza—. Ven a preguntárselo.
—¿Es el momento para esa pregunta?
—Una boda es el momento adecuado para arreglar cuestiones de legitimidad —dijo Domenic firmemente, y Damon le siguió, pensando que todo esto era muy típico de Domenic, que quería zanjar la cuestión en cuanto se había presentado.
Dom
Esteban estaba sentado a un lado, hablando con una pareja exageradamente cortés, que se escapó a bailar en cuanto vieron al hijo que se aproximaba. Domenic hizo la pregunta sin rodeos.
—Padre, ¿Dezi es nuestro hermano o no lo es?
Esteban Lanart bajó los ojos hasta la piel de lobo que le cubría las rodillas.
—Bien podría serlo, muchacho —dijo.
—¿Y por qué, entonces, no ha sido reconocido? —preguntó Domenic con ferocidad.
—¿Una vulgar ramera? —demandó Domenic, triste y asqueado.
—¿Por quién me tomas? No, por descontado que no. Era una de mis parientas. Pero ella... —de manera extraña, el rudo anciano se sonrojó, incómodo—. Bien... —dijo por fin—, la pobre chica está muerta ahora, y ya no es posible avergonzarla. Fue en un festival del Solsticio de Invierno, y todos estábamos borrachos, y esa noche ella se acostó conmigo... y no sólo conmigo, sino también con cuatro o cinco de mis primos. De modo que cuando quedó embarazada, ninguno de nosotros estuvo dispuesto a reconocer al muchacho. He hecho todo lo que he podido por él, y al mirarlo resulta obvio que tiene sangre Comyn, pero puede haber sido mío, o de Gabriel, o de Gwynn...
Domenic tenía la cara roja, pero persistió.
—No obstante, un hijo del Comyn debió haber sido reconocido.
Esteban pareció incómodo.
—Gwynn siempre dijo que lo haría, pero murió antes de concretarlo. Yo he vacilado en contarle la historia a Dezi, porque pienso que heriría más su orgullo que una simple bastardía. No creo que haya sido maltratado —dijo, defensivamente—. Yo lo he traído a vivir aquí, lo envié a Arilinn. Ha tenido todo lo que puede tener un heredero
nedestro
, salvo el reconocimiento formal.
Damon reflexionó acerca de eso mientras regresaba a la danza. No era sorprendente que Dezi fuera quisquilloso y perturbado; obviamente, percibía una desgracia que trascendía la bastardía. Era una desdicha que una joven de buena familia hubiera sido tan promiscua. Él sabía que Ellemir había tenido amantes, pero al menos los había elegido con discreción y uno de ellos había sido el esposo de su hermana, lo que constituía una costumbre bien establecida. No se había producido ningún escándalo. Tampoco se había arriesgado a dar a luz un niño que ningún hombre quisiera reconocer.
Cuando Damon y Domenic se marcharon, Andrew fue de mal humor a buscar otra copa. Pensó, un poco sombríamente, que considerando lo que le esperaba esa misma noche, le convenía emborracharse todo lo que pudiera. Entre esas costumbres montañesas que a Damon le parecían divertidas, y el hecho de que Calista y él no pudieran todavía consumar el matrimonio, preveía que iba a ser un infierno en vez de una noche de bodas.
Pensándolo bien, tendría que hacer equilibrios, suficientemente borracho como para esfumar un poco su sensación de incomodidad, pero lo suficientemente sobrio como para cumplir la promesa a Calista, sin presionarla ni apresurarla. La deseaba —nunca en su vida había deseado tanto a una mujer—, pero la deseaba voluntariamente, si ella compartía el mismo deseo. Sabía perfectamente que no le causaría ningún placer nada que se pareciera a una violación, y en el estado actual de la joven, cualquier cosa se parecería a eso.
—Si no te emborrachas, podrías ponerte demasiado ansioso y maltratar a tu novia.
¡Condenado Dómenle, condenadas bromas! Afortunadamente ninguno de ellos, salvo Damon, que comprendía el problema, sabía nada de lo que estaba ocurriendo.
Si lo supieran... ¡Bien, probablemente les parecería gracioso!, pensó Andrew. ¡Otra broma procaz más para esta boda!
Repentinamente se sintió triste, acongojado... ¡Calista! ¡Calista en problemas, en alguna parte! Se apresuró hacia ella, dejando que su sensibilidad telepática le guiara.
La encontró en un extremo del salón, apretada contra la pared por Dezi, que había puesto un brazo a cada lado de ella para que no pudiera esquivarlo ni escaparse. El muchacho se inclinaba hacia ella, como para besarla. Ella giró hacia un lado y luego hacia el otro, tratando de evitar sus labios, implorante.
—No lo hagas, Dezi, no quiero defenderme contra un pariente...