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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (20 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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—Lo que significa que tenemos que salir de aquí y entrar en la zona de los edificios de administración —dijo Chase—. Vale, vamos a echarle un vistazo a la entrada del cáterin de ahí, a ver si podemos escabullirnos. Decimos que necesitamos usar el váter o algo.

—Tan sutil como siempre —dijo Sophia, divertida, mientras Chase las guiaba a través de la tienda.

Ninguno de los otros invitados o del personal parecían interesados en él. Comprobó que nadie los estaba mirando y ya estaba a punto de cruzar rápidamente la puerta…

—¡Espera, espera! —dijo Nina—. ¡Mira!

Señaló el área VIP. Yuen había acabado por fin la conversación y Fang lo estaba llevando aparte. Levantó el maletín y lo abrió. Dentro había…

Nina se quedó sin respiración y observó que Yuen sacaba cuidadosamente algo del interior y lo mantenía en alto, girándose para taparlo y evitar, con su espalda, que la gente que estaba cerca pudiese verlo. Pero a ella no le hacía falta una visión clara para estar segura de lo que era.

La parte perdida del libro. Las páginas robadas del
Hermócrates
de Platón.

El resto del mapa que la conduciría a la tumba de Hércules.

—¡Ahí está, es el libro! —dijo Nina, con un susurro agudo, casi incapaz de controlarse—. ¡Está ahí, lo ha traído!

—Vale, cálmate o tendrás un aneurisma —le dijo Chase, desdeñosamente.

Ella se enfurruñó y después volvió a mirar a Yuen y a Fang. Yuen examinó las páginas, las volvió a meter en el maletín y le dijo algo a su esbirro. Fang asintió, cerró el maletín y se alejó. Un guardia se hizo a un lado para permitirle salir por una puerta que había en la parte de atrás de la marquesina.

—¡Tenemos que seguirle! —dijo Nina—. ¡Tenemos que conseguir las otras páginas!

Chase frunció el ceño.

—Espera, estamos aquí por Yuen, ¿recuerdas?

—No, Eddie, tiene razón —dijo Sophia—. Fang tiene el libro… y no hay guardias con él. Toda la seguridad estará concentrada alrededor de mi marido y del presidente, cuando llegue. Podemos coger el libro… y después solo hay que volver al avión.

Chase miró a Yuen y luego a la puerta por la que había salido Fang; a continuación, dejó escapar el aire entre los dientes.

—Vale, vamos a por él. Pero tendremos que darnos prisa para alcanzarlo.

Puso las bolsas en el suelo y se coló por la puerta.

Salieron al lado de los camiones del cáterin. Un par de empleados uniformados los miró con desinterés antes de seguir preparando la comida. La razón de su falta de sorpresa enseguida se hizo obvia: la marquesina era una zona de no fumadores. Según se desprendía por el número de colillas que había en el suelo, este era el único lugar donde los medios de comunicación podían echarse un pitillo.

Chase las guió por el lateral de la tienda y miró con cuidado antes de doblar la esquina. Había otro guardia de seguridad en la puerta por donde había salido Fang, pero estaba de espaldas a Chase, observando a dos hombres que transportaban escalones de madera hasta una zona abierta marcada con un círculo de cinta blanca. Se preparaban para la llegada de un helicóptero, seguramente el del presidente Molowe.

Chase localizó a Fang, que se dirigía hacia una fila de Toyota Land Cruisers blancos aparcados a lo largo del edificio de administración cercano.

—Lo veo —le dijo a las dos mujeres—. Parece que va a coger un coche.

—¿Y si ya se va? —le preguntó Nina, preocupada—. Si se vuelve a la pista…

—Síguelo —le dijo Sophia.

Chase comprobó que el guardia continuaba ensimismado y después corrió unos pocos metros hasta ponerse a cubierto detrás de una excavadora aparcada al final de toda una fila de máquinas similares. Sophia y Nina se reunieron con él rápidamente.

Fang entró en uno de los Land Cruisers y cogió las llaves que había guardadas en la visera. Encendió el 4 × 4 y las luces de emergencia del techo parpadearon.

Agachado, Chase corrió al lado de las excavadoras hasta llegar a la última. Se inclinó por un lateral para observar a Fang, que iniciaba la marcha. El Land Cruiser bordeó la zona de aterrizaje (había otra pista de aterrizaje más allá, ocupada por un Jet Ranger que ostentaba el logo de Ygem) y desapareció de su vista detrás de la marquesina.

Chase abrió rápidamente la tira de cuero que mantenía su Wildey en la funda y después les hizo un gesto a Nina y a Sophia para que corriesen hasta el Land Cruiser más cercano. Él mantuvo la vista en el guardia mientras ellas cruzaban, con la pistola en una mano. Pero la atención del guardia estaba todavía en otra parte. Una vez que las mujeres se hallaron a cubierto, corrió hasta reunirse con ellas.

—De acuerdo —dijo, abriendo la puerta del conductor—, yo conduzco.

Sophia se sentó en el asiento del copiloto y volvió a dejarle a Nina el de atrás. Una vez dentro, Chase bajó la visera y las llaves le cayeron en la mano.

—Supongo que no tienen muchos problemas de macarrillas por aquí. Si hicieses esto en Inglaterra, te quedarías sin coche en seis segundos, y no te digo nada si les das sesenta.

—Estamos a treinta kilómetros al sur de la ciudad más cercana —dijo Sophia.

Chase sonrió y encendió el motor.

—Ejem —dijo Nina.

Chase y Sophia se giraron para mirarla. Nina sostenía dos cascos de obra blancos.

—Quizás esto nos ayude a pasar más desapercibidos.

Sophia parecía impresionada.

—Buena idea.

Cogió uno de los cascos de plástico y Chase gruñó cuando trató de encasquetarse el suyo. Nina cogió un tercer casco mientras Chase aceleraba.

Por un momento le preocupó haber perdido el rastro de Fang, pero el otro Land Cruiser volvió a estar a la vista en cuanto dejaron atrás la marquesina y el escenario de al lado. No llamaron excesivamente la atención de los trabajadores de la mina al pasar.

Chase siguió al vehículo de Fang, manteniéndose dentro del límite de velocidad de treinta kilómetros por hora y alejado de los volquetes que pasaban. Cuando se acercaron a la carretera que conducía al aeródromo, le sorprendió que Fang no girase.

—Eh, ¿adónde va?

Nina lo siguió con la vista.

—Baja hacia la mina, parece.

Chase disminuyó la velocidad un poco mientras seguía a Fang, intentando no acercarse. No es que fuese posible ocultar que lo estaban siguiendo… aparte de enormes camiones, poco más había entre el tráfico. Miró a Sophia.

—¿Qué hay allí abajo?

—No tengo ni idea —le contestó ella—. Que lleve un casco de obra no me hace una experta en minas de diamantes.

Siguieron bajando por la larga espiral, adentrándose en el pozo. Los camiones tomaron la ruta más larga y profunda, pero Fang condujo su 4 × 4 por pendientes más pronunciadas que comunicaban diferentes niveles. Chase lo siguió unos cuantos kilómetros más atrás. Se acercaban al fondo del cráter, escenario de una constante actividad mecanizada.

Gigantescas excavadoras móviles que empequeñecían incluso a los volquetes arrancaban las paredes del pozo con sus enormes cucharas rotantes, que parecían las cuchillas de una sierra circular. Los escombros se transportaban en cintas que caían en tolvas y que después vomitaban cientos y cientos de toneladas cada vez en los camiones que estaban allí, esperando. El ruido era horrendo y había nubes de polvo girando en el vórtice del viento causado por el propio cráter.

—Jesús —dijo Chase, siguiendo con cuidado el camino de Fang entre las colosales máquinas—. Deberían usar estas máquinas en
Robot Wars
.

—Tú no te acerques mucho —le dijo Nina, encogiéndose por el ruido sordo de roca sobre metal cuando una piedra enorme cayó sobre el volquete de un camión—. No quiero acabar como una mancha roja en el anillo de bodas de alguien.

—Un diamante de sangre, literalmente —comentó Sophia, haciendo que Chase se riese.

A pesar del resto de sus preocupaciones, Nina no pudo evitar sentirse molesta por no haber pensado ella primero en el chiste.

Hacía mucho tiempo que ella no le hacía reír…

Todos esos pensamientos se desvanecieron en cuanto Chase volvió a hablar.

—Se está parando.

Nina entrecerró los ojos para mirar entre la pátina de polvo que ahora cubría el parabrisas y vio al otro Land Cruiser frenando en la entrada de un túnel en el fondo lodoso del pozo, lejos de las rugientes máquinas.

—El túnel de una mina —dijo Sophia, sorprendida—. ¿Por qué hay un túnel? Esta es una mina a cielo abierto.

—Pensé que no eras ninguna experta —dijo Nina, escondiendo a duras penas su sarcasmo.

—No, pero sí que conozco la definición de «abierta». —El tono de Sophia era igual de burlón—. No debería estar aquí.

—Bueno, pues sí que está —constató Chase—, y está entrando.

Observaron entrar a Fang, todavía con la maleta en la mano. Se puso un casco y se acercó rápidamente al túnel, donde se reunió con otro hombre. Intercambiaron unas palabras y después desaparecieron en el interior.

Chase paró el coche al lado del 4 × 4 de Fang.

—¿Qué hacemos? ¿Esperamos a que salgan, para poder quitarle el mapa, o lo seguimos?

—Vamos a entrar —dijo Sophia firmemente—. Haya lo que haya ahí dentro, guarda relación con lo que sea que esté haciendo mi marido. Está demasiado fuera de lugar para que sea una coincidencia. Y puede que Fang haya entrado ahí para darle las páginas a otra persona. Si les perdemos la pista, nunca las recuperaremos.

—De acuerdo. Pero vosotras dos deberíais esperarme aquí.

—Me parece que no —protestó Nina, señalando las excavadoras—. ¿Y si el capataz viene a preguntarnos qué estamos haciendo? Si alguien llama a seguridad, estamos jodidas… solo hay una forma de salir de este agujero.

Chase asintió de mala gana.

—Vale, vale. Pero… tened cuidado. Y si la cosa se pone fea, corred al coche y salid de la mina.

—¿Qué? ¿Y dejarte atrás? —dijo Nina.

Chase sacó la pistola y la miró, condescendientemente.

—Yo sé cuidar de mí mismo.

—¿Y yo no? No me quedó más remedio el otro día, ya que tú te habías ido corriendo al otro lado del planeta…

—No creo que este sea el momento adecuado —los interrumpió Sophia, cortante.

Abrió la puerta y salió, aplazando cualquier otra discusión. Chase le frunció el ceño a Nina y después salió también.

A solas, Nina dio un puñetazo en el asiento, exasperada, y después descendió del Land Cruiser.

La entrada del túnel que tenía delante medía unos tres metros de ancho y era un círculo casi perfecto que desaparecía en el interior de la tierra, de color marrón polvoriento. Unas luces débiles y muy espaciadas colgaban del techo. A Nina le trajo recuerdos desagradables de los túneles del subsuelo de Nueva York. Se tensó al pensar en ellos.

—¿Estás bien? —le preguntó Chase, poniendo una mano suavemente en su brazo.

—Estoy bien —le contestó ella, apartándolo y colocándose la mochila—. Vamos. Recuperemos mi mapa.

10

Chase encabezó la comitiva. Utilizó las columnas de madera que soportaban el peso del túnel para ocultarse y poder atisbar lo que tenía delante sin que lo viesen. Fang y el otro hombre ya se habían perdido en la oscuridad.

El incesante ruido de las excavadoras se fue apagando cuanto más profundizaban en la tierra, pero Nina escuchó otros sonidos metálicos delante.

—Por lo menos nadie nos va a oír llegar —destacó Chase, que veía luces en la distancia, en un espacio más amplio que era donde se hallaba el origen del barullo.

Fang y su compañero mostraron su silueta brevemente contra el resplandor eléctrico y después doblaron la esquina más lejana del túnel y desaparecieron de la vista.

—Vale, creo que ya nos podemos mover. Pero pegaos a la pared, por si acaso.

Chase aumentó el ritmo y se puso a corretear, mirando hacia atrás con frecuencia para asegurarse de que nadie había entrado en el túnel tras ellos. No les llevó mucho tiempo llegar al final.

Echó un vistazo con cuidado, empleando la última columna de madera, y vio una habitación rectangular grande. Había tres túneles circulares más que iban en tres direcciones diferentes, cuesta abajo. La forma en que se habían hecho era obvia: gracias a una gran máquina perforadora que estaba colocada sobre cadenas de rodaje cerca del centro de la sala y que contaba con un complejo despliegue de cabezas de taladro cónicas y engranadas recubiertas de brocas metálicas dentadas para perforar roca y tierra.

Pero esa no era la máquina responsable del ruido.

De cada uno de los tres túneles salían cintas transportadoras que depositaban los escombros en una cinta más ancha en la que todas convergían y que se elevaba al menos unos seis metros para dejarlos caer y alimentar a una inmensa trituradora. El residuo pulverizado entraba entonces en lo que Chase supuso que era algún tipo de procesadora. No veía lo que pasaba en su interior, solo que la mayor parte del residuo era descartado y escupido sobre una gran pila en una esquina de la habitación. Lo que fuese que se estuviese extrayendo acababa en unos tambores de lámina negros, algunos de los cuales estaban colocados sobre un palé.

Detrás de todo esto había varias cabinas portátiles situadas unas sobre otras, formando dos niveles. Había una serie de pasarelas pintadas de amarillo que las conectaban con el complejo triturador.

—¿Qué demonios es esto? —se preguntó Chase—. ¿Por qué esconderías una mina de diamantes en una mina de diamantes?

—No creo que esto tenga nada que ver con diamantes —dijo Nina.

Se puso en cuclillas y utilizó sus dedos pulgar e índice para extraer algo de la pared.

—Jesús —soltó Chase.

Nina sostenía una piedra del tamaño de un guisante. Era basto, estaba sin tallar… pero era inconfundible.

Un diamante.

—Lo acabo de ver —dijo. Se desplazó un par de pasos hacia atrás en el túnel—. Y ahí hay otro más.

—Mi marido siempre alardeó de que esta era la mina más rica del país, quizás incluso del mundo —dijo Sophia—. Si los diamantes son tan fáciles de encontrar, parece que no estaba de broma.

—Pero de estos han pasado —señaló Nina—. Sea lo que sea lo que buscan aquí, debe valer más que los diamantes. ¿Pero qué es?

Chase volvió a mirar a los tambores de lámina, al lado de la procesadora.

—Vamos a averiguarlo.

Elevó la pistola y fue rápidamente hasta los tambores, de un metro de alto, manteniendo un ojo puesto en las cabinas. Sophia lo siguió. Nina dudó un instante, después se metió el diamante sin tallar en el bolsillo y corrió tras ellos.

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