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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (26 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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—¡Me cago en la puta, joder!

—Oh, esas palabras nunca son buenas —dijo Nina, con una mueca.

Chase giró de un lado a otro el volante, sin resultado, y después lo hizo moverse como si fuese una ruleta.

—Vale, ni frenos, ni dirección. Estoy abierto a cualquier idea.

—¿Podemos saltar?

—Vamos demasiado rápido. Puede que yo consiga aterrizar bien, estoy entrenado, pero tú no.

—Bueno, tendré que intentarlo, ¿no?

Nina abrió la puerta de la cabina y salió a la pasarela. Se asomó por encima de la pancarta que se agitaba al viento, todavía prendida allí, y miró las escaleras de abajo.

—¡O quizás no!

—¿Qué pasa?

—¡No hay escaleras! ¡Debieron desprenderse cuando embestiste al helicóptero!

—¡Oh, claro, todo es culpa mía!

Nina lo ignoró porque se le ocurrió una idea. Miró de nuevo el volquete elevado y después regresó a la cabina y empezó a mover los controles hidráulicos. El enorme volquete comenzó a descender.

—¡Échame una mano! —le dijo.

—¿Para hacer qué?

—¡Ayúdame con esto! —contestó ella, señalando la pancarta.

Chase dudó y después, tras decidir que no podía controlar el camión y que de poco le valía quedarse en el asiento del conductor, se unió a ella.

—Está cazando el viento, mira —explicó Nina, colocando una mano contra la pancarta donde se movía, entre las barandillas.

Rápidamente tiró de ella por encima, recogiéndola.

—¿Sí? ¿Y? ¿Vas a ponerte a flotar al lado del camión con ella? No me importa lo que diga Dan Brown en
Ángeles y demonios
, ¡no se puede usar una lona de paracaídas!

—Ya lo sé —le respondió ella, con un destello de ira en sus ojos—. Pero no estaba pensando en utilizarla para volar… ¡lo único que tiene que hacer es disminuir nuestra velocidad!

Chase soltó una risotada sarcástica.

—Odio tener que decírtelo, ¡pero esto no va a conseguir reducir la velocidad de un camión de doscientas toneladas!

—¡No me refería al camión!

La parte delantera plana del volquete resonó cuando se colocó en su lugar, sobre ellos, y creó un tejadillo sobre la pasarela. Los dientes de acero se retorcieron sobre el agujero formado por el obús del tanque.

—¡Me refería a nosotros! Aunque me siento tentada de dejarte atrás —añadió, con el ceño fruncido.

De repente, Chase se dio cuenta de lo que Nina pretendía hacer.

—¿Estás hablando de utilizarlo como ancla flotante para sacarnos por la parte de atrás del camión?

—¡Sí, exactamente! No nos va a frenar del todo… pero quizás sí lo suficiente como para sobrevivir al aterrizaje.

Nina tiró del extremo de la pancarta, lo puso sobre la pasarela y comprobó las cuerdas de las que había estado colgando: un cable de acero forrado de nailon, lo suficientemente fuerte para soportar los vientos que soplaban a través de la mina.

—No desde la parte de atrás del camión, no vamos… está a casi seis metros de altura —dijo Chase.

Miró hacia delante y se puso rígido.

—Aunque creo que deberíamos intentarlo… ¡ahora mismo!

—¿Por qué?

Nina vio lo que acababa de ver Chase.

—¡Oh!

—¡Sube ahí, ya! —gritó Chase, levantando a Nina hasta las barandillas y juntando las palmas para que apoyase una pierna y pudiese subir al volquete.

Nina trepó por el borde metálico y después se giró y lo miró, extendiendo las manos. Chase cogió la pancarta y se la dio rápidamente.

—Ábrela un poco, pero ¡por el amor de Dios, no dejes que salga volando!

Nina miró hacia delante. El borde del acantilado se acercaba con rapidez y el camión aceleraba sin control hacia su destrucción.

—¿Y tú?

—¡Subo en un segundo! ¡Coloca las piernas sobre el borde y espera!

Nina se enganchó con la parte trasera de las rodillas al borde delantero del volquete e hizo lo que pudo para desenrollar la pancarta. El viento la atacó inmediatamente, intentando arrebatársela de las manos.

Chase corrió a la cabina y bajó de golpe la palanca que controlaba el elevador hidráulico. Después volvió corriendo y escaló por la barandilla para subirse al volquete. Se colocó a unos dos metros y medio de distancia de Nina.

—¡Dame uno de los extremos! —le gritó, colocando las piernas por encima del borde cuando el volquete empezó a elevarse.

Ella le alargó su parte de la pancarta. Chase se envolvió rápidamente el extremo de la cuerda varias veces alrededor de la muñeca y después la agarró. A continuación, utilizó la otra mano para tirar de más tela hacia él.

Nina vio lo que hacía y le copió. La presión de sus piernas aumentó cuando el volquete se inclinó hacia atrás. La gravedad tiraba de ella hacia abajo. Miró por encima del hombro y deseó no haberlo hecho. El suelo estaba ahora al menos a nueve metros bajo ella y seguía elevándose.

El viento se arremolinó en la parte delantera (ahora la superior) del volquete, atrapando la pancarta e inflándola. El tirón repentino casi la arranca de su sitio.

—¡Aún no! —chilló Chase, inclinándose hacia delante todo lo que pudo.

El acantilado se acercaba demasiado rápido, pero si se soltaban antes de que el volquete estuviese en un ángulo suficientemente pronunciado, se quedarían atrapados en su interior.

Los músculos de las piernas de Chase se tensaron, aguantándolo con firmeza en su lugar. El borde del volquete se le clavaba dolorosamente en los tendones. Solo unos segundos más…

El acantilado desapareció de su vista tras el metal porque el volquete seguía subiendo, formando casi un ángulo de cuarenta y cinco grados…

—¡Ahora!

Chase lanzó la pancarta al aire tras él y enderezó las piernas al mismo tiempo, cayendo hacia atrás. Nina hizo lo mismo. La pancarta se abrió entre ellos y el viento la cazó y los impulsó a los dos hacia atrás, arrancándolos de la parte superior del volquete.

Pero el pedazo de tela no era lo suficientemente grande para soportar su peso, por lo que bajaron inmediatamente y aterrizaron dolorosamente sobre la curva de pendiente del volquete. Empezaron a resbalar impotentemente por él.

La pancarta permaneció tirante…

Nina y Chase saltaron de la parte trasera del veloz camión y el pedazo de tela actuó como un improvisado sistema de frenado que ayudó a mitigar parte de su impulso inicial.

Pero no todo.

—¡Rueda! —le gritó Chase a Nina, más como un ruego que como una orden, cuando golpearon el suelo a más de treinta kilómetros por hora.

Ella consiguió doblar las piernas y levantar un brazo para protegerse la cabeza mientras que el otro seguía agarrando la pancarta. Chase botó a su lado, rodando como un madero. Dieron vueltas durante un trecho y las piedras los golpearon sin piedad en cada una de ellas… hasta pararse finalmente, apaleados y polvorientos.

Mareado, Chase levantó la vista… justo a tiempo para ver al camión cayendo desde el borde del acantilado, desapareciendo de su campo de visión. Un par de segundos después se oyó un tremendo estruendo que llegaron a sentir a través del suelo. A ese sonido le siguieron más estrépito y crujidos que no cesaron hasta que los pedazos del vehículo destrozado se acomodaron.

—Ay —dijo Nina, retirando con manos temblorosas la cuerda del brazo y tratando de sentarse, débilmente.

Chase luchó para vencer el dolor que sentía en prácticamente todas las partes de su cuerpo para rodar sobre sí mismo y mirarla. Tenía la ropa hecha jirones y se le veían manchas carmesí entre el polvo en varios de los agujeros desgarrados. Y tenía un corte con especial mala pinta en la frente, justo bajo el nacimiento del pelo, desde el que le bajaba sangre por la cara.

—Estás sangrando —resopló él.

Ella lo miró y abrió los ojos, sorprendida.

—¡Y tú también!

Él levantó una mano y tocó un punto particularmente doloroso de su mejilla. Retiró los dedos bañados en sangre. Tenía un gusto metálico en la boca. Palpó con la lengua y vio que una de sus muelas se había salido del sitio. Solo la mantenían allí unos hilillos de tejido y rozó los dientes vecinos cuando la tocó.

—Mierda —murmuró Chase, escupiendo sangre—. Odio ir al dentista.

Nina trató de levantarse y jadeó de dolor cuando cargó peso en el pie izquierdo.

—¿Estás bien? ¿Está roto?

—No —contestó ella entre dientes—, creo que solo está… ¡aaah!… torcido. Ay, mierda, oh.

Volvió a apoyar el pie de nuevo, haciendo una mueca.

—Puedo andar. O ir a saltitos, por lo menos. ¿Y tú?

Él se arrodilló y después respiró profundamente, antes de ponerse en pie. Las piernas le fallaron un momento. Se sentía como si le hubiesen propinado una paliza con porras… pero no parecía tener nada roto. Dio un par de pasos, para probar, y después fue hacia Nina.

—Sobreviviré. Vamos, tenemos que seguir moviéndonos. No tardarán en alcanzarnos.

Nina miró hacia atrás, a la llanura que acababan de cruzar. Una columna de polvo se elevaba en el aire en la distancia, en el lugar donde el camión había soltado su carga, y había nubecitas más pequeñas de polvo en el horizonte: otros vehículos que venían a por ellos.

—¿Adónde vamos? —le preguntó, colocando una mano en la cabeza y estremeciéndose por la repentina punzada de dolor que sintió al tocar el corte sangriento—. Es imposible que consigamos llegar al aeródromo ahora.

Dejando que ella se apoyase en él, Chase se acercó al acantilado y apreció las espectaculares vistas. Desde allí, el Okavango comprendía todo el terreno hasta donde llegaban sus ojos, extensiones de sabana verde rodeadas de marismas densas y ríos anchos y perezosos. Comparado con el desierto polvoriento que tenían detrás de ellos, los colores eran casi sobrecogedoramente vívidos. A lo lejos había un aeródromo, un punto blanco y bajo en el profundo cielo azul.

—Lo primero que tenemos que hacer es conseguir un medio de transporte.

—Eso es más fácil de decir que de hacer.

Nina se inclinó con cuidado por encima del borde y miró los restos humeantes del camión que yacía sobre su chasis, como un animal muerto, con todas sus ruedas excepto una.

—Oh, no lo sé.

Chase sonaba extrañamente entusiasta y ella lo miró con curiosidad. Él señaló a su derecha. La cuesta del acantilado era menos empinada, más bien era una colina que iba hasta un lago… en cuya orilla había un edificio de madera. Un pequeño embarcadero salía de él para introducirse en el agua… y había un bote amarrado.

—¿Alguna vez has participado en un safari fluvial?

13

—¡Aaah! ¡Frena, frena! —jadeó Nina.

El tobillo le asestaba punzadas de dolor mientras Chase la arrastraba, colina abajo.

—Sí, vamos a tomárnoslo con calma —dijo Chase, con una clara falta de compasión mientras ella renqueaba—. Es un día bonito, podemos disfrutar de las vistas, hacer un picnic. Solo tenemos a un montón de asesinos a sueldo y a medio ejército de Botsuana detrás de nosotros, ¡así que no hay ninguna prisa!

Nina frunció el ceño y respiró profundamente, tratando de calmarse. Esa técnica no le funcionó.

—¿Sabes, Eddie? —empezó a decir, con voz dura como una piedra—. Me está empezando a tocar los cojones tu sarcasmo.

—¿Oh, de verdad? —le respondió él, con más sarcasmo aún.

—¡Sí, de verdad! Llevas comportándote como un completo gilipollas durante días… no, semanas, ahora que lo pienso. No, de hecho, ¡meses! ¿Qué coño te pasa?

—No me pasa nada —afirmó Chase—. Si hay alguien que se está comportando como una auténtica gilipollas, esa eres tú.

—¿Yo? —dijo ella, sorprendida y ofendida—. ¿Qué he hecho yo mal?

Chase bufó.

—Es una lista muy larga.

—Bueno, ¿y qué tal si me haces una enumeración? Vamos, es obvio que te está carcomiendo por dentro, ¡así que, venga! ¡Ilumíname!

—¿De verdad lo quieres saber?

—¡Sí! ¡Claro que quiero! ¡Vamos, dime por qué soy la peor persona del mundo comparada con santa Sophia!

—Oh, al final todo sale a la luz —dijo Chase con una sonrisita burlona dibujada en los labios—. Se trata de eso, ¿no? Crees que ya no me quieres porque no encajo en ese mundo perfecto tuyo de oficinas lujosas, de apartamentos ostentosos y de codearse con los ricos y poderosos, pero en cuanto Sophia aparece, ¡sufres un tremendo ataque de celos!

—¿Cuándo te dije yo que ya no te quería? ¿Cuándo?

Chase no le contestó.

—Y Sophia no apareció de repente. Tú desapareciste y atravesaste medio mundo para ir a buscarla… ¡y traértela a nuestra casa!

—Estaba en peligro, necesitaba mi ayuda. Fue mi esposa, por Dios. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Nina entrecerró los ojos.

—¿Qué te parecería, no sé, no salir corriendo y hacer lo que ella quiera cada vez que chasquea los dedos? Es tu exmujer, Eddie. Ex. Anterior. Y no le debes nada.

—Así que como eres historiadora, de repente, te crees toda una experta en mi pasado, ¿no?

—Sé que nunca hablas de ello, pero sí que sé algunas cosas. Sé por qué tú y Sophia rompisteis, para empezar. Hugo me lo dijo.

—Vaya, ¿de verdad lo hizo? Nunca pudo mantener la boca cerrada.

—Viniendo de ti, eso es irónico. Dijo que tu mujer había tenido una aventura. Con Jason Starkman.

—¡Ja! —ladró Chase enfadado pero triunfante—. Jason me dijo antes de morir que no había pasado nada entre ellos, y ella lo admitió.

—¿Entonces te alegras de que te hubiese mentido para acabar con tu matrimonio? —le preguntó Nina.

Él apartó la vista.

—Y estoy dispuesta a apostar que aunque mintiera sobre Jason Starkman, hubo otros.

—¿Intuición femenina? —se burló él.

—Pero tengo razón, ¿no? Ella se casó contigo porque tú la rescataste y después, cuando se le acabó la euforia, decidió que había cometido un error e hizo todo lo que pudo para acabar rápidamente. Por mucho que eso te doliese.

Chase no contestó, sino que fijó la mirada en la cabaña distante.

—Eddie, hablé con ella durante el vuelo. Prácticamente me confesó sin rodeos que le importaban más la relación con su padre y sus negocios que tú. No sé por qué demonios te empeñas en seguir defendiéndola.

Chase apretó la mandíbula y tensó los tendones del cuello hasta que se le marcaron.

—Quizás es que la quería —empezó, con una voz que parecía más un rugido—. ¿Y sabes qué? Al menos cuando estaba con ella había algo. Por lo menos tenía vida, joder, y los únicos que importábamos éramos ella y yo.

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