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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (23 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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Fang lideró la marcha hasta un ascensor que llevó al grupo a una estructura desde la que se veían las trituradoras. Para cuando llegaron arriba, Chase ya se estaba recuperando del golpe en la cabeza, aunque seguía aturdido.

—¿Estás bien? —le preguntó Nina.

—He estado mejor.

Chase miró hacia abajo y vio un camión vaciando el contenido que transportaba. Las rocas y la tierra se acumularon en la cinta antes de caer en forma de cascada en las fauces de la trituradora. Las rocas, del tamaño de un coche, estallaron bajo la presión constante de la maquinaria de su interior.

—Pero me voy a sentir mucho peor en un minuto…

Fang deslizó su bastón negro bajo un brazo y sacó una pistola con silenciador.

—Tenéis dos posibilidades —dijo mientras los guardias que arrastraban a Chase lo tiraban sobre el suelo—. O bien recibís un tiro en la cabeza y después os arrojamos a la trituradora, o —añadió, fijándose en que Nina ayudaba a Chase a ponerse en pie— podéis hacer algo estúpido, recibir un tiro en el estómago y después acabar en la trituradora. Vivos todavía.

—¿Y si nos quedamos con la opción C? —preguntó Chase—. ¿Vacaciones para dos en el Caribe y nada de tirarnos a la trituradora?

Fang sonrió.

—Me temo que no. De rodillas.

Los otros tres guardias tenían todos las pistolas a punto y retrocedieron solo lo justo para colocarse fuera del alcance de los tiros. Chase sopesó sus posibilidades, mareado. La única persona a la que podía llegar antes de que le derribasen a tiros era Fang, y merecería la pena llevarse a ese cabrón de la coleta a la trituradora con él…

Pero eso dejaría a Nina sola. Y no quería que la última cosa que viera de él fuese su cuerpo cosido a tiros y que sus últimas emociones fuesen de pena y angustia.

Se giró hacia ella.

—Nina. Yo… —Las palabras que tenía en mente no querían salir—. Ha sido toda una experiencia.

Eso fue lo único que consiguió decir.

Nina le soltó una mirada incrédula.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿Van a matarnos y lo mejor que puedes decir es «Ha sido toda una experiencia»?

—Bueno, ¿y qué quieres que te diga?

Lo sabía pero, por algún motivo, no podía pronunciar esas palabras.

Los ojos de Nina se llenaron de una tristeza que se vislumbró a través de su miedo.

—Eddie…

Fang se colocó detrás de ellos. Levantó el arma y apuntó a la parte de atrás de la cabeza de Chase. El dedo se tensó en el gatillo…

La cabeza de uno de los guardias explotó, salpicando al hombre que tenía cerca con trozos de hueso irregulares y materia gris. Un momento después, el inconfundible «¡crac!» de un rifle de gran potencia llegó hasta sus oídos. La bala había golpeado a su objetivo a velocidad supersónica.

Fang se giró, buscando el origen del disparo, agachándose detrás de uno de los otros hombres…

La parte de atrás de la cabeza de un segundo guardia saltó por los aires, dejando una neblina rosada cuando una bala lo alcanzó con precisión entre los ojos.

Chase miró a lo largo del enorme edificio. Sin rastro del tirador.

Un tercer disparo. El hombre que Fang usaba de escudo salió disparado hacia atrás y la sangre brotó a borbotones de la herida que había aparecido a la altura del corazón. Se tambaleó hasta caer por encima de la barandilla, aterrizó en la trituradora y se hizo pedazos como las rocas pulverizadas.

Al darse cuenta de que estaba al descubierto, Fang se lanzó hacia Nina y la cogió por el cuello. La levantó y la colocó entre él y el tirador invisible.

—No intentes nada, Chase —le advirtió, caminando diagonalmente, cruzando la plataforma con el bastón apretado bajo el brazo que sujetaba el arma—. Dile a tu amigo que suelte el arma o la mato.

—¡Pero si yo no sé quién es! —protestó Chase.

Ya se había hecho una idea de dónde venían los tiros, pero seguía sin ver al tirador.

Fang apretó la pistola contra la espalda de Nina.

—Díselo ya o…

Nina agarró la empuñadura del bastón y tiró de él…

Y le clavó la espada a Fang en un lateral.

Fang aulló y, en un acto reflejo, encogió de dolor y apretó el gatillo.

La bala salió disparada entre el brazo de Nina y su torso. El gas caliente le abrasó la piel. Sin embargo, a pesar del dolor, se retorció, liberó la espada y giró la cintura para clavarle el codo en la mandíbula. Mareado, escupiendo sangre, Fang se tambaleó hacia atrás…

Chase le dio un puñetazo en la cara. El golpe fue tan duro que los pies de Fang abandonaron el suelo por un momento, antes de tropezar contra la barandilla. Dudó allí un instante y casi cayó por encima de ella. Finalmente, se desplomó sobre uno de los guardias muertos.

—¿Estás bien? —le preguntó Chase a Nina, recogiendo una de las pistolas del suelo.

—Sí, pero… —dijo mirando a los cuerpos—. ¿Qué demonios acaba de pasar?

—No lo sé, ¡pero me alegro la hostia de que pasara!

Miró hacia abajo, a la planta, y finalmente localizó la silueta del francotirador en un tragaluz lejano.
Difícil ángulo
, pensó Chase… Quienquiera que fuese, era un tirador impresionante.

El hombre se movió. Durante un momento, Chase pudo verlo: un hombre negro, alto y musculoso, destellos de luz que salían de una hilera de pírsines que tenía en la cabeza afeitada… y después desapareció.

Nina se frotó el codo dolorido.

—Ay. Ese movimiento nunca me dolió tanto cuando lo practicábamos…

—Me alegro de que recordaras cómo se hacía. Vamos.

Nina siguió a Chase rápidamente hasta el ascensor.

El sonido de tiros del rifle había llegado hasta la zona que había detrás del escenario, donde Yuen hablaba con el presidente Molowe y el ministro de Comercio e Industria, el señor Kamletese. Los soldados rodearon inmediatamente a Molowe y lo hicieron tumbarse en el suelo, mientras otros trataban de detectar, armas en ristre, señales de peligro. Los guardias de Yuen tomaron posiciones para proteger a su jefe.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Kamletese, preocupado.

Yuen miró en dirección a la planta procesadora.

—Cogimos a unas personas antes tratando de romper las medidas de seguridad —dijo, pensando con rapidez—. Me dijeron que estaban bajo arresto. Parece ser que me informaron mal. Señor presidente, debería permanecer oculto hasta que nos ocupemos de ellos. Averiguaré qué está sucediendo.

Molowe asintió y después, con un cordón humano a su alrededor, volvió a la marquesina mientras Yuen y dos de sus hombres se apresuraban por el edificio de administración. El presidente se paró a la entrada de la tienda.

—Vete con él, entérate de lo que está pasando —le ordenó a Kamletese.

El político corpulento parpadeó.

—¿Yo?

—¡Sí, tú! ¡Vamos!

Molowe desapareció en el interior de la marquesina, dejando atrás a un Kamletese nervioso bajo las miradas de los soldados que vigilaban la entrada. Se apuró para alcanzar a Yuen.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Nina mientras corría junto a Chase hacia la parte abierta de la planta procesadora.

—Tenemos que encontrar a Sophia. ¡Y después nos piramos de aquí!

—¿No podemos, ya sabes, hacerlo al revés?

Chase la miró frunciendo el ceño, incrédulo.

—¿Lo dices en serio?

—¡Sí! Yuen no le va a hacer daño, creo yo. ¡Puedes rescatarla más tarde!

—No la voy a dejar con ese gilipollas —insistió Chase.

Salieron al exterior y entrecerraron los ojos para acostumbrarse a la luz deslumbrante.

—Vale, necesitamos ruedas.

—No veo ninguna —dijo Nina.

No había ningún coche a la vista.

—¿Cómo, estás ciega? —dijo Chase señalando un enorme camión Liebherr amarillo que se acercaba al edificio—. ¿Y eso qué es?

Ella palideció.

—¿Una idea muy mala y estúpida?

—Mi especialidad. Vamos.

Ignorando las protestas de Nina, Chase corrió hacia el camión, agitando las manos para que parase.

El conductor, a seis metros del suelo, en la cabina, le hizo gestos airados para que se apartase de su camino, pero Chase permaneció allí de pie. Los frenos chirriaron y el camión deceleró, pero no se paró. Seguía yendo directamente hacia él.

Chase empezó a pensar que Nina tenía razón.

—Oh, oh, mierda.

Dio un par de saltitos hacia atrás y después empezó a correr cuando la sombra angulosa del camión se cernió sobre él.

—¡Oh, mierda!

El estruendo del enorme motor diésel invadió sus oídos, casi apagando el penetrante chirrido de sus frenos. Como no podía escapar, Chase se tiró al suelo y se cubrió las orejas mientras el vehículo gigante le pasaba por encima…

Y se paraba. Chase dejó escapar un suspiro de alivio. Estaba bajo la parte delantera del camión… Pero descubrió, divertido, que le habría bastado con agacharse para pasar por debajo de él. Salió de donde estaba y fue hacia los escalones que daban acceso a la cabina.

Nina se reunió con él.

—¡Idiota! —le soltó, pegándole en el brazo.

—¡Ay! ¿Y esto a qué viene?

Los escalones (tan empinados que casi podrían llamarse escalerilla) cruzaban el frontal de la parrilla del radiador, que era del tamaño de una camioneta. Chase los subió rápidamente y Nina lo siguió.

El conductor bajó, agitando un dedo enojado.

—¿Qué demonios estáis haciendo? ¿Y por qué no lleváis puesto un casco de…?

—Lo siento, tío —le dijo Chase, dándole un puñetazo en la ingle.

El conductor soltó un gruñidito patético y se dobló. Chase lo tiró a la fuerza por encima de la barandilla.

—¿Por qué has hecho eso? —preguntó Nina—. ¡Tienes un arma, podrías haberle dicho que se fuese, sin más!

—Tenemos un poquito de prisa —le respondió Chase mientras subía corriendo los escalones que quedaban para entrar en la cabina—. Además, sobrevivirá. Mientras no le pase por encima.

—¿Tienes alguna idea de cómo se conducen estos trastos?

Chase observó los controles. Volante, acelerador, pedal del freno, una serie de palancas que supuso que controlaban el volquete y varias pantallas que mostraban las imágenes de las videocámaras situadas alrededor del vehículo. A juzgar por la palanca, sorprendentemente similar a la de un coche, que había al lado del asiento del conductor, la transmisión era totalmente automática.

—Creo que me las puedo apañar.

—¿Cómo demonios se escaparon? —preguntó Yuen.

—Tuvieron ayuda —dijo Fang, dolorosamente, al otro lado de la línea telefónica—. Alguien les disparó a mis hombres. Un francotirador.

—¿Qué? ¿Quién?

—No lo sé, no lo vi. Escapó.

—¡Encuéntralos! ¡Y mátalos! Si uno solo de esos cabrones se escapa y le cuenta a la ONU lo de la mina de uranio, ¡estamos todos jodidos!

Colgó con fuerza el teléfono y vio a Kamletese flanqueado por dos guardias de seguridad en la puerta de la oficina, con gesto de perplejidad.

—¿Mina de uranio? —preguntó el ministro—. ¿Qué mina de uranio?

Yuen se puso la mano en la frente.

—Oh, demonios —suspiró—. Ministro, supongo que no estará usted dispuesto a aceptar un soborno desmesurado, por casualidad…

Kamletese estaba atónito.

—¿Qué? ¡No, por supuesto que no! ¿Qué es eso de una mina de…?

—Eso pensaba yo.

Yuen cogió la Wildey de la mesa y le disparó.

—Tú —le dijo a uno de los guardias, que parecía casi tan sorprendido como el exfuncionario del gobierno—, vete a comunicarle al presidente las trágicas, trágicas noticias. ¡Un par de ladrones de diamantes llamados Eddie Chase y Nina Wilde acaban de asesinar al ministro de Comercio!

Cuando vio que el guardia no se movía inmediatamente, frunció el ceño y agitó la pistola humeante en su dirección.

—¡Vamos, venga!

—¡Sí, señor! —dijo el guardia, tragando saliva y pasando por encima del cuerpo sin vida para salir apresuradamente de la habitación.

Yuen limpió las huellas de la pistola y después la dejó caer y cogió el maletín que contenía las páginas del
Hermócrates
.

—Llévame junto a mi mujer —le ordenó al otro guardia.

Descubrir para qué valía cada mando del gigantesco camión T282B era una cosa; controlarlo ya era algo completamente diferente, como pudo descubrir Chase enseguida. Como tenía el volquete lleno con más de cuatro toneladas de tierra y roca, le llevó mucho tiempo coger velocidad… y casi el mismo tiempo perderla. Uno de los indicadores de advertencia más grandes del salpicadero mostraba la temperatura de los frenos de cada una de las ruedas de cuatro metros de diámetro, y cada vez que tocaba el pedal de freno para decelerar y girar, las agujas salían disparadas hasta la zona roja.

Pero ahora el camión se dirigía al edificio de administración, en busca de Sophia.

—Tenemos compañía —le advirtió Nina, nerviosa, señalando uno de los monitores.

Un Land Cruiser se acercaba rápidamente por la izquierda del camión. Una de las puertas estaba abierta parcialmente y la cabeza de un hombre asomaba por la ventana.

—¡Va a tratar de subir!

—Odio a la gente que no paga su billete —dijo Chase.

Giró el volante, haciendo que el camión diese un bandazo hacia la izquierda. El Land Cruiser se apartó rápidamente.

Nina se agarró al respaldo del asiento de Chase para sujetarse. Aunque consiguió enderezarse, el contenido del volquete gigante seguía moviéndose y el camión se agitaba como un barco en aguas bravas.

—¡Jesús! ¡Creo que vamos a volcar!

—Tenemos que soltar la carga —dijo, señalándole a Nina las palancas del panel de control—. A ver si puedes poner en marcha el volquete… Joder, ¡aquí viene otra vez!

El Land Cruiser se puso al lado y un guardia de seguridad trató de agarrarse a la barandilla.

Chase volvió a girar. Esta vez, el conductor del Toyota no fue lo suficientemente rápido y la enorme rueda frontal del camión partió en dos la parte trasera del 4 × 4. Todo ese cuarto trasero se desprendió y el guardia apenas pudo lanzarse al interior del vehículo antes de que la rueda fuese arrancada de cuajo y aplastada como si estuviese hecha de lata. Con una rueda de menos, el Land Cruiser volcó sobre un lado.

Chase sonrió.

—Muy bien, la próxima vez que conduzca en Londres, ¡quiero uno de estos!

Nina señaló hacia delante.

—¡Cuidado!

Dos Land Cruisers más bajaban por la carretera de tierra hacia ellos. Los guardias de seguridad tenían medio cuerpo fuera de las ventanillas.

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