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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (30 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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Nina se arrodilló para examinarle la herida de la pantorrilla. Tenía los vaqueros empapados en sangre.

—Jesús. Esto va a necesitar puntos.

—Si tienes aguja e hilo, adelante.

—Lo único que tengo es una pistola vacía. ¿Puedes hacer algo tipo MacGyver con eso?

—Solo si me golpeo la cabeza con ella hasta que el dolor desaparezca.

Chase trató de levantarse, pero esbozó una mueca de dolor al mover la pierna.

—¡Oh, mierda! Esto duele. Duele la hostia.

—Quédate quieto. Voy a ver dónde estamos.

Nina subió por la pendiente de hierba, intentando vislumbrar algún signo de civilización.

Y lo único que vio fue agua. Habían acabado en una isla y los rápidos que iban hacia las cataratas la rodeaban por todos lados.

—¡Creo que tenemos un pequeño problema! —le gritó a Chase.

—Pues entonces estamos como siempre —le contestó él, con una sonrisa sardónica—. ¿Cuál es ese problema?

—¡Estamos atrapados! Esto es una isla.

—Estás de coña.

Nina sacudió la cabeza.

—¡Me cago en la…!

—En la puta, joder. Lo sé.

—Exacto.

Chase se retorció para estudiar el motor del hidrodeslizador, preguntándose si habría alguna manera de volver a encenderlo, pero el humo que salía de la grieta le indicó inmediatamente que su tiempo de vida se había agotado.

—Bueno, esto es maravilloso, joder. Seguramente envíen a un helicóptero o a un avión para buscarnos en breve y esto —dijo, indicando con un pulgar la columna de humo— ¡los va a conducir directamente hacia nosotros!

—¡No si otra persona nos ve antes! —dijo Nina, agitando de repente los brazos por encima de la cabeza.

Chase la miró, incrédulo.

—¿Qué demonios estás haciendo?

Ella señaló el cielo.

—¡Mira!

Chase giró la cabeza, miró por encima de las cataratas… y se encontró con algo totalmente inesperado.

Era la aeronave que había visto antes a lo lejos… aunque era mucho más exótica de lo que se había imaginado.

Hacia ellos bajaba un dirigible. Su estructura en forma de puro estaba adornada con varios logotipos de empresa, pero en el más grande ponía «GemQuest», y la ge estaba representada por un estilizado diamante. Se acercó con un silencio espeluznante para ser algo tan grande. El gemido de sus tres hélices vectoriales solo se hizo audible sobre el ruido de las cataratas cuando estuvo a menos de cien metros. Las dos hélices que sobresalían de la parte más baja de la estructura, sobre la cabina de la góndola, se inclinaron hacia arriba, refrenando su descenso.

—Vale —dijo Chase—. Estoy impresionado.

Los cabos de amarre que colgaban de la cabeza de setenta metros de largo del zepelín se arrastraron por la isla hasta que se paró, eclipsando al sol. Se abrió una puerta de la cabina y un hombre rubio con un sombrero de ala ancha tipo safari se inclinó hacia fuera.

—¡Eh, los de ahí abajo! —gritó, con acento sudafricano—. Hemos visto el humo… ¿necesitan ayuda?

Chase tenía preparada una réplica sarcástica, pero Nina habló antes.

—¡Tenemos a un hombre herido! ¿Podría llevarlo a un hospital?

Chase vocalizó la palabra «¿Hospital?» mirándola… El último lugar al que necesitaban ir mientras se les buscaba por asesinato era a cualquier tipo de edificio gubernamental… Pero ella sacudió la cabeza ligeramente, indicándole que debía mantenerse callado.

El hombre intercambió unas palabras con el piloto y después volvió a mirar hacia abajo.

—¡Sin problema, señora! Pero denos un minuto para descender un poco más. ¡Esta es la parte complicada! ¿Su amigo puede ponerse de pie?

Nina volvió renqueando hasta donde estaba Chase y lo ayudó a levantarse. Él gimió por el dolor que sintió en la pantorrilla al estirar la pierna.

—¿Te duele mucho? —le preguntó ella, preocupada.

—¿En una escala del uno al diez de un SAS? Sobre el cinco —le respondió Chase, haciendo una mueca.

—¿Y en la escala de dolor de una persona normal?

—Cerca del «Aaah, por Dios, mátame».

Con Nina ayudándolo lo mejor que podía con su tobillo dolorido, consiguieron subir hasta la parte superior de la cuesta. La góndola colgaba vacilante a un metro del suelo.

—Vale, vamos a subirles a bordo —dijo el hombre, saltando desde la puerta.

Libre de su peso, el zepelín se elevó treinta centímetros antes de que los motores redujeran ligeramente su velocidad y la góndola bajase de nuevo. El sudafricano hizo una mueca al ver las manchas de sangre en la ropa rasgada de Chase.

—Jesús, hombre, ¿pero qué le ha pasado?

—Un accidente de barco —respondió Chase, con voz inexpresiva.

Se agarró a la cabina con el brazo izquierdo y Nina y el sudafricano lo levantaron para meterlo dentro. La parte de atrás estaba casi llena de equipo electrónico e incluía una pantalla que mostraba lo que Chase reconoció como una imagen de georadar. Estaban usando el zepelín para llevar a cabo una exploración geológica aérea, en busca de diamantes. El piloto aceleró las hélices para mantener a la aeronave firme y aumentó más la potencia cuando primero Nina y después el otro tripulante subieron a bordo.

—¿Tienen todo lo que necesitan del bote? —les preguntó el hombre, mirando hacia el hidrodeslizador humeante.

El hombre reaccionó tardíamente al ver el cuerpo de Fang.

—¡Hostia! ¿Y a él qué le pasó? ¿Dónde está su cabeza?

Chase se dejó caer en un asiento.

—En el río, en la hélice, en mi chaqueta…

El sudafricano parecía conmocionado.

—¡Esto no ha sido un accidente de barco! ¿Qué está pasando?

Se calló cuando Nina lo apuntó con la pistola. El piloto miró hacia atrás y abrió los ojos, sorprendido.

—Siento tener que hacer esto —les dijo—, pero llevo un día de mierda… varios días, de hecho… y necesito que nos lleven a… ¿cuál era el nombre de aquel pueblo?

—Nagembe —respondió Chase.

—Lo que ha dicho. Sé que no queda lejos, así que si pudieran llevarnos hasta allí lo más rápido posible, les estaría muy agradecida. ¿Qué les parece?

Con las manos medio levantadas, el sudafricano retrocedió nerviosamente y se sentó en el asiento vacío del copiloto.

—Creo que podremos hacerlo, señora. ¿Verdad, Ted?

El piloto asintió repetidas veces, confirmándoselo.

—Genial.

Nina se sentó en una mesa, cerca del equipo de exploración, y vio algo en una bandeja, sobre el escritorio.

—Eddie, mira esto —le dijo, alargándole un teléfono—. Llama a T. D., dile que se reúna con nosotros cuando lleguemos. ¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar al pueblo?

Hizo la pregunta mientras Chase empezaba a marcar un número.

—Unos treinta minutos —informó el sudafricano, que después efectuó una pausa y la miró, incrédulo—. ¿De verdad están secuestrando un zepelín?

Nina consiguió esbozar una sonrisa cansada. El ruido del motor aumentó y la aeronave se elevó y giró hacia el norte.

—¿Y sabe lo más raro? Que esta no es la locura más grande que he hecho hoy.

—Vas a flipar con la historia —dijo T. D.

Chase estiró el cuello para tratar de aliviar una contractura.

—Cuéntamela.

T. D. había despegado rápidamente del aeródromo, poco después de que saliese la avioneta de Yuen. La imagen de uno de los inmensos camiones abriéndose paso y aplastando la valla en dirección al desierto, con tanques persiguiéndolo, «llevaba el nombre de Eddie Chase escrito por todas partes», palabras textuales. Aún estaba en el aire cuando recibió la llamada de Chase, cambió el curso en dirección al aeródromo de Nagembe y llegó pocos minutos antes que el dirigible. Obedeciendo a la pistola de Nina, el piloto hizo descender al zepelín al lado del Piper. Tras un paseo cortito y renqueante entre las dos aeronaves, Nina y Chase subieron a bordo del avión de T. D. a tiempo para un despegue rápido, mientras que un grupo de nativos, que había salido a curiosear el porqué un avión reluciente había hecho una parada no programada en su aldea, los observaba con sorpresa.

Ahora estaban en la frontera con Namibia, sentados en una habitación a oscuras en una casa en medio de un monte. Mientras T. D. se ocupaba de los primeros auxilios de Nina y Chase, que incluyeron coser la herida de la pierna de Chase, ellos le fueron contando lo que había pasado por la tarde.

—Sabía que los asesinatos políticos no eran tu estilo, Eddie —dijo T. D., aliviada.

—¿Pero cómo vamos a probarlo? —se preguntó Nina, abatida.

—Ese no es el mayor de vuestros problemas, ahora mismo —dijo T. D.—. La historia no tardará en salir de Botsuana y llegar a los países limítrofes. Habrá un montón de gente buscándoos… Tenéis que escapar enseguida. Y no me refiero a fuera de Namibia. Me refiero a fuera de África.

Nina se pasó las manos por el pelo alborotado.

—¿Y cómo vamos a hacerlo? No tenemos pasaportes, ni dinero… ¡Y se nos busca por el asesinato de un alto cargo del gobierno! ¡Habrá fotos de nosotros en todos los aeropuertos del continente!

Chase parecía pensativo, pero también algo preocupado.

—Puede que haya una solución… Pero tendré que pedir un gran favor —dijo, arrugando la frente—. Quizás demasiado grande. Seguramente Mac no quiera hacerlo.

—¿Mac? —le preguntó T. D., sorprendida—. ¿Quieres pedirle un favor a Mac?

Una sonrisa maliciosa se abrió paso en su cara.

—En ese caso, quizás pueda ayudarte. Estuvo aquí por negocios el año pasado y ahora es él quien me debe a mí un favor. Bueno, varios favores.

—¿Quién es Mac? —quiso saber Nina.

—Un viejo amigo —le dijo Chase, lanzándole una mirada desconfiada a T. D.—. ¿Por qué te debe Mac un favor?

—Varios favores —le corrigió ella, moviendo las cejas sugerentemente.

Chase la miró, horrorizado.

—¡Pero si te dobla la edad!

—Tiene mucha experiencia —contrarrestó T. D.

—¡Solo tiene una pierna!

—Lo que abre campo para todo tipo de nuevas pos…

Chase levantó las manos, espantado.

—¡No! ¡No digas ni una palabra más!

—Posibilidades —acabó su frase T. D., con una sonrisa amplia.

Chase mostró una mueca de dolor.

—Oh, ¿por qué me has tenido que contar eso? ¿Tú y Mac? ¡Puaj! —dijo, estremeciéndose.

T. D. se cruzó de brazos e hizo un mohín.

—¿Quieres que te ayude o no?

—Sí, sin duda —respondió Nina rápidamente, antes de que Chase pudiese decir nada—. ¿Quién es Mac?

—Es alguien que puede trasladaros a ti y a Eddie a Inglaterra —le contó T. D.—. Puede que le lleve un día, pero tiene las conexiones necesarias para amañar un viaje, incluso sin pasaportes de por medio.

—¿Cómo?

—Mac tiene amigos en las altas esferas —dijo Chase—. O en las bajas. Depende de cómo lo mires.

—Sea como sea, estoy segura de que os ayudará —dijo T. D.

Le sonrió a Chase mientras sacaba el teléfono.

—¿Quieres hablar tú con él o ya lo hago yo?

—Dale un saludo… —dijo Chase, poniéndose una mano en la frente y suspirando— o varios.

15

Londres

—Mira quién está aquí —dijo el escocés barbudo con un murmullo suave y un brillo malicioso en los ojos—. Eddie Chase, el asesino internacional.

Chase sonrió, sin pizca de humor.

—Mac, te agradezco tu ayuda y todo eso, pero en serio… vete a la mierda.

—Yo también me alegro de verte.

Sonrió y abrió más la puerta para dejar entrar a Chase y a Nina en el vestíbulo de una casa victoriana unifamiliar adosada.

—Y usted debe de ser la doctora Wilde. Bienvenida a Londres… me llamo Jim. Pero mis amigos me llaman Mac —dijo, dándole la mano a Nina.

—Llámame Nina. Encantada de conocerte —dijo ella.

Le pareció que Mac tendría, aproximadamente, unos sesenta años. Medía metro ochenta y tenía el pelo gris, encrespado. A pesar de su edad, seguía teniendo unas facciones muy marcadas y hermosas y estaba en buena forma física. Tras el comentario de Chase en Namibia no pudo evitar mirarle las piernas, pero fue incapaz de decir cuál era la artificial.

—¿Cómo conociste a Eddie?

Mac arqueó una ceja.

—¿No te lo contó?

—Es bastante reservado con su pasado —respondió ella, mordazmente.

Mac cerró la puerta detrás de ellos y Nina se tomó un momento para mirar a su alrededor. El vestíbulo era en realidad más bien un atrio. Tenía dos pisos abalconados que lo rodeaban, coronados por un par de hermosos tragaluces con vidrieras. Al igual que su propietario, la casa tenía un aire fresco y espartano y los únicos adornos que vio eran antigüedades obviamente valiosas.

Mac los acompañó a un salón adyacente.

—Yo solía ser el oficial al mando de Eddie —le explicó—, el coronel Jim McCrimmon de las Fuerzas Aéreas Especiales de su majestad. Retirado ya, por supuesto, aunque sigo trabajando de asesor para… ciertas agencias.

—Se refiere al MI6 —dijo Chase, con una expresión desaprobadora—. Panda de capullos.

Mac se rió.

—Eddie tiene una muy pobre opinión del Servicio Secreto de Inteligencia, me temo. Pero no todos son tan malos… para los estándares del espionaje, al menos. Tú no estarías ahora aquí si algunos de ellos no hubiesen organizado un vuelo clandestino para sacarte de Namibia. Por favor, sentaos.

Aunque había un sofá en la habitación, Nina y Chase se sentaron en sillones separados. Mac lo notó y subió una ceja, pero no hizo ningún comentario.

—Entonces —empezó, con voz más seria—, habéis llegado los dos de una pieza, más o menos. Ahora, ¿os importaría explicarme por qué he movido un terrible montón de hilos para traeros hasta aquí?

El relato corrió prácticamente a cargo de Chase y Nina solo contribuyó para añadir información o para corregirlo. La presencia de su antiguo oficial al mando parecía templar sus respuestas hacia ella, aunque seguían teniendo ese característico matiz sarcástico. Les llevó algún tiempo explicar toda la historia y, cuando acabaron, Mac apoyó la espalda en la silla, con expresión de preocupación.

—Entonces ese hombre, Yuen, tiene una mina secreta de uranio… —rezongó, juntando las yemas de los dedos de las manos.

—Y ha secuestrado a Sophia —le recordó Chase.

—Ella es su esposa. No sé si «secuestro» es el término técnicamente correcto en estas circunstancias. Pero la mina de uranio es lo más importante —dijo, con el ceño fruncido—. Sin embargo, ¿te das cuenta de que no puedo actuar solo con lo que me has contado?

BOOK: La tumba de Hércules
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