La Torre Prohibida (12 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: La Torre Prohibida
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—No estamos en la Torre,
domna
. Vamos, un beso de verdad...

Andrew atrapó al muchacho por un hombro y lo empujó a un lado, levantándolo del suelo.

—¡Maldición, déjala en paz!

—No era más que una broma entre parientes —dijo el muchacho, ceñudo.

—¡Una broma que Calista no parecía disfrutar! —dijo Andrew—. ¡Desaparece! O te...

—Me harás ¿qué? —se mofó Dezi—. ¿Me desafiarás en duelo?

Andrew miró al joven delgado, sonrojado, furioso, obviamente borracho. Súbitamente su ira se esfumó. Había algo bueno, pensó, en la costumbre terrana que prohibía beber hasta una determinada edad.

—¡Demonios, un desafío! —dijo riéndose, mirando al muchacho enfurecido—. Te pondré sobre las rodillas y te daré una paliza por ser un niño tan travieso. ¡Ahora vete, ponte sobrio y deja de molestar a los adultos!

Dezi le lanzó a Andrew una mirada asesina pero se marchó, y Andrew advirtió que por primera vez desde la declaración se encontraba a solas con Calista.

—¿Qué demonios era todo esto?

Ella estaba tan roja como su vestido, pero trató de bromear.

—Oh, dijo que ahora que yo ya no era Celadora, me hallaba libre para dar salida a la irresistible pasión que él provoca en todas las mujeres.

—Debí haberle propinado una paliza —dijo Andrew.

Ella sacudió la cabeza.

—Oh, no, creo que simplemente ha bebido de más. Y después de todo, es un pariente. Es probable que sea hijo de mi padre.

Al fin y al cabo, Andrew lo había adivinado al ver a Dezi junto a Domenic.

—Pero ¿es capaz de maltratar así a una muchacha que supone que es su hermana?

—Medio-hermana —respondió Calista—, y en las montañas, los medio-hermanos pueden acostarse juntos si quieren, e incluso casarse, aunque se considera mas afortunado para ellos si no engendran hijos. Y en las bodas se espera que hayan bromas pesadas, de modo que lo que hizo fue simplemente grosero, pero no horrible. Yo soy demasiado sensible y, después de todo, él es muy joven. T

odavía se la veía temblorosa y consternada, y Andrew siguió pensando que debió haberle ajustado las cuentas a Dezi; después, más tranquilo, se preguntó si no habría sido demasiado duro con el joven. Dezi no era ni el primero ni el último joven que bebía de más y se ponía pesado.

Miró el rostro tenso y cansado de Calista.

—Pronto acabará todo, amor —dijo tiernamente.

—Lo sé —dijo ella, y vaciló—. ¿Conoces... la costumbre?

—Damon me la contó —replicó él, con picardía—. Supongo que nos llevan a la cama, con gran profusión de bromas pesadas.

Ella asintió, sonrojándose.

—Se supone que eso estimula el engendramiento de niños, y en esta parte del mundo, la procreación es muy importante para una familia joven, como podrás suponer. Así que simplemente... simplemente tendremos que hacernos a la idea. —Lo miró, sonrojada, y agregó—: Lo siento. Sé que todo esto sólo empeorará las cosas...

Él sacudió la cabeza.

—En realidad, no lo creo —dijo, sonriente—. En todo caso, esa clase de bromas sólo me ayudará a inhibirme. —Una vez más vio asomar la culpa en el rostro de ella, y deseó consolarla y darle seguridad.

—Mira —dijo con suavidad—, piénsalo así: que ellos se diviertan, porque nosotros podemos hacer lo que se nos antoje, y ése será nuestro secreto, como debe ser. Cuando llegue el momento. Así que podemos quedarnos tranquilos e ignorar todas sus tonterías.

Ella suspiró y le sonrió.

—Si verdaderamente lo crees así... —le dijo con ternura.

—Lo creo, amor.

—Estoy tan contenta —dijo ella en un susurro—. Mira, Ellemir está allí, empujada por todas las jóvenes. —Rápidamente, al ver la mirada apenada de él, agregó—: No, no le hacen daño, pero es costumbre que una novia luche un poquito. Se remonta a la época en que las muchachas eran entregadas en matrimonio sin su consentimiento, pero ahora es tan sólo una broma. Ves, los criados se han llevado a mi padre, y Leonie también se retirará, para que los jóvenes hagan tanto barullo como deseen.

Pero Leonie no se retiró, sino que se aproximó a ellos, silenciosa y sombría con su atavío carmesí.

—Calista, niña, ¿quieres que me quede? Tal vez, en mi presencia, las bromas sean un poco más sobrias y adecuadas.

Andrew pudo percibir hasta qué punto Calista deseaba eso, pero sonrió y rozó la mano de Leonie, con ese levísimo roce que era típico entre telépatas.

—Te lo agradezco, parienta. Pero... no debo privar a los demás de su diversión. Ninguna novia se murió jamás de incomodidad, y estoy segura de que no seré la primera.

Y Andrew, al mirarla, valerosamente acorazada para resistir sin quejas las bromas obscenas que los demás hubieran inventado para una Celadora que abandonaba su virginidad ritual, recordó a la joven galante que había hecho osadas bromas, incluso cuando era una prisionera, sola y aterrada en las cavernas de Corresanti.

Es por esto que la amo tanto
, pensó.

—Como desees, querida —dijo Leonie con amabilidad—.

Tienes mi bendición. —Les hizo una reverencia solemne y se alejó.

Como si su partida hubiera abierto las esclusas, una marea de jóvenes y muchachas cayó sobre ellos.

—Calista, Ann'dra, perdemos el tiempo aquí, la noche está terminando. ¿Esta noche no tenéis nada mejor que hacer que no sea hablar?

Vio que Damon era empujado por Dezi; Domenic lo tomó de la mano y lo separaron de Calista; vio la marea de muchachas que la rodeaban, ocultándola de su vista. Alguien gritó:

—¡Debemos cerciorarnos de que está lista para ti, Ann'dra, para que no tengas que profanar sus santas vestiduras!

—Venid los dos —gritó Domenic, de buen humor—. Estos dos, estoy seguro, preferirían quedarse aquí bebiendo toda la noche, pero ahora deben cumplir con su deber, porque no se debe hacer esperar a una novia.

Él y Damon fueron llevados en volandas por la escalera, y arrojados en la sala de la suite que habían preparado esa misma mañana.

—No os confundáis ahora —dijo el guardia Caradoc con voz pastosa—. Cuando las novias son mellizas. ¿Cómo hace un simple esposo, y borracho, para saber si está en brazos de la mujer que le corresponde?

—¿Qué importancia tiene? —Preguntó un joven desconocido—. Eso es algo que deben arreglar entre ellos, ¿verdad? Y cuando se ha apagado la luz, todas las mujeres son iguales. Si se confunden entre derecha e izquierda, ¿qué importancia tiene?

—Debemos empezar por Damon. Ha perdido tanto tiempo que debe apresurarse a cumplir con su deber hacia, su clan —dijo Domenic alegremente.

Rápidamente, Damon fue despojado de sus ropas y envuelto en una larga bata. La puerta del dormitorio se abrió ceremoniosamente y Andrew pudo ver a Ellemir, delicadamente vestida de sedas, con el pelo cobrizo suelto que caía libre sobre sus pechos. Tenía el rostro enrojecido y se reía de manera incontrolable, pero Andrew percibió que se hallaba al borde del llanto histérico. Ya era suficiente, pensó. Era demasiado. Todo el mundo debía marcharse.

—Damon —dijo solemnemente Domenic—, te he preparado un presente.

Andrew advirtió, con alivio, que Damon estaba suficientemente borracho como para estar también de buen humor.

—Muy gentil de tu parte, hermano político. ¿Cuál es tu regalo?

—Te he preparado un calendario, donde se indican los días y las lunas. Si cumples con tu deber esta noche, ves... ¡he marcado en rojo la fecha en que nacerá tu primer hijo!

Damon se puso rojo, ahogado de risa. Andrew pudo ver que hubiera preferido tirarle el regalo por la cabeza a Domenic, pero lo aceptó y dejó ceremoniosamente que lo acomodaran en la cama, junto a Ellemir. Domenic dijo algo a la joven, algo que la hizo esconder el rostro bajo las sábanas y después condujo a los espectadores hasta la puerta, con fingida solemnidad.

—Y ahora, para que todos podamos pasar la noche bebiendo en paz, sin ser perturbados por lo que ocurra detrás de estas puertas, tengo otro obsequio para la feliz pareja. Colocaré un apaciguador telepático justo al lado de la puerta...

Damon se incorporó en su cama y les arrojó una almohada, perdiendo por fin la paciencia.

—Ya es suficiente —gritó—. ¡Largaos de aquí y dejadnos en paz! vComo si eso hubiera sido lo que habían estado esperando, y tal vez lo era, el grupo de hombres y mujeres empezó a retroceder rápidamente hacia las puertas'.

—Verdaderamente —reprochó Domenic, mientras su rostro cobraba una expresión de reprobación—, ¿no puedes contener un poquito tu impaciencia, Damon? ¡Mi pobre hermanita, a merced de tanto apresuramiento desconsiderado! Pero cerró la puerta, y detrás, Andrew escuchó que Damon la cerraba con pestillo. Al menos había un límite para las bromas, y Damon y Ellemir ya estaban a solas.

Pero ahora le tocaba el turno. Con pena, pensó que al menos había algo bueno en todo esto. Cuando los hombres terminaran con todas sus bromas de borrachos, él estaría demasiado cansado —y también condenadamente loco— como para cualquier otra cosa que no fuera dormirse.

Lo arrojaron dentro de la habitación en la que le esperaba Calista rodeada de muchachas, amigas de Ellemir, sus propias criadas y mujeres nobles del vecindario. Le habían quitado sus sombríos ropajes, ataviándola con un delgado camisón, igual al de Ellemir y le habían soltado el pelo, que caía sobre sus hombros desnudos. Ella le lanzó una rápida mirada, y por un momento a Andrew le pareció que ella parecía mucho más joven que Ellemir: joven, perdida y vulnerable.

Percibió que luchaba por controlar el llanto. La timidez y la reticencia eran parte del juego, pero si de verdad rompía a llorar, él sabía que todos los demás se sentirían avergonzados y se lamentarían porque ella les había arruinado la diversión. La despreciarían por ser incapaz de tomar parte en el juego.

Los niños podían ser crueles, pensó él, y muchas de estas muchachas no eran más que niñas. A pesar de su aspecto juvenil, Calista era una mujer. Tal vez nunca había sido niña: la Torre le había robado la niñez... El se acorazó para resistir lo que viniera, sabiendo que por más duro que le resultara, era peor para Calista.

¿Cuánto tiempo puedo aguantar hasta echarlos de aquí, pensó, antes de que ella rompa a llorar y se odie por haberlo hecho? ¿Por qué debe tolerar toda esta necedad?

Domenic lo tomó de los hombros con firmeza y le hizo girar hacia él, dándole la espalda a Calista.

—Presta atención —le advirtió—. Todavía no hemos terminado contigo y las mujeres todavía no han preparado a Calista. ¿No puedes esperar unos minutos?

Y Andrew cedió a la voluntad de Domenic, preparándose a prestar una cortés atención a las bromas que no comprendía. Pero pensó, anhelosamente, en el momento en que Calista y él estarían solos.

¿O sería peor eso? Bien, fuera como fuese, primero tenía que pasar por esto. Permitió que Domenic y los otros lo condujeran a la habitación contigua.

6

Había veces en las que a Andrew le parecía que la satisfacción de Damon era una cosa visible, algo que podía verse y medirse. En esas ocasiones, a medida que los días se alargaban y el invierno se aproximaba a las Kilghard Hills, Andrew no podía evitar sentir una cruel envidia. No porque quisiera negarle a Damon ni uno solo de esos momentos de felicidad, sino porque anhelaba compartirlos.

También Ellemir se veía radiante. A veces lo hacía estremecerse la idea de que los criados de Armida, los extraños, el mismo
Dom
Esteban, pudieran advertir esta diferencia y echarle la culpa a él, porque después de cuarenta días de matrimonio, Ellemir lucía radiante, mientras que Calista parecía, día tras día, más pálida y grave, más apenada y reticente.

Andrew no era desdichado. Se sentía frustrado, sí, pues a veces era intolerable estar tan cerca de Calista, teniendo que tolerar las bromas y las chanzas bien intencionadas que eran comunes, suponía, a todos los recién casados de la galaxia, y estar al mismo tiempo tan separado de ella por una línea invisible que no podía cruzar.

Y sin embargo, si hubieran llegado a conocerse de una forma normal, hubiera habido un largo lapso de espera. Recordó que ambos se habían casado al cabo de cuarenta días desde el momento en que se habían conocido. Y de esta manera él podía estar mucho tiempo con ella, llegar a conocer a la Calista exterior tan bien como había llegado a conocerla internamente, a conocer su mente y su espíritu, cuando la joven se hallaba en poder de los hombres-gato, prisionera en la oscuridad dentro de las cavernas de Corresanti. Entonces, cuando por alguna extraña razón ella no había podido establecer contacto con ninguna otra mente de Darkover, salvo la de Andrew Carr, sus mentes se habían tocado tan profundamente que muchos años de vida en común no hubieran podido crear un vínculo más íntimo. Él la había amado antes de verla en carne y hueso, la había amado por el valor que había mostrado ante el terror, por lo que ambos habrán pasado juntos.

Ahora, había llegado a amarla también por cosas externas: por su gracia, por su voz dulce, por su grácil encanto y por su rápido ingenio. ¡Ella incluso podía hacer bromas acerca de esta frustrante separación, que era mucho más de lo que el mismo Andrew podía hacer! También amaba la gentileza con la que ella trataba a todo el mundo, desde su padre, inválido y a veces fastidioso, hasta el más joven y torpe de los criados de la casa.

Pero no había estado preparado para su inarticulación. A pesar de su ingenio y de su facilidad de comprensión, le resultaba difícil hablar de las cosas que eran importantes para ella. Él esperaba que podrían hablar libremente acerca de las dificultades que ambos debían afrontar, acerca de la naturaleza del entrenamiento que ella había recibido en la Torre, de la manera en que se le había enseñado a no responder a los estímulos sexuales. Pero ella no hablaba del tema, y en las pocas ocasiones en las que Andrew intentó que hablara, ella volvía el rostro, tartamudeaba y quedaba en silencio, con los ojos colmados de lágrimas.

Él se preguntaba si el recuerdo sería tan penoso, y se indignaba nuevamente ante la bárbara modalidad que había deformado la vida de la joven. Esperaba que eventualmente ella se sintiera suficientemente libre para hablarle de eso: no creía que ninguna otra cosa la librara de esa tensión. Pero por el momento no estaba dispuesto a forzarla a nada, ni siquiera a que hablara, y esperaba.

Tal como ella lo había previsto, no era fácil estar tan próximos y al mismo tiempo tan distantes. Dormir en la misma habitación, aunque sin compartir la cama, verla adormilada y sonrojada y bella por la mañana, en la cama, verla a medio vestir, con el pelo suelto... y no atreverse sin embargo a nada más que un roce casual. La frustración de él adquirió formas extrañas. Una vez, mientras ella se bañaba, sintiéndose tonto pero incapaz de resistirlo, había buscado el camisón de ella y lo había apretado apasionadamente contra su boca, aspirando la fragancia del cuerpo de ella, el delicado perfume que usaba. Se sintió mareado y avergonzado, como si hubiera cometido alguna indecible perversión. Cuando ella volvió, él no pudo mirarla a la cara, sabiendo que ambos estaban mutuamente abiertos y que ella sabía lo que él había hecho. Había evitado sus ojos y se había marchado con rapidez, ya que no quería enfrentarse al desprecio —o la lástima— que imaginaba haber visto en el rostro de la joven.

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