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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (22 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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Directamente hacia Chase.

—¡Mierda!

Se encendieron unas luces entre los grupos de cabezas de taladro que lo enfocaron mientras la máquina avanzaba. Chase disparó una vez e hizo estallar una de las luces. Pero ni el taladro ni su conductor se resultaron afectados. Como si se hubiesen enfadado por ese ataque, las brocas empezaron a girar, dispersando fragmentos de roca triturada en todas direcciones. Chase se giró y corrió hacia la procesadora.

—¡Eddie! —gritó Sophia.

Su voz quedó ahogada por el ruido de la taladradora. El minero se aprovechó de su distracción para moverse…

Nina alcanzó la parte superior de la escalerilla y miró hacia abajo, desde la vertiginosa plataforma, y distinguió a Chase escapando de la perforadora, a Sophia forcejeando con el minero… y a su propio adversario todavía subiendo a por ella.

Sujetó la sencilla barandilla y cruzó la plataforma. La cinta transportadora rugía bajo ella y se veían las fauces abiertas de la trituradora al final. Agarró la baranda protectora arqueada de metal de la parte de arriba de la segunda escalerilla…

Y vio a otro empleado abajo. Había salido de una de las cabinas, recogido la MP-5 que se le había caído al hombre al que Chase había disparado y estaba apuntando… pero no a ella, ¡sino a la procesadora que Chase estaba a punto de rodear!

—¡Eddie, retrocede! —le gritó ella.

A pesar del bullicio de la taladradora, Chase escuchó su nombre y asumió inmediatamente que fuese lo que fuese lo que Nina le estaba gritando, debía ser una advertencia. Se volvió a tirar tras la procesadora y las balas pasaron cerca, silbando. Otro tirador en la pasarela. Inmovilizándolo.

La taladradora rugió y rodeó la procesadora que lo protegía, girando sobre sus pasos como un tanque, con un chirrido metálico.

Chase no tenía sitio suficiente como para volver sobre sus pasos y pasar entre los taladros y la procesadora. Y si trataba de salir por el otro lado de la perforadora, le estaría poniendo su espalda a tiro al otro hombre armado…

Sophia luchó con el hombre de la pasarela. Ambos trataban de arrancar el extintor de las manos del otro. Ella lanzó una patada en un intento de golpearle en la entrepierna, pero su contrincante se apartó hacia un lado y recibió el impacto en el muslo. Sonrió, mirándola socarronamente por haber intentado algo tan obvio… y ella cerró la mano sobre la palanca del extintor y le disparó un chorro de dióxido de carbono congelado a la cara.

El hombre trató de respirar y solo consiguió empeorar la situación cuando el vapor asfixiante le entró en la garganta. Soltó la palanca y Sophia descargó un golpe usando la base redondeada contra la frente del hombre. Se oyó un sonido hueco amortiguado.

Sophia saltó sobre él mientras caía y corrió hacia la esquina de la pasarela…

Y se quedó paralizada.

Fang estaba allí, delante de ella, con su MP-5 levantada.

—¡Lady Sophia! —le dijo—. Por favor, deje caer el extintor y venga conmigo.

Sin otra elección, Sophia lo arrojó por encima de la barandilla, hacia la cinta transportadora, donde desapareció rápidamente.

Nina vio a Sophia rendirse y lanzó una maldición antes de girarse para bajar por la escalerilla. Si pudiese llegar al siguiente nivel, podría distraer al tirador para que Chase saliese de donde estaba atrapado…

Una mano le sujetó con firmeza el brazo derecho y tiró de ella hacia arriba, como si fuese una muñeca. El minero la arrastró hasta la plataforma y le retorció salvajemente el brazo a la espalda, inmovilizándola contra el suelo de rejilla metálica, presionándola con una rodilla en la base de la columna.

Ella sacudió el brazo libre contra él, pero no consiguió nada. La superficie sucia de la cinta transportadora pasaba bajo ella. Él le levantó más el brazo y el dolor le recorrió los tendones, demasiado tensos. Gritó…

La máquina se acercó aún más a Chase, rodando. Las cabezas de taladro más bajas lanzaban hacia arriba un chorro de lodo y piedras cegador, ya que iban rascando el suelo de la sala. Chase echó un vistazo por el lateral de la procesadora y se volvió a cubrir rápidamente, justo cuando una bala se clavaba en la máquina. Con el corazón latiendo a cien por hora, volvió a dispararle a la perforadora y deseó desesperadamente tener suerte y darle a algún componente vital, pero solo consiguió desprender unas chispas inútiles en el metal giratorio.

Solo tenía unos segundos para elegir entre que le dispararan, o lo taladraran… o ambas opciones.

Unas manchas brillantes de dolor bailaban en la visión de Nina mientras la llave del hombre, despiadado, amenazaba con romperle el brazo. Pero vio algo entre esas manchas, algo que pasaba deprisa bajo la rejilla.

Lo cogió, sin saber ni importarle lo que era. Solo era consciente de que se trataba de su última oportunidad, así que lanzó su brazo hacia arriba…

Con un ruido sordo de metal contra hueso, el extintor golpeó a su torturador de pleno en la sien. La sangre chorreó del profundo corte, el agredido se tambaleó y acabó por tropezar y darse contra la barandilla, perdiendo el equilibrio en la parte abierta de la plataforma…

Cayendo en la trituradora.

La máquina ni siquiera ralentizó su trabajo cuando el hombre, gritando, cayó en sus fauces. El cuerpo humano presentó menos resistencia que la roca. Se escuchó un breve crujido húmedo y después siguió trabajando como si nada hubiese pasado, aunque ahora sus dientes y rodillos estaban teñidos de sangre. El escombro gris que escupía en la pila se volvió rosa.

Nina no tuvo tiempo para pensar en la horrible escena que acababa de presenciar mientras se sentaba, con el hombro derecho ardiendo. Miró hacia abajo, a la procesadora. Chase seguía atrapado, el tirador lo tenía acorralado y la perforadora continuaba su avance…

—¡Doctora Wilde!

La voz era imponente, distorsionada y estruendosa. Salía de los altavoces. Ella no la reconoció… pero entonces vio a Fang en la pasarela de abajo, hablando a través de un interfono. Apuntaba con la pistola a Sophia, que estaba de pie, unos pasos más atrás.

—¡Doctora Wilde! —repitió—. ¡Sé que tiene el resto del mapa! ¡Démelo o mataré a lady Sophia!

—¡Ni de broma! —le gritó Nina en respuesta. Sophia pareció ofenderse—. ¿Va a matar a la esposa de su jefe? ¡No creo que eso juegue a su favor cuando le revisen el sueldo!

Incluso a distancia, advirtió en la expresión de Fang que había sido un farol. Pero después le cambió la cara. Otra sonrisa malévola.

—Entonces deme el mapa… ¡o Chase morirá!

Esta vez no iba de farol. Aterrorizada, Nina miró la perforadora. Había reducido el ritmo de aproximación hacia Chase… pero seguía avanzando.

—¡Deme el mapa! —gritó Fang—. ¡O morirá! ¡Deme el mapa!

—¡Nina, no lo hagas! —le chilló Chase.

Atrapado contra la procesadora y con la perforadora a solo unos centímetros, levantó la pistola para prepararse para un intercambio de disparos de matar o morir.

—¡No se lo des!

Nina se desprendió de la mochila y la sostuvo sobre la trituradora.

—¡Deje marchar a Eddie o lo tiro! ¡Y así nadie tendrá el mapa!

Fang no dijo nada durante un momento, mientras se debatía internamente.

—¡Deme el mapa y todos vivirán! —decidió—. ¡De lo contrario, todos morirán! ¡Usted decide, doctora Wilde!

Agarrándose a la barandilla con una mano, Nina extendió el otro brazo todo lo lejos que pudo, sobre la trituradora.

—¡Lo juro, lo tiraré! ¡Déjelo!

—¡Si tira el mapa, la tumba de Hércules estará perdida para siempre! ¡Nadie la encontrará! ¿Es eso lo que quiere?

—¡Nina! —gritó Chase—. ¡Tíralo! ¡Sea cual sea la razón por la que Yuen lo quiere, no puedes permitir que lo consiga!

Estaba atrapado, aunque todo lo alejado del peligro que podía, contra la cara metálica de la procesadora. Los taladros seguían avanzando, manchándolo de tierra.

Nina agitó la mochila.

—¡Déjelo marchar!

—¡Si me da el mapa, tiene mi palabra de que no les haremos daño! —contestó Fang—. ¡Piénselo! ¿Merece la pena pagar con la vida de su novio la tumba de Hércules?

Chase se preparó para saltar y disparar.

—¡Tíralo!

Tres, dos, uno…

—¡De acuerdo! —le gritó Nina a Fang, volviendo a acercar la mochila a la plataforma—. ¡Vale, vale! ¡Le daré el mapa! ¡Pero déjelo marchar!

—¡Parad el taladro! —ordenó Fang.

La máquina perforadora paró de moverse y su parte delantera se quedó a menos de treinta centímetros de Chase. El ruido metálico chirriante de los taladros se redujo.

—Chase, ya puede salir. No le dispararemos… si se rinde.

Chase apretó los puños, furioso, pero dobló con cuidado la esquina, como le habían ordenado. El tirador seguía apuntándolo con la MP-5, pero no le disparó. Chase levantó las manos y tiró la Wildey antes de salir al descubierto.

La voz de Fang resonó por la sala.

—Ha tomado la decisión acertada, doctora Wilde.

Nina se dejó caer, temblando, sintiéndose de repente exhausta por la adrenalina y las emociones. Pese a que todos seguían vivos, sabía que su decisión podía acabar por no ser la más acertada.

11

Fang y cuatro de sus hombres condujeron a Nina, Chase y Sophia hasta el edificio de administración. Dentro, los llevaron ante Yuen… que, como Sophia había predicho, había estado meditando en una habitación privada adyacente al edificio administrativo.

Yuen hizo rodar un diamante en bruto por los dedos.

—Vaya, vaya, doctora Wilde. ¿Acaso no la informaron en la pista de aterrizaje de la gravedad del robo de diamantes?

—A la mierda los diamantes —dijo Chase—. ¿Y qué me dices de dirigir una mina de uranio ilegal, Dick? ¿A quién se lo estás vendiendo… a Irán? ¿A Corea del Norte?

Yuen suspiró y le hizo un gesto de asentimiento a Fang, que golpeó a Chase en la nuca con la culata de la Wildey. Chase soltó un quejido y cayó de rodillas.

—¡Eddie! —gritó Nina.

Trató de ayudarlo a levantarse, pero uno de los guardias uniformados la apartó.

—Ya hacía tiempo que se lo merecía —dijo Yuen, con una sonrisita satisfecha. Miró la Wildey—. Un arma ridículamente larga, ¿eh? ¿Es que quizás trata de compensar algo? Ya entiendo por qué le dejó Sophia.

Chase se puso en pie con dificultad.

—Si vuelves a hacerlo, te arranco la cabeza —le gruñó a Fang, que simplemente lo miraba con aire de suficiencia, despreocupado.

Yuen fue hasta un escritorio donde estaban las posesiones de los tres reos, incluida la mochila de Nina y el maletín que transportaba Fang.

—Tengo que decir —continuó, casi riéndose cuando sacó la carpeta y la hojeó— ¡que no se me había pasado por la cabeza que me fuesen a traer directamente el resto del mapa! Ahí estaba yo, a punto de decirle a Fang que los buscase y ¡chas! ¡Aparecen aquí!

Colocó la carpeta en el maletín con la parte atada del
Hermócrates
.

—Aunque supongo que mi dispositivo de seguridad necesita una revisión, ya que han podido entrar en la mina con tanta facilidad. Supongo que mi encantadora esposa ha tenido algo que ver en eso.

Se acercó a Sophia y le cogió la barbilla con una mano.

—¡Y tú, Sophia! ¡Mi querida mujer, la flor de mi jardín, la luz de mi vida! ¿Qué voy a hacer contigo?

Ella entrecerró los ojos y emitió un sonido desdeñoso. Él bajó la mano y se dirigió a uno de sus guardias.

—Mantenla alejada de mi vista hasta que acaben los discursos. Después condúcela a mi helicóptero.

El guardia asintió y se llevó a Sophia fuera de la habitación.

—¿Adónde la vas a llevar? —le preguntó Chase.

—Terapia de pareja —dijo Yuen—. Ahora, a ver, el presidente Molowe y su ministro de Comercio acaban de llegar para pronunciar unos discursos muy aburridos. Deberían agradecerme que vaya a ahorrarles el tener que aguantarlos.

Yuen se giró hacia Fang.

—Llévalos a la planta procesadora y tíralos a las trituradoras…

Chase se retorció, golpeando al guardia más cercano. Trató de arrancarle la pistola de la mano…

Fang volvió a golpearlo, más fuerte. Chase se cayó de bruces sobre la alfombra y la sangre rezumó por su cuello. Gimió y se movió débilmente.

—¡Serás hijo de puta! —le gritó Nina a Fang—. ¡Me diste tu palabra de que no nos matarías!

Yuen pareció sorprenderse.

—¿En serio?

Fang asintió, casi pidiendo disculpas.

—Sí.

—Oh.

—Pero —continuó Fang mientras esbozaba una cruel sonrisa en su cara y jugueteaba con su bastón— nunca especifiqué durante cuánto tiempo.

—Bueno, entonces vale.

Yuen asintió y Fang y los guardias levantaron a Chase y después se lo llevaron, junto con Nina, fuera de la habitación.

—Oh, por cierto —dijo Yuen, tras ellos, haciendo que los hombres se parasen—, dame su pistola.

Fang se la acercó.

—Es un buen recuerdo —dijo Yuen.

Nina les dio patadas a sus captores, pero eran demasiado fuertes para ella y los sacaron a empellones, tanto a ella como a un Chase semiinconsciente, del edificio.

Hacia su muerte.

La planta procesadora de la mina de diamantes tenía una función similar a la de la mina secreta de uranio, solo que era inmensamente mayor.

Los enormes camiones arrojaban su carga en anchas cintas transportadoras que dirigían los cientos de toneladas de escombros traídos por cada vehículo hasta una serie de trituradoras colosales. Cada una de ellas podía engullir sobradamente uno de los camiones del tamaño de un edificio. La piedra se reducía a fragmentos cada vez más pequeños en cada fase, se lavaba y se agitaba a través de filtros más y más finos, hasta que no quedaba nada, excepto polvo…

Y diamantes. La sustancia de origen natural más dura sobre la Tierra era la única que podía soportar el incesante golpeo de las máquinas. Bajo seguridad constante, las piedras preciosas se trasladaban a una sección cerrada de la planta para su clasificación.

También había seguridad en las trituradoras, ya que los diamantes en bruto podían, sin más, salir despedidos de entre los escombros y caer al suelo. Pero los guardias que estaban normalmente en ese turno habían sido relevados por orden directa del propietario de la mina. Se evitaron todas las preguntas con la promesa de un plus en la siguiente nómina. Lo que pasase en el interior del enorme edificio durante los próximos minutos ya no era problema suyo.

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