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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (34 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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Nina miró hacia arriba. Uno de sus atacantes estaba ocupado en preservar su propia supervivencia; el otro se había escapado por la parte de atrás de la casa y tendría que rodear la manzana corriendo para alcanzarla… Era su oportunidad de huir y buscar ayuda.

Se puso de pie…

Y un dardo de metal la alcanzó en el muslo.

Había una furgoneta blanca aparcada al otro lado de la calle y otro hombre que salía de ella portando una pistola de aspecto extraño.

—Hijo de puta… —fue lo único que pudo murmurar Nina antes de que la negrura se adueñase de sus sentidos.

17

Suiza

Chase recorrió con los prismáticos toda la extensión del valle. La luna estaba alta en el cielo nocturno y bañaba las montañas nevadas dotándolas de una vívida luz fantasmagórica… Una imagen espectacular.

Pero la belleza natural era lo último que tenía en mente. En lugar de perderse en ella, centró su atención en algo artificial, utilitario y sin encanto.

—¿Entonces Yuen está ahí? —preguntó.

El aliento parecía vapor en el aire gélido. Examinó el complejo industrial que se extendía en el lecho del valle, más abajo.

—Hasta donde yo sé, sí —le dijo su compañera.

Mitzi Fontana era una guapa suiza rubia de pelo largo, de unos veinte años.

—Lleva ahí varias horas. Convencí a uno del personal para que me avisase cuando abandonase el hotel.

Chase se tomó un momento para observar la blusa escotada que llevaba bajo el abrigo, a medio abrochar.

—No voy a preguntar cómo.

Ella sonrió.

—¡Oh, Eddie! No llevaban equipaje, así que no han abandonado la habitación. Este es el único lugar al que han podido ir.

—A no ser que quisieran pasarse un tiempo tranquilitos en la pistas, pero me parece a mí que Yuen no ha venido aquí para esquiar. ¿Es posible que se haya ido antes de que llegáramos?

—Mi amigo del hotel prometió llamarme si volvía. Hasta ahora, no lo ha hecho.

—Podría estar de camino, pero…

No había ni rastro de tráfico bajando la carretera que llevaba al pueblo más cercano, a unos tres kilómetros de allí. Chase levantó los prismáticos para confirmar que no había otra salida. A unos ochocientos metros detrás de la fábrica, el valle era interrumpido bruscamente por un empinado muro de cemento, una presa hidroeléctrica. La estación generadora estaba en la base del muro, encendida, y brillaba tanto como las instalaciones de Yuen.

Otras luces en la parte superior de la presa le llamaron la atención. Había un edificio justo al borde de la parte escarpada del valle.

—¿Qué hay ahí arriba?

—Una estación de teleférico —le dijo Mitzi.

Chase se animó.

—¿Un teleférico?

Ahora que sabía lo que buscar, encontró un cable aparentemente fino y delicado que reflejaba la luz de la luna y bajaba desde el edificio hasta una estación similar, en el interior del recinto vallado de la fábrica.

—Por favor, Eddie —suspiró ella—, no empieces a hablar de
El desafío de las águilas
.

—Ay, venga, es una de mis películas favoritas… y este escenario es perfecto.

Chase se rió brevemente, antes de volver a concentrarse en lo que le ocupaba.

—¿Adónde lleva?

—Hay una pista de aterrizaje a kilómetro y medio de la presa.

Chase frunció el ceño.

—¿Así que Yuen podría haberse marchado por allí?

—No, lo comprobé. Hay una avioneta privada en la pista y todavía no se ha ido.

—Bueno, menos mal.

Volvió a enfocar la fábrica con los prismáticos. La seguridad parecía férrea; más de lo que cabría esperar en una simple fábrica de microchips.

—¿Y Sophia? ¿Está con él?

—Según mi amigo del hotel, había una mujer con él, pero no pudo verla bien… Dos guardaespaldas la llevaron directamente de la suite al coche.

—Tiene que ser ella. ¿Sabes qué tipo de coche era?

—Un Mercedes negro. Me temo que no sé el modelo.

—Apuesto a que será el más caro de todos —dijo Chase, bajando los prismáticos—. Gracias por ayudarme con esto, Mitzi. Sé que ha sido muy precipitado.

—¡Y bastante caro! —dijo ella, señalando con la barbilla los bultos del asiento de atrás de su todoterreno—. Mi club de paracaidismo se sorprendió bastante de que necesitase un paracaídas con tanta urgencia. Y tengo la impresión de que no me van a reembolsar el dinero si trato de devolverlo…

—Te lo pagaré —le aseguró Chase.

Ella le dio una palmada en el brazo.

—Estoy de coña, Eddie. Yo ya te debo mucho más de lo que cuesta un paracaídas.

Él sacudió la cabeza.

—No me debes nada. Me ocuparé de eso cuando vuelva.

—Si vuelves —le dijo Mitzi, dubitativa—. Eddie, ¿no crees que te estás precipitando?

—Si no me gustase precipitarme, ni tú ni tu madre estaríais hoy con vida —le soltó él, mucho más bruscamente de lo que pretendía—. Lo siento. Pero Sophia está ahí abajo y voy sacarla de allí. Es lo que hay.

—En ese caso, lo único que puedo hacer es desearte buena suerte y ayudarte en lo que pueda —dijo ella, resignada—. Pero Eddie, por favor, no vueles la presa. Mis abuelos viven valle abajo.

Él sonrió.

—Intentaré no hacerlo.

Mitzi se rió y después, de repente, lo miró fijamente, con severidad.

—En serio, no lo hagas.

—No sé dónde me habré ganado esa fama —dijo Chase, encogiéndose de hombros despreocupadamente.

Después abrió la puerta trasera del coche y echó a un lado los paracaídas. Asintió, con aprobación, al ver una pistola y una granada de mano.

—¿De dónde las has sacado?

—También hago escalada. Uno de mis instructores trabajó en el ejército. Se guardó un par de suvenires.

Chase sonrió.

—Paracaidismo, escalada… te estás volviendo una chica de acción.

—Todo es culpa tuya, Eddie —le dijo Mitzi, con una sonrisa radiante.

Un poco turbado por tantas atenciones, Chase cogió otro bulto, lo desenrolló y lo extendió en el suelo. Después tomó un espray y lo agitó.

Mitzi arrugó la nariz cuando Chase se arrodilló y empezó a trabajar.

—Ya veo, algo más por lo que no me van a devolver el dinero…

Unos minutos después, Mitzi condujo el Porsche Cayenne del mirador desde donde ella y Chase habían observado el valle hasta una autopista de cuatro carriles que atravesaba las montañas. En la época de esquí, se encontraría llena de turistas, pero ahora, y a plena noche, estaba desierta.

Delante de ellos, cruzando el valle en dirección a Berna, había un puente, un arco elegante con un único pilar central que se elevaba a más de ciento cincuenta metros por encima del lecho del valle. Mitzi comprobó que no pasaban coches y se incorporó.

—¿Estás listo? —le gritó a Chase.

Él no estaba con ella dentro del todoterreno… estaba sobre él, agachado en el techo, agarrándose a la baca con una mano.

—¡Adelante! —le chilló este, estirando el otro brazo detrás de él, para equilibrarse.

El mono que llevaba sobre la ropa se onduló a medida que aumentaba la velocidad del viento. El coche pasó de sesenta a ochenta kilómetros por hora al llegar al puente.

Mitzi acercó el Cayenne con cautela hasta los guardarraíles centrales de la autopista, sin dejar de acelerar. Cien kilómetros por hora. Se acercaban al centro del puente, el punto más alto…

—¡Ahora! —bramó Chase.

Mitzi cruzó con el coche los dos carriles, como si tratase de estrellarse contra el muro de cemento de forma suicida… Y después, en el ultimísimo momento, volvió a meterse en su carril. El vehículo se bamboleó…

Y eso le dio a Chase un impulso extra cuando saltó del techo al vacío.

Abrió completamente las manos y las piernas, formando una estrella, y los triángulos de tela que iban de las muñecas a la cintura se extendieron de golpe, como las alas de un murciélago. Otra cuña de nailon entre sus piernas se hinchó mientras caía.

El traje aéreo no podía parar su descenso (el rozamiento extra de la tela era demasiado suave), pero podía frenarlo.

Y le permitía dirigirlo.

Chase levantó los brazos extendidos para girar. Las luces de la planta de microchips fueron apareciendo ante sus ojos, más abajo.

Aunque no tan abajo como habían estado unos segundos antes. A pesar de que ahora planeaba subiendo el valle cada vez más rápido, su velocidad de descenso vertical era prácticamente una pura caída libre.

El viento helado le cortó la cara. Ya estaba a cien metros, noventa…

Tiró de la anilla de apertura del paracaídas.

El paracaídas salió disparado de su bolsa como en una explosión a cámara lenta, negro como el cielo nocturno. Chase trató de colocarse, balanceándose hasta conseguir la posición vertical cuando las tiras se tensaron, y agarró los mandos.

El borde superior de alambre de púas de la alta valla del perímetro pasó rápidamente bajo él. La pintura negra que había esparcido sobre las piezas amarillas del traje aéreo reduciría las posibilidades de que lo vieran, pero si algún guardia había oído el ruido de la apertura del paracaídas y había reconocido su origen, podían localizarlo, ayudados por la luz de la luna…

Pasó rápidamente por encima de un tejado. Si descendía más adelante, aterrizaría en medio de una zona totalmente iluminada…

Chase tiró de las cuerdas para aflojar el paracaídas y estiró las piernas cuando golpeó el tejado, rodando para absorber el impacto. Sintió dolor en los puntos de la pantorrilla. Apretó los dientes, tratando de ignorarlo.

Al mismo tiempo que se desprendía del paracaídas, sacó la pistola negra Steyr GB. Se dio la vuelta rápidamente, buscando la forma de bajar del tejado.

La parte superior de una escalerilla se elevaba por un borde. Apuntó hacia allí con la pistola y prestó atención por si escuchaba algún movimiento abajo. Si oía pisadas ascendiendo, lo que había esperado que fuese una misión sigilosa se convertiría en una batalla…

Ningún ruido, ninguna pisada. El único sonido era el de las suaves ráfagas de aire y el zumbido de equipo eléctrico.

Se relajó ligeramente y se bajó la cremallera del traje aéreo para quitárselo, revelando que iba completamente vestido de negro: vaqueros negros, camiseta de cuello alto negra y su chaqueta de cuero negro desgastada. Después de envolver el paracaídas, cruzó silenciosamente hacia la escalerilla y miró hacia abajo.

El edificio inferior contenía oficinas y todas las ventanas estaban a oscuras, excepto unas pocas. Al otro lado de la ancha carretera, había una estructura de dos pisos. Los muros sin ventanas sugerían un uso industrial. Chase pudo deducir, gracias al gran número de unidades de aire acondicionado en el tejado plano, que el edificio se utilizaba para la fabricación de chips. Los microchips más caros podían volverse totalmente inservibles si les entraba la motita de polvo más insignificante durante su proceso de fabricación, por lo que el aire debía filtrarse para que fuese lo más puro posible.

Buscó señales de vida. Al final de la carretera que tenía a su derecha había una alambrada metálica y tras ella estaba el río que bajaba desde la presa. Pasó un todoterreno blanco que desapareció detrás de otro edificio. Una patrulla de seguridad que comprobaba el perímetro. Chase sonrió. Obviamente, no habían esperado que nadie cayese desde el cielo.

Se giró y bajó por la escalera, levantando la pistola otra vez al llegar abajo. Sin rastro de nadie, todavía. Cruzó la carretera corriendo hasta la esquina del edificio industrial y entró rápidamente en un largo callejón.

Chase conocía la distribución de la fábrica gracias a la impresión de una foto aérea que Mitzi había sacado de internet. Llegó al final del callejón. Allí delante debería haber otro complejo de edificios más grande… Había acertado; había más estructuras anónimas al otro lado de la carretera. Y algo más… un Mercedes S600 negro aparcado delante de uno de los edificios, con un chófer con pinta de aburrido sentado al volante.

—Me alegro de verte de nuevo, Dick —susurró Chase.

Volvió la vista al edificio. Al contrario que la construcción que tenía al lado, esta tenía ventanas en el piso superior y solo una de ellas estaba iluminada. Había un conjunto de grandes puertas de cristal cerca del Mercedes, pero también avistó a un guardia de seguridad en la zona de recepción, detrás de ellas, y una videocámara que enfocaba las puertas. Por lo tanto, esa entrada no era una opción válida.

Pero existía una escalerilla que ascendía por un lateral del edificio, alejada de las cámaras… Volvió a comprobar la carretera y después corrió hasta ella, subiendo rápidamente.

El tejado era un bosque de conductos de aire acondicionado y de rugientes unidades de filtración. No había ni tragaluces ni otros posibles puntos de acceso que pudiese ver, así que se dirigió a la parte delantera del edificio y, tumbado bocabajo, miró por encima del borde. Había una ventana oscura justo bajo él.

Chase avanzó poco a poco hasta que tuvo la cintura a la altura del borde del edificio y después, con cuidado, se inclinó hacia abajo y miró a través del cristal. El brillo de las farolas le bastó para permitirle comprobar que se trataba de una oficina en la que los protectores de pantalla bailaban en ordenadores en modo ahorro de energía.

La ventana iluminada más cercana estaba a varias habitaciones de distancia. Esperaba que nadie lo escuchase…

Puso una palma contra el cristal. Después, con la otra, le dio un golpe con la culata de la pistola para hacer un agujero irregular al lado del marco. El cristal se agitó y se agrietó bajo su palma, pero él había absorbido la mayor parte de la vibración, evitando así que todo el panel se hiciese añicos y cayese ruidosamente al suelo.

Introdujo una mano con cuidado por el agujero y luchó con la manilla hasta abrir la ventana. Chase sacó la mano y después entró con cuidado a través de la abertura. Tras tocar el suelo, cerró la ventana y volvió a levantar la pistola.

El pasillo exterior estaba iluminado con frías bombillas de bajo consumo.

Avanzó rápidamente, pistola en mano. Al final había un tramo de escaleras que bajaban y, enfrente, las puertas de los baños masculinos y femeninos.

Miró hacia abajo en las escaleras. Al fondo, localizó un pasillo lateral que probablemente conducía al vestíbulo. Había otra puerta justo enfrente del final de esas escaleras, pero Chase vio inmediatamente que tenía una cerradura electrónica. Un lector de tarjetas. Si quería entrar en la planta de producción, iba a necesitar la identificación de alguien.

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