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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (49 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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—Y ahora tiene una bomba atómica —continuó Chase—. El problema es que no sabemos adónde la ha llevado ni lo que quiere hacer con ella.

—Guarda relación con los mercados financieros —dijo Nina—. Para eso quería Corvus el contenido de la tumba de Hércules, para que le sirviese de aval. Seguramente Sophia lo quiera para lo mismo… pero con un motivo diferente.

—La tumba de Hércules, ¿eh? —dijo Alderley, frunciendo la boca, en un gesto de duda—. ¿El dios griego?

—Bueno, técnicamente solo un semidiós, porque no llegó a alcanzar el estatus divino hasta después de su muerte…

—No creo que quiera una lección de historia —dijo Chase.

Alderley se dio golpecitos en la barbilla con un dedo.

—Todo esto suena, ah, bastante a locura, en realidad. ¿Bombas nucleares? ¿Tumbas antiguas? ¿Hércules? —dijo, girándose hacia Chase—. ¿Y me dices que tu exmujer está detrás de todo esto?

—Mac nos creyó —dijo Chase, con firmeza—. Iba a convencer al MI6 para que investigara la mina de uranio.

—Qué mala suerte que no esté en condiciones de confirmarlo. O quizás sea algo bueno, desde vuestro punto de vista.

La mano derecha del agente del MI6 se deslizó hacia su funda, de nuevo.

—Nos creyó lo suficiente como para sacarnos de África —dijo Nina—. Y también para conseguirle a Eddie los documentos que necesitaba para ir a Suiza. Estoy segura de que podrás confirmar estos puntos.

Sin dejar de vigilar a Chase, Alderley trabajó en el ordenador.

—Es verdad. Y sin duda tuvo que pedir unos cuantos favores para hacerlo tan rápido…

—Mac confiaba en nosotros —alegó Nina—. Si tú también lo haces, tendremos una oportunidad de parar lo que sea que Sophia tiene planeado. Antes de que haga explotar su bomba atómica.

Alderley parecía indeciso, pero también exasperado.

—Es vuestra palabra contra la suya —dijo—. Y, si te digo la verdad, ella tiene bastante más credibilidad que tú. Tiene un título, es miembro de la clase dirigente… ¡y a vosotros dos os buscan por asesinato!

—Tener un título no implica que seas de fiar —le recordó Chase—. Hay un par de lores que han acabado en la trena.

—Aunque os crea, y no os estoy prometiendo nada, no veo qué puedo hacer yo. Si le digo al MI6 que os tengo, me ordenarán que os arreste.

—Pues no se lo digas —le replicó Chase—. Diles solo que has averiguado algo que sugiere que el MI6 debería comprobar lo que ha estado haciendo Sophia en Botsuana y Suiza.

—No puedo hacer eso sin decirles cómo lo he averiguado —insistió Alderley— y, en cuanto lo haga, ¡me ordenarán que os arreste y volveremos así al punto de partida!

—Tiene que haber alguna manera de que nos puedas ayudar —dijo Nina.

—No sin pruebas de lo que me habéis contado.

Chase bufó.

—¿Un enorme cráter de humo no es prueba suficiente para ti?

—Si no hay una bomba nuclear al fondo, no. Que Mac os creyese no implica que lo vaya a hacer nadie más y, hasta ahora, lo único que he escuchado de vosotros son acusaciones. Ninguna prueba.

—¿Y si podemos conseguirte pruebas? —le preguntó Nina, pensativa.

Alderley se recostó.

—Considerando vuestra actual falta de credibilidad, la clase de prueba que necesitaría mostrarle al MI6 tendría que ser, más o menos, una bomba nuclear con las huellas de su exmujer por todas partes, adornada con un bonito lazo.

—La conseguiremos.

Chase la miró.

—¿Ah, sí?

—Vale, puede que sin el bonito lazo. Pero si encontramos a Sophia, encontraremos la bomba. Y si encontramos la bomba, entonces el señor Alderley podrá hacer lo que tiene que hacer.

—¿Cómo viaja? —preguntó Alderley.

—En uno de los
jets
privados de Corvus.

Alderley asintió.

—No será difícil rastrearlo.

Nina le señaló el ordenador con la mano.

—¡Por favor, siéntete en tu casa…! Está en el aire —informó Alderley, unos minutos después—. Despegó hace una hora.

—¿Adónde va? —preguntó Chase.

—El plan de vuelo dice… Marsh Harbour, las Bahamas.

—¿Las Bahamas?

La cara de Chase se emocionó.

—Allí es donde Corvus estaba probando todo eso de la ciudad submarina.

Alderley comprobó de nuevo el ordenador.

—Casi todos los barcos mercantes de Corvus están registrados en las Bahamas.

Más sonido de teclas.

—Y está registrado como su país de residencia principal, en cuanto a impuestos se refiere.

—Si su domicilio está allí, seguramente ese sea el lugar al que se dirige Sophia —razonó Chase—. Está jodidamente segura de que no nos va a volver a ver de nuevo. Si podemos cogerla allí…

—¿Puedes llevarnos hasta las Bahamas? —le preguntó Nina a Alderley.

Él la miró parpadeando, momentáneamente perplejo, antes de sentarse más erguido.

—¿Eh… qué? ¿Hablas en serio?

—Completamente. Sea lo que sea lo que anda haciendo Sophia en las Bahamas, estoy segura de que no es mejorar su bronceado.

—Intentó matar a Mac —le recordó Chase—. Y casi lo consigue, además.

Alderley se rascó el bigote, pensando.

—Si no fuese por Mac, ni siquiera me lo estaría pensando —dijo, finalmente—. Pero veré lo que puedo hacer. Aunque quizás no sea mucho.

—Bueno, Mac se las arregló para conseguirme un pasaporte falso, billetes de avión y un fajo de billetes en unas cuatro horas, y ni siquiera era un miembro a tiempo completo del MI6, solo un asesor —apuntó Chase.

—Ya lo pillo —dijo Alderley, un tanto picado en su orgullo—. Pero vas a deberme una muy en serio, Chase. Y si algo va mal, diré que me obligaste a hacerlo de alguna manera. Estoy seguro de que me creerán más a mí que a las personas que asesinaron al ministro de Comercio de Botsuana.

—¡Nosotros no lo hicimos! —gimió Nina.

Chase se encogió de hombros.

—Tú arréglanos las cosas y te conseguiré todas las piezas de Ford Capri que necesites a lo largo de toda tu vida.

Alderley hasta sonrió.

—Puede que te tome la palabra, Chase. Últimamente están sorprendentemente caras… De acuerdo, haré lo que pueda. Pero no vais a poder volar hasta mañana, haga lo que haga, así que tendréis que pasar aquí la noche. Oh, y el sofá es la única cama libre, así que poneos cómodos.

—Me decepcionas —le dijo Chase, con una sonrisita—. ¿Obligarás a una dama a dormir en un sofá mientras tu cama está vacía? Tú vas a tener que quedarte un rato aquí, haciendo los preparativos.

Vencido, Alderley señaló una puerta en la pared del fondo de la oficina.

—De acuerdo, doctora Wilde, mi cama está ahí.

—Gracias —dijo Nina, sonriendo mientras se ponía en pie.

Alderley pareció aplacarse por su gratitud, aunque su expresión cambió cuando Chase se levantó también.

—¿Y tú adónde te crees que vas?

—Como ya te he dicho —le repitió Chase, sonriendo de nuevo—, tú vas a tener que quedarte trabajando todavía un rato. Y yo y mi novia tenemos que recuperar el tiempo perdido.

Rodeó la cintura de Nina con los brazos.

Ella lo apartó.

—Solo está bromeando —le aseguró a un mortificado Alderley.

—Sí, seguro —dijo Chase, intentando volver a agarrarla.

—¡No, de verdad! Este no es ni el momento ni el lugar.

—¡No podría ser mejor momento!

—¡Eddie! Además, el señor Alderley podría necesitar hacerte más preguntas.

—Oh, por todos los demonios —dijo Chase, volviendo al sofá y tratando de ignorar la miradita burlona de Alderley—. ¿Y cuándo será el momento?

—Déjame pensar… ¿Qué te parece cuando hayamos limpiado nuestros nombres, encontrado la bomba, atrapado a Sophia y desbaratado la locura de plan que esté tratando de poner en marcha?

Chase chocó los nudillos contra su palma y le sonrió a Nina, vorazmente.

—Siempre es bueno tener incentivos.

—Y… —empezó Nina—, para cuando lleguemos a las Bahamas, ¿conoces a alguna amiga allí que pueda ayudarnos?

—Alguien hay —le contestó él—. Pero no me gustaría verlo en minifalda, te lo aseguro…

26

Las Bahamas

Matt Trulli se echó hacia atrás en su taburete del bar y miró a Chase y a Nina, incrédulo.

—A ver… ¿me estáis diciendo que mi jefe multimillonario era en realidad un chalado megalómano?

Chase asintió.

—Me temo que sí —dijo Nina.

—¿De verdad? —suspiró Trulli, consternado, bebiendo un trago de su vaso—. ¿Dos de dos?

—Podrías venirte a trabajar a la AIP —le sugirió Nina—. Puede que la paga no sea tan buena, pero creo que en las reuniones nunca ha surgido ningún plan para dominar el mundo.

—¿Y ahora está muerto? —preguntó Trulli.

—Sí —contestó Chase—. Mi exmujer le disparó por la espalda.

—Uau. Menos mal que tú nunca la cabreaste tanto, tío.

—Oh, se cabreará mucho cuando se dé cuenta de que no estamos muertos —dijo Nina—. Y aún más cuando encontremos su bomba atómica.

Trulli casi se ahoga con su cerveza.

—¿Bomba atómica? —jadeó.

—Baja la voz —dijo Chase, en tono de advertencia, mirando a su alrededor en el bar.

Por suerte, ninguno de los clientes les estaba haciendo el menor caso.

—Sí, tiene una bomba. Por eso necesitamos encontrarla a ella, para encontrar la bomba. ¿Alguna idea de dónde puede estar?

—Pensamos que podría estar en la casa de Corvus —añadió Nina.

Trulli sonrió.

—Bueno, ¡yo sé dónde está su casa!

—¿Has estado allí?

—¡Yo la construí! Es el banco de pruebas del hábitat submarino… por eso me contrató René. Quería un hábitat submarino flexible y modular que pudiese funcionar a al menos treinta metros de profundidad. Y bueno, esa idea siempre está en el fondo de la mente de un ingeniero naval, desde el primer submarino que dibuja a lápiz de niño, ¿sabes? Y era un contrato sin límite de gasto, quería que lo acabase cuanto antes, así que me puse a ello, sin preocupaciones. Tuvimos el prototipo listo y funcionando en un año.

Pero el orgullo que sentía se aplacó un poco.

—Te aseguro que si hubiese sabido para qué lo quería, no habría tenido tanta prisa.

—Tengo que entrar en él —dijo Chase—. Pronto. Esta noche. ¿Puedes ayudarnos?

Trulli puso cara de dolor.

—Tu exmujer no parece el tipo de chica a la que le importen los submarinos experimentales. Pase lo que pase, estoy sin trabajo, así que… —dijo, tomando un trago de su bebida—. Por supuesto. ¿Qué necesitas?

—Una lancha y un equipo de submarinismo. Y la forma de entrar en ese lugar.

Trulli sonrió.

—Tengo las tres cosas, tío.

La embarcación de Trulli no tenía nada que ver con la de Corvus en cuanto a tamaño y lujo, pero la lancha motora de cuatro metros y medio de eslora los transportó remontando la costa de la isla de Gran Ábaco, desde los muelles de Marsh Harbour, con bastante eficiencia.

El hábitat estaba a unos tres kilómetros mar adentro. Era una isla artificial entre la miríada de islas naturales de las Bahamas. Como en el caso de los icebergs, la mayor parte de ella se encontraba bajo el agua y la parte que sobresalía se parecía a una seta de alta tecnología. El extremo superior, iluminado, era aplanado, para servir de pista de aterrizaje para helicópteros… o, como Chase pudo ver gracias a unos prismáticos, para unas aeronaves más exóticas.

—Joder, la hostia.

Nina le golpeó el brazo, ella también quería verlo. Él le pasó los prismáticos.

—¿Qué es eso? —le preguntó.

—Un rotor basculante —le explicó Chase.

Sobre la pista había un Bell 609 con los colores distintivos de las empresas de Corvus: el azul y el rojo. Aunque su fuselaje se asemejaba al de un avión normal, el parecido acababa en las alas. En cada uno de sus extremos tenía una góndola protuberante giratoria, en ese momento en posición vertical, y sobre la que se cernía un propulsor cómicamente descomunal.

—Una versión civil del Osprey, una especie de mezcla entre un avión y un helicóptero. Las hélices se giran para hacer despegues y aterrizajes verticales, y cuando están en el aire se colocan horizontalmente para poder volar como un avión normal.

Nina le devolvió los prismáticos.

—Bueno, si eso está aquí, probablemente Sophia también. La pregunta es: ¿cuánto tiempo se va a quedar?

—Semanas, si quiere —le contó Trulli—. Tiene sus propios generadores… energía eólica y mareomotriz que estábamos probando, y diésel… y purificadores de agua. Podría quedarse ahí hasta que se le acabe la comida.

—No creo que esté pensando en quedarse mucho tiempo —dijo Chase, apretando la cincha del Aqua-Lung—. Sea lo que sea lo que tiene planeado, lo quiere hacer pronto.

—¿Estás seguro? —le preguntó Nina.

—Estuve casado con ella. Sé cuándo quiere acabar algo rápidamente.

Nina y Trulli compartieron una mirada sugerente y después se rieron.

—¡No, no me refería a eso, graciosos!

Pero Chase también sonrió, al menos hasta que miró hacia delante. Su expresión se volvió totalmente seria cuando observó el hábitat a lo lejos.

Nina se sentó a su lado.

—¿Estás bien?

—Sí, estoy bien. El hombro aún me duele, pero no será un problema.

—No, me refería… —dijo, cogiéndole de la mano— a Sophia. Puede que te encuentres con ella ahí.

Chase sonrió fríamente.

—Estoy deseándolo.

—No —dijo Nina, sacudiendo la cabeza—. No lo estás deseando. Sé que no. Eddie, quizás… quizás tengas que matarla para detenerla.

—Ella ha tratado de matarme. Trató de matarte a ti.

Chase desenfundó un cuchillo de buceo y examinó la hoja bajo la luz de la luna.

—Eso la convierte en enemiga.

La hoja hizo un desagradable ruido cortante cuando la volvió a meter en la funda.

—O se rinde o…

—Ella no es un matón cualquiera con una pistola —le recordó Nina, suavemente—. ¿Estás seguro de que podrás hacerlo?

Chase apartó la vista de ella, sin contestarle. Nina estaba a punto de volver a hablar cuando el murmullo del fueraborda se apagó. Ambos miraron a Trulli.

—¿Qué pasa? —dijo Chase.

—Es mejor no acercarse mucho —respondió Trulli—. Estamos a medio kilómetro. Si nos aproximamos más, puede entrarles la curiosidad.

Chase asintió y se puso las gafas. Después respiró una vez por el regulador para comprobar que funcionaba. Satisfecho, se colocó en el lateral de la lancha.

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