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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (18 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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—La frase que creo que es la más importante está aquí, cuando Critias habla con Hermócrates. Hay un párrafo anterior en el que Critias menciona la tumba de Hércules, que es donde se hallaba la pista en relación a dónde estaba el mapa (en una línea mencionaba que se encontraría el camino poniendo una página en blanco al calor del sol), y después aquí hay otra: «Con estas palabras revivimos los trabajos de Hércules; pero igual que el cristal maravilloso y erubescente de Egipto nos muestra el mundo de una forma extraordinaria, también las palabras de nuestro amigo Hermócrates revelarán otras palabras en su interior y, de este modo, mostrarán el camino para atravesar el inframundo». Así solo no destaca como algo inusual, pero como parte del resto del párrafo, no cuadra. El hecho de que Platón haga que Critias mencione la tumba de Hércules antes, específicamente, me hace pensar que es otra pista.

—¿Pero para qué? Si ya has encontrado el mapa…

—No lo sé.

Nina pasó todas las páginas de la carpeta hasta llegar a una foto brillante del mapa formado con las diferentes partes. Señaló con un dedo el símbolo al final del camino.

—Pero sin duda hay algo más. Quizás al llegar a la tumba aún tengas que adivinar cómo abrirla o algo. No lo sé. Todavía —añadió rápidamente—. No lo sé todavía. Pero estoy segura de que lo averiguaré. Así que lo único que necesitamos es la parte que falta del mapa.

Cerró la carpeta y miró a Sophia.

—¿Estás segura de que es tu marido el que tiene las otras páginas?

—Segurísima —le contestó ella—. Los archivos que encontré, los que Eddie le llevo al almirante Amoros, prueban que mi marido está relacionado, de alguna manera, con el hundimiento de vuestra plataforma, y que estaba buscando información sobre la tumba. La primera vez que te vimos, en el yate, hasta sacó el tema. Él ya sabía que estabas estudiando el
Hermócrates
, tratando de encontrarla.

—Sí, probablemente —admitió Nina, recordando—. Pero eso no explica cómo conocían sus hombres el piso franco de la Hermandad.

—De mil maneras. Podríais tener los teléfonos pinchados, el ordenador jaqueado; podría haber contratado a gente para seguirte o incluso pagado a alguien de dentro de la AIP. Créeme —suspiró Sophia—, no se parará ante nada para sacar provecho en los negocios. O en cualquier aspecto de su vida. Mi marido siempre consigue lo que quiere… y lo que quiere es el mapa de la tumba de Hércules.

—A no ser que le arrebatemos el resto del mapa a él antes. ¿Crees que el tipo que me atacó se lo habrá llevado consigo a Botsuana?

Sophia asintió.

—La descripción que hiciste de él me recordó muchísimo a un hombre que trabaja para mi marido, Fang Yi. Se ocupa de los problemas de seguridad… del tipo de problemas de seguridad «extraoficiales». Si tiene las páginas, se las habrá llevado directamente a él… Y como mi marido está en Botsuana ahora mismo, allí es donde debe haber ido Fang.

—¿Y qué está haciendo en Botsuana? —le preguntó Nina—. Recuerdo que dijo que tenía una mina de diamantes allí…

—No es una simple mina de diamantes —dijo Sophia—, es la mina de diamantes con mayúsculas, la más grande del país hasta… bueno, hasta ahora. Por eso está allí. El gobierno de Botsuana saca un porcentaje de las ventas de cada diamante extraído en las minas del país, y la de mi marido ha sido extremadamente productiva. Va a haber una ceremonia oficial para celebrar su consagración como la mina más grande… El presidente estará allí, y otros altos mandatarios. Se supone que yo tenía que acudir con Richard, de hecho. En mi papel de esposa perfecta.

—Y allí estarás —señaló Nina—. Solo que no en el escenario, con los invitados de honor.

Sophia se removió en el asiento.

—Es un riesgo, lo sé. Pero si podemos llegar hasta él cuando no nos espere… —dijo mirando a Chase y pareciendo iluminar su expresión un poco—. Eddie puede ser extremadamente persuasivo.

—Sí, lo sé.

Nina se recostó, debatiendo internamente, en silencio, la conveniencia de hacer la pregunta a la que llevaba dándole vueltas desde que había hablado por primera vez con la inglesa.

—¿Y cómo os conocisteis tú y Eddie?

Sophia le echó otro vistazo a Chase, como para comprobar que estaba durmiendo.

—Por lo que he entendido, fue algo parecido a como os conocisteis tú y él. Me contó que lo habían contratado de guardaespaldas…

—Sí —dijo Nina, preguntándose lo que Chase le habría dicho.

—También fue mi guardaespaldas… de alguna manera. En aquel entonces todavía estaba en el SAS, fue hace unos seis años. Ya te he contado que mi padre me financió mi viaje alrededor del mundo…

Nina asintió.

—Uno de los países que visité fue Camboya, para ver los antiguos templos de Angkor Wat y otros lugares de ese estilo. Desafortunadamente, en esos tiempos un grupo militante islamista, la Senda Dorada, trataba de destacar. El método que eligieron fue secuestrar y amenazar con ejecutar a un grupo de turistas británicos si no se cumplían sus exigencias. Yo era uno de los miembros de ese grupo.

Nina abrió los ojos ante tal sorpresa.

—Dios mío…

—En esos momentos, mi padre, lord Blackwood, era un hombre muy influyente. Era miembro de la Cámara de los Lores. El secuestro de su única hija era algo que no iba a tolerar.

—¿Entonces el gobierno mandó al SAS para rescatarte? ¿Y con ellos, a Eddie?

—Sí. Los camboyanos se pusieron nerviosos y quisieron negociar, pero esa opción se desechó cuando la Senda Dorada mató a uno de los secuestrados. Así que enviaron en secreto al SAS. Su misión era sencilla: localizar y rescatar a los rehenes… y matar a todos y cada uno de los secuestradores.

Nina trató de disimular un leve escalofrío. Conocía lo suficiente la carrera militar de Chase para saber que había estado en combate, en misiones clandestinas, y que podía matar (y lo haría) para salvar las vidas de aquellos que estuviesen bajo su protección. Pero escuchar una orden tan tajante era algo nuevo y poco agradable.

—Dado que tanto tú como Eddie estáis aquí sentados, ¡supongo que vuestro gobierno lo consiguió! —dijo, con una frivolidad forzada.

—Sí, pero… —Sophia volvió a mirar a Chase—. La Senda Dorada tenía refuerzos cerca y cuando el SAS se retiró con los rehenes, Eddie y yo nos quedamos atrás. Tuvimos que escapar por nuestra cuenta, a través de la jungla. Nos llevó tres días llegar a un lugar seguro, con los terroristas persiguiéndonos. Eddie me protegió todo el tiempo.

Su expresión se volvió melancólica y concentró la mirada en algún lugar más allá de las paredes del avión.

—Fue un héroe. Mi héroe. Y cuando volvimos a Inglaterra, yo estaba completa, total y perdidamente loquita por él. Nos casamos en un mes.

—Uau.

La mente de Nina le daba vueltas; Chase nunca había dado señales de haber vivido algo tan intenso en el pasado. Tampoco podía evitar sentir una punzada de celos. Ella y Chase se habían conocido en una aventura igual de peligrosa y acabado también juntos, pero no habían hablado de matrimonio.

—¿Y qué pasó?

—Mi padre, por una parte. —La cara de Sophia se ensombreció—. Estaba totalmente consternado porque me hubiese casado sin consultárselo. Sobre todo porque como yo era la hija de un lord… ya sabes, ¡esas cosas no se hacen! —Una risita breve y, en cierto modo, amarga—. Estaba furioso. Y despreciaba a Eddie. No le importaba que me hubiese salvado la vida… Era solo un don nadie de clase baja, un plebeyo. No quería tener nada que ver con él. Y como yo estaba casada con Eddie y lo amaba, su rechazo también me incluía a mí.

Nina no pudo evitar sentir crecer su ira por las críticas hacia Chase, aunque fuesen de segunda mano.

—No quiero ser maleducada, pero tu padre parece un poco gilipollas.

Sophia contuvo una réplica dura, recuperando su compostura antes de retomar la palabra, más calmada.

—Cometió errores; se equivocó en algunas cosas. Pero sigue siendo mi padre y ya no está entre nosotros. Y nunca tuve la oportunidad de arreglar las cosas con él. No lo conociste, así que preferiría que no lo criticases. Estoy segura de que tú te sentirías igual si se tratase de tus padres.

—Perdona —dijo Nina, sintiéndose culpable.

Sophia tenía razón… ella habría reaccionado de la misma manera.

Sophia cerró los ojos y suspiró.

—No pasa nada. Mi padre murió hace tres años. Por más que lo intento, sigo sintiendo resentimiento hacia él —dijo, volviendo a abrir los ojos, resuelta—. Pero no cabe duda de que la actitud de mi padre afectó a mi matrimonio. Y tampoco ayudó que mi euforia inicial empezase a desgastarse y comenzase a ver a Eddie… tal y como es Eddie.

—¿A qué te refieres? —le preguntó Nina, consciente de a qué se refería.

Y Sophia sabía que la respuesta no era necesaria, como pudo entender Nina por la mirada de sus ojos castaños.

—Me casé con mi héroe —dijo Sophia, suavemente—. Pero no me llevó mucho tiempo entender que detrás del héroe… había un hombre muy normal. Eso me partió el corazón. Pero era algo innegable. Y una vez que me di cuenta, entonces…

—Se acabó —concluyó Nina por ella.

—Sí —dijo Sophia, apartando la mirada—. Discúlpame.

Se levantó y se alejó por el pasillo.

Nina se quedó paralizada. Quería mirar a Chase, pero no se atrevía.

Por si acaso al verlo llegaba a la misma conclusión que Sophia.

9

Botsuana

—Bueno, bueno —dijo la alta mujer africana con los brazos cruzados severamente—. Si es Edward Chase…

—Tamara Defendé —le respondió Chase mientras se acercaba a ella.

Se miraron con aparente desconfianza el uno al otro por un momento… antes de que ella lo rodease entre sus brazos.

—¡Eddie! —gritó, apretando a Chase con fuerza, arrugándole la chaqueta de cuero—. ¡Me alegro mucho de verte!

—Ya hacía tiempo —resolló Chase—. Vale, T. D., puedes soltarme ya. Necesito mis pulmones.

Nina y Sophia intercambiaron miradas.

—¿A ti también te pasaba lo mismo? —le susurró Nina.

Sophia asintió.

—¿Mujeres misteriosas por todo el mundo? Ummm, ummm.

—T. D. —dijo Chase, haciendo las presentaciones—, esta es la doctora Nina Wilde…

Nina no pudo evitar notar que había omitido cualquier mención a su relación.

—Y Sophia Blackwood. Nina, Sophia, esta es una buena amiga, T. D.

La expresión curiosa de T. D. indicaba que conocía la relación pasada de Sophia con Chase, pero no hizo ningún comentario. En lugar de ello, les estrechó la mano con firmeza.

—Encantada de conoceros a las dos.

—¿De qué conoces a Eddie? —le preguntó Nina.

Chase le lanzó una mirada de advertencia (más secretos militares que quería mantener en secreto, supuso Nina), pero T. D. le sonrió a Eddie con complicidad antes de responder.

—Soy piloto y tengo mi propio avión. Eddie y sus compinches me contrataron para que los llevase a… —volvió a sonreírle a Chase, que parecía haber desarrollado un tic facial— a varios lugares de trabajo por toda África. ¡Seguro que sabes cómo es su trabajo!

—Ahora no mucho —la interrumpió Chase—. Últimamente me paso mucho tiempo sentado detrás de un escritorio.

—¡Oh, qué pena! —El acento de T. D. era una mezcla melodiosa de entonaciones del África occidental con toques integrados del francés y del holandés—. ¡Espero que no te estés oxidando, ahora que ya estás mayor!

—Todavía me mantengo en forma —le dijo Chase, al que no le había hecho gracia lo de «mayor»—. ¿Tienes todo lo que te he pedido?

—En mi avión. Vamos.

T. D. señaló con el pulgar un Land Rover descapotable destartalado que los esperaba cerca. La temperatura era cálida, alrededor de los veinticuatro grados, pero el calor no era opresivo.

—Tengo también tu paquete. Estoy impresionada: ¡no sabía que se pudiesen enviar pistolas por correo aéreo!

—Trabajar para la ONU tiene algunas ventajas. Como dispensas aduaneras y pegatinas de «No pasar por rayos X».

Se dirigieron al Land Rover, con Nina a la cola del pequeño grupo.

Observó de arriba abajo a T. D. mientras caminaban. No era la primera de las útiles amistades femeninas internacionales de Chase que Nina conocía y, aunque no parecía que su relación con ninguna de ellas fuese más allá de la amistad, no podía evitar preguntarse qué era lo que les inspiraba tanta lealtad por su parte. Sobre todo dado que podía ser tan irritante, a veces.

Quizás era eso, pensó. Nunca se quedaba el tiempo suficiente cerca de ellas como para desquiciarlas.

T. D. destacaba sin duda entre los demás. Superaba fácilmente el metro ochenta, una altura que se veía aumentada por un par de botas de vaquero con tacones anchos. Y se vestía para llamar la atención, con unos pantaloncitos que solo ocultaban sus nalgas por un par de centímetros y una camiseta recortada que dejaba su estómago, bien definido, al descubierto. Tenía el pelo largo y trenzado y los mechones sueltos le bajaban por la espalda a través de la parte de atrás de una gorra de béisbol. A Nina no le cabía ninguna duda de que llamaba mucho la atención de los hombres… y también de que podía controlarlos a su antojo. La única prenda de T. D. que podía describirse como «moderada» era una chaqueta vaquera desteñida bajo la cual, Nina estaba segura, llevaba escondida un arma enfundada.

Se subieron al Land Rover. T. D. cruzó el aeropuerto de Gaborone con el pelo alborotado al viento.

—No me has dado mucho tiempo para prepararme —le dijo a Chase—. Veinticuatro horas, ¡ha sido complicado!

—Pero lo has conseguido, ¿verdad?

—¡Por supuesto! ¿Alguna vez te he fallado?

—Solo románticamente —le dijo Chase, sonriendo.

T. D. se rió.

—Sin embargo, los pases de prensa fueron lo más difícil —continuó, seria de nuevo—. Nunca los habría conseguido sin la información que me diste… no sin un soborno mucho mayor del que podía permitirme con tan poco tiempo de antelación, al menos. ¿Cómo la lograste?

—Eso fue cosa mía —dijo Sophia—. Sigo teniendo amigos en la empresa de mi marido y algún acceso a su red informática. Por eso pude echarte una mano.

—¡Bueno, pues gracias! Siempre se agradece que la gente te haga la vida más fácil… ¡sobre todo en un trabajo como este!

Llegaron a una zona de hangares, unas estructuras castigadas por el viento que albergaban aviones ligeros. T. D. entró en uno de los edificios.

—Este es mi avión —sentenció orgullosamente.

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