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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (56 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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El sol salió por el horizonte oriental, el cielo rojizo y sin nubes del alba se fue volviendo azul a medida que ascendía. Las sombras crudas de la mañana atravesaron los extensos barrios de la gran ciudad y las fachadas este de los rascacielos de su corazón brillaron con luz dorada.

Nueva York estaba ya completamente despierta. A eso de las ocho y media de la mañana, las calles eran una aglomeración de taxis y más coches, y el coro del amanecer de Manhattan no lo cantaban los pájaros, sino las bocinas. La gente entraba en avalanchas en la isla y llenaba cada una de las plantas de las torres. El centro neurálgico de las finanzas mundiales se preparaba para otro día de trabajo.

A once kilómetros al sur de Manhattan, la inmensa envergadura del puente Verrazano Narrows, que conectaba los distritos de Brooklyn y Staten Island, marcaba la línea divisoria entre el Atlántico y el puerto de Nueva York. Docenas de barcos pasaban bajo él diariamente y pocos de ellos atraían más de una mirada casual.

El Ocean Emperor era uno de ellos.

Sophia estaba de nuevo en el puente del yate, observando cómo el barco navegaba hasta el estrecho de Narrows y rodeaba el prominente barrio de Bay Ridge de Brooklyn. Más allá quedaba Governors Island… y, elevándose más lejos, las agujas brillantes de Manhattan, iluminadas por el sol de la mañana.

—Casi parece que estén en llamas, ¿verdad? —dijo Komosa, un poco sobrecogido.

Sophia sonrió.

—Pronto lo estarán.

Lenard se giró hacia ella desde los mandos.

—El piloto automático ya está programado y asegurado, señora. El barco seguirá las marcaciones GPS hasta el East River y después girará hacia la costa justo antes de que la bomba explote. Aunque se desvíe, estará como máximo a cincuenta metros de tierra firme.

—Bien —dijo Sophia—. Cuanto más cerca, mejor. —Se alejó de la ventana—. Creo que es hora de que nos marchemos. Capitán, lleve a la tripulación al avión. Joe… —dijo, sonriendo—. He cambiado de opinión. Baja a la bodega y mata a Eddie.

Komosa también sonrió maliciosamente.

—Será un placer. ¿Y la mujer?

—Déjala.

Él se sorprendió.

—¿En serio?

—Quiero que la muerte de Eddie sea lo más rápida y limpia posible —le ordenó—. Al menos le debo eso. Pero ella… Ella quiero que sufra.

Sophia levantó una mano hasta el profundo arañazo que tenía en la mejilla.

—Puede pasar sus últimos minutos mirando el cuerpo de su amorcito muerto. A ella le debo eso.

Komosa sacó su Browning plateada del chaleco de cuero.

—Considéralo hecho.

—Rápido y limpio —le recordó Sophia mientras él abandonaba el puente y el sol se reflejaba en sus pírsines—. Despegaremos en cuanto el avión esté listo. No te retrases.

—No lo haré —le aseguró, con otra sonrisa de diamante.

El cronómetro llegó a 00:10:00 y siguió con su cuenta atrás.

—Bueno —dijo Chase—, creo que es el momento idóneo para cualquier idea de última hora.

—Me temo que se me han agotado —le respondió Nina, desanimada.

Habían intentando todo lo que se les había ocurrido para liberarse de sus cadenas, sin más resultado que unas muñecas ensangrentadas.

Chase sacudió la cadena contra la tubería.

—Estoy empezando a pensar que debería haber probado la sugerencia de Sophia.

—¿Cuál era?

—Arrancarme la mano a mordiscos.

Nina consiguió sonreír débilmente.

—Un poco extrema.

—Es una situación extrema.

—Parece que llevamos vividas unas cuantas, ¿eh?

Él asintió.

—Sí, hemos pasado bastantes cosas juntas, ¿verdad? Pero…

Algo en su voz, un tono casi de confesión, hizo que Nina se irguiese.

—¿Hay algo que quieras contarme? —le preguntó, suavemente.

—Claro, es la ocasión propicia, ¿no? —dijo Chase, señalando con una mano la bomba—. Solo quería decir que, aunque hemos tenido algunos problemas… el último año y medio contigo ha sido la mejor época de toda mi vida. Me habría gustado valorarlo más en lugar de haberme comportado como un auténtico egoísta.

—Ay, Eddie… —dijo Nina, mirándolo con una sonrisa triste y comprensiva—. Tú no fuiste el único egoísta. Yo tengo tanta culpa como tú. Pero compartimos buenos momentos, ¿verdad?

—Sí. Hacemos un buen equipo.

—Hacemos buena pareja.

—Una pareja genial.

—Ajá.

Se miraron durante un momento.

—Yo, eh… —empezó Chase.

—¿Qué? —preguntó Nina.

—Nada.

—No, continúa. Como dijiste antes, ahora es el momento.

—Tienes razón —convino Chase, haciendo una pausa a continuación para aclarar sus pensamientos—. Hay algo que te quiero preguntar desde hace tiempo.

Nina creyó adivinar de qué se trataba.

—¿Desde que nos reconciliamos?

—No, desde antes. Bueno, no cuando estábamos en medio de una discusión ni nada de eso. Pero lo tengo en la cabeza desde hace tiempo.

—Pues… adelante. Pregúntamelo.

Él volvió a señalar a la bomba.

—En fin, ahora ya no vale de mucho, ¿no?

—Supongo que no —suspiró Nina—. Pero…

—¿Qué?

—Creo que ya sabes cuál sería mi respuesta.

—Creo que sí —dijo sonriendo y después riéndose, brevemente.

—¿Qué es tan divertido?

—Se me acaba de ocurrir algo. Si lo hubiéramos hecho y hubiéramos decidido conservar los dos apellidos, unidos por un guión, seríamos los Wilde-Chases, «persecuciones salvajes». Nos pega.

—¿Y te acabas de dar cuenta? —dijo Nina, riéndose también—. ¡Yo eso ya lo había pensado hace año y medio!

Chase levantó una ceja.

—¿Ya lo pensaste justo cuando empezamos?

—¡Bueno, se me pasó por la mente!

Ambos se rieron.

Y la puerta se abrió.

Chase y Nina se pusieron de pie de un salto cuando entró Komosa, con la pistola en la mano.

—No es lo que esperaba oír —dijo, con desaprobación burlona—. Pero enseguida lo corregiré.

—¿Sigues aquí? —preguntó Chase—. Sophia ya te ha dejado tirado, ¿no?

—En realidad, me ha pedido que acabe con el sufrimiento que le causas.

Komosa se colocó entre Chase y Nina, justo fuera del alcance de los dos.

—Me marcharé con ella en un minuto. Ha elegido un lugar de observación en Staten Island.

—Sí, desde allí se pueden ver los mejores vertederos —le contestó Nina, sarcásticamente.

—¿Entonces Sophia te ha dejado por fin venir a matarnos? —dijo Chase.

—No —respondió Komosa, apuntando a Chase con su pistola—, solo a ti. Quiere que la doctora Wilde sufra de pena en sus últimos momentos de vida.

La rebeldía de Nina se vio barrida por una ola de frío terror ante esa idea, pero Komosa continuó, antes de que ella pudiese reaccionar.

—Pero yo tengo una idea mejor. Yo quiero que los dos sufráis… especialmente tú, Chase. Así que voy a dispararte en el estómago. Te pasarás los últimos momentos de vida en una agonía insoportable… y tú —añadió, mirando de nuevo a Nina— tendrás que quedarte ahí y verlo.

Apuntó con el arma a la barriga de Chase.

—¿No tengo derecho a las famosas últimas palabras? —gruñó Chase.

Komosa sonrió con suficiencia.

—Solo a «¡aaaayy!».

Amartilló el arma cromada con un pulgar y un clic…

Chase se lanzó hacia él, y trató de golpearlo con las piernas mientras la cadena rascaba la tubería. Komosa, cogido por sorpresa, dio un paso hacia atrás, aunque estaba fuera de su alcance.

Recuperó su compostura, volvió a apuntar, sonrió… y se precipitó hacia delante cuando Nina lo golpeó en la espalda de un salto con ambos pies.

Nina se cayó con fuerza sobre la cubierta, con los brazos esposados extendidos sobre la cabeza. Komosa se tambaleó antes de recuperar el equilibrio…

¡Crac!

Chase se levantó de golpe y le descargó un brutal cabezazo que le partió la mandíbula al gigante entre los dientes delanteros. Un pedazo de hueso le desgarró la encía y el labio.

El nigeriano gritó y su boca chorreó sangre cuando Chase aterrizó, con la cabeza a la altura de su pecho.

Chase cerró los dientes alrededor del aro de plata del pezón izquierdo de Komosa y tiró de él con todas sus fuerzas, arrastrando a su oponente hacia la tubería antes de que el aro se soltase, arrancando consigo un pedazo de carne ensangrentada.

Con la cara cubierta de sangre a causa del profundo corte de la frente, Chase escupió la sangrienta joya y rodeó la tubería para coger la pistola de Komosa con las manos esposadas, manteniéndola alejada de él e intentando retorcerla para quitársela de las manos.

Sin embargo, a pesar del dolor, Komosa se estaba recuperando. Con la boca abierta, colgando, y una asquerosa mezcla de sangre y saliva babeando sobre la ahora irregular línea de dientes, levantó el brazo…

Y siguió levantándolo.

Chase se aferró a la pistola con ambas manos, pero no pudo evitar que lo elevase en el aire. Su pecho golpeó la tubería cuando los pies abandonaron el suelo. Los tendones del brazo del enorme hombre se tensaron bajo su piel, como si fuesen cables de acero. Las venas le latieron y Komosa soltó un gruñido borboteante de pura rabia.

Echó el otro brazo hacia atrás, preparándose para golpear…

Chase se dio cuenta de que no iba a ser capaz de arrebatarle la pistola del puño a Komosa: la agarraba con demasiada fuerza, como si fuese un torno de acero.

Entonces, cambió de táctica e introdujo el pulgar izquierdo en el seguro del arma, sobre el dedo índice de Komosa. Como tenía las muñecas juntas, la cadena de las esposas se aflojó… y la levantó con su otro pulgar al tiempo que apretaba con fuerza el dedo de Komosa sobre el gatillo…

¡Bang!

La bala hizo saltar por los aires la cadena y los pedazos se esparcieron por la bodega.

A pesar de que ahora tenía las manos libres, Chase no soltó la pistola… Si lo hacía, Komosa le dispararía. Todavía colgando del brazo levantado del hombre, le dio un rodillazo en la entrepierna.

Komosa se tambaleó hacia atrás. La tubería que se interponía entre ellos había impedido que su golpe fuese algo más que de refilón. El golpe preparado de Komosa con su otro brazo llegó. Chase trató de girarse para evitarlo, pero los nudillos del africano se incrustaron en su estómago con la fuerza de un tren.

Gruñó y el doloroso puñetazo le extrajo el aire de los pulmones. La mano derecha soltó la pistola y se quedó colgando, balanceándose, cuando Komosa se echó hacia atrás bruscamente…

La cabeza de Chase golpeó la tubería con un ruido sordo de hueso contra metal. Unas estrellas de indescriptibles colores se hicieron supernovas ante sus ojos y un dolor aún más fuerte se abrió paso en su cabeza.

Apretó de nuevo el pulgar izquierdo…

En la pista de aterrizaje, esperando impacientemente al lado del rotor basculante, Sophia miró a su alrededor, furiosa, cuando escuchó otro tiro proveniente de abajo. Después, se subió de un salto a la cabina.

—¡Despega! ¡Rápido!

Los hombres que ya estaban a bordo la miraron, sorprendidos.

—¿Y el señor Komosa? —preguntó el piloto.

—¡Despega! —gritó ella—. ¡Sácanos de aquí! ¡Ahora mismo!

La única razón por la que podía haber habido un segundo disparo era que algo había salido mal…

La bala se incrustó en la pared más lejana. El terrible mareo que tenía empeoró con el pitido de sus oídos. Chase fue incapaz de oponer resistencia cuando Komosa le golpeó la muñeca izquierda contra la tubería, intentando que soltase la pistola y tirarlo al suelo.

Otro golpe. Algo crujió. Los dedos le resbalaron…

Con la visión nublada por el dolor vio la cara ensangrentada de Komosa.
A por sus ojos, le aconsejaron tanto su entrenamiento como su instinto. Demasiado lejos. Komosa tenía los brazos más largos que él. Y eso solo le dejaba

Utilizando unos desesperados restos de energía, Chase levantó el brazo derecho y apretó la pistola con el pulgar.

No accionó el gatillo, sino el botón para soltar el cargador de detrás.

Con un clic, el cargador cayó al suelo. Fue entonces cuando Chase fue a por el gatillo y presionó con el pulgar izquierdo por tercera y última vez, disparando la última ronda en la habitación. La corredera de la Browning volvió a su posición.

Antes de que el cargador llegase a la cubierta, Chase movió el pie y le propinó una patada para lanzarlo a través de la bodega. Golpeó la pared que había cerca de Nina y cayó al suelo.

Los ojos de Komosa se hincharon por la ira. Volvió a aplastar la muñeca de Chase contra la tubería. Esta vez, el dolor lo sobrepasó y Chase se soltó, se tambaleó y se desplomó de espaldas.

Por fin estaba libre de la tubería, pero eso no fue ningún consuelo cuando un furioso Komosa cayó sobre él.

Trató de golpearle en la cabeza con la pistola. Chase logró bloquear el impacto por poco, levantando las manos, pero Komosa volvió a golpearlo, y otra vez más, y al final el duro metal se estrelló contra su cabeza. La cabeza de Chase botó contra la cubierta.

Gimió. Entre la neblina que poblaba su visión pudo distinguir la bomba, a unos dos metros y medio de distancia, con la cuenta atrás aún en marcha. Desde el exterior del barco oyó el rugido de unos motores: era el rotor basculante despegando y alejándose rápidamente.

Komosa se levantó y buscó el cargador. Lo localizó y avanzó a trompicones hacia Nina.

Ella vio a Chase rodando lateralmente y arrastrándose con lentitud, dolorido, hacia la bomba. Fuese lo que fuese lo que trataba de hacer, tenía que conseguirle más tiempo.

No llegaba al cargador con las manos, pero sí con los pies…

Utilizó la tubería como punto de apoyo y le dio una patada al cargador justo cuando Komosa se agachaba para cogerlo, mandándolo volando a través de la bodega hasta que chocó con la pared más alejada. Él dijo algo incoherente entre dientes y la sangre burbujeó entre sus labios cortados. Después la golpeó con fuerza en el estómago, antes de arrastrar los pies en busca de las balas.

Chase llegó a la bomba. Se agarró a las barras verticales para desplazarse hacia delante.

Komosa recogió el cargador y lo colocó en su sitio, al tiempo que la corredera saltaba hacia delante para introducir otra bala en la cámara. Se giró para apuntar a Chase y se encontró con que Chase lo apuntaba a él.

—¿No te gustaban los pírsines? ¡Pues métete este por el culo! —gruñó Chase al tiempo que le disparaba con la pistola de tornillos.

BOOK: La tumba de Hércules
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