La Torre Prohibida (21 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: La Torre Prohibida
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Andrew empalideció mientras le escuchaba.

—¿Qué se puede hacer al respecto?

—No lo sé —dijo sinceramente Damon—. Haré lo que pueda. —Se pasó una mano temblorosa por la frente—. Me gustaría tener un poco de
kirian
para darle. Pero por ahora lo que necesita es confianza, y sólo tú puedes dársela. Ven e inténtalo.

Ellemir había lavado el rostro lacrimoso de Calista, le había peinado y trenzado el cabello y le había puesto un camisón. Cuando la joven vio a Andrew, sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas.

—¡Andrew, lo intenté! ¡No me odies! Casi... casi...

—Lo sé —dijo él, y le tomó la mano—. Debiste haberme dicho exactamente de qué tenías miedo, amor.

—No podía. —Sus ojos estaban anegados de dolor y de culpa.

—Lo que te dije iba en serio, Calista. Te amo, y puedo esperar. Tanto como sea necesario.

Ella se aferró a su mano. Damon se inclinó sobre ella.

—Elli dormirá contigo esta noche —dijo—. Quiero que se quede todo el tiempo cerca de ti. ¿Sientes algún dolor?

Ella asintió, mordiéndose los labios.

—Ellemir —dijo Damon—, cuando la vestiste, ¿viste si tenía alguna quemadura o ennegrecimiento?

—Nada serio. Una parte ennegrecida en el interior del muslo —dijo Ellemir, levantándole el camisón, y Andrew observó con horror la marca sobre la carne. ¿La fuerza psi golpeaba como un rayo, entonces?

—No habrá cicatriz, me parece —dijo Damon—. Pero, maldición, Cal, no me gusta tener que preguntártelo, pero...

—No —dijo ella con rapidez—, no me penetró.

Damon asintió, obviamente aliviado y Andrew. mirando la ennegrecida marca de la quemadura, se dio cuenta, horrorizado, por qué había preguntado Damon.

—Andrew no sufrió grandes daños, un golpe en la cabeza, sin conmoción. Pero si tú sientes dolores, será mejor que te revise. —Ante la velada protesta de la joven, agregó—: Calista, yo monitoreaba a los mecánicos psi cuando tú todavía eras una niña. Eso es, tiéndete de espaldas. No tanta luz, Elli, no veo bien con tanta luz. —Andrew pensó que eso sonaba raro, pero cuando Ellemir atenuó las luces, Damon hizo un gesto de asentimiento. Indicó a Andrew que se acercara—. Tendría que haber tenido la sensatez necesaria de haberte enseñado esto antes.

Deslizó la punta de los dedos sobre el cuerpo de Calista, sin tocarla, a unos escasos centímetros por encima del camisón. Andrew parpadeó al ver una suave luz centelleante que seguía el trayecto de los dedos de Damon, débiles corrientes arremolinadas que pulsaban aquí y allí con tenues y brumosas espirales de color.

—Mira. Aquí están los principales canales nerviosos... espera, quiero mostrarte primero un esquema normal. ¿Ellemir?

Obedientemente, la joven se acostó junto a Calista.

—Mira —dijo Damon—, las principales corrientes, los canales a ambos lados de la columna vertebral, positivo y negativo, y a partir de ellos, los centros principales: el de la frente, el de la garganta, el del plexo solar, el del útero, el de la base de la columna, el de los genitales. —Señaló los centros espiralados de luz brillante—. Ellemir es una mujer adulta, sexualmente madura —dijo con fría objetividad—. Si fuera virgen, las corrientes serían iguales, sólo que los centros inferiores serían menos brillantes, ya que transportarían menos energía. Éste es el esquema normal. En el caso de una Celadora, esas corrientes se han alterado, por medio del condicionamiento, con el objeto de eliminar los impulsos en los canales inferiores, los mismos que transportan la energía sexual y la fuerza psi. En un telépata normal, y Ellemir tiene una cantidad considerable de
laran
, las dos fuerzas surgen simultáneamente en la pubertad y, al cabo de ciertos trastornos, a los que designamos como enfermedad de umbral, empiezan a trabajar selectivamente, transportando una u otra energía según la necesidad, alimentadas ambas por la misma fuerza mental. A veces los canales se sobrecargan. ¿Recuerdas que cuando trabajamos con la matriz te advertí que podías sufrir una impotencia temporal? Pero en el caso de una Celadora, las fuerzas psi que se manejan son tan enormes que un flujo doble sería demasiado fuerte para que un solo cuerpo lo soportara, si los canales no se mantuvieran completamente limpios para el paso de la fuerza psi. Entonces, los canales inferiores son separados de los superiores, ya que los inferiores son los que controlan la vitalidad sexual, y no hay reflujo. Lo que aquí tenemos —dijo señalando a Calista, y Andrew recordó, absurdamente, a algún profesor de anatomía— es una sobrecarga de importancia en los canales. Normalmente, las fuerzas psi fluyen
alrededor
de los centros sexuales, sin involucrarlos. Pero mira aquí —dijo, señalando los centros vitales inferiores de Calista, que si se los comparaba con los de Ellemir, claros y brillantes, resultaban apenas luminosos y pulsaban como inflamadas heridas y producían remolinos densos y enfermizos—. Ha habido estimulación y también respuesta sexual, pero los canales que normalmente se encargarían de transportar esos impulsos han sido bloqueados y puestos en cortocircuito por el entrenamiento de Celadora. —Suavemente, posó una mano sobre el cuerpo de la joven, tocando una de las arremolinadas corrientes. Se escuchó un crujido audible y definido, y Calista gimió.

—¿Te duele? Eso me temía —se disculpó Damon—. Y ni siquiera puedo limpiar estos canales. No hay
kirian
en la casa, ¿verdad? No podrás tolerar el dolor.

Todo eso era chino para Andrew, pero lo que sí podía ver era el oscuro remolino rojo que, en Calista, reemplazaba los luminosos y tersos pulsos que aparecían sobre el cuerpo de Ellemir.

—No te preocupes por eso ahora —dijo Damon—. Tal vez se aclaren solos después de que hayas dormido.

—Creo que podría dormir mejor si Andrew me abrazara —dijo Calista débilmente.

—Sé cómo te sientes,
breda
—respondió compasivamente Damon—, pero no sería prudente. Una vez que has empezado a responderle, experimentas dos conjuntos de reflejos conflictivos simultáneamente. —Se dirigió a Andrew con gravedad—. ¡No quiero que la toques, al menos hasta que los canales vuelvan a limpiarse! —Y agregó severamente, esta vez dirigiéndose a Calista—: Y eso vale para los dos.

Ellemir se acostó con Calista, cubriendo a ambas con las mantas. Andrew advirtió que las corrientes luminosas habían vuelto a hacerse invisibles, y se preguntó cómo habría hecho Damon para hacerlas visibles. Damon, que captó su idea, dijo:

—No hay truco, alguna vez te mostraré cómo se hace. Tienes suficiente
laran
para lograrlo. ¿Por qué no te acuestas en la cama de Calista y tratas de dormir? Parece que te hace falta. Yo me quedaré aquí a monitorearla hasta asegurarme de que no tendrá una crisis.

Andrew se acostó en la cama de Calista. Todavía tenía el perfume de su pelo, la esencia que ella usaba, un delicado perfume a flores. Durante un rato yació despierto, desdichado e inquieto, pensando en lo que le había hecho a Calista. ¡Ella había tenido razón! Veía a Damon, silencioso en su sillón, meditando, y por un momento le pareció que no era un ser físico sino una red de corrientes magnéticas, campos eléctricos, una encrucijada de energías. Finalmente cayó en un sueño inquieto.

Andrew durmió muy poco esa noche. La cabeza le dolía de manera intolerable, y cada uno de los nervios de su cuerpo parecía aullar por la tensión. De tanto en tanto se despertaba, sobresaltado, escuchando a Calista que gritaba o gemía en sueños, y no podía evitar revivir su fracaso, como una pesadilla. Se estaba haciendo de día cuando vio que Damon se incorporaba silenciosamente para marcharse a su propia habitación. Andrew se levantó de la cama y fue tras él. En la semipenumbra, Damon se veía exhausto y circunspecto.

—¿Tampoco tú pudiste dormir, pariente?

—Dormí un rato. —Andrew pensó que Damon tenía un aspecto espantoso. El otro captó la idea y su boca esbozó una mueca irónica.

—Ayer pasé el día entero cabalgando, y todo ese barullo anoche. .. Pero estoy casi seguro que no sufrirá una crisis ni convulsiones otra vez, de modo que puedo dormir un rato. —Se dirigió hacia su parte de la suite—. Y ¿cómo te sientes

?

—¡Tengo el peor dolor de cabeza de mi vida!

—Y algunos otros dolores, me imagino —dijo Damon—. Aun así, fuiste afortunado.

¡Afortunado!
Andrew escuchó la palabra con incredulidad, pero Damon no le dio más explicaciones. Fue hasta la ventana y la abrió, quedándose en la helada corriente y mirando los blancos remolinos de la nieve.

—Maldición. Parece que se avecina una cellisca. Es lo peor que podía ocurrir. Especialmente ahora, con Calista...

—¿Por qué?

—Bien, cuando nieva en las Kilghard Hills, nieva de verdad. Es probable que quedemos aislados durante treinta o cuarenta días. Esperaba poder enviar a alguien a Neskaya, a la Torre, para buscar un poco de
kirian
, ya que no creo que Calista lo haya preparado antes, por si tenía que limpiarle los canales. Pero nadie podrá viajar con este clima, ni siquiera podría pedírselo. —Se dejó caer, exhausto, en el nicho de la ventana. Andrew, al ver que el viento helado le desordenaba los cabellos, exclamó:

—No te duermas
ahí
, maldición, pillarás una pulmonía —y cerró la ventana—. Ve a descansar, Damon. Yo puedo cuidar a Calista. Es
mi
esposa, y
mi
responsabilidad.

Damon suspiró.

—Pero ahora que
Dom
Esteban está incapacitado, yo soy el pariente más cercano de Calista. Y fui yo quien estableció el contacto entre vosotros dos a través de la matriz. Eso hace que todo sea de
mi
responsabilidad: por el juramento que hice. —Se tambaleó, sintió que Andrew le sostenía—. Pero tengo que intentar dormir o no podré ayudarla si me necesita —dijo confusamente.

Andrew lo condujo hasta la cama, y el otro captó un jirón de los pensamientos del terrano, un recuerdo perturbador, consciente, de que Andrew había sido, por un rato, espectador del gesto de amor de Damon y Ellemir. Damon se preguntó confusamente por qué eso habría perturbado a su amigo, pero estaba demasiado cansado para preocuparse. Se tendió en la desordenada cama. Se obligó a pensar con claridad por un momento.

—Quédate cerca de las mujeres —dijo—. Deja dormir a Calista, pero si se despierta y está dolorida, llámame. —Se tendió de espaldas, tratando de ver el rostro de Andrew con claridad, a pesar de su borrosa visión—. No toques a Calista... es terriblemente importante... ni siquiera si ella te lo pide. Podría ser peligroso...

—Correré mis propios riesgos, Damon.

—Peligroso para
ella
—dijo Damon con tono urgente, pensando:
Maldición si no puedo confiar en él tendré que regresar...

Andrew, captando el pensamiento, dijo:

—Está bien, lo prometo. Pero quiero que me lo expliques, cuando puedas.

Damon exhaló un suspiro de cansancio.

—También yo te lo prometo —y se dejó caer en el vacío del sueño. Andrew se quedó junto a él, observando cómo las tensas arrugas de preocupación se aligeraban con el sueño. Después cubrió cuidadosamente a su amigo y se alejó. Dijo al criado de Damon que dejara dormir a su amo y después, en un impulso, como Ellemir siempre se levantaba tan temprano y resultaría incómodo que alguien la buscara, dijo al hombre que dijera al mayordomo que todos ellos habían estado despiertos hasta muy tarde y que sería mejor que nadie les molestara.

Regresó y volvió a acostarse en la cama de Calista. Al cabo de un rato, volvió a quedarse dormido. Se despertó repentinamente, consciente de haber dormido durante horas. Era de día pero estaba oscuro, y la nieve se arremolinaba contra las ventanas. Calista y Ellemir yacían lado a lado sobre la cama, pero mientras las miraba, Ellemir se incorporó, pasó cuidadosamente por encima de Calista y se acercó a él de puntillas.

—¿Dónde está Damon?

—Supongo que durmiendo.

—¿Nadie ha venido a buscarme?

Andrew le explicó lo que había hecho, y ella se lo agradeció.

—Debo ir a vestirme —dijo—. Si no te importa, usaré el baño de Calista; no quiero molestar a Damon. También me pondré algo de ropa de mi hermana.

Deslizándose como una sombra, buscó algunas prendas en el guardarropa de Calista. Andrew la observó con un resentimiento generalizado —¿prefería molestar a Calista antes que a Damon?—, pero, evidentemente, la presencia familiar de su melliza no perturbó el profundo sueño de la joven.

Involuntariamente, Andrew recordó a Ellemir de pie junto a Calista la noche anterior, desnuda y sin preocuparse por ello. Supuso que si una persona estaba habituada a vivir con la mente totalmente abierta, la desnudez física no podía significar demasiado para ella. Pero descubrió que también recordaba el momento de la noche en que le pareció que era Ellemir quien estaba en sus brazos, cálida, respondiéndole como Calista no podía hacerlo... Inquieto, se dio vuelta en la cama. Un calor intenso afluyó a su rostro, y una punzada en su cuerpo le recordó dolorosamente el fiasco de la noche anterior. ¿Ellemir sabría, se preguntó, que él había sido parte de su gesto amoroso, también ella lo habría advertido?

Ellemir lo miró por un momento con sonrisa preocupada y después, mordiéndose un labio, se dirigió al baño, llevando una brazada de ropa azul y blanca.

Andrew, luchando por recuperar la compostura, miró a su esposa dormida. Se la veía pálida y cansada, con grandes ojeras oscuras, como magullones, debajo de los ojos. Yacía de costado, con un brazo cubriéndole la cara en parte, y Andrew recordó, con renovado dolor, que la había visto yacer así en la penumbrosa luz del supramundo. Prisionera de los hombres-gato, mientras su cuerpo se hallaba en las oscuras cavernas de Corresanti, ella había acudido a él en espíritu, durante el sueño; magullada, sangrante, exhausta, aterrada. Y él no podía hacer nada por ella. Su propia impotencia lo había enloquecido entonces; ahora sintió otra vez el tormento de la impotencia al contemplar la solitaria tortura de la joven.

Lentamente, ella abrió los ojos.

—¿Andrew?

—Aquí estoy, contigo, mi amor. —Vio que el dolor se agitaba visiblemente en el rostro de ella, como una sombra—. ¿Cómo te sientes, querida?

—Terriblemente —dijo ella con una mueca picara—. Como si me hubiera arrollado una estampida de
oudrakhis
salvajes. — ¿Quién sino Calista, se preguntó él, podría haber bromeado en un momento como éste?—. ¿Dónde está Damon?

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