La Torre Prohibida (48 page)

Read La Torre Prohibida Online

Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: La Torre Prohibida
8.94Mb size Format: txt, pdf, ePub

Dom
Esteban había logrado recomponerse, e interrogaba al mensajero acerca de los arreglos que se habían hecho.

—Valdir debe ser llamado de Nevarsin de inmediato, y designado heredero.

—Lord Lorill Hastur ya lo ha mandado buscar —dijo Darren—, y te pide que vayas urgentemente a Thendara si estás en condiciones, señor.

—En condiciones o no, hoy mismo nos pondremos en marcha —dijo
Dom
Esteban con firmeza—. Aunque tenga que viajar en una litera. Damon, Andrew, tenéis que venir conmigo.

—También yo —dijo Calista, con el rostro pálido pero con voz firme.

—Y yo —dijo Ellemir, llorando en silencio.

—Rhodri —dijo Damon, llamando al viejo mayordomo—, busca sitio para que el mensajero pueda descansar, y envía a uno de nuestros hombres inmediatamente a Thendara en el caballo más rápido que tengamos, para avisar a Lord Hastur que dentro de tres días nos reuniremos con él. Y pídele a Ferrika que venga de inmediato a ver a Lady Ellemir.

El hombre asintió. Las lágrimas caían sobre las arrugadas mejillas de Rhodri, y Damon recordó que había estado toda su vida en Armida, había tenido en sus rodillas tanto a Domenic como a Coryn cuando eran niños. Pero no había tiempo para pensar en esas cosas. Ferrika, al ser consultada acerca de Ellemir, admitió que el viaje probablemente no le hiciera ningún daño.

—Pero debes ir al menos un tramo en litera, señora, pues una cabalgada prolongada podría agotarte.

Cuando le dijeron a Ferrika que ella debía acompañarles, la joven protestó:

—En la propiedad hay muchos que necesitan de mis servicios, Lord Damon.

—Lady Ellemir lleva al próximo heredero de Alton. Ella es quien más necesita tus cuidados, y eres su amiga de la infancia. Has instruido a otras mujeres de la propiedad. Que ahora justifiquen el entrenamiento recibido.

Era tan obvio, incluso para la comadrona Amazona, que pronunció la frase cortés de respeto y aquiescencia, y fue a hablar con sus subordinadas. Calista había pedido a las criadas que embalaran todo lo que podrían necesitar para una estancia probablemente prolongada en Thendara. Cuando Ellemir le preguntó por qué, su hermana le contestó brevemente:

—Valdir es un niño. El Concejo del Comyn tal vez no esté de acuerdo en permitir que nuestro padre, inválido y con un corazón delicado, sea la cabeza del Dominio; puede haber una lucha prolongada para decidir quién será guardián de Valdir.

—Creo que Damon sería el guardián más lógico —dijo Ellemir, y Calista esbozó una sonrisa sombría.

—Bien, eso es lo lógico, hermana, pero yo he participado en el Concejo, sustituyendo a Leonie, y sé que para esos grandes señores nada es nunca simple ni obvio cuando se puede lograr alguna ventaja política. ¿Recuerdas que Domenic nos contó cómo debatieron su derecho a comandar la Guardia, porque le consideraban demasiado joven? Valdir es todavía más joven.

Ellemir se tambaleó, protegiéndose el vientre con un gesto automático. Había escuchado viejas historias acerca de terribles disputas de sangre en el Concejo del Comyn, de luchas aún más crueles porque los combatientes no eran enemigos sino parientes. Como decía el viejo proverbio, cuando los
bredin
luchaban entre sí, los enemigos aprovechaban para agrandar el abismo.

—¡Callie! ¿Crees... crees que Domenic fue
asesinado
?

—Por Cassilda, Madre de los Siete Dominios, espero que no haya sido así —dijo Calista, con voz quebrada—. Si hubiera muerto envenenado, o de alguna enfermedad misteriosa, podría temerlo... hubo tantas discusiones acerca de quién era el heredero de Alton..., pero ¿por un golpe de Cathal, haciendo esgrima?
Conocemos
a Cathal, Elli, ¡y sabemos que amaba a Domenic tanto como a su propia vida! Habían hecho el juramento de
bredin
. ¡Podría creer que Damon rompería su juramento tanto como nuestro primo Cathal! —Agregó luego, con el rostro pálido y alterado—: Si se tratara de Dezi...

Las mellizas se miraron, sin querer hacer la acusación en voz alta, pero recordando que la malicia de Dezi casi le había costado la vida a Andrew. Finalmente, Ellemir fue la que habló con voz temblorosa.

—Me pregunto... ¿dónde estaba Dezi cuando murió Domenic?

—Oh, no, no, Ellemir. —Calista abrazó a su hermana, interrumpiéndola—. ¡No, no, ni siquiera lo pienses! ¡Nuestro padre ama a Dezi, aunque no quiera reconocerlo, de modo que no empeores más las cosas! ¡Elli, te lo ruego, te lo ruego, no pongas esa idea en la cabeza de papá!

Ellemir sabía lo que Calista le pedía: de alguna manera debía arreglárselas para proteger sus pensamientos, de modo que esa acusación no llegara a su padre. Pero la idea siguió molestándola mientras se ocupaba de instruir a las criadas para que se hicieran cargo de la casa en su ausencia. Encontró un momento para deslizarse hasta la capilla y poner una pequeña guirnalda de flores invernales ante el altar de Cassilda. Había deseado que su hijo naciera en Armida, donde viviría rodeado de la herencia que alguna vez sería suya.

Todo lo que había deseado en la vida era casarse con Damon, dar hijos e hijas a su clan y al de él. ¿Era eso demasiado pedir?, pensó con impotencia. No era como Calista, que ambicionaba trabajar con su
laran
, participar en el Concejo y discutir asuntos de estado. ¿Por qué no podía vivir en paz? Y sin embargo sabía que en los días venideros no podría recurrir a este refugio de su femineidad.

¿Pedirían a Damon que comandara la Guardia en lugar de su suegro? Como todas las hijas de Alton, ella estaba orgullosa del cargo hereditario de comandante que su padre había ostentado, el cargo que ella creyó que ocuparía Domenic durante muchos años. Pero ahora Domenic estaba muerto, y Valdir era demasiado joven... y ¿quién se haría cargo? Miró a su alrededor, los dioses pintados en las paredes, la representación rígida y estilizada de Hastur, Hijo de Aldones, en Hali con Cassilda y Camila. Eran los antepasados del Comyn, en una época en que la vida era más simple. Cansinamente, salió de la capilla y fue arriba para ver cuáles de las criadas viajarían con ellos y cuáles quedarían al cuidado de la propiedad en su ausencia.

También Andrew tenía demasiadas cosas en qué ocupar su mente mientras conversaba con el viejo
coridom
—que como todos los demás criados, estaba terriblemente apenado por la noticia de la muerte del joven amo— acerca del manejo del ganado y de los asuntos de la propiedad durante su ausencia. Pensó que él dehería quedarse, ya que no tenía nada que hacer en Thendara, y la propiedad no debería quedar en manos de los criados. Pero sabía que parte de su reticencia se debía al hecho de que el Cuartel General del Imperio Terrano se hallaba en Thendara. Le complacía que los terranos le creyeran muerto; no tenía parientes que pudieran llorarle y no deseaba nada de lo que había allí. Pero ahora, inesperadamente, el conflicto volvía a presentarse. Sabía racionalmente que los terranos no le reclamarían, que ni siquiera se enterarían de su presencia en la ciudad vieja de Thendara, y que sin duda no irían a buscarle. De todos modos, sentía cierta aprensión. Y también él se preguntaba dónde habría estado Dezi cuando murió Domenic, pero descartó la idea pues le pareció indigna.

Damon le había dicho que Thendara no estaba a más de un día de viaje si el trayecto lo hacía un hombre solo en un caballo veloz, con buen tiempo. Pero para un grupo grande, con criados, equipaje, una mujer embarazada y un anciano inválido que debía viajar en litera, necesitarían cuatro o cinco veces ese tiempo. Gran parte de la tarea de preparar los caballos y el equipaje recayó sobre Andrew, que se sintió cansado pero satisfecho cuando finalmente el grupo traspasó los grandes portales.
Dom
Esteban iba en una litera sostenida por dos caballos; otra esperaba a Ellemir cuando la joven se cansara de cabalgar, pero ahora cabalgaba junto a Damon, envuelta en una verde capa de montar, con los ojos hinchados por el llanto. Andrew recordó a Domenic bromeando con Ellemir el día de la boda y se entristeció profundamente; había tenido tan poco tiempo para conocer a ese alegre hermano que le había aceptado con tanta rapidez.

Después venía una larga fila de animales de carga, criados que montaban las bestias astadas que tenían en las montañas un andar más seguro que los caballos, y media docena de Guardias al final para protegerles de los riesgos de un viaje por las montañas. Calista se veía muy alta, pálida y como de otro mundo, envuelta en su negra capa de montar. Observando su rostro demacrado debajo de la capucha oscura, era difícil recordar a la muchacha sonriente del campo de flores. ¿Eso había ocurrido tan sólo ayer?

Y sin embargo, debajo de la solemnidad del luto, de sus prendas oscuras y su rostro pálido, seguía siendo esa mujer sonriente que había dado y recibido sus besos con insospechada pasión. Algún día —pronto, pronto, se prometió ferozmente— él la liberaría y la tendría para siempre. Contempló su cabeza agachada, y ella alzó el rostro y le dedicó una sonrisa tenue.

El viaje duró cuatro agotadores y fríos días. Al segundo día, Ellemir aceptó la litera y no volvió a cabalgar hasta que no estuvieron a las puertas de la ciudad. Al llegar al desfiladero a cuyos pies se extendía la ciudad, la joven insistió en abandonar la litera y volver a montar.

—Esa litera me sacude, y también al bebé, mucho más que el andar de Shirina —insistió con terquedad—, y no quiero entrar en Thendara como si fuera una reina malcriada o una inválida. ¡Quiero que sepan que mi hijo no es enfermizo!

Ferrika la defendió, diciendo que el bienestar de Ellemir era más importante que nada, y que si ella prefería montar, y era capaz de hacerlo, debía montar.

Andrew nunca había visto el castillo del Comyn, salvo desde lejos, desde la Zona Terrana. Se erguía por encima de la ciudad, inmenso y antiguo, y Calista le dijo que allí había estado desde antes de las Épocas de Caos, y que no había sido construido por manos humanas. Las piedras habían sido puestas en su lugar por medio de los círculos de matrices de las Torres, trabajando en conjunto para transformar las fuerzas.

El interior era un laberinto de largos corredores, y los cuartos que les destinaron —habitaciones, le dijo Calista, reservadas para los Alton desde épocas inmemoriales durante la época de sesión del Consejo— eran casi tan espaciosas como las suites contiguas que ocupaban en Armida.

Con excepción de las habitaciones de los Alton, el castillo parecía desierto.

—Pero Lord Hastur está aquí —le dijo Calista—. Permanece en Thendara casi todo el año, y su hijo Danvan está ayudando a comandar la Guardia. Supongo que convocarán el Concejo para decidir acerca del heredero de Alton. Siempre hay problemas, y Valdir es tan joven...

Cuando
Dom
Esteban fue conducido hasta el salón principal de las habitaciones de Alton, un muchacho delgado de rostro agudo e inteligente y pelo tan oscuro que casi no parecía rojo, de alrededor de doce años, se acercó a recibirle.

—Valdir. —
Dom
Esteban le tendió los brazos y el muchacho se arrodilló a sus pies.

—¡Eres tan joven, muchacho, aunque tendrás que ser un hombre adulto ya! —Cuando el muchacho se incorporó, el anciano lo abrazó—. ¿Sabes lo que ha ocurrido con tu hermano...? —Su voz se quebró.

—Descansa en la capilla, y su amigo de juramento está con él —dijo suavemente el joven Valdir—. No sabía qué tenía que hacer, pero... —hizo un gesto, y Dezi entró, vacilante, en el salón— mi hermano Dezi ha sido de gran ayuda para mí, desde que llegué de Nevarsin.

Damon pensó, despiadadamente, que Dezi no había perdido el tiempo, ahora que su protector estaba muerto, para ganarse el beneplácito del próximo heredero. Junto al delgado y enjuto Valdir, Dezi, con su pelo rojo y su rostro pecoso, parecía mucho más un miembro de la familia que el hijo legítimo.
Dom
Esteban abrazó a Dezi, llorando.

—Mi querido, querido muchacho...

Damon se preguntó cómo podía privar al anciano del consuelo del otro único hijo que le quedaba con vida, cómo podía privar a Valdir de su único hermano vivo. Era cierto lo que decía el proverbio: desnuda está la espalda de quien no tiene hermano. En cualquier caso, Dezi, despojado de su matriz, era inofensivo.

Valdir se acercó y abrazó a Ellemir.

—Veo que finalmente te casaste con Damon. Me imaginé que lo harías.

Pero ante Calista se retrajo, tímidamente. Calista le tendió las manos, explicando a Andrew:

—Fui a la Torre cuando Valdir era todavía una criatura de pecho; desde entonces, le he visto pocas veces, y la última era todavía un niño. Estoy segura de que no me recuerdas, hermano.

—No mucho —dijo el muchacho, alzando los ojos hasta su alta hermana—, pero aparentemente recuerdo un poco. Estábamos en un cuarto lleno de colores, como un arco iris. Debía ser muy pequeño. Me caí y me lastimé una rodilla, y tú me alzaste y me cantaste. Tenías puesto un vestido blanco con algo de azul.

Ella sonrió.

—Ahora lo recuerdo, fue cuando te presentaron en la Cámara de Cristal, tal como debe hacerse con cada hijo del Comyn, para demostrar que no tiene ningún defecto ni deformidad oculta, para cuando más tarde se le comprometa en matrimonio. Entonces yo era solamente una monitora psi. Tú no tenías ni cinco años; me sorprende que recuerdes incluso el velo azul. Éste es mi esposo, Andrew.

El muchacho hizo una cortés reverencia pero no ofreció la mano a Andrew, retirándose al lado de Dezi. Andrew le hizo una fría inclinación de cabeza a Dezi; Damon le dio un abrazo de pariente esperando que ese contacto disipara las sospechas de las que no podía librarse. Pero Dezi estaba bien protegido. Damon no pudo leer su mente. Entonces, no pudo menos que advertirse que debía ser justo. En su último encuentro, él había torturado a Dezi, por poco lo había matado... ¿cómo podía el otro ofrecerle ahora su amistad?

Dom
Esteban fue conducido a sus habitaciones. Miró a Dezi como suplicándole, y el joven siguió a su padre. Cuando salieron, Andrew dijo, haciendo una mueca de disgusto:

—Creí que nos habíamos librado de él. Pero si a nuestro padre lo consuela su presencia, ¿qué podemos hacer?

Damon pensó que no sería la primera vez que un hijo bastardo, tras un mal comportamiento durante su juventud, se transformaba en el principal apoyo de un padre que había perdido a sus otros hijos. Por el bien de
Dom
Esteban, y del mismo Dezi, esperaba que este caso fuera igual.

Other books

Yankee Earl by Henke, Shirl
43* by Jeff Greenfield
Panties for Sale by York, Mattie
Perfect Slave by Becky Bell
Ride by Cat Johnson
JET - Sanctuary by Blake, Russell