La tumba de Hércules (58 page)

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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

BOOK: La tumba de Hércules
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—Bueno —dijo Chase mientras Nina le ayudaba a cruzar el umbral de la puerta—, es bueno estar de vuelta en casa.

—Pensaba que no te gustaba este apartamento —dijo ella, maliciosamente.

—¿Sabes una cosa? Mientras tú también estés, por mi parte podríamos vivir en una jodida cueva.

—Sí, vale. Mientras sea una cueva con cable, supongo. Oh, por cierto… —dijo, señalando el colgador de detrás de la puerta.

La cara magullada de Chase se iluminó con una sonrisa de satisfacción.

—¡Oh, joder, increíble! —gritó al ver la nueva chaqueta de cuero negro colgada.

La besó.

—Gracias. Es una pena que no vaya a poder ponérmela en una temporada —dijo levantando el brazo izquierdo, que estaba revestido de una escayola y que llevaba en cabestrillo.

—Estará ahí para cuando la necesites.

—Fantástico. ¿Supongo que no me habrás conseguido también una nueva Wildey?

Ella sonrió.

—No tienes nada que compensar, Eddie.

—¡Bah!

Ella se rió y lo condujo hasta el sofá.

Habían pasado seis días desde que los habían rescatado del Ocean Emperor… Seis días de tratamiento hospitalario y pruebas de exposición a la radiación (todas habían estado entre los límites seguros)… Y seis días de interrogatorios intensivos por parte de Seguridad Interior y del FBI. Una vez que los numerosos agentes finalmente se convencieron de que ellos habían frustrado la conspiración para hacer detonar la bomba, más que haber tomado parte en ella, Nina y Chase habían sido liberados por fin.

Por lo que les habían contado, se había contactado con los gobiernos suizo y argelino para que se investigasen la fábrica de Yuen y los restos de la tumba de Hércules. También se había contactado con el gobierno de Botsuana, en parte para que sellasen la mina de uranio antes de enviar un equipo de investigación de la ONU… pero también, para gran alivio de Nina y Chase, para que se retirasen los cargos de asesinato que pendían sobre ellos.

Además, para alivio de Nina, se había rescatado a Matt Trulli, que había liberado la baliza de emergencia justo antes de subirse a la escotilla, consiguiendo ponerse un chaleco salvavidas cuando se hundía el submarino. Tras pasarse un par de horas a la deriva en el Atlántico, un helicóptero de la Guardia Costera lo había localizado. El australiano, inconsciente, sufría de hipotermia, algo más que sumarse a su costilla rota, pero pronto se recuperaría totalmente.

El único cabo suelto era Sophia. Tras abandonar el yate, el rotor basculante había aterrizado en Staten Island, cerca del puente de Verrazano-Narrows, para contemplar la explosión desde una distancia segura… Sin embargo, cuando fue obvio que la bomba no iba a explotar, la aeronave había despegado de nuevo y se había dirigido al aeropuerto JFK. Cuando su comportamiento inusual y la ausencia de plan de vuelo levantaron la alarma en el control de tráfico aéreo, el rotor basculante ya había aterrizado a toda prisa en un pedazo de tierra no lejos del JFK, en el distrito exterior de Queens, y había sido abandonado. Sus ocupantes habían huido. Dos de ellos fueron arrestados más tarde en un coche robado, pero de los demás, incluyendo a Sophia, no había ni rastro.

Ella era ahora objeto de la mayor persecución mundial desde Osama bin Laden. Su plan para detonar un arma nuclear en Nueva York y que casi lo hubiese logrado, le había hecho ganarse el título de «la más buscada de Estados Unidos».

Chase hizo el amago de colocar los pies sobre la mesita de cristal auxiliar y después se lo pensó de nuevo, mirando a Nina. Ella sonrió.

—No, adelante. Te dejo. Ya sabes, solo por esta vez. Por eso de que has salvado Nueva York y todo eso.

Él bajó la vista hacia su brazo izquierdo inmovilizado.

—Sí, debería hacerme una camiseta: «Salvé a Nueva York y lo único que conseguí fue esta asquerosa escayola»…

Nina lo besó y se dirigió después hacia la zona de la cocina.

—Estoy segura de que conseguirás algo más una vez se haga público. ¿Quieres tomar algo?

—Una pinta estaría bien. Aunque me las apañaré con un café, si no tienes.

—Enseguida —le dijo Nina, sacando una bolsita de granos de café de la nevera.

—Hablando de secretos, ¿qué pasa con la tumba de Hércules? ¿Te han dicho si te podrás llevar el mérito de haberla encontrado?

—¡Más les vale! Aunque creo que va a pasar un tiempo antes de que así sea —contestó ella, introduciendo los granos en el molinillo—. El gobierno argelino quiere tener todo el control, para empezar. Apuesto a que sus ojos hicieron ¡cling!, como en los dibujos de Bugs Bunny, cuando escucharon que había un tesoro oculto con un valor de miles de millones de dólares en el interior de sus fronteras. A la AIP le va a costar convencerlos de que les permitan la entrada al lugar.

—Bueno, al menos tú no tendrás que lidiar con eso —dijo Chase mirándola, inseguro—. ¿O sí?

Ella le sonrió y puso en marcha el molinillo.

—Ni de broma. ¿Ahora mismo? Estoy de vacaciones. Y tú también. Y esa es una decisión oficial de la AIP.

—Me gusta cómo suena eso.

Se estiró y estaba a punto de levantar los pies cuando alguien llamó a la puerta del apartamento.

—Oh, cojones. Nunca hay un momento de paz.

—Ya voy yo —se ofreció Nina.

—Nah, no pasa nada —le contestó Chase, poniéndose de pie—. Me libraré de ellos. Tú sigue moliendo esos granos.

Atravesó a zancadas el salón y abrió la puerta…

Sophia estaba de pie en la entrada, con una pistola en la mano.

Antes de que Chase pudiese reaccionar, disparó.

Un dardo de metal se le clavó en el pecho. Jadeando de dolor, lo extrajo… pero su mano se quedó a medio camino cuando la toxina paralizante se extendió por su cuerpo. Ya con espasmos, cayó de espaldas y la escayola golpeó el suelo de madera. Todavía tenía la mano levantada, sujetando el dardo de metal.

Sophia bajó la pistola de dardos y sacó una automática negra de la chaqueta, cerrando de golpe la puerta tras ella.

—Hola, Eddie —dijo, pasando por encima de él—. ¡Y Nina! No puedo decir que sea un placer volver a veros… pero pronto lo será.

Apuntó con la pistola a Nina, indicándole que saliera de detrás de la barra de la cocina.

Con el corazón latiéndole a mil por hora, Nina le echó un rápido vistazo al bloque de cuchillos cuando los tuvo a un lado.

—Ni se te ocurra —la advirtió Sophia, acercándose.

—¿Qué le has hecho a Eddie? —le preguntó Nina, mirando a Chase.

—No te preocupes, está vivo… al menos lo estará durante los próximos minutos. Quería que él lo presenciase.

Nina se colocó en el centro del salón.

—¿Que presenciase qué?

Sophia caminó hacia ella.

—Tu muerte, por supuesto. ¡Dios! —dijo, parándose a unos pocos metros y mirando desdeñosamente el apartamento—. No tienes ni idea de lo mucho que te desprecio, vulgar putita americana. Entiendo que sientas algún tipo de adoración heroica por Eddie, pero no tengo ni idea de qué es lo que él ve en ti. Incluso alguien de clase tan baja como él se merece algo mejor.

—Yo no amo a Eddie porque sea un héroe —le replicó Nina—. Lo amo por ser el hombre que es. Aunque seguro que tú no eres capaz de entender eso.

—Oh, cállate —se burló Sophia, levantando la pistola y apuntando a la cara de Nina—. Eddie, espero que puedas verlo. Voy a matar a la pequeña fulana. ¿Qué te parece?

Por un breve instante, su mirada se desvió hacia Chase…

Nina se lanzó hacia delante.

Cogió el brazo de Sophia con una mano y se apartó de la línea de fuego, utilizando la otra para arrancarle la pistola del puño, que cayó al suelo. El borde afilado hizo que se desprendiese una astilla de madera pulida y el arma se deslizó bajo la mesita.

Sorprendida momentáneamente, Sophia observó cómo se le escapaba, pero volvió a fijar su mirada en Nina. Una sonrisa burlona asomó en su cara.

—Oh, has estado practicando con Eddie, ¿verdad?

Lanzó su otra mano hacia arriba y agarró el brazo de Nina.

—Pero yo también —bufó Sophia, empujando a Nina hacia ella y describiendo un amplio movimiento con la pierna derecha a la altura de los pies de la otra mujer.

Nina tropezó y cayó al suelo, aterrizando con fuerza sobre sus codos, al lado de la estatua africana. Las viejas magulladuras volvieron a dolerle. Desde el otro extremo de la habitación, los ojos de Chase se encontraron con los suyos, pero se veía impotente para ayudarla.

Sophia corrió hacia la mesa de cristal y se agachó para coger la pistola.

Nina se puso en pie de un salto, necesitaba un arma, encontró una…

La mano de Sophia acababa de cerrarse alrededor de la pistola cuando la estatua le golpeó la espalda, como si de un bate de béisbol se trataste, con tanta fuerza que la cabeza de la escultura se desprendió y salió rebotando por la habitación. Antes de que Sophia pudiese responder con otra cosa que no fuese un grito de dolor, Nina volvió a impulsar la talla y esta vez le golpeó el hombro. Sophia se tambaleó y cayó, soltando la pistola.

Nina levantó la estatua, a punto de descargarla sobre la cabeza de Sophia… Esta dio una patada que alcanzó a Nina justo encima de una rodilla, lo que hizo que esta trastabillara hacia atrás. Las pantorrillas la frenaron contra la mesita y se estampó contra el cristal, que se hizo pedazos bajo su peso. Fueron los brazos abiertos los que impidieron que aterrizase sobre los pedazos rotos.

Agarrándose el hombro, Sophia se puso de pie, buscando la pistola. Estaba en la parte más alejada de la habitación, cerca de la ventana del balcón. Corrió a por ella.

Nina se giró dolorosamente por encima del marco de la mesa y aplastó con las rodillas el cristal roto. La sangre le manaba de una docena de cortes en la espalda. Buscó a Sophia…

¡Tenía el arma!

Nina se precipitó detrás de la barra cuando Sophia disparó. Tres tiros hicieron saltar trozos de mármol de la encimera. Se apretó contra los muebles de la pared de atrás y una de las puertas se abrió de golpe, mostrando una serie de productos de limpieza.

Cogió una botella de plástico con espray y desenroscó frenéticamente la tapa…

Con la pistola en alto, Sophia se acercó hacia la barra. Vio un movimiento en uno de sus extremos y se giró para disparar…

Un arco de líquido salió volando del extremo de la botella abierta cuando Nina presionó. La lejía se extendió por el pecho de Sophia. La inglesa consiguió levantar un brazo para protegerse la cara, pero incluso diluida para ser utilizada como limpiador de cocina, el producto químico desprendía un penetrante hedor lo suficientemente fuerte como para sellar sus fosas nasales, impidiéndole respirar. Sophia retrocedió, tosiendo y frotándose los ojos.

Nina se puso en pie de un salto, buscando otra arma. Vio la figurita de Castro de Chase sobre la barra y pensó en tirársela a Sophia, pero cambió de opinión y arrancó el cable del molinillo de la pared para lanzar el electrodoméstico por encima de la barra. Un reguero de granos de café salió disparado cuando golpeó el brazo con el que Sophia sujetaba el arma, haciendo que se le cayese y que ella se tambaleara hasta llegar a uno de los sillones.

Nina cogió un cuchillo de trinchar grande del bloque de madera y salió corriendo con él de detrás de la barra. Si pudiese llegar a la pistola…

Con los ojos rojos y llorosos, Sophia la vio llegar y levantó el cojín del asiento de cuero del sofá, usándolo de escudo cuando Nina trató de clavarle la hoja. El cuero se abrió y el relleno amarillo salió como la grasa en una incisión quirúrgica.

La pistola estaba en el suelo, entre ellas. Sophia embistió la cara y el tronco de Nina con el pesado cojín, haciéndola retroceder un paso. Después se agachó, con la mano estirada…

Nina le dio una patada salvaje a la pistola, que salió volando por la habitación y acabó a pocos centímetros de Chase.

Pero él no podía cogerla, no podía mover nada que no fuesen sus ojos…

Sophia le dio un puñetazo a Nina en el estómago y después le arrojó el cojín de cuero con fuerza a la cara. Nina lanzó puñaladas a ciegas mientras trastabillaba, pero Sophia las esquivó y le agarró la muñeca con una mano. Golpeó los dedos de Nina con la otra, doblándoselos con fuerza hacia atrás.

Nina gritó cuando las articulaciones crujieron, forzadas más allá de su límite, con las terminaciones nerviosas ardiendo. El cuchillo se le cayó de la mano.

Sin dejar de retorcer los dedos de Nina, Sophia levantó el codo y golpeó con fuerza la sien de Nina, dos veces. Mareada, Nina se cayó en el sillón.

Sophia buscó el cuchillo, pero había acabado entre los cristales rotos de la mesa. Entonces buscó la pistola.

Nina se sentó, con la cabeza dándole vueltas, y vio a Sophia alejándose rápidamente.

Y detrás de ella estaba Chase. Sus ojos se encontraron, solo durante unas décimas de segundo. Después él apartó la vista, pero no miró a Sophia…

Sino a su mano extendida.

Nina supo al instante lo que quería que hiciese.

Atravesó la habitación y alcanzó a Sophia justo cuando esta recogía la pistola y se giraba para disparar…

Nina la placó a la altura de la espinilla. Sophia se tambaleó y después se cayó de espaldas, aterrizando en la mano de Chase… sobre el dardo que sostenía.

Los ojos de Sophia se abrieron al sentir la punta metálica clavándosele en la espalda, reconociendo de qué se trataba y lo que estaba a punto de sucederle.

—¡Noooo! —gritó.

Y su grito se convirtió en un jadeo ahogado cuando la toxina empezó a hacer efecto.

Nina le soltó las piernas y le retiró la pistola de su mano temblorosa. Tiró el arma a un lado y después miró la cara aterrorizada de Sophia.

—Ayúdame… —balbuceó Sophia—. Por favor… inyección…

—¿Hay un antídoto?

—Sí… en la pistola de dardos…

Sus ojos se movieron en dirección al arma abandonada.

Nina la comprobó. Bajo el cañón había un pequeño tubo metálico. Abrió la tapa y dejó caer su contenido en la mano: una jeringuilla.

Sophia la miraba, suplicante. Sus ojos le rogaban que la ayudase, pero Nina solo la miró fríamente durante un largo rato.

—Espero que haya suficiente para dos personas —le dijo, sosteniendo en alto la jeringuilla—. Porque si no, me voy a quedar aquí sentada para verte morir… puta.

—Bueno —dijo Chase, echándole un vistazo a la habitación desde el sillón—, el apartamento está hecho una mierda.

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