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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (48 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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Volvió a la sombra y se sentó al lado de Nina.

—Bien, tenemos un poco de tiempo por delante. ¿Te apetece hablar de algo?

—Creo que tenemos que hablar de algo —dijo Nina.

Se miraron durante un largo momento.

—En realidad —dijo Chase—, no me parece que tú necesites decir nada. Pero yo sí. Me he comportado como un completo gilipollas durante los últimos meses.

—Yo no diría «completo»…

Otro intercambio de miradas. Ambos sonrieron.

—Pero yo tampoco es que haya sido un modelo de comprensión. Me obsesioné tanto con encontrar la tumba de Hércules que no le presté atención a nada… o a nadie. Y solo lo hacía por mi propia satisfacción. Como no podía hacer público el hallazgo de la Atlántida, acabé concentrándome tanto en otra cosa con la que pudiese fanfarronear ante el mundo que mira adónde nos ha llevado.

—Pero la encontraste —le recordó Chase.

—Para lo que ha valido… Tenías razón, estaba poniendo esta búsqueda por delante de lo demás. Y lo siento. Y no solo por lo de tu «malvada exmujer, ladrona de oro y bombas nucleares».

Chase suspiró.

—Sí, bueno, yo también lo siento. Todo este lío es culpa mía. Si no hubiese salido corriendo para ayudar a Sophia… Dios.

Golpeó la roca con la cabeza.

—Y todo porque pensaba que mi novia no me estaba prestando suficiente atención. Cualquier tío normal se habría ido a un club de estriptis con sus colegas, pero no, yo tenía que empezar la jodida tercera guerra mundial.

—Sophia tenía razón —dijo Nina, triste.

Su comentario hizo que Chase la mirase, interrogante.

—No nos comunicábamos. Yo estaba obsesionada, tú tenías claustrofobia… y no es que no nos lo dijéramos. Es que no nos escuchábamos.

—Bueno, ahora te estoy escuchando. Solo espero que no sea demasiado tarde para cambiarlo.

El tono de Nina estaba impregnado de esperanza.

—Yo no lo creo —contestó—. ¿Y tú?

—Yo creo… —dijo con una voz que apenas contenía su emoción—. Hubo un momento ahí dentro, después de que se cayese el techo, en que pensé que te había perdido. Y… creo que fue el peor momento de toda mi vida.

—¿En serio?

Él asintió.

—Hemos tenido algunos problemas, pero a la mierda con eso. Cuando salgamos de aquí, quiero arreglarlo. Cueste lo que cueste.

Ella le puso una mano en el hombro.

—Yo también. Cueste lo que cueste. Yo tampoco quiero volver a perderte.

Él le besó la frente.

—Genial. Entonces estamos de acuerdo.

—Ya era hora.

—Pues sí. Sigamos así.

—Estoy conforme.

Chase consiguió reírse, cansado, frotándole el brazo.

—Y ahora lo que tenemos que hacer es salir de esta. Espero que el MI6 sea más eficiente, esta vez.

Nina levantó la vista hacia él.

—¿Esta vez?

Él sonrió.

—Es una larga historia.

Nina le devolvió la sonrisa.

—Creo que hay tiempo de sobra para que me la cuentes.

Cayó la noche.

Nina y Chase se acurrucaron entre las rocas, protegidos del viento. Las estrellas que los observaban tenían un brillo casi antinatural, centelleando como las gemas esparcidas por la tumba de Hércules. Nina se cambió de posición para disfrutar del espectáculo.

—Tenías razón.

—¿En qué?

—En lo de «contemplar las estrellas en el Gran Erg». Es realmente impresionante.

Chase emitió una risita y le colocó su brazo por encima.

—Te quiero.

Nina lo miró con gran sorpresa.

—¿Y esto a qué viene?

—Creo que te lo debía. Debería habértelo dicho hace tiempo.

Ella lo abrazó.

—Mejor tarde que nunca. Y yo también te quiero.

—Me alegro de oírlo —dijo Chase, sonriendo.

Después se frotó los brazos desnudos. Ya había desaparecido el calor del día y la temperatura había bajado lo suficiente como para ponerle la carne de gallina.

—Caray, mira que echo de menos mi chaqueta —gruñó—. He pasado de todo con ella. Nunca pensé que acabaría derretida por el ácido.

—Te conseguiré una nueva —le aseguró Nina.

—No será igual.

—Será mejor, te lo prometo.

Chase sonrió.

—¿Eso es una especie de metáfora o algo?

—Podría ser…

De repente, sintió que Chase se tensaba.

—¿Qué pasa?

—Escucho algo.

Ambos se pusieron de pie y Chase cogió el rifle y salió del pasadizo de piedra.

Nina también podía oír un ruido lejano.

—¿Un helicóptero?

—Eso parece. Pero no sé de dónde viene —dijo. Señaló al sur—. A ver si distingues alguna luz de navegación.

Nina examinó el horizonte, pero no vio nada más que estrellas.

—¿Y si es Sophia?

Chase levantó el F2000.

—Pues le presentaré las veinte balas que tengo con su nombre. Y diez más para el cabrón de los pírsines.

Pasado un minuto, Nina avisó a Chase, que estaba vigilando el cielo hacia el norte.

—¡Por aquí!

Chase corrió hacia ella y vio luces bajas en el horizonte, hacia el sudeste.

—Vienen directamente hacia nosotros, sean quienes sean.

Él miró pensativamente al helicóptero que se aproximaba y después encendió la luz del rifle y apuntó con él al vehículo.

—¿Estás seguro de que es buena idea? Si es Sophia, la estarás atrayendo directamente hacia nosotros.

—No creo que sea un Sirkorsky. Es demasiado pequeño. Pero espera en la entrada del túnel, por si acaso.

El siguiente minuto transcurrió entre una creciente ansiedad mientras el helicóptero se aproximaba. Cuando estaba a trescientos cincuenta metros, redujo su marcha hasta quedar suspendido en el aire y se giró para colocarse lateralmente hacia ellos, levantando arena en su descenso. Chase fijó la mira en el piloto, pero nadie del helicóptero los estaba apuntando con armas. El vehículo solo llevaba a dos personas a bordo y ninguna de ellas era ni Sophia ni Komosa. En el asiento del copiloto, vio a un hombre que lo observaba a través de unos prismáticos.

Chase bajó el rifle y saludó con la mano. El helicóptero se acercó.

—Esto parece prometedor —le dijo a Nina—, pero mantente oculta por ahora.

El helicóptero aterrizó a unos cincuenta metros y Chase se protegió los ojos de la arena que levantaba.

Un hombre salió de la cabina de un salto. Mantuvo la cabeza baja hasta estar alejado de las hélices rotatorias y correteó hacia la entrada de la tumba.

—¡Mac! —gritó—. Mac, ¿eres tú?

—Oh, Dios —murmuró Chase.

Le pareció que conocía la voz y echó un par de vistazos (en los cuales anduvo muy tentado de apretar el gatillo) que confirmaron sus sospechas.

—¡Alto, Alderley! De toda la jodida gente que podrían haber enviado, tuviste que ser tú, ¿no?

El hombre se quedó paralizado.

—Bueno, caramba. Eddie Chase.

Se llevó la mano derecha a la chaqueta.

—Ni se te ocurra —le dijo Chase, levantando el arma y encendiendo la luz.

Iluminó la cara delgada de un hombre de mediana edad que lucía lo que Chase solo podría describir como el bigote de un actor porno de los setenta.

Alderley levantó las manos rápidamente.

—¿Sabes, Chase? El uso ilícito de un código de extracción del Servicio de Inteligencia Secreto es una infracción bastante grave. Si Mac no se encuentra escondido en ningún lugar, estás metido en un buen lío.

—Eso no sería nada nuevo. Y Mac está muerto.

—¿Qué?

Alderley pareció desconcertado de verdad durante un momento, antes de que la sospecha apareciese en su cara.

—No lo habrás matado tú, ¿verdad?

—¡Joder, por supuesto que no! Fue la gente que nos ha dejado aquí tirados.

—¿Quién es «nos»? —preguntó Alderley, mirando a su alrededor.

—¡Nina! —la llamó Chase.

Nina salió con cuidado de la tumba.

—Alderley, esta es la doctora Nina Wilde, directora de operaciones de la Agencia Internacional del Patrimonio de la ONU. Nina, este es Peter Alderley, espía del MI6 y un completo capullo.

—Hola —dijo Nina, saludando educadamente.

Alderley le devolvió el saludo con una de sus manos levantadas y con poco entusiasmo.

—Eddie, ¿de verdad vas a seguir apuntándole al hombre que ha venido a rescatarnos?

—Yo he venido a rescatar a Mac —dijo Alderley—, no a un exsoldaducho moralista. Voy a tener que dejarte aquí, Chase. Los
freelance
no son mi responsabilidad. Pero… —Miró a Nina—. No puedo abandonar a una dama en apuros, ¿verdad?

—Gracias —dijo Nina—. Se lo agradezco. Y Eddie también.

Chase gruñó ante eso.

—De acuerdo —suspiró Alderley—. Esto va totalmente en contra del protocolo, pero ya que estoy aquí, tendré que hacer la buena obra del día. Pero deshazte del rifle, Chase. No te quiero tener ahí sentado con un arma cargada apuntándole a mi espalda todo el viaje.

A regañadientes, Chase dejó el F2000 a un lado. Por un momento, Alderley dudó si sacar su propia arma, pero después bajó los brazos.

—¿Y qué hacéis aquí, por cierto? —les preguntó—. Se supone que esto es puro desierto, pero cuando comprobé la última imagen del satélite, antes de partir, ¡había un enorme cráter de humo sobre el que sobresalía un helicóptero!

—Había una tumba antigua bajo la colina —dijo Nina—, pero se ha desmoronado.

Alderley hizo un gesto, señalando a Chase.

—Y supongo que él sería el causante…

Chase miró con mala cara al agente del MI6.

—¡Al menos cuando yo vuelo algo, intento minimizar los daños colaterales!

—Dos minutos —dijo Alderley, poniendo los ojos en blanco—. Estoy sorprendido de que hayas tardado tanto en sacar el tema.

Chase dio un paso, enfadado, hacia él, pero Nina lo sujetó por el brazo.

—Sean cuales sean vuestros problemas, ¿podrías aparcarlos un rato? ¿Hasta que estemos, ya sabes, no tan tirados en el desierto?

—Supongo que sí —dijo Chase.

—Bien. Entonces, señor Alderley, ¿podemos irnos?

La base de operaciones de Alderley estaba cruzando la frontera, en el sur de Túnez. Se trataba de una pequeña plataforma de perforación en una región deprimente del rocoso desierto.

—Prospección de gas natural —les explicó Alderley después de aterrizar y de llevar a Nina y a Chase a la cabina que albergaba su oficina—. En realidad, es una tapadera para poder vigilar lo que pasa en la casa de al lado, en Libia, pero lo más divertido es que ha tenido bastante éxito. Siempre es agradable que una operación de inteligencia se vuelva provechosa.

—Genial —dijo Chase, nada impresionado—. Así podrás comprarte otra mierda de Ford Capri viejo.

—¡El Mk 1 3000GT es un clásico! —protestó Alderley en lo que a Nina le pareció un gesto defensivo automático.

Recuperó la compostura y se sentó ante la mesa para encender el ordenador.

—Vale. Dejadme comprobar lo que me contasteis durante el vuelo…

Se inclinó hacia delante y tecleó con dos dedos.

Nina y Chase se sentaron en un sofá pequeño y gastado.

—Bueno, ¿y qué problema tienes tú con este tío? —le preguntó Nina, bajito.

Chase miró a Alderley.

—El SAS y el MI6 a veces realizan operaciones conjuntas en las que un espía hace el papel de una especie de supervisor. Perseguíamos a un gilipollas de Al Qaeda que estaba escondido en un pueblo de Pakistán… Era una operación secreta porque se supone que Pakistán es aliado. Entramos y lo liquidamos sin ningún problema, pero después este soplagaitas —dijo, señalando a Alderley con un dedo— ¡decidió cubrir nuestras huellas volando por los aires a medio jodido pueblo!

—Era una operación de bandera falsa totalmente normal. Podíamos echarle la culpa a Al Qaeda de haber hecho estallar bombas en una zona de civiles para que perdiesen el apoyo pakistaní —dijo Alderley condescendientemente, sin apenas levantar la vista del ordenador—. Y no fue medio pueblo, como mucho fueron tres casas, y seguramente eran simpatizantes de los terroristas, de todas formas. Tú fuiste la única persona de la unidad que protestó.

—Sí, y apuesto a que aún te duele la nariz.

Alderley se frotó el puente de la nariz, conscientemente. Nina se fijó, por primera vez, en que tenía un bulto prominente como recuerdo de una antigua fractura.

—De todas maneras —dijo—, tengo noticias para ti.

Chase se irguió en la silla.

—Déjame adivinar. ¿Buenas y malas?

—Pues sí. La buena noticia es que Mac no está muerto.

—¿Está bien? —preguntó Nina, emocionada.

—Eso depende de tu definición de «bien». Parece ser que saltó desde una ventana justo antes de que toda la casa volara por los aires. Está en coma.

Nina agarró la mano de Chase.

—Oh, no…

—Y las malas noticias, para vosotros, al menos, es que en cuanto introduje vuestros nombres en el sistema, saltaron todo tipo de alertas.

Se recostó en la silla y descansó la mano sobre el pecho… justo a unos centímetros de la pistolera del hombro, ahora visible bajo su chaqueta.

—Habéis estado ocupados. Robo de diamantes, asesinato del ministro de Comercio de Botsuana… Mac debió de haber tirado de unos hilos muy largos para llevaros de vuelta a Inglaterra. ¡Y después le volasteis su casa y asesinasteis a un multimillonario chino-estadounidense!

—¡Nosotros no hemos matado a nadie! —gritó Nina. Se lo pensó mejor—. Bueno, vale, quizás a algunas personas —se corrigió—. ¡Pero todos eran mala gente!

—Sophia Blackwood está detrás de todo —dijo Chase.

Alderley lo miró dubitativamente, frunciendo el ceño.

—¿Te refieres a lady Sophia Blackwood?

—Sí.

—¿Tu exmujer?

—Y la exmujer de Richard Yuen también. Y de René Corvus, que recibió un tiro en el corazón. Ella fue la mano ejecutora. Aunque apuesto a que todavía no lo ha hecho público. Que dos maridos multimillonarios se mueran en cuatro días podría hacer que la gente sospechase un poquito.

Alderley consultó el ordenador y levantó las cejas.

—Tienes razón… Aquí pone que se casó con ese tal Corvus el día después de que muriese el anterior. Pero no dice nada de que haya muerto.

—Lo hizo para conseguir el control de las empresas de ambos —le contó Nina—. Yuen estaba utilizando el uranio que extraía en secreto en Botsuana para hacer bombas atómicas que pensaba venderles a los terroristas. Sophia lo mató para poder casarse con Corvus y que así él pudiese iniciar su pequeña «isla de la Fantasía» con armas nucleares… ¡pero entonces, ella lo mató también!

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