Pter Thanas se volvió hacia el puesto de comunicaciones y apoyó una mano sobre su desintegrador. Alguien del puente le estaría observando.
—Comandante Skywalker —dijo, mientras quitaba el seguro—, debo hacerle una advertencia. Cualquier contacto que establezca con humanos pone en peligro sus vidas. Nereus me dio órdenes estrictas de impedirle regresar a Bakura. Dice que es portador de una especie de infección o plaga.
—Ya me he ocupado de eso —contestó la voz de Skywalker—, antes de que pudiera extenderse. Recuerde que soy un Jedi.
Tendría que haberlo imaginado. De todos modos, la voz de Skywalker sonaba débil.
—¿Es eso cierto, o está mintiendo?
—Estoy a bordo del
Halcón
con mis amigos más íntimos. Si abrigara alguna duda, no estaría aquí.
Thanas paseó la vista por el puente.
—Muy bien. Si rindo el
Dominante
…
Captó movimientos por el rabillo del ojo. Un tripulante se puso en pie de un salto y lanzó la mano hacia su cinturón. Thanas se volvió y le aturdió. El delegado de Seguridad Imperial, infiltrado en la nave para impedir que cayera en manos enemigas.
—¿Sigue ahí, comandante Thanas? —preguntó la voz de Skywalker.
—Una pequeña distracción. Si rindo el
Dominante
, ¿garantiza que dejará en libertad a los miembros de mi tripulación, que se han limitado a obedecer mis órdenes?
—Sí —contestó Skywalker con voz ronca—. Enviaremos a todo el personal imperial a un punto de recogida neutral, y permitiremos que regresen a sus hogares…, a menos que alguno quiera desertar. Debe dejarles elegir.
—No puedo.
—Ya me encargaré yo.
Thanas aferró la barandilla. ¿Qué clase de traidor entregaba una propiedad imperial y concedía a personal imperial la posibilidad de cambiar de bando?
La clase de traidor que aún estaba en deuda irreparable con los mineros esclavos de Talz. Quizá la Alianza sería más indulgente que aquel coronel de Alzoc III.
—De acuerdo —dijo—. Llévenme a la Alianza y trátenme como quieran.
Skywalker exhaló un profundo suspiro.
—Acepto su nave y, de momento, su persona. Envíe a mi… —pareció vacilar—, a mi nave insignia un médico. Me ocuparé de que también sea liberado.
—¿Está enfermo?
—Ya le he dicho que había solucionado el problema. Tengo otro humano a bordo que sufrió graves quemaduras. Creo que si recibe ayuda inmediata, sobrevivirá.
—Oh. —Thanas entorno los ojos—. ¿Sibwarra?
Skywalker vaciló.
—Sí.
—Pide demasiado. —¿Qué entidad irracional y sobrenatural había resucitado a Luke Skywalker para que juzgara sus escrúpulos? Paseó por el puente entre los bancos de instrumentos—. Pero quiero que Sibwarra sea juzgado. Por el Imperio o la Alianza, me da igual, mientras sea un jurado humano. Veré qué puedo hacer.
—Enviaré una tripulación mínima al
Dominante
—dijo Skywalker.
La voz de Solo se impuso a la de Skywalker.
—Será mejor que venga desarmado, en un bote salvavidas. Estoy haciendo una gran concesión al dejarle subir a bordo.
—Comprendido…, comandante.
El altavoz enmudeció.
Thanas respiró hondo. No tenía ni idea de lo que sucedería a continuación, pero no pensaba arrastrar a su tripulación. Se enfrentaría solo a la ira de la Alianza, con plaga o sin ella. O casi solo.
—Tripulación de puente, suban a los botes salvavidas. Reserven una embarcación de evacuación biplaza.
—Señor.
Un hombre salió huyendo de la cubierta.
—Que alguien le reduzca. —Thanas señaló con un cabeceo al agente de Seguridad tendido sobre la cubierta—. Llévenle con ustedes. Capitán Jamer, tome el mando.
—Señor.
Un hombrecillo se adelantó. Pter Thanas se acarició el mentón y llamó al centro médico. Tal vez Skywalker había neutralizado la amenaza de contagio, pero Thanas no se sentiría seguro en presencia del Jedi hasta que sus médicos le examinaran.
Luke miró a Han, quien acercó el
Halcón
a un diminuto objeto redondo. Los sensores confirmaron dos formas de vida.
—¿Estás seguro de que debe subir a bordo? —preguntó Han.
Luke suspiró, cansado de discutir.
—Sí. ¿Alguna pregunta más?
—¿Por qué? —se encrespó Han.
—Estamos todos un poco nerviosos —dijo Leia—, pero es el único sitio donde podemos dejarle. Voy a confirmar ahora mismo los rumores sobre Salis D'aar.
—Bien, aun desarmado, no se quedará mucho tiempo en mi nave. Le esposaremos a Chewie…, no, a Cetrespeó, y le encerraremos en la bodega. Cetrespeó le entretendrá.
Luke sonrió.
—Es un castigo horroroso para cualquiera.
—Pobre Thanas —admitió Leia.
Chewbacca manipuló con delicadeza los controles de la antecámara de compresión, preparó el cierre al vacío para la apertura manual, y después, Luke, Han y Leia se acercaron a la esclusa y esperaron. Varios minutos más tarde, el comandante Thanas entró con las manos en alto. La postura deformaba su túnica caqui.
—Vengo desarmado —insistió—. Regístrenme.
Leia pasó un analizador de armas sobre él.
—Parece limpio —anunció.
Entretanto, el pequeño y delgado acompañante de Thanas recorrió el cuerpo de Luke con un sensor médico. Luke permaneció inmóvil, y supuso que Thanas había elegido al médico por sus ojos grandes, mentón suave y apariencia inofensiva.
—¿Qué hay en ese maletín? —preguntó con brusquedad Leia.
—Material médico. Tratamiento para quemaduras. El comandante Skywalker pidió…
—Por aquí.
Luke salió de la esclusa.
El médico guardó el sensor en un bolsillo.
—Skywalker también está limpio, comandante. Un examen preliminar muestra una grave bronquitis mecánica, pero no existe infección.
Se encogió de hombros.
Luke no abrigaba dudas, pero el diagnóstico del médico acabó de tranquilizarle. Se internó en la nave.
Cetrespeó estaba sentado ante un tablero holográfico. Detrás, sobre un catre, Dev yacía inmóvil. Cetrespeó se levantó.
—Saludos —empezó jovialmente—. Soy…
—A callar —murmuró Leia—. Espósate con el comandante Thanas. Acompáñale a la bodega. Te has convertido en carcelero hasta nueva orden.
Una esposa se cerró alrededor de la muñeca de Thanas, y la otra sujetó la de Cetrespeó.
—Muy bien, Alteza. Venga conmigo, señor. Soy Cetrespeó, androide de protocolo…
Luke guió al médico hasta Dev y apartó la sábana que cubría los brazos chamuscados del joven.
—Se encuentra en un trance de curación Jedi —explicó— y no sufre dolores, de momento. A ver qué puede hacer por él.
—Lo intentaré, pero francamente, ya he visto antes quemaduras de este tipo. —Pasó el rhedisensor sobre el pecho de Dev y meneó la cabeza—. Hay poco que hacer. Tal vez viva un día, si tiene… No diré suerte. Si recobra la conciencia, sufrirá. Los daños internos son… Bien, no hay nada que pueda mantenerle con vida.
—Le ruego que lo intente. Cambió de opinión sobre los ssi-ruuk.
Y Dev poseía un gran potencial de Fuerza. Tenía que sobrevivir.
—Ummm —respondió el médico sin mucho entusiasmo.
Rebuscó en su maletín.
Luke apenas podía moverse. Se reunió con Han en la cabina, tambaleante.
—Hemos recibido una invitación de una dama llamada Eppie Belden —anunció Han—. Dice que te conoce. Está con tu amiga Gaeriel en el complejo Bakur. Según parece, tienen un desagradable prisionero que desean entregar a la Alianza.
—¿El gobernador Nereus? —preguntó Leia.
—Eso parece.
La última vez que había visto a Gaeriel, Erredós la estaba sacando a rastras de la cantina. De pronto, recordó la cena que habían compartido. La noticia, no obstante, sugería que Gaeri se encontraba bien. ¿Eppie se había curado? ¿Habían capturado al gobernador Nereus?
—¿Puedes posar el
Halcón
sobre algún aeródromo del tejado?
Leia rió.
—Han es capaz de posar el
Halcón
sobre un cubito de hielo, si le da la gana.
Luke paseó la vista por la cabina y contó cabezas.
—Supongo que habrás pedido refuerzos —dijo a Han.
—Yo, hum, acabo de ordenar a tu nueva tripulación del
Dominante
que se disponga a disparar sobre la guarnición imperial de Salis D'aar. Tardarán un poco. Nuestro escuadrón de cazas B lo está remolcando para colocarle en posición. Además, dos pilotos de cazas X están en camino para cubrirnos.
—Buen trabajo, Han.
Y Luke tenía su reputación de Jedi. Mientras no se tambaleara a la vista de todos, los imperiales le considerarían una amenaza. Imaginó la cara del gobernador Nereus cuando bajara vivo del
Halcón
.
—Tus amigas bakuranas prometieron esperarnos en el aeródromo. Veremos si lo consiguen.
—Voy a acostarme. —Luke emitió una última tos—. Levantadme cuando estemos a punto de aterrizar.
El
Halcón Milenario
atravesó una capa de nubes en dirección a Salis D'aar. Se elevaba humo sobre la ciudad y hacia el oeste, al otro lado del río. Han conectó un sensor remoto cuando deceleraron. Luke, que miraba entre las cabezas de Han y Chewie, distinguió un grupo de gente apostada tras una barricada, en el aeródromo del tejado. Una forma familiar se destacaba.
—¡Erredós! —exclamó.
Un revoloteo de faldas largas verde azuladas que se alejaba de la zona bloqueada debía ser Gaeriel. El
Halcón
descendió sobre sus repulsores. El primer ministro se erguía cerca de un desafiante Wilek Nereus, que aún llevaba su uniforme imperial de galones rojos y azules.
—No tiene pinta de prisionero —murmuró Leia, y señaló por la portilla—. Os apuesto a que el gobernador Nereus no piensa rendir la guarnición de Salis D'aar. Eso nos puede demorar mucho tiempo.
Han extendió la mano hacia los controles de los cañones situados en la panza de la nave.
—Ni te atrevas. —Leia meneó la cabeza—. Hemos vuelto a la diplomacia.
—Y tenemos al comandante Thanas —añadió Luke—. Podría convencer a la guarnición de que se rindiera.
El
Halcón
tocó tierra con un golpe sordo.
—Sobre todo, si tú se lo dijeras —replicó Leia—. ¿Cómo te sientes? ¿Podrías…?
—No puedo presionarlo. Será mejor que te encargues tú.
—De acuerdo —gruñó Leia—. He fundado suficientes células de la Resistencia para saber lo que pasa si se hace una chapuza.
Leia aferró su asiento mientras Han se levantaba y deslizaba el desintegrador en la funda de la pierna.
—Adelante, Vara de Oro —dijo por el comunicador—. Conduce a Thanas a la rampa principal.
Luke se puso en pie con más lentitud. Leia casi vio a dos Lukes: uno fuerte, osado y victorioso (la imagen que pretendía proyectar), y otro encogido, preocupado, agotado y dolorido. Lo bastante cansado para cometer errores.
Leia cuadró los hombros.
—¿Quieres quedarte a bordo hasta que sepamos con certeza cómo se desarrolla la situación? —preguntó.
—Oh… Bueno. —Luke se rascó la nuca—. De todos modos, Nereus debe pensar que ha terminado conmigo.
Se retiró a un lado de la escotilla principal y desenganchó su espada. Desde allí, podía escuchar sin que le vieran.
—Id con cuidado.
Cetrespeó apareció por la curva del pasillo. El comandante Thanas se había adaptado a su paso.
—Su androide cuenta historias muy interesantes —comentó con sequedad el comandante—. Pese al hecho de que insiste, machaconamente, en que no es un buen contador de historias.
¿Educando al prisionero, Cetrespeó
? El comandante Thanas estaría harto de escuchar propaganda imperial.
La escotilla principal siseó y se abrió. Leia bajó por la rampa. El grupo del tejado se precipitó hacia ellos, con Captison al frente, .seguido por el gobernador Nereus y su escolta femenina…, y Erredós. Han no apartó la mano del desintegrador. En cuanto Leia y Han pisaron el tejado, la joven volvió la vista atrás. Cetrespeó bajó a continuación, esposado a Thanas. Chewie salió el último, con la ballesta preparada. El aire olía a humo de una manera desagradable.
—¡Erredós! —exclamó Cetrespeó—. No puedes imaginarte lo que he sufrido…
—Olvídalo —replicó Han.
El comandante Thanas, sin hacer caso de su escolta metálico, caminó con la vista clavada en el frente, sin expresión, como un hombre que esperara un brutal rapapolvo. Rebasó a Leia al pie de la rampa y adoptó la posición de firmes, lo mejor que pudo para estar esposado a un androide de protocolo.
—Supongo que no esperará felicitaciones. —El gobernador Nereus cubrió la distancia que les separaba, con las manos enlazadas a la espalda—. Hace unos años, cuando mandaba un crucero, un comandante que rindió su nave fue conducido al muro más próximo y fusilado.
Leia avanzó.
—Le hemos traído para demostrar que está en nuestro poder, gobernador. No es su prisionero, sino el nuestro. Como usted, según me han dicho.
—Ya me gustaría verles reteniéndonos a los dos.
—Ya no le quedan fuerzas especiales. Ordene a su guarnición que se rinda, y usted y los suyos podrán abandonar Bakura en libertad… de inmediato.
Una patrulla de cazas X apareció entre las nubes de humo.
El gobernador Nereus sonrió con placidez a Leia.
—Tal vez ha olvidado que todavía estoy al mando de tres mil hombres destacados en tierra. Además, los supervivientes imperiales están aterrizando en todo Bakura a bordo de botes salvavidas mientras hablamos. Sólo una nave se ha rendido.
—Gobernador, hemos desplazado el
Dominante
a una órbita estacionaria —replicó Leia, apoyada por una mirada agradecida de Han—. Sus armas apuntan a la guarnición de Salis D'aar. Sé que no están diseñadas para el ataque a un planeta, pero si damos la orden ocasionarán considerables daños. Aunque le dejáramos en libertad, no podría esclavizar Bakura indefinidamente contra la voluntad de su pueblo.
—¿No? Ésa es la política imperial habitual. Funciona en toda la galaxia.
Mientras hablaba, el gobernador Nereus mantenía las manos abiertas. Era evidente que el desintegrador de Han le ponía más nervioso de lo que demostraba.
Alguien empujó a Leia por la izquierda. Gaeriel se interpuso entre el gobernador Nereus y Han, sin estorbar a éste para que disparara. Leia nunca la había visto tan desafiante. Tiró el chal sobre su hombro y encajó un rifle desintegrador bajo el brazo. Se balanceó, preparado para ser utilizado. Por fin, Leia intuyó lo que Luke veía en ella.