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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (55 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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Una mano. Después la otra.

Poco a poco, se fue acercando a la popa del yate. Cada vez que su cuerpo golpeaba el agua, sentía las hélices girando hambrientas bajo ella.

El frío le dejó insensibles las manos y el dolor fue la única sensación que permaneció. Unos pocos centímetros más…

Cuando el mar la sumergió, jadeó buscando aire y trató de apartar el agua salada de los ojos. La popa del yate era un muro vertical de acero blanco.

Pero había algo hacia un lado, por encima de la línea central…

¡Una escalerilla!

Era un acceso a la plataforma flotante del Ocean Emperor cuando estaba bajada y el barco parado. Pero a Nina poco le importaba su función… solo sabía que la tenía ahí y que podía llegar hasta ella.

Si era capaz de agarrarse.

Con un nuevo golpe de energía, avanzó por el cable tenso y finalmente llegó hasta el casco y golpeó el metal con el hombro. Los músculos le ardían cuando sacó las piernas del agua. Nina pataleó contra la popa y trató de balancearse hacia los lados para llegar a la escalerilla.

Estaba demasiado abajo. Las piernas volvieron a caerse al agua y las cortantes olas, como si fuesen garras, trataron de arrastrarla hacia su perdición. Con un grito, se elevó más arriba y volvió a intentarlo.

Esta vez se libró de la estela espumosa por centímetros. Los pies le patinaban en el resbaladizo metal, pero Nina se obligó a atravesar horizontalmente la popa del barco. El cable se le hundía en las manos. La escalerilla se encontraba solo a unos pocos centímetros y se aproximaba con cada paso que daba sobre la superficie húmeda, cada vez estaba más cerca…

Aguantando todo su peso con un brazo dolorido, Nina se estiró para asirse a la escalerilla. Estaba tan húmeda y escurridiza como el casco, y sus dedos insensibles no conseguían asirla. En cualquier momento, se vería obligada a soltar el cable…

Pataleó contra el casco una vez más, gritando de miedo y furia…

Los dedos se cerraron alrededor de un peldaño.

Por un momento, casi no pudo creérselo. Después, con una nueva determinación, se lanzó hacia ella y quedó colgando bajo la escalerilla, con los pies en el agua, en la estela del barco. Pero se izó de nuevo y consiguió envolver el brazo en otro peldaño.

Temblando, se quedó allí pendida durante casi un minuto, hasta que la sensibilidad volvió a sus dedos congelados. Por fin, reunió fuerzas para subir la escalera, peldaño a peldaño, dolorida.

Una vez arriba, se desplomó, exhausta, en la cubierta de teca. El agua caía de su ropa y su cabello empapados. Si hubiese habido alguien allí para verla, no habría podido hacer absolutamente nada para enfrentarse a él.

Pero la cubierta estaba vacía. Despacio, Nina levantó la cabeza. Por encima veía las cubiertas de los motores y la cola del rotor basculante que sobresalían del borde de la plataforma de aterrizaje del yate.

Esa visión la llenó de energía. Si la aeronave estaba allí, también estaría Sophia.

Y Chase.

Con las piernas todavía temblorosas, Nina se obligó a ponerse de pie. Alguna parte de su mente se dio cuenta, con una ironía distante, de que se hallaba casi justo en el lugar donde Chase y ella se habían peleado en la fiesta de Corvus, hacía toda una vida. Pero esta vez ella no estaba allí para discutir con él, sino para rescatarlo.

Se pasó las manos con firmeza por la ropa y después se escurrió el pelo enmarañado, tratando de eliminar tanta agua fría como fuese posible. Puede que la cubierta de popa estuviese vacía, pero el Ocean Emperor seguía teniendo una tripulación a bordo y un rastro húmedo por los pasillos del barco levantaría sospechas hasta en el marinero más cortito.

Cuando estuvo todo lo seca que pudo fue hacia la puerta más cercana, tratando de recordar la distribución del barco. Más de cien metros de largo, le había dicho alguien, con seis cubiertas. Tenía suficientes camarotes para acomodar a más de cuarenta pasajeros durante un crucero, además de los cuartos de la tripulación.

Un montón de sitios donde buscar.

De repente recordó a Trulli y miró hacia atrás, por encima de la popa. No tenía ni idea de si había logrado salir del submarino antes de que se hundiese. Por un momento, pensó haber visto una pequeña luz parpadear entre la negrura infinita del mar, pero desapareció inmediatamente.

—Espero que lo hayas conseguido, Matt —susurró, rozando su colgante.

Después abrió la puerta con cuidado y miró en el interior.

Era una sala de estar, con butacas de cuero color crema y un pequeño bar. Vacía. Nina se coló en la habitación y su calidez y comodidad le recordaron perfectamente el frío que había pasado en el agua. Se estremeció, se frotó los brazos y se paró para pensar en su próximo movimiento.

Primera prioridad: encontrar a Chase. Una vez liberado, podrían pensar en los siguientes pasos juntos, que eran localizar y desarmar la bomba y después ocuparse de Sophia y de cualquiera que la estuviese ayudando.

¿Y dónde podía estar Chase? Era un prisionero, así que seguramente estaría en algún lugar donde pudiese permanecer enclaustrado. Eso eliminaba los camarotes, que eran como habitaciones de hotel en las que el ocupante podía siempre abrir la puerta desde dentro. ¿Una de las bodegas, quizás?

Tenía que empezar por algún sitio, así que bien podía comenzar por abajo e ir subiendo. Había un plano de la cubierta detrás del bar que mostraba las rutas de evacuación en caso de emergencia y la localización de las escaleras. Fue rápidamente hasta una puerta en la parte delantera de la sala. Daba a un pasillo vacío.

Escuchó, por si había movimiento, y caminó sin hacer ruido por el corredor hasta llegar a las escaleras. Estaba a punto de descender cuando oyó algo sobre el murmullo de los motores diésel.

¿Un gemido?

Venía de la cubierta de arriba. Nina subió con cuidado medio tramo de escaleras y se paró a escuchar. Parecía un hombre, seguramente dolorido. ¿Chase?

Se quedó quieta, esperando nerviosa a que el sonido se repitiese.

Se repitió.

—Oh, por todos los…

Nina resopló, exasperada y furiosa, cuando se dio cuenta de lo que estaba oyendo. Era un gemido, pero no de dolor, al que se le acababa de unir otro, el de una mujer retorciéndose de placer. Sophia.

El hombre al que había escuchado era Komosa.

—¡Espero que pillen la gonorrea!

Decidió que Sophia seguramente no estaría obligando a Chase a mirar, así que bajó las escaleras. Otro vistazo a otro plano de evacuación le confirmó que estaba en la cubierta inferior. La sala de motor estaba a popa y las bodegas a proa.

Basándose en la idea de que en la sala de motor habría alguien, correteó en la otra dirección para ir comprobando una a una todas las puertas. La primera solo daba a una bodega de almacenamiento llena de objetos de limpieza; la segunda era una lavandería a oscuras. Sin desanimarse, continuó por el pasillo, abriendo todas las puertas a lo largo del barco casi hasta la proa. Antes de llegar, se coló por un estrecho pasillo de comunicación para ir hacia el lado de estribor. Bodegas llenas de cajas apiladas y cerradas, una cámara frigorífica…

Había una puerta cerrada.

Se quedó paralizada, como si el ruido de intentar abrir la puerta pudiese alertar a alguien. Pero el único sonido que oía era el zumbido de los motores. Volvió a probar la manilla, sin suerte. Después llamó a la puerta suavemente.

—¡Eddie! —lo llamó, todo lo alto que se atrevió—. Eddie, ¿estás ahí?

Silencio.

—Por supuesto que estoy aquí, Sophia… ¡tú me esposaste a un jodido poste!

Nina dejó escapar un jadeo ahogado de placer. Estaba vivo.

—¡No, soy yo! ¡Soy Nina!

Otro silencio. Después Chase volvió a hablar, completamente incrédulo.

—¿Cómo demonios has llegado hasta aquí?

—Ya te lo explicaré más tarde.

Recordó que una de las bodegas que había revisado contenía herramientas, así que volvió corriendo a por ellas y encontró una barra metálica. Regresó a la sala cerrada.

—¿Estás bien?

—Me estoy meando, pero aparte de eso…

—Estás bien —murmuró Nina, introduciendo el borde de la barra de metal en el quicio de la puerta y apoyándose en ella, empujando con fuerza. La madera crujió y se astilló hasta que algo se rompió en su interior y la puerta se abrió de golpe.

Nina casi entró de morros en la bodega. Vio a Chase de pie, en la pared del fondo, con las manos esposadas alrededor de una tubería, sin poder esconder la alegría que le producía verla.

—¡Joder, si eres tú de verdad!

—Te dije que vendría a buscarte —le dijo Nina, con una sonrisa sincera.

Se abrazaron como pudieron, por culpa de la tubería que se interponía entre ellos.

Chase levantó las muñecas.

—Vale, sácame estas jodidas esposas y a ver si podemos arreglar lo de la bomba.

—¿Sabes dónde está? —le preguntó Nina.

Chase señaló al otro lado de la habitación. Nina se giró y dio un paso hacia atrás cuando localizó la bomba a menos de tres metros.

—¡Jesús!

—No se te ocurra tocarla… Sophia dice que es a prueba de sabotajes y creo que, por una vez, ha dicho la verdad.

Nina levantó la barra de metal e intentó buscar la mejor manera de hacer palanca para romper la cadena de las esposas.

—¿Y si directamente la tiramos por la borda?

—Eso sería malo para los pobres pececitos —dijo Sophia, desde el umbral de la puerta.

Nina se dio la vuelta rápidamente, blandiendo la barra de metal… pero vio que Sophia, con el pelo alborotado y la cara ligeramente acalorada, la apuntaba con una pistola. Komosa, a su lado, vestido solo con pantalones de cuero, también estaba armado, igual que un hombre mayor, vestido con un uniforme blanco.

—Ay, mierda.

—Tengo que admitirlo, Nina, me sorprende y me impresiona verte aquí más aún que cuando encontré a Eddie colándose en mi base submarina.

Sophia hizo una pausa, pensativa.

—Ummm… Mi base submarina. Suena muy tipo Bond, ¿verdad?

—¿Cómo sabías que estaba aquí? —preguntó Nina, sin encontrarle la gracia.

—Detectamos una baliza de emergencia hace un par de minutos, justo detrás de nosotros. El ordenador del barco nos dijo que era de uno de los nuestros… uno de los de René, en realidad: ese ridículo submarino en el que se ha gastado tanto dinero.

—No sé yo —dijo Nina—, resulta que ha sido una muy buena inversión. Me ha traído hasta aquí.

—Para lo que te ha servido… —le contestó Sophia.

Entró en la bodega, seguida por Komosa, y le hizo un gesto a Nina para que pusiese la barra de metal en el suelo. Nina obedeció, a regañadientes, y después levantó las manos.

—En cuanto me di cuenta de lo que era, supe que tenías que ser tú. Nadie más estaría tan desesperado. Después uno de la tripulación encontró pisadas en la moqueta de la sala de popa y solo tuvimos que seguirlas.

Nina resopló.

—Bien hecho, Sherlock.

Miró a Komosa brevemente y vio el sudor brillante en su pecho desnudo y sus pírsines. Después volvió a fijarse en el aspecto desaliñado de Sophia.

—Siento haber interrumpido vuestro coito.

—Ay, yo no necesitaba saber esto —se quejó Chase.

Sophia sonrió.

—No importa, Eddie… por fin ha llegado eso de «luchar hasta el final» de lo que siempre hablabas. Encadénala —le dijo a Lenard, señalando a Nina.

El capitán se sacó un par de esposas de un bolsillo y se dirigió hacia ella para esposarla al lado de Chase, pero Sophia habló de nuevo.

—No, lejos de él. Allí. —Y señaló otra tubería vertical, al otro lado de la bodega.

—¿Y no podemos matarlos, sin más? —rugió Komosa, claramente frustrado.

Sophia le pasó la mano por el pecho, de arriba abajo.

—Ahora, ahora, Joe. Sé que estás deseando hacerlo, pero quiero sentir la satisfacción de que las primeras personas que mueran por la bomba sean mi exmarido… y la puta de su novia.

—¿Sabes una cosa? —le dijo Chase, mientras Lenard esposaba las manos de Nina alrededor de la tubería—. La mayoría de las exesposas amargadas solucionan sus problemas cortando la entrepierna de los trajes de sus ex. ¡No sueltan una bomba atómica sobre una jodida ciudad!

—Adiós, Eddie —le dijo Sophia, girándose hacia la puerta.

Lenard recogió la barra metálica y la siguió.

Komosa esperó a que saliesen y después avanzó y le dio un fuerte puñetazo a Chase en la cara, tirándolo al suelo.

—Este es mi regalo de despedida —sentenció, marchándose.

—¿Estás bien? —le preguntó Nina.

Chase escupió sangre… y un diente. El molar que se le había soltado en Botsuana había cedido, por fin.

—Bueno, me ha ahorrado una visita al dentista. Su regalito vale al menos doscientos dólares.

—Oh, Dios —dijo Nina, en voz baja.

Se escurrió hasta el suelo, con la ropa empapada pegada al cuerpo, y miró la bomba desde el otro lado de la bodega.

—Va a hacerlo de verdad, ¿no? Va a volar Nueva York por los aires.

—Esto todavía no se ha acabado —afirmó Chase—. Diga lo que diga Sophia, esto no es el final. Todavía tenemos tiempo para hacer algo. Debemos seguir luchando.

Nina hizo sonar sus esposas contra la tubería.

—¿Alguna sugerencia?

—Bueno…

Chase miró su tubería. Había intentado hacer todo lo que se le había ocurrido durante su cautividad para liberarse… sin el más mínimo éxito. La tubería estaba fijada demasiado sólidamente y las esposas estaban demasiado bien fabricadas.

—En realidad no. ¿Y tú?

Nina sacudió la cabeza, desconsolada, y después trató de acercarse a Chase. Él hizo lo mismo. Sin embargo, al tener los brazos encadenados, ni siquiera lograron tocarse con los pies.

—No —dijo Nina, con un ataque inminente de ira—. ¡No, joder, no!

Sacudió los pies, desesperada por conseguir algo de contacto con él, pero estaba totalmente fuera de su alcance.

—¡Joder!

Se rindió, se apartó y se hizo un ovillo contra la tubería, escondiendo sus lágrimas.

—Nina… —susurró Chase, triste.

Lo único que quería hacer en ese momento era abrazarla, consolarla, pero hasta eso se le había negado.

Se giró hacia la bomba. El tiempo seguía acortándose, incesante.

Menos de siete horas para la detonación…

30

Nueva York

Iba a ser un día precioso.

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