La venganza de la valquiria (39 page)

Read La venganza de la valquiria Online

Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: La venganza de la valquiria
4.9Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Fantástico —dijo Fabel.

—Lo siento. He hecho todo lo que he podido —dijo Astrid e, incluso a través del teléfono, Fabel notó que lo decía en serio—. Lo he revisado todo tres veces. He probado todos los trucos. Simplemente, no había nada que encontrar.

—No es culpa tuya. Holger me dijo que si alguien podía sacar algo, eras tú. Que eres la mejor forense con la que ha trabajado en escenarios antiguos.

—Gracias —dijo Astrid—. Pero quien haya matado a Sparwald es todavía mejor.

Después de colgar, Fabel se dirigió al centro de operaciones de la brigada de homicidios. Werner, Anna, Henk y Dirk lo estaban esperando. Había invitado a Karin Vestergaard a sumarse a la reunión, pero ella había llamado para avisar de que llegaría con unos minutos de retraso.

—¿Sabes? —dijo Werner—, si estamos buscando a una Valquiria no iríamos muy descaminados mirando a la dama de hielo danesa. Una mujer fría de verdad.

—Es una buena policía, por lo que yo he visto —dijo Fabel.

—Una cosa —dijo Anna—, ya que hablamos de gente en la que deberíamos pensar… No pretendo hacerme la graciosa, pero hay dos mujeres a las que tendríamos que investigar a fondo: Martina Schilmann y Petra Meissner.

—¿Por qué Martina? —Fabel miró a Anna con extrañeza—. Es una ex agente de la Polizei de Hamburgo, por el amor de Dios.

—Tenía relación con Westland y estaba cerca de la escena del crimen. Hablemos claro, solo contamos con su palabra para confirmar que estaba en el otro extremo de la Herbertstrasse todo el tiempo que ella dice haber estado. Y se crio en la RDA, igual que Petra Meissner. Las dos encajan en los límites de edad fijados para la Valquiria.

—¿Qué? —exclamó Fabel con desdén—. ¿O sea que ahora vamos a sospechar de todas las mujeres de Alemania del Este? Incluyamos también a la cancillera Merkel. Ella se educó en Brandeburgo, a fin de cuentas. —Adoptó sarcásticamente una expresión triunfal—. ¡Y estuvo en la Juventud Libre Alemana!

—Hablo en serio,
Chef
—insistió Anna—. No podemos desatender el hecho que dos mujeres relacionadas con Jake Westland pasaron su juventud en la RDA.

—Pero los antecedentes de Martina debieron de ser revisados exhaustivamente antes de dejarla entrar en la Polizei de Hamburgo. Y yo diría que Petra Meissner tiene un perfil público demasiado prominente para ejercer de asesina profesional.

—Quizá —dijo Anna—. Pero si Martina Schilmann es la Valquiria, sus antecedentes en la RDA serán tan poco fiables como…

—Vale, compruébalo. —Fabel se volvió hacia Hechtner—. Dirk, ¿has averiguado algo más sobre quién podría ser el tal Olaf, ese nombre del bloc de notas de Jespersen?

—No, lo lamento,
Chef
. De acuerdo con los pocos datos que hemos reunido sobre Drescher, nada indica que usara nunca Olaf como seudónimo. Tampoco hay ningún Olaf relacionado con Goran Vujačić, Jake Westland o Armin Lensch. Aún estamos investigando si Ralf Sparwald conocía a alguno.

—Podría tratarse de un detalle fortuito —dijo Fabel—. Quizá del todo irrelevante.

Fabel aguardó a que llegara Vestergaard y a que se hubiera congregado el resto del equipo en el centro de operaciones.

—Muy bien. Tenemos una pista importante —dijo, dirigiéndose a todo el equipo—. Gracias a Anna, hemos descifrado el código que usaba Drescher en sus mensajes a la Valquiria. Los mensajes se limitaban a fijar el lugar y la hora de encuentro. Es un claro ejemplo de pensamiento institucional. Crearon su sistema de trabajo antes de la reunificación, con métodos de la Guerra Fría. Me figuro que Drescher no se sentía cómodo con las nuevas tecnologías; de lo contrario, podrían haber utilizado Internet o cuentas de correo anónimas. Aunque, por decirlo todo, tampoco hay pruebas de que no emplearan esos medios, además de los anuncios de la revista.

—¿Por qué hacer todo eso? —dijo Werner—. Al fin y al cabo, podrían haberse llamado por teléfono. Nadie conocía a Drescher y ella habría podido recurrir a un móvil imposible de rastrear.

—Pensamiento institucional, como digo. Drescher estaba en la misma ciudad que la Valquiria, pero toda su relación había sido pensada para desarrollarse a larga distancia, porque la Valquiria trabajaría por su cuenta la mayor parte del tiempo. Al establecerse en Hamburgo tras la reunificación, mantuvieron su antiguo sistema de trabajo. Falta de flexibilidad, supongo.

Mientras hablaba, Fabel vio que Astrid Bremen, la subdirectora del equipo forense, había entrado en el centro de coordinación y se había quedado de pie al fondo.

—En todo caso —continuó Fabel—, hemos obtenido la colaboración de la revista
Muliebritas
. Van a reservarnos un espacio en el próximo número. Sale la semana que viene, así que hemos de darnos prisa para preparar el mensaje. No parece haber ningún punto de encuentro habitual. El único elemento común es que suele ser al aire libre, seguramente para que ella pueda echar un vistazo antes de acercarse, pero también con suficientes personas circulando alrededor para pasar desapercibidos. Por lo que veo, todos los encuentros se han celebrado en Altona o en el centro de Hamburgo.

—¿Qué tal la Rathausplatz, frente al ayuntamiento? —dijo Anna—. Podríamos poner a alguien en cada esquina y también en la entrada del metro.

—Sospecho que sería un sitio demasiado público para la Valquiria. Drescher escogía escenarios más tranquilos. Gente circulando, pero no muchedumbres. Además, hay que reducir los riesgos por si las cosas se tuercen.

—¿Qué me dices del Altona Balkon? —preguntó Werner.

—Drescher ya lo usó. En la última cita, de hecho.

—¿Y el Alsterpark, cerca de donde usted vivía,
Chef
? —dijo Anna—. En la orilla del Alster exterior. Sería relativamente fácil cercarlo y a la Valquiria le costaría descubrirnos.

Fabel pensó un momento.

—Suena bien. ¿Alguna objeción?

Nadie tenía ninguna.

—Muy bien —le dijo Fabel a Werner—. Vamos a codificar y repartir el mensaje en tres anuncios, tal como hacía Drescher: «Alsterpark, Fährdamm. Once y media. Miércoles». Esto nos da una semana para prepararlo todo. Entre tanto voy a escarbar un poco en la historia de Goran Vujačić. Fue su muerte prematura lo que impulsó a Jens Jespersen a venir a Hamburgo. —Se volvió hacia Vestergaard y añadió en inglés—: Me gustaría que me echara una mano, si le parece. También quiero que vayamos juntos a ver a Gina Brønsted. El grupo NeuHansa continúa apareciendo una y otra vez en este asunto.

—Claro —dijo, y sonrió con tal frialdad que le recordó a Margarethe Paulus—. Será un placer.

Cuando Fabel hubo asignado tareas a todo el equipo, Astrid Bremer se le acercó desde el fondo de la sala. Se la veía tan joven y adolescente que a Fabel por un momento le costó imaginársela como una verdadera experta en la ciencia de la muerte.

—Creo que he encontrado algo —dijo.

—¿De la casa de Sparwald? —preguntó Fabel, esperanzado.

—No, del apartamento de Drescher. Tenemos a un especialista en huellas dactilares capaz de extrapolar huellas a partir de muestras muy tenues o antiguas. He encontrado un paquete de Rondo Melange, el café más popular de la Alemania del Este. Me pareció extraño que un hombre que tanto se esforzaba en ocultar su pasado en la Stasi, y que se había fabricado una historia falsa en Alemania Occidental, tuviera en el armario una cosa así. Bueno, acabo de recibir noticias de mi especialista. Hay una huella que no es suya.

—¿El café era un regalo?

—Eso he pensado —dijo Astrid—. Y un regalo de alguien que conocía el pasado de Drescher en la RDA. Solo podría tratarse de una persona…

Acababa de entrar en su despacho para recoger el abrigo cuando sonó el teléfono.

—¿Kriminalhauptkommissar Fabel? Soy el doctor Lüttig, Thomas Lüttig, de SkK Biotech. Me he enterado de lo de Ralf; vino uno de sus agentes. Una joven.

—La comisaria Wolff, sí. Lamento la muerte del doctor Sparwald, sé que lo valoraba mucho como colega.

—También como amigo. En fin, me pidió que le contara cualquier cosa fuera de lo común que surgiera. Pues bien, me pasé la tarde revisando sus cosas. Y hay algo… Al parecer, Ralf estaba llevando a cabo un trabajo sin la autorización de la compañía. Una especie de proyecto privado.

—¿Ah, sí? —Fabel abrió el cajón y sacó un bloc—. ¿Qué tipo de proyecto?

—Por lo que veo, estaba analizando muestras de sangre. No muchas: parece que solo tres, cada una de un donante distinto. He encontrado las muestras y también varios documentos. Realmente resulta muy extraño.

—¿En qué sentido?

—Los análisis son tremendamente específicos. Según parece, Ralf estaba buscando PBDEs. Además, los análisis los hacía él y no guardaba registros propiamente dichos. Pero sí he encontrado una nota relativa a cada una de las muestras. La primera dice: mujer, veintidós, provincia de Hunan.

—China… —murmuró Fabel para sí.

—Exacto. Pero la segunda, no. Dice: mujer, veintidós, Bitola.

—¿Bitola?

—Lo he mirado en Internet. Es una ciudad de Macedonia. Muy industrial.

—¿Qué son esos PBDEs? —preguntó Fabel.

—Polibromodifenil éteres. Se usan mucho en los productos ignífugos. Y en una infinidad de cosas más. Existe cada vez más inquietud sobre su toxicidad.

—Dice que había una tercera muestra. ¿Cómo estaba catalogada?

—Sí, bueno, es esta la muestra que más me preocupa. También corresponde a la provincia de Hunan, igual que la primera muestra de sangre. Pero en este caso se trata de tejido humano. Y por las pruebas que Ralf estaba practicando, deduzco que es una muestra de tiroides humana. Lo cual quiere decir que fue tomada post mórtem. Y hay algo más.

—¿Qué?

—Por los resultados que he visto, los niveles de PBDEs de estas muestras son astronómicos.

—¿Eso qué significa? —preguntó Fabel—. ¿Podrían ser mortales?

—Potencialmente sí. Como ya le he comentado, son increíblemente tóxicos y necesitas un permiso especial para manejarlos. Está por ver todavía qué clase de daños pueden provocar, pero se sospecha que causan problemas en la glándula tiroides y en el sistema endocrino en general, e incluso daño neurológico.

—Gracias. Quizá nos resulte útil, doctor Lüttig. —Fabel hizo una pausa—. Por cierto, ¿el nombre Olaf le suena de algo? ¿Algún conocido de Ralf Sparwald quizá?

—No, no se me ocurre nadie. ¿Es importante?

—Seguramente que no —dijo Fabel.

No le gustaban los ejecutivos.

Importaba poco a qué altura estuvieran situados en sus enrevesadas jerarquías corporativas: para Fabel, todos ellos parecían haber sufrido una especie de
personalidadectomía
. Hacía poco había tenido que asistir a una reunión con la brigada de homicidios de Frankfurt. Durante el vuelo Fabel, que llevaba una chaqueta sport inglesa, se había visto rodeado de clones con trajes de Hugo Boss y se había sentido como un extra de la película
Gattaca
. Se juró a sí mismo que se volaría los sesos con su SIG-Sauer antes de comprarse una BlackBerry.

A veces incluso le costaba ocultar su desdén por ese tipo de agentes de policía que parecían estar en el «negocio policial» y que se visten con el mismo estilo corporativo clonado del de sus pares del sector comercial o bancario.

Pero eran los directivos que estaban en lo alto de la pirámide los que más le sacaban de quicio. A veces parecía que se creyeran barones medievales. Y en cierto modo tenían razón: Hamburgo era una ciudad y un estado que había basado su historia y su independencia en la actividad comercial. En lugar de poseer el control total sobre las vidas de siervos y vasallos, los magnates de las ciudades hanseáticas tenían a sus empleados, a las empresas filiales y proveedoras y a no pocos políticos de Hamburgo bajo su férreo yugo. Y la mayoría de los políticos eran ellos mismos hombres de negocios.

Según la experiencia de Fabel, los altos directivos de Hamburgo se sentían a menudo por encima y fuera del alcance de los vulgares mortales. Como, por ejemplo, de los policías.

Así que no le sorprendió demasiado tener que intervenir él personalmente para concertar una cita con Gina Brønsted. Había pedido a una de las secretarias del Präsidium que se encargara de ello, pero la pobre no había logrado absolutamente nada. Una y otra vez, algún subalterno situado en los escalones intermedios de NeuHansa le había dado largas.

—No importa —había respondido Fabel cuando la ayudante de la secretaria de la secretaria de Brønsted le había dicho que era «totalmente imposible» concertar una cita en una semana o más—. Ya entiendo que Frau Brønsted está muy ocupada. Enviaré esta noche un coche patrulla a su casa para que la traiga al Präsidium. Y no tema, ya me encargaré de explicarle que se ha mostrado usted muy celosa de sus horas de oficina.

Enseguida le informaron de que Gina Brønsted lo recibiría aquella misma tarde. En cuanto quedó confirmada la cita llamó a Hans Gessler, de la división de delitos corporativos, y le preguntó si le importaría acompañarle aunque lo avisara con tan poca antelación.

—¿Piensas llevar a la Sirenita? —preguntó Gessler.

—¿De qué hablas? —dijo Fabel, con sincera perplejidad.

—De esa belleza danesa a la que, según me han dicho, estás tan unido últimamente.

—Si te refieres a la Politidirektør Karin Vestergaard, entonces sí, en efecto, también vendrá. Gina Brønsted es una danesa de Flensburg y he pensado que podría ser útil. Y por lo demás, la Politidirektør Vestergaard tiene un interés directo en el caso.

—Cuenta conmigo —dijo Gessler.

Dadas las dificultades que había tenido para conseguir la cita con Gina Brønsted se llevó una sorpresa cuando, al salir ya del Präsidium, le entregaron una nota en recepción según la cual habían llamado de la oficina de Gennady Frolov preguntando si a Fabel le sería posible hablar con el empresario ruso. Frolov figuraba en su lista de tareas pendientes, así que se lo anotó mentalmente para responder a la vuelta.

El grupo NeuHansa tenía sus oficinas en un edificio nuevo de HafenCity. Después de recoger a Gessler y Vestergaard Fabel condujo desde el Präsidium hasta las orillas del Elba, donde cruzó el corto puente voladizo que iba a Speicherstadt.

—Esto es increíble —dijo Vestergaard mientras se internaban en aquel laberinto de callejas adoquinadas, con almacenes de ladrillo enormes y canales de comunicación.

—El Speicherstadt era una zona franca hasta hace pocos años —dijo Gessler con entusiasmo, echándose hacia delante desde el asiento trasero—. Creo que fue en 2004… Hasta entonces, el Speicherstadt era un puerto libre independiente y la zona aduanera más extensa del mundo.

Other books

Clair De Lune by Jetta Carleton
Untouchable Darkness by Rachel van Dyken
Soul Mates by Watier, Jeane
The Red Hat Society's Domestic Goddess by Regina Hale Sutherland
Reflex by Dick Francis
Love Potions by Michelle M. Pillow
Cooking Your Way to Gorgeous by Scott-Vincent Borba