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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (36 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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—Lo siento, Eddie —le dijo—. Tú nunca has sido muy listo, ¿verdad?

18

—¿QUÉ cojones es esto, Sophia? —le preguntó Chase mientras los guardias dejaban sus pertenencias sobre la mesa circular y lo empujaban contra la pared, con las pistolas sobre el pecho.

—Esto —dijo Yuen, con aire de suficiencia— es en lo que consiste un matrimonio: dos iguales que trabajan juntos en perfecta armonía para conseguir lo que quieren.

Besó a Sophia en la mejilla. Ella sonrió. El estómago de Chase se revolvió cuando se dio cuenta de su traición… y de su completa candidez.

Yuen caminó hasta la ventana y extendió los brazos, como si intentase abarcar la maquinaria de muerte de abajo.

—Bueno, ¿y qué piensas de mi pequeña fábrica? Tiene buena pinta, ¿verdad?

—Estará mejor cuando sea un cráter humeante —replicó Chase, desafiante.

—Oh, déjame adivinar —dijo Yuen—. ¿Te crees que aunque a ti te pase algo, tu amigo Mac sabe adónde has ido y utilizará toda su influencia en el MI6 para iniciar una investigación? —La boca dibujó otra sonrisita—. Lo siento, pero ha sufrido un pequeño accidente. Su casa ha… digamos que… volado por los aires.

La casa de Mac… ¡Nina!

Chase tuvo un ataque de rabia y trató de liberarse de los hombres que lo sujetaban para rajarle la garganta a Yuen con sus propias manos, pero los guardias se mantuvieron firmes y lo empujaron con fuerza contra la pared.

—¡Hijo de puta! ¡Te juro que te mataré!

—No, no lo creo —dijo Yuen, haciéndole un gesto a sus hombres—. Matadlo y deshaceos del cuerpo.

Uno de los guardias de seguridad colocó la pistola sobre el corazón de Chase…

—¿Ni siquiera le vas a contar por qué estás construyendo bombas? —preguntó Sophia con voz seductora, recorriendo con un dedo el brazo de Yuen.

Los guardias se pararon.

Yuen la miró con recelo.

—¿Pero quién te crees que soy, el villano de una película de James Bond? Quizás después de contarle todo mi plan lo puedo meter en un tanque de tiburones con unos jodidos láseres sobre sus cabezas.

—Oh, vamos —ronroneó ella, abrazándolo—. Hazlo por mí. Solo quiero ver la cara que pone. Y después puedes matarlo.

Yuen hizo una pausa e inhaló el aroma del perfume de Sophia, cediendo.

—Oh, ¿por qué no? —dijo, dando un paso adelante—. Aunque seguramente te lleves una decepción, Chase. No tengo ningún plan loco para dominar el mundo. Solo se trata de dinero.

—¿Entonces no te llega con ser multimillonario? —se burló Chase.

—No existe eso de tener «demasiado dinero». —dijo Yuen, mirando la cadena de producción—. Tengo veinticuatro bombas nucleares… bueno, pronto las tendré, porque solo está completa la primera. Pero se las proporcionaré a los mejores postores a través de diversos canales del mercado negro. Creo que cien millones de dólares sería un buen precio de salida para una bomba.

—¿No hay descuento por volumen de compra? —le preguntó Chase, sarcástico.

—Mira, no había pensado en ello. Quizás podría venderlas en lotes de seis —respondió Yuen, con una mueca burlona—. Pero el quid de la cuestión es que cualquiera va a poder convertirse en una potencia nuclear, ya hablemos de un país, de una organización terrorista, o incluso de algún tipo rico que quiera, de verdad de la buena, evitar que los chicos del vecindario le pisen el césped. Lo único que necesitan es dinero.

Dio otro paso en dirección a Chase.

—Así que, por el precio de un par de cazas a reacción, puedes conseguir un aparato nuclear de quince kilotones que es tan sencillo y resistente que hasta un campesino analfabeto sería capaz de hacerlo funcionar. Puede ser desmontado y transportado por dos personas, o incluso por una, si lo lleva a cuestas, y posee un diseño a prueba de tontos. Tu propio Hiroshima personal, por un precio muy razonable. Suena bien, ¿eh?

—Eso solo te proporcionará doscientos cuarenta millones de dólares —señaló Chase—. No creo que vayas a desbancar así a Bill Gates de la lista de los más ricos.

Yuen volvió a sonreír con suficiencia.

—No alcanzas a comprender la idea en su conjunto… Esa es la razón por la que yo soy multimillonario y tú un perdedor al que le quedan treinta segundos de vida. ¡Piensa en la paranoia que se creará cuando los principales gobiernos se den cuenta de que hay armas nucleares sueltas por ahí! Podrían estar en cualquier parte… ¡hasta podrían hallarse en sus capitales en ese mismo momento! Eso conllevará un aumento increíble del gasto militar, del gasto en seguridad interior, en servicios de inteligencia… a favor de todas las compañías contratadas por esos países. Como la mía. Una fuente de ingresos inagotable.

Miró por encima del hombro a Sophia.

—¿Esa es la cara que querías ver?

Chase, en realidad, trataba de mantener la cara tan inexpresiva como la de una máscara, escondiendo sus pensamientos. Esta era su última oportunidad, el único momento que le quedaba para intentar liberarse…

Pero sabía que no iba a conseguirlo. Los cuatro hombres que lo sujetaban contra la pared eran tan fuertes como él, y si uno de ellos apretaba el gatillo en la décima de segundo que le iba a llevar moverse, estaría muerto.

Sin embargo, eso no le iba a impedir intentarlo. Tensó los músculos, a punto de realizar un desesperado intento para apartar a sus captores… cuando se le ocurrió una idea.

Era un pensamiento trivial, una pregunta… algo totalmente irrelevante en esas circunstancias. Pero cuando penetró en su mente, Chase supo que tenía que conocer la respuesta.

—Espera —dijo justo cuando Yuen abría la boca para ordenar la muerte de Chase—. El mapa que encontró Nina… ¿qué tiene eso que ver con las armas nucleares? ¿Por qué querías encontrar la tumba de Hércules?

Yuen parecía sorprendido de verdad.

—¿La tumba de Hércules? A mí eso no me importa ni un comino… La única razón por la que fingí que sí, fue porque Sophia me lo pidió.

—Ya es suficiente, querido —dijo Sophia, desde detrás de él…

Una bala salió a través de un agujero sanguinolento en su pecho cuando Sophia le disparó. Yuen abrió la boca para gritar en silencio y después se desplomó sobre el suelo.

Antes de que nadie pudiese reaccionar, Sophia se giró y le disparó a uno de los guardias de seguridad uniformados en la cabeza. La sangre salpicó la pared que tenía detrás. El otro guardia de seguridad consiguió apuntarla con la pistola… pero uno de los guardaespaldas le disparó en el estómago. Se cayó al suelo, retorciéndose de dolor… y Sophia le disparó de nuevo en la espalda. El hombre se calló enseguida.

Por un momento, la esperanza inundó a Chase… Sophia solo había estado jugando al son de Yuen, esperando el momento adecuado para ayudarlo…

Pero la esperanza se desvaneció cuando ella volvió a levantar el arma hacia él. Los dos guardaespaldas se apartaron, sin dejar de apuntarle al pecho.

—Bueno —dijo Chase, recuperándose de la sorpresa—, supongo que la terapia de pareja no funcionó.

—Ten un poco de tacto, Eddie —le dijo Sophia, fingiendo un tono cortante y ofendido—. ¡Acabo de enviudar! Necesito algún tiempo para llorar la muerte de mi último esposo.

Miró durante medio segundo el cadáver de Yuen y después volvió a centrarse en Chase.

—Hala, ya está. Gracias, chicos —les dijo a los guardaespaldas, que inclinaron la cabeza, respetuosamente.

Chase miró a los dos hombres con cautela.

—¿Y ahora qué? ¿También me vas a matar a mí?

—No seas absurdo. Yo nunca tiro algo que necesito. Si te hubiese querido muerto, te habría disparado un tiro cuando todavía colgabas del paracaídas. Sí, sabía que venías —añadió, al ver la expresión de Chase—. Escondí un dispositivo de seguimiento en esa horrible chaqueta de cuero tuya mientras volábamos hacia Botsuana. Sabía que no la dejarías atrás.

Chase levantó las manos con cuidado y rebuscó en sus bolsillos.

—Bolsillo exterior izquierdo —le dijo Sophia—. Donde solías guardar los pitillos antes de que dejaras de fumar. Nunca usaste ese bolsillo para nada más, así que sabía que no lo comprobarías.

Tocó con las yemas de los dedos algo metálico y plástico. Sacó un aparato rectangular del bolsillo que arrojó, asqueado, al suelo.

—La pregunta sigue ahí, Sophia —dijo—. ¿Por qué ese interés en la tumba de Hércules?

Ella sonrió fríamente.

—Ya lo verás. Pero, ahora, tengo que recoger mi propio Hiroshima personal.

—¿Por qué?

—Como ya he dicho, ya lo verás.

Chase miró hacia la ventana, a la cadena de producción que había abajo.

—Solo hay una bomba completa.

—Solo necesito una.

Sophia se giró hacia uno de los guardaespaldas.

—Philippe, quédate aquí y vigila a Eddie hasta que estemos listos para marcharnos. Si intenta cualquier cosa, dispárale en las piernas, pero procura no matarlo. Por ahora.

Le sonrió brevemente a Chase, aunque él no le devolvió el gesto, y después se giró hacia el hombre más alto de los dos.

—Eduardo, ven conmigo. Necesito que transportes algo hasta el avión.

—Sí, señora —dijo Eduardo.

Con una última mirada triunfal a Chase, Sophia salió de la habitación. El enorme guardaespaldas la siguió.

El otro hombre, Philippe, agitó la pistola, indicándole a Chase que se sentase a la mesa circular.

—Entonces, Philippe —dijo él mientras obedecía, a regañadientes—, te tuteas con Sophia, ¿eh?

Philippe no dijo nada y rodeó la mesa hasta ponerse fuera de su alcance.

—Lo digo porque sé que normalmente no se toma tantas confianzas con sus lacayos —continuó Chase—. A no ser… que tú seas algo más.

Notó un pequeño tic en los ojos del guardaespaldas.

—O crees que lo vas a ser. ¿Se trata de eso? ¿Crees que si la ayudas, conseguirás follártela?

—Cállate —le dijo Philippe, enfadado.

—Sí, eso es lo que creía. ¿Sabes? Es una mierda en la cama. Se queda tumbada, como un cadáver.

Philippe dio un paso adelante y golpeó a Chase fuertemente en la nuca con la culata de su pistola Glock-19.

—¡Te he dicho que te calles! ¡Si vuelves a hablar, te disparo!

Chase se quedó en silencio, frotándose el cuello, pero sabía que había encontrado una debilidad potencial. Seguramente Sophia le había prometido algún favor al guardaespaldas, incluyendo sexo. La pregunta era ¿cómo podía hacer que eso actuara en su favor?

Pasaron un par de minutos durante los que ninguno de los hombres habló. Chase giró la silla con cuidado para tener una mejor visión de la planta de fabricación de bombas. Consternado, vio al otro guardaespaldas empujando un carrito en el que transportaba el arma completa hacia el fondo de la sala. Sophia se movía, ufana, detrás de él. Supuestamente, había otra salida, escondida entre la maquinaria. Ninguno llevaba puesto un traje de seguridad, por lo que los niveles de radiación de la sala debían ser seguros en exposiciones cortas.

Dejaron de estar a la vista al pasar detrás del horno. Chase frunció el ceño. No podía dejar que se marchase con la bomba…

—Te va a traicionar —le dijo.

Philippe no estaba preparado para ese comentario.

—¿Qué?

—Sophia. Te va a traicionar, igual que hizo conmigo… y con Yuen —dijo Chase, señalando el cadáver del suelo—. En cuanto obtenga lo que quiere de ti, te tirará a la cuneta… y si cree que le puedes causar algún problema, te matará.

—Te he dicho que calladito.

Chase giró la mesa y le dio la espalda al guardaespaldas.

—Pero a ver, ¿de verdad te crees que ella se interesaría por un tipo como tú? Eres un poquito corto, tío. En cuanto se aburra de ti, ¡pasarás a la historia! Ella es como esos insectos que arrancan las cabezas de los pobres cabrones de sus parejas en cuanto acaban…

Philippe se acercó a él de nuevo.

—¡Cállate!

La pistola silbó hacia abajo… y las manos de Chase se lanzaron hacia arriba, bloqueando el brazo de Philippe, parando el golpe a menos de un par de centímetros de su objetivo. El guardaespaldas se quedó paralizado, confundido durante una décima de segundo, y Chase tiró hacia delante con todas sus fuerzas. Philippe se golpeó contra el respaldo alto de la silla.

La cabeza del guardaespaldas estaba sobre el hombro izquierdo de Chase. Le dio tres fuertes derechazos en la cara y los nudillos se le ensangrentaron. La mano izquierda se cerró sobre la pistola y se la arrancó.

La mano libre de Philippe trató de agarrar la cara de Chase, buscando con los dedos sus ojos. Chase le propinó otro puñetazo y escuchó algo que crujía (su nariz o un diente), y después cogió el índice antes de que pudiese clavárselo en la cuenca del ojo y se lo dobló hacia atrás con toda la fuerza que pudo. Al tener que elegir entre soltar la cabeza de Chase o que le rompiera un dedo, Philippe eligió la primera opción, dejando escapar un chillido angustiado… y en la décima de segundo que se distrajo, Chase se impulsó con los talones contra el suelo y propulsó a la silla rodando hacia atrás, cruzando la sala. La pistola se escapó de las manos de ambos combatientes, pero era demasiado tarde para que alguno se preocupara por eso…

La silla y sus ocupantes atravesaron la ventana y cayeron sobre la planta de fabricación de bombas. Philippe estaba en la parte de abajo y solo tuvo tiempo de empezar a gritar, horrorizado, antes de que el sonido se interrumpiera de repente al golpear el suelo, con el peso añadido de Chase y de la silla. Su caja torácica se aplastó contra él.

El impacto despidió a Chase de la silla. Cayó con fuerza sobre un costado y los pedacitos de cristal llovieron sobre él. Notó un dolor punzante en una sien… se había cortado. Se sacudió los fragmentos, se puso en pie y miró a su alrededor.

Los dos hombres con trajes de seguridad estaban a unos quince metros, mirándolo, sorprendidos. Entonces uno de ellos salió corriendo hacia la pared más cercana, agitando la mano hacia un panel, y una alarma empezó a sonar en los altavoces, por toda la sala. Los dos hombres corrieron hacia la salida todo lo rápido que sus voluminosos trajes les permitían.

Si los técnicos conseguían cruzar la puerta y esta se cerraba antes de que Chase llegase, al no tener una tarjeta de acceso se quedaría atrapado en la fábrica. Y sin armas, con lo que sería una presa fácil para las fuerzas de seguridad cuando estas llegasen.

Chase inició una veloz carrera, persiguiendo a las figuras amarillas. Se encontraban en la puerta, uno de ellos ya pasaba su tarjeta. Dejó atrás el láser desprotegido en el que habían estado trabajando y corrió más rápidamente cuando vio la puerta abriéndose y los hombres la cruzaron. Empezó a cerrase tras ellos.

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