La aventurera siguió adelante apartando a un lado gruesas telarañas. Respiraba los malolientes efluvios del moho y los murciélagos, y sus pies avanzaban aplastando una moqueta de pequeñas criaturas de concha dura. Sosteniendo la tea en alto, Arilyn apretó el paso. No tenía ganas de investigar qué había en el suelo.
Finalmente, el suelo empezó a ascender. De pronto el túnel torció a la derecha, y Arilyn se detuvo de golpe. Tenía ante ella una salida muy peculiar que se le antojaba vagamente conocida. Era como un cono, con la parte ancha apuntando hacia ella, formado por gran número de tiras metálicas acabadas en afilada punta. A modo de prueba Arilyn pasó un dedo por el borde de una tira y cuando retiró la mano vio que el dedo le sangraba. El borde era tan afilado que no había sentido ningún dolor.
Tímidamente pisó con el pie la tira más próxima al suelo. Ésta se dobló bajo su peso, pero regresó inmediatamente a su posición original cuando la aventurera levantó el pie. De pronto comprendió cómo funcionaba: era una puerta de sentido único semejante a las trampas para langostas que había visto en la costa de Neverwinter. Esto explicaría por qué el túnel únicamente estaba poblado por murciélagos e insectos. Ninguna otra criatura podía cruzar esa puerta letal.
Mientras probaba de nuevo el cono con un pie, Arilyn se sintió admirada por la sencillez y efectividad de su diseño. Esa puerta impedía que penetraran intrusos en el fuerte Tenebroso al tiempo que proporcionaba una vía de escape a aquellos que eran lo suficientemente cautelosos para evitar ser seccionados en rodajas.
Sosteniendo cuidadosamente la tea en un lado, se metió dentro de la descomunal trampa para langostas, con los pies muy separados y avanzando de lado para bajar las suficientes de esas tiras afiladas y así poder pasar. La trampa se inclinó mientras ella caminaba cuidadosamente. Por último agachó la cabeza para evitar el vértice del cono y saltó fuera de la trampa. Ésta saltó a sus espaldas produciendo un fuerte chasquido.
Arilyn se topó con dos trampas más antes de llegar al final, taponado con una puerta de piedra de enormes proporciones. Gracias a los mapas del viejo zhentarim, Arilyn sabía que el túnel formaba parte de una antigua cantera de piedra situada al sudeste del fuerte Tenebroso, de la que los gigantes habían extraído la piedra original para construir el castillo. Unos pocos gigantes aún vivían en la cantera. La puerta con la que se topó Arilyn había sido construida por gigantes, y para gigantes; y ella no tenía suficiente fuerza para abrirla.
Pero Arilyn no se inquietó. Después de poner la parpadeante tea en un candelero de la pared, pasó los dedos por la puerta de piedra hasta encontrar lo que buscaba. Según sus fuentes, había una serie de runas grabadas en la piedra que revelaban el emplazamiento de una cerradura oculta. Las runas le dieron una combinación de números: cuatro abajo, dos a la derecha, tres abajo y siete a la izquierda. Los diestros dedos de Arilyn encontraron un dibujo de diminutos agujeros en una jamba de la puerta. Tras contar cuidadosamente cuál era el correcto, insertó una larga y fina púa. La puerta se abrió con el chirrido de piedra contra piedra.
Arilyn salió, aliviada de estar de nuevo en el exterior. Parpadeó varias veces para que sus ojos se acostumbraran a la luz. Aunque no había luna y el cielo estaba nublado, la noche parecía brillante en comparación con la negrura del túnel. La aventurera deslizó la púa en una segunda cerradura oculta y la enorme puerta volvió a cerrarse. Había sido tan bien construida que se confundía a la perfección con el granito de los escarpados precipicios que rodeaban el valle. Arilyn dudaba que pudiera encontrarla de nuevo, ni siquiera con su habilidad elfa para localizar puertas secretas. Con suerte, nunca tendría que intentarlo.
La semielfa inició el regreso al campamento satisfecha por el triunfo. No temía que los mercenarios zhentarim la siguieran, pues seguramente supondrían que Cherbill Nimmt había sido víctima de una lucha interna por el poder. Probablemente no se les ocurriría buscar fuera de la fortaleza la causa de su muerte.
Arilyn se deslizó dentro de su tienda poco antes del amanecer, sin que los inquietos guardias la vieran. Apenas se había tumbado en su esterilla cuando cayó en un sueño intranquilo.
En otro lugar del campamento de mercaderes, Rafe Espuela de Plata se movió en sueños. Era un semielfo explorador e intrépido aventurero que había sido contratado para inspeccionar el terreno y proteger la caravana. A su lado dormía una exuberante mujer, con una sonrisa que iluminaba su faz dormida y una jarra vacía de aguamiel al lado, cerca de su estera. Pese a los placeres de la noche, Rafe tenía un sueño ligero y era vagamente consciente de los impíos cánticos procedentes del fuerte Tenebroso.
Rafe masculló algo en sueños y se dio la vuelta. Justo entonces, una delgada figura entró en la tienda moviéndose tan silenciosamente como una sombra. Después de sacarse algo de las profundidades de una capa oscura, el intruso cogió la mano izquierda del semielfo dormido, le dio la vuelta y apretó un pequeño objeto contra la palma.
Un débil siseo sonó en la tienda. Rafe se puso rígido y abrió los ojos de golpe, fijando la mirada en su asaltante. Pese al dolor que sentía, su mirada reveló que lo reconocía. Sus labios se movieron como para formular una desesperada pregunta, pero no emitió ningún sonido.
El misterioso asaltante se apresuró a sostener a Rafe Espuela de Plata, cuyo cuerpo sufría convulsiones. Al cabo de unos instantes, el explorador tenía la mirada perdida en el vacío, y estaba quieto. Sorprendentemente, la mujer que dormía a su lado no se había enterado de nada. El asesino se limitó a echarle una fugaz mirada mientras acercaba una mano a la garganta de su víctima y le buscaba el pulso. Dándose por satisfecho, la negra figura comprobó un último detalle de su obra.
En la palma del explorador muerto había una marca que brillaba débilmente con luz azulada. En su intrincado diseño se distinguía una pequeña arpa y una luna creciente. Era el símbolo de los Arpistas.
Era noche cerrada, y sólo las estrellas y el aguzado sentido de la orientación de la aventurera la guiaban en su solitario viaje a caballo hacia Evereska. La luna estaba alta cuando, finalmente, la amazona decidió hacer una pausa y desmontó a la orilla del río Tortuoso.
Arilyn Hojaluna hubiera preferido seguir adelante, pero sería una locura intentar vadear los rápidos de noche. Desde la mañana del día anterior la semielfa había puesto muchos kilómetros entre ella y el fuerte Tenebroso. A aquel paso llegaría a Evereska en pocos días. Tal era su impaciencia por regresar a casa que tanto ella como su caballo, una yegua gris muy veloz y resistente, estaban exhaustas.
Sintiendo el aguijón de la culpabilidad, guió a la yegua hacia el río para que bebiera y la estuvo cepillando un buen rato. Después la ató en el mejor lugar de pasto que pudo encontrar.
Después de dejar a la yegua paciendo, Arilyn encendió un fuego y se sentó frente a él con las piernas cruzadas. Se había pasado todo el día cabalgando como alma que lleva el diablo, tanto para escapar de sus propios pensamientos como para esquivar a sus posibles perseguidores. Pero ahora, en la calma de la noche estrellada, no podía evitar pensar en la muerte de Rafe Espuela de Plata.
Después de que el cuerpo del explorador fuera descubierto, el jefe de la caravana y Arilyn decidieron por mutuo acuerdo separarse. La semielfa era una conocida agente de los Arpistas y, como tal, objetivo del misterioso asesino y un riesgo para los demás mercaderes. Nadie puso en duda su inocencia. Ella y Rafe habían pasado muchos ratos juntos en el curso del viaje y todos creían que los dos semielfos eran amantes.
Arilyn lanzó un suspiro y atizó el fuego. Ella no había hecho nada para desmentir tales rumores, pues de ese modo los otros miembros de la caravana la dejaban en paz. En realidad, Rafe y ella eran solamente amigos. Y para la solitaria semielfa la amistad era un regalo muy preciado.
La aventurera bajó la vista hacia el único anillo que llevaba en la mano izquierda y que relucía débilmente a la luz del fuego. Arilyn separó los dedos para estudiarlo mejor. Era un anillo muy sencillo: un simple aro de plata con el símbolo grabado de la diosa Mielikki, patrona de los exploradores. Se lo había ganado a Rafe en una partida de dados y ahora lo llevaba en su honor. Simbolizaba la amistad que compartían, una camaradería fruto de sus viajes y de una sana rivalidad con un oponente digno.
Profundamente abatida por la desacostumbrada sensación de soledad que la asediaba, Arilyn se afanó en montar su sencillo campamento. Desenrolló una manta, la extendió frente al fuego, sacó unas frutas secas y unas galletas de la bolsa, y se sentó para comer. Aunque no le gustaba nada cocinar, la semielfa solía rematar los días de viaje con una comida caliente. Pero aquella noche no quería molestarse en cocinar sólo para ella.
Arilyn llevaba casi un cuarto de siglo recorriendo el mundo en solitario, consciente de que una aventurera no debe tener demasiados vínculos. Siempre le había parecido injusto alentar los sentimientos de otra persona, pues eso expondría a esa persona a los peligros y al dolor inherente a la vida que ella había elegido. También tenía pocos amigos, cuidadosamente elegidos.
Mientras se tumbaba en su estera de dormir, la joven se planteó la posibilidad de hacer un juramento de soledad y castidad a los pies de la estatua de Hanali Celanil en Evereska. ¿O quizá tal juramento sería una afrenta a la diosa elfa de la Belleza y el Amor? En su caso, se dijo Arilyn con una mueca, tal juramento era superfluo. Tal vez, ni siquiera debería reverenciar a esa diosa.
Arilyn se volvió de espaldas y entrelazó los dedos tras la cabeza mientras consideraba la cuestión.
No le resultaba nada fácil establecer estrechos vínculos con nadie. Sus ciclos vitales no estaban sincronizados ni con los humanos ni con los elfos. Arilyn tenía casi cuarenta años; si fuese humana sería una mujer madura, pero una elfa de la luna de su edad apenas habría dejado atrás la infancia. Arilyn tenía la impresión de que durante toda su vida no había sido ni agua ni pescado, y su alianza con los Arpistas así lo confirmaba. La organización secreta valoraba sus servicios pero debido a su pasado de «honorable asesina» no había sido aceptada como miembro de pleno derecho.
Pero, al parecer, al asesino de Arpistas no le preocupaba su falta de credenciales. Hacía tiempo que Arilyn sospechaba que era un objetivo. Cada vez que se daba la vuelta sentía que alguien la vigilaba. La semielfa era una avezada rastreadora, pero no había sido capaz de descubrir ninguna huella de su enemigo. El asesino de Arpistas llevaba meses esquivándola, y durante todo este tiempo Arilyn se había estado preparando para un inevitable enfrentamiento.
A medida que transcurría el tiempo había cambiado de idea acerca de las motivaciones del asesino. Se habían producido muchas muertes, y con cada una de ellas el criminal se le acercaba más. Arilyn tenía la impresión de que el asesino se estaba burlando cruel y deliberadamente de ella. Tras la muerte de su amigo Rafe ya no tenía ninguna duda.
El aire silbó entre sus dientes cuando Arilyn soltó aire lentamente. Ella estaba acostumbrada a resolverlo todo con la espada y no soportaba tener que esperar mientras aquel asesino invisible hacía tiempo. Después de meses de inactividad forzosa tenía los nervios a flor de piel. Fuera quien fuese su enemigo, desde luego la conocía bien.
Pero ¿quién podría ser? Arilyn se había batido con un buen número de personas en el pasado y se había creado bastantes enemigos, aunque los que la habían desafiado abiertamente estaban muertos. Por mucho que se devanara los sesos a Arilyn no se le ocurría el nombre de ningún adversario vivo con la inteligencia ni la habilidad necesarias para llevar a cabo una venganza tan larga y maquiavélica.
La noche pasó y la luna desapareció en el horizonte sin que la fatigada semielfa hallara respuestas. Para tratar de conciliar el sueño, Arilyn centró sus pensamientos en cosas más agradables. Pronto estaría en Evereska, en su casa, y podría descansar. Verdaderamente necesitaba un buen descanso y no sólo por las penalidades del viaje. La aventurera se sentía exhausta por el dolor de saber que dejaba tras de ella una misteriosa estela de muerte, y por los ojos invisibles que vigilaban todos sus movimientos.
En aquel mismo momento los sentía sobre ella. No había ningún sonido, ninguna sombra, nada que indicara que alguien estuviera vigilando el campamento, pero Arilyn sentía una presencia que acechaba fuera del alcance de la luz que proyectaban los rescoldos del fuego. Rápidamente buscó la hoja de luna colocada a su lado y que era una compañera siempre alerta. Pero la espada no la avisó de nada.
En el principio de su carrera Arilyn había aprendido que la espada mágica era capaz de alertarla del peligro. Junto con su maestro, Kymil Nimesin, la semielfa descubrió que la hoja de luna podía avisarla de tres modos distintos: relucía con luz azulada cuando había peligro cerca, zumbaba con una silenciosa energía que solamente ella podía percibir cuando el peligro se le echaba encima y, mientras ella dormía, la espada montaba guardia. Muchas veces se había despertado porque había soñado que se acercaban trolls y el sueño se hacía realidad. Para alguien que viajaba solo el aviso a través de los sueños era muy práctico.
Pero esta noche la espada permanecía opaca y silenciosa. No había ningún peligro en las orillas del río. Pero entonces, ¿por qué tenía la persistente sensación de que alguien la vigilaba?
El festival de la Gran Cosecha era el acontecimiento social más destacado del mes de Eleint, conocido como el Desvaído. No obstante, Eleint distaba mucho de ser un mes aburrido. A medida que el verano se acercaba a su fin y los días se hacían más cortos y frescos, el otoño regalaba noches más largas para la diversión. Los festivales de la cosecha atestaban el calendario. Pese a que la economía de Aguas Profundas se basaba más en el comercio que en la agricultura, los adinerados habitantes de la ciudad aprovechaban cualquier oportunidad para celebrar una fiesta.
Los nobles mercaderes de Aguas Profundas se lanzaron a la calle en masa. Para los miembros de la vieja generación, el festival era de gran importancia. Era el momento de reafirmar su posición en la ciudad, de eclipsar a sus competidores, de reunir información útil así como de lanzar rumores potencialmente beneficiosos y también de disfrutar de su inmerecida riqueza con una exultante alegría.