—Mentira, mentira —Bruxinha, la viuda de Libo, se puso en pie, gimiendo. Pero su llanto no era de furia, era de pena. Lloraba nuevamente la pérdida de su marido. Tres de sus hijas la ayudaron a marcharse de la praça.
El Portavoz continuó hablando suavemente mientras ella se iba.
—Libo sabia que estaba hiriendo a su esposa Bruxinha y a sus cuatro hijas. Se odiaba por lo que hacía. Intentaba apartarse. Durante meses, a veces durante años, tenía éxito. Novinha también lo intentaba. Rehusaba verle, incluso hablarle. Prohibió a sus hijos que le mencionaran. Entonces Libo pensaba que era lo bastante fuerte para verla sin volver a caer. Novinha se sentía tan solitaria, con su marido, que nunca podía evitarle. Nunca pretendieron que hubiera nada bueno en lo que hacían. Simplemente no podían vivir sin ello.
Bruxinha oyó esto mientras se la llevaban. Era un pequeño consuelo, naturalmente, pero el obispo Peregrino, al verla marcharse, reconoció que el Portavoz le estaba dando un regalo. Era la víctima más inocente de su cruel verdad, pero no la dejó sólo con el rescoldo. Le estaba concediendo un modo de vivir con el conocimiento de lo que su marido hacía. «No es culpa tuya —le decía —. No habrías podido hacer nada por evitarlo. Tu marido fue el que falló, no tú.» «Virgen Santa —rezó el obispo en silencio —, permite que Bruxinha escuche lo que él dice y lo crea.»
La viuda de Libo no era la única que lloraba. Muchos cientos de ojos que la miraban al marcharse también estaban llenos de lágrimas. Descubrir que Novinha era una adúltera era sorprendente, pero delicioso: la mujer del corazón de acero tenía un defecto que no la hacia mejor que los demás. Pero no había tal placer al descubrir el mismo defecto en Libo. Todos le habían amado. Su generosidad, su amabilidad, su sabiduría que tanto admiraban, les impedía reconocer que todo era una máscara.
Así que se sorprendieron cuando el Portavoz les recordó que no era la muerte de Libo de la que Hablaba hoy.
—¿Por qué consintió esto Marcos Ribeira? Novinha pensaba que era porque quería una esposa y la ilusión de que tenía hijos, para no sentir vergüenza en la comunidad. Parcialmente fue por esto. Pero principalmente se casó con ella porque la amaba. Nunca esperó realmente que ella le amara como él lo hacía, porque él la adoraba, la consideraba una diosa, y sabía que estaba enfermo, podrido, que era un animal despreciable. Sabia que ella no podría adorarle, ni siquiera quererle. Esperaba que algún día ella tal vez sintiera algún afecto. Que tal vez sintiera… lealtad.
El Portavoz inclinó la cabeza un momento. Los lusos oyeron las palabras que no tuvo que decir: ella no lo hizo nunca.
—Cada hijo que venía —dijo el Portavoz —, era otra prueba para Marcos de que había fallado. De que la diosa aún le encontraba indigno. ¿Por qué? Era leal. Nunca le había dicho a ninguno de los niños que no eran hijos suyos. Nunca rompió la promesa que le había hecho a Novinha. ¿No se merecía algo por parte de ella? A veces era más de lo que podía soportar. Rehusaba aceptar su juicio. No era ninguna diosa. Sus hijos eran todos bastardos. Eso es lo que se decía cuando la golpeaba, cuando le gritaba a Miro.
Miro oyó su nombre, pero no reconoció que tuviera nada que ver con él. Su conexión con la realidad era más frágil de lo que jamás había supuesto, y hoy le había dado demasiados choques. La magia imposible con los cerdis y los árboles. Madre y Libo, amantes. Ouanda, que estaba tan cerca de él como su propio cuerpo, su propio yo, de repente había sido colocada en otro nivel, como Ela, como Quara, otra hermana. Sus ojos no veían la hierba; la voz de Andrew era puro sonido, no oía los significados, sólo el terrible sonido. Miro había llamado a aquella voz, había querido que Hablara de la muerte de Libo. ¿Cómo podría haber sabido que en lugar de un sacerdote benévolo de una religión humanista traería al Portavoz original, con su penetrante mente y su comprensión demasiado perfecta? No podía haber sabido que bajo aquella máscara enérgica se escondía Ender el destructor, el mítico Lucifer del mayor crimen de la humanidad, determinado a cumplir con su nombre, a hacer una burla del trabajo de Pipo, Libo, Ouanda y el propio Miro, al ver en una sola hora con los cerdis todo lo que los otros no habían sido capaces de ver en casi cincuenta años, y luego apartar a Ouanda de su lado con un simple golpe, sin misericordia, de la espada de la verdad; ésa era la voz que Miro oía, lo único cierto que le quedaba, aquella voz despiadada y terrible. Miro se colgó de su sonido, intentando odiarla, sin conseguirlo, porque sabía, no podía engañarse, sabía que Ender era un destructor, pero lo que destruía era la ilusión, y ésta tenía que morir. «La verdad sobre los cerdis, la verdad sobre nosotros mismos. De alguna manera este hombre es capaz de ver la verdad y la verdad no ciega sus ojos ni le vuelve loco. Tengo que escuchar esta voz y dejar que su poder acuda a mí para que yo también pueda mirar a la luz y no morir.»
—Novinha sabía lo que era. Una adúltera, una hipócrita. Sabía que estaba hiriendo a Marcão, a Libo, a sus hijos, a Bruxinha. Sabía que había matado a Pipo. Así que resistió, incluso invitó a Marcão a que la castigara. Era su penitencia. Y nunca era suficiente. No importaba cuánto la odiara Marcão, ella se odiaba mucho más.
El obispo asintió lentamente. El Portavoz había hecho una cosa monstruosa al desplegar ante toda la comunidad aquellos secretos que deberían haber sido dichos en el confesionario. Sin embargo, Peregrino había sentido su poder, la forma en que toda la comunidad había sido obligada a descubrir a estas personas a las que creían conocer, y luego descubrirlas otra vez, y otra; y cada revisión de la historia les forzaba a volver a concebirse también a sí mismos, pues también habían formado parte de ella, habían sido tocados por toda la gente cien, mil veces, sin comprender nunca a quién tocaban. Era una cosa dolorosa y terrible, pero al final tenía un curioso efecto calmante. El obispo se inclinó hacia su secretario y susurró:
—Al menos no habrá ningún tipo de chismorreo… no quedan secretos que contar.
—Todas las personas de esta historia sufrieron dolor —dijo el Portavoz —. Todos se sacrificaron por la gente que amaban. Todos causaron un terrible dolor a la gente que les amaba. Y vosotros… vosotros que me escucháis aquí hoy, también causasteis dolor. Pero recordad esto: la vida de Marcão fue trágica y cruel, pero podría haber terminado su trato con Novinha en cualquier momento. Eligió quedarse. Debió encontrar algo de alegría en ella. Y Novinha rompió las leyes de Dios que mantienen a esta comunidad unida. También ha soportado su castigo. La Iglesia no pide una penitencia tan terrible como la que ella misma se impuso. Y si estáis inclinados a creer que se merece algún tipo de crueldad por vuestra parte, recordad esto: ella sufrió, hizo todo esto con un propósito: para evitar que los cerdis mataran a Libo.
Las palabras dejaron un rescoldo en sus corazones.
Olhado se levantó y se acercó a su madre, se arrodilló junto a ella, le pasó una mano sobre los hombros. Ella se sentó a su lado, pero ella estaba doblada contra el suelo, llorando. Quara se plantó delante de su madre, mirándola con asombro. Y Grego enterró la cara en su regazo y lloró. Los que estaban cerca pudieron oírle llorar:
—Todo papai é morto. Náo tenho nem papai. Todos mis papás están muertos. No tengo ningún papá.
Ouanda permanecía en la bocacalle donde había ido con su madre justo antes de que la alocución terminara. Buscó a Miro, pero él ya se había ido.
Ender estaba en la plataforma, mirando a la familia de Novinha, deseando poder hacer algo para aliviar su dolor. Siempre había dolor después de una alocución, porque un Portavoz de los Muertos no hacía nada por suavizar la verdad. Pero sólo raramente había vivido la gente vidas tan tristes como las de Marcão, Libo, y Novinha; raramente había tantas sorpresas, tantas piezas de información que obligaran a la gente a revisar su concepción de aquellos a quienes conocían, aquellos a quienes amaban. Ender sabía, por las caras que le miraban mientras hablaba, que había causado un gran dolor hoy. Lo había sentido en sí mismo, como si le hubieran traspasado su sufrimiento. Bruxinha había sido la más sorprendida, pero Ender sabía que su herida no era grave. Esa distinción pertenecía a Miro y Ouanda, que habían pensado que conocían lo que el futuro les traería. Pero Ender también había sentido antes el dolor de la gente, y sabía que las nuevas heridas de hoy sanarían mucho más rápidamente de lo que las viejas lo hubieran hecho jamás. Novinha tal vez no lo reconociera, pero Ender la había librado de una carga demasiado pesada para que pudiera seguir soportándola por más tiempo.
—Portavoz —dijo la alcaldesa Bosquinha.
—Alcaldesa —contestó Ender. No le gustaba hablar con nadie después de una alocución, pero estaba acostumbrado al hecho de que alguien intentara siempre hablar con él. Forzó una sonrisa —. Había mucha más gente de la que esperaba.
—Una distracción momentánea para la mayoría. Lo olvidarán por la mañana.
A Ender le molestó que ella estuviera trivializándolo.
—Sólo si sucede algo monumental durante la noche —dijo.
—Sí. Bien, eso puede arreglarse.
Sólo entonces Ender advirtió que estaba terriblemente agitada, casi sin control. La tomó por el codo y le pasó un brazo sobre el hombro; ella se apoyó en él, agradecida.
—Portavoz, vengo a pedir disculpas. Su nave ha sido requisada por el Congreso Estelar. No tiene nada que ver con usted. Se ha cometido un crimen aquí, un crimen tan… terrible, que los criminales deben ser llevados al mundo mas cercano, Trondheim, para ser juzgados y castigados. En su nave.
Ender reflexionó un instante.
—Miro y Ouanda.
Ella volvió la cabeza y le miró bruscamente.
—No le sorprende.
—Tampoco les dejaré ir.
Bosquinha se apartó de él.
—¿No les dejará?
—Creo que sé de qué les han acusado.
—¿Lleva aquí cuatro días y ya sabe cosas que yo ni siquiera sospechaba?
—A veces el gobierno es el último en enterarse.
—Déjeme decirle por qué les dejará ir, por qué todos les dejaremos ir a su juicio. Porque el Congreso nos ha quitado todos nuestros ficheros. La memoria del ordenador está vacía, a excepción de los programas más rudimentarios que controlan nuestro suministro de energía, nuestra agua, nuestro alcantarillado. Mañana no se podrá realizar ningún trabajo porque no tenemos energía suficiente para poner en marcha las fábricas, para trabajar en las minas, para conectar los tractores. He sido depuesta del cargo. Ahora no soy nada más que el jefe de policía, y tengo que ver que las directrices del Comité de Evacuación Lusitana se llevan a cabo.
—¿Evacuación?
—La licencia de la colonia ha sido revocada. Han enviado naves para recogernos. Todo rastro humano debe ser borrado. Incluso las lápidas que marcan a nuestros muertos.
Ender intentó calibrar su respuesta. No esperaba que Bosquinha fuera del tipo de personas que se inclinan ante la autoridad.
—¿Tiene intención de someterse a esto?
—Los suministros de energía y agua se controlan por ansible. También la verja. Pueden encerrarnos aquí sin energía, ni agua, y no podremos salir. Dicen que algunas de las restricciones se aliviarán en cuanto Miro y Ouanda estén a bordo de su nave en dirección a Trondheim —suspiró —. Portavoz, me temo que ésta no es una buena época para hacer turismo en Lusitania.
—No soy ningún turista —no se molestó en decirle que sospechaba que no era pura coincidencia que el Congreso advirtiera las Actividades Cuestionables cuando Ender estaba allí —. ¿Pudieron salvar algunos archivos?
—Involucrándole a usted, me temo. Advertí que todos sus ficheros se mantenían por ansible, fuera de este mundo. Le enviamos nuestros datos más cruciales como mensajes.
Ender se echó a reír.
—Bien hecho.
—No importa. No podemos recuperarlos. Oh, bueno, sí podemos, pero lo notarán de inmediato y tendrá usted tantos problemas como nosotros. Y entonces volverán a borrarlo todo.
—A menos que corte la conexión ansible inmediatamente después de copiar todos mis archivos a la memoria local.
—Entonces estaríamos de verdad en rebeldía. ¿Y para qué?
—Para hacer de Lusitania el mejor y más importante de los Cien Mundos.
Bosquinha se rió.
—Creo que nos considerarán importantes, pero es difícil que la traición sea el medio adecuado para ser reconocido como el mejor.
—Por favor. No haga nada. No arreste a Miro y Ouanda. Espere una hora y deje que me reúna con alguien más que necesita tomar parte de la decisión.
—¿La decisión de rebelamos o no? No imagino qué tiene usted que ver con esa decisión, Portavoz.
—Lo comprenderá en la reunión. Por favor, este lugar es demasiado importante para que se pierda la oportunidad.
—¿La oportunidad de qué?
—De deshacer lo que Ender el Genocida hizo hace tres mil años.
Ella le dirigió una aguda mirada.
—Y yo que pensaba que acababa usted de demostrar que no era más que un chismoso.
Tal vez estuviera bromeando. O tal vez no.
—Si piensa que lo que he hecho ha sido sólo un chismorreo, es demasiado estúpida para ser el líder de esta comunidad —sonrió él.
Bosquinha se encogió de hombros.
—Pois é —dijo —. Por supuesto. ¿Qué más?
—¿Celebrará la reunión?
—Lo solicitaré. En el despacho del obispo. Ender dudó.
—El obispo no se reunirá en ningún otro sitio —dijo ella —, y ninguna decisión de rebelarse tendrá valor si él no está de acuerdo. Puede que ni siquiera le deje entrar en la catedral. Usted es el infiel.
—Pero lo intentará usted.
—Lo intentaré por lo que ha hecho esta noche. Sólo un hombre sabio podría ver a mi gente tan claramente en tan poco tiempo. Sólo uno sin escrúpulos lo diría todo en voz alta. Su virtud y su defecto… necesitamos ambas cosas.
Bosquinha se dio la vuelta y se marchó apresuradamente. Ender sabía que, en su fuero interno, no quería obedecer al Congreso Estelar. Había sido demasiado repentino, demasiado severo; la habían despojado de su autoridad como si fuera culpable de un crimen. Y ella sabía que no había hecho nada malo. Quería resistir, encontrar una manera plausible de replicarle al Congreso y decirle que esperaran, que conservaran la calma o, si era necesario, que se pudrieran. Pero no era tonta. No haría nada por resistirles a menos que supiera que funcionaría y que beneficiaría a su pueblo. Era una buena gobernadora, Ender lo sabía. Sacrificaría alegremente su orgullo, su reputación, su futuro, por el bien de su gente.