—Han hecho prisioneros —murmuró Madine, muy preocupado.
Mon Mothma se volvió hacia un androide, alto hasta su hombro, que se había acercado en silencio.
—Introdúcete en los bancos de datos almacenados. Aplica nuestros códigos imperiales más normales. Localiza ese planeta, Bakura.
Luke experimentó cierto alivio cuando comprobó que hasta la dirigente de la Alianza, a pesar de sus conocimientos, ignoraba el emplazamiento del sistema.
El androide giró hacia la mesa y volvió a conectar su brazo. La escena de la batalla se desvaneció. Destellos de estrellas aparecieron en una conformación que Luke reconoció como aquel extremo de la región Límite.
—Ya está, señora —anunció el androide—. Según este registro, su economía se basa en la exportación de componentes para repulsores, y del azúcar y el licor extraídos de una fruta exótica. Fue colonizado por una empresa minera dedicada a la especulación durante los últimos años de las Guerras Clónicas, y ocupado por el Imperio hace unos tres años, para apoderarse de sus fábricas de componentes repulsores.
—Subyugado hace lo bastante poco para recordar bien su independencia. —Mon Mothma apoyó su delgada mano sobre el borde de la mesa—. Ahora, muéstrame Endor. Posición relativa.
Otra partícula lanzó un destello azul. Olvidado al lado de Luke, Erredós silbó por lo bajo. Si Endor estaba bastante alejado de los planetas del Núcleo, la distancia a Bakura era todavía mayor.
—Está en el borde de los planetas del Límite, por así decirlo —observó Luke—. Aun viajando por el hiperespacio, se tardarían días en llegar. El Imperio no puede ayudarles.
Resultaba extraño pensar en que alguien prestara su ayuda al Imperio. La decisiva victoria de los rebeldes en Endor condenaba a los bakuranos a un destino desconocido, porque el ejército imperial más próximo no podía ayudarles. Las fuerzas de la Alianza lo habían dispersado.
La voz de Leia se oyó con claridad desde un altavoz situado a su izquierda.
—¿Es muy grande la fuerza imperial destacada en el sistema?
Leia se encontraba en la superficie de Endor, en la aldea ewok. Luke ignoraba que estaba escuchando, pero tendría que haberlo imaginado. Proyectó la Fuerza y rozó la cálida presencia de su hermana. Notó una tensión muy justificada. Leia se había quedado a descansar con Han Solo, para recuperarse de la quemadura del hombro y ayudar a los diminutos ewoks a enterrar a sus muertos; no tendría ganas de nuevos problemas. Luke se humedeció los labios. Amaba a Leia desde hacía mucho tiempo, y deseaba…
Bien, era cosa del pasado. El androide de inteligencia respondió mediante una transmisión por radio subespacial.
—Una guarnición imperial defiende Bakura. El transmisor del mensaje ha añadido un subtexto, recordando al emperador Palpatine que las fuerzas defensoras del planeta están anticuadas, debido a la lejanía del sistema.
—Es evidente que el Imperio no pensó en que nadie le disputaría Bakura —replicó con desdén Leia—, pero ahora ya no hay flota imperial que pueda ayudarles. Los imperiales tardarán semanas en volver a reunirse, y para entonces Bakura habrá caído en poder de los invasores…, o formará parte de la Alianza Rebelde —añadió, en un tono más ligero—. Si los imperiales no pueden ayudar a los bakuranos, nosotros tendremos que hacerlo.
La imagen del almirante Ackbar plantó sus manos palmeadas en las cercanías de la parte inferior de su torso.
—¿Qué quiere decir, Alteza?
Leia se apoyó contra la pared, fabricada a base de mimbre y argamasa, de una casa arbórea ewok y alzó los ojos hacia la cúpula de su alto techo de paja. Han se estiró junto a su asiento, apoyado en un codo, y retorció una rama entre sus dedos.
Leia levantó un comunicador.
—Si enviáramos ayuda a Bakura —contestó al almirante Ackbar—, es posible que Bakura desertara del Imperio por gratitud. Podríamos colaborar en la liberación de su pueblo.
—Y hacernos con la tecnología de los repulsores —musitó Han a la ramita.
Leia sólo había hecho una pausa.
—Esa posibilidad merece que destaquemos una pequeña fuerza de choque. Necesitarán un negociador de categoría.
—Métete en un planeta imperial —murmuró Han, con las manos enlazadas detrás de la cabeza—, y alguien te incluirá entre sus futuras ganancias. Tu cabeza tiene un precio.
Leia frunció el ceño.
—¿Podemos permitirnos el lujo de enviar tropas, en el estado que nos encontramos? —preguntó la voz de Ackbar—. Hemos perdido el veinte por ciento de nuestras fuerzas, y sólo hemos luchado contra una parte de la flota imperial. Cualquier destacamento militar imperial haría un trabajo mejor en Bakura.
—Y el Imperio continuaría manteniendo el control. Necesitamos Bakura, como necesitamos Endor. Todos los planetas que podamos añadir a la Alianza.
Han se apoderó por sorpresa del comunicador y lo atrajo hacia sí.
—Almirante —dijo—, dudo que podamos permitirnos el lujo de no ir. Una fuerza invasora tan enorme representa un problema para todo este confín de la galaxia. Leia tiene razón: deberíamos ir nosotros. Debería enviar una nave veloz, por si a los imperiales se les ocurriera alguna idea.
—¿Y el precio por tu cabeza, cerebro de láser? —susurró Leia.
Han aguantó el chaparrón.
—No irás sin mí, Alteza.
Luke estudió la expresión y el estado de ánimo de Mon Mothma mediante la Fuerza.
—Tendrá que ser un grupo pequeño —dijo con calma—, pero una sola nave no es suficiente. Almirante Ackbar, elija algunos cazas que presten su apoyo al general Solo y a la princesa Leia.
Luke extendió una mano.
—¿Qué están haciendo los alienígenas? ¿Por qué toman tantos prisioneros?
—El mensaje no lo dice —señaló Madine.
—Entonces, será mejor que envíe a alguien para que lo averigüe. Podría ser importante.
—Usted no, comandante, y me da la impresión de que no podemos esperar a que se recupere. —Madine tabaleó sobre un pasamanos blanco—. El grupo debería partir antes de un día.
Luke no quería quedarse, aunque confiaba ciegamente en que Han y Leia se cuidarían mutuamente.
Por otra parte, antes de poner manos a la obra, debía curarse, porque el general Madine, de repente, se había duplicado. Sus nervios ópticos le estaban aconsejando que se pusiera horizontal lo antes posible, so pena de sufrir un desmayo, doblemente humillante, en la sala de guerra. Echó un vistazo hacia la barandilla que se alzaba sobre la doble fila de bancos blancos, y se preguntó si la silla repulsora lograría pasar por encima. Detestaba quedar en ridículo.
Erredós canturreó con acento maternal.
Luke manipuló los controles de la silla flotante.
—Vuelvo a mi camarote. Manténganme informado.
El general Madine cruzó los brazos sobre su uniforme caqui.
—Dudo que le enviemos a Bakura. —Las ropas de Mon Monthma crujieron cuando se cuadró de hombros—. Piense en lo importante que es usted para la Alianza.
—Tiene razón, comandante —resolló la pequeña imagen rubicunda del almirante Ackbar.
—No sirvo de nada si me limito a permanecer acostado.
Sin embargo, debía deshacerse de su reputación de imprudente, si deseaba obtener el respeto de la flota rebelde. Yoda le había encargado que transmitiera sus enseñanzas. En la mente de Luke, eso significaba reconstruir la Orden de los Jedi, en cuanto tuviera la oportunidad. Cualquier otra persona podía pilotar un caza. Nadie más podía reclutar y formar a nuevos Jedi.
Frunció el ceño, se dirigió a la plataforma elevadora, giró la silla y contestó a Mon Mothma y al almirante Ackbar cuando se levantó.
—Al menos, podré ayudarles a reunir la fuerza de choque.
L
os dirigentes continuaron conferenciando mientras Luke flotaba hacia una escotilla. El guardia de pelaje gris, un gotal, se encogió de temor cuando saludó. Luke recordó que los gotales sentían la Fuerza como un vago zumbido en sus cuernos sensores en forma de cono, y aceleró el paso para no causar dolor de cabeza al fiel gotal.
Erredós emitió un sonido estridente detrás de él. Ya en el pasillo, Luke aminoró la velocidad de su silla flotante y dejó que el pequeño androide le alcanzara. Erredós aferró la barra estabilizadora izquierda de la silla y la remolcó, sin dejar de emitir estática electrónica.
—Sí, Erredós.
Luke apoyó una mano sobre la cúpula azul de Erredós. Permitió, agradecido, que le transportara hacia el centro médico. Imaginó un millar de naves alienígenas que convergían en…, en un planeta que aún era incapaz de recrear. Quería verlo con el ojo de su mente.
Y saber por qué los alienígenas tomaban prisioneros.
Cuando llegó a la clínica, se quitó las botas y se tendió sobre la cama de flotación. Se sentía de maravilla cuando cedía bajo su peso. Después de echar un vistazo al tanque bacteriano de Wedge, cerró los ojos e imaginó que podía escuchar las conversaciones de la sala de guerra.
Que se ocuparan ellos. De momento, él estaba acabado. Literalmente.
Erredós gorjeó una pregunta.
—Repite, por favor —dijo Luke.
Erredós rodó hacia la escotilla abierta y proyectó un brazo manipulador. La puerta se cerró.
—Ah, gracias.
Erredós habría pensado que le gustaría desnudarse en privado.
Pero Erredós ignoraba que estaba demasiado cansado para desnudarse. Extendió las piernas sobre la cama.
—Erredós —dijo—, pídele a 2-1B una pantalla do datos portátil. Introdúcete en esos archivos de datos almacenados de la nave mensajera. Les echaré una ojeada mientras descanso.
Erredós canturreó una respuesta desaprobadora mientras se alejaba, pero volvió menos de un minuto después con un carrito de ruedas. Lo detuvo junto a la cama de Luke y le enchufó un conector.
—Bakura —dijo Luke—. Archivos de datos.
Mientras el ordenador analizaba su pauta de voz para confirmar que tenía permiso de la seguridad, Luke se estiró y parpadeó. Jamás había agradecido tanto una visión normal.
Un planeta azul cubierto de nubes apareció en la pantalla.
—Bakura —anunció una voz femenina, desapasionada y madura—. Inspección Imperial seis-cero-siete-siete-cuatro.
La capa de nubes se acercó. Debajo, apareció una inmensa cadena de montañas verdes. Dos anchos ríos paralelos atravesaban un valle profundo, se internaban en las montañas y serpenteaban hasta un delta verde. Luke imaginó olores intensos y húmedos, como en Endor.
—Salis D'aar, la capital, es la sede del gobierno imperial. La contribución bakurana a la seguridad imperial incluye una modesta cantidad de metales estratégicos…
Tan verde. Tan húmedo. Luke cerró los ojos. Su cabeza cayó.
…
Estaba tendido sobre la cubierta de una nave extraña. Un enorme alienígena reptiliano, de escamas marrones, cabeza gigantesca y roma, cargó hacia él, empuñando un arma. Luke encendió la espada de luz. Cubierta por las huellas dactilares del emperador, resbaló entre sus dedos. Entonces, reconoció el «arma» del gran lagarto: un cepo Propietario, utilizado para controlar androides. Lanzó una carcajada y adoptó una postura de combate. El Propietario del alienígena zumbó. Luke se quedó petrificado
.
—¿Cómo?
Bajó la vista, incrédulo. Tenía cuerpo de androide, con las articulaciones rígidas. El alienígena alzó su artilugio…
Luke se esforzó por recuperar la conciencia. Notó una potente presencia en la Fuerza y se incorporó con excesiva rapidez. Martillos invisibles repiquetearon en sus sienes.
La pantalla estaba apagada. Ben Kenobi se encontraba sentado al pie de su cama, ataviado como de costumbre con ropas sencillas sin blanquear, que brillaban bajo las tenues luces nocturnas del camarote.
—¿Obi-wan? —murmuró Luke—. ¿Qué ocurre en Bakura?
Aire ionizado bailó alrededor de la silueta.
—Irás a Bakura —fue la respuesta.
—¿Tan grave es la situación? —preguntó atontado Luke, sin esperar respuesta. Ben las proporcionaba en muy pocas ocasiones. Daba la impresión de que venía sobre todo para regañar a Luke, como un profesor que persiguiera a un estudiante incluso después de la graduación (aunque Ben no había estado presente para completar su adiestramiento).
Obi-wan se sentó sobre la cama, pero la cama no se movió. La manifestación no era física, en un sentido literal.
—El emperador Palpatine fue el primero que se puso en contacto con los alienígenas que atacan Bakura —explicó la aparición—, durante una de sus meditaciones en la Fuerza. Les propuso un trato, que ya no puede cumplirse.
—¿Qué clase de trato? —preguntó Luke en voz baja—. ¿Qué peligro corren los bakuranos?
—Debes ir. —Ben seguía sin hacer caso de las preguntas de Luke—. Si no te encargas personalmente del asunto, Luke, Bakura, y todos los demás planetas, tanto aliados como imperiales, sufrirán un desastre mucho mayor de lo que imaginas.
Por lo tanto, era tan grave como temían. Luke meneó la cabeza.
—He de saber más. No puedo lanzarme a ciegas, y además, estoy…
El aire osciló y brilló cuando la imagen se desvaneció.
Luke lanzó un gruñido. Tendría que ingeniárselas para convencer al comité médico de que le diera el alta, para luego convencer al almirante Ackbar de que le encomendara la misión. Prometería descansar y autocurarse en el hiperespacio, si inventaba un método. De pronto, la idea de entrar en batalla ya no le entusiasmó.
Cerró los ojos y suspiró. El maestro Yoda se sentiría complacido.
—Erredós —dijo—, llama al almirante Ackbar.
Erredós farfulló.
—Ya sé que es tarde. Discúlpate por despertarle. Dile… —Miró a su alrededor—. Dile que si no quiere ir al salón de la clínica, nos veremos en la sala de guerra.
—Bien, pues…
Luke levantó la vista. La puerta del salón de la clínica se abrió. Han y Leia aparecieron en la escotilla, y se apretujaron entre el general Madine, que se encontraba de pie, y Mon Mothma, sentada en una unidad de éxtasis.
—Perdón —gruñó Han.
2-1B había dado su aprobación a la conferencia, siempre que Luke no abandonara el centro médico. El abarrotado saloncito, de un blanco inmaculado como el resto del centro, hacía las veces de almacén transitorio para guardar unidades de éxtasis fría. El «asiento» de Mon Mothma albergaba a un ewok herido de muerte, que descansaba en animación suspendida hasta que la Alianza le trasladara a un hospital bien equipado.