Gobawa Ekimbo,
Pres. Com. Sup. Xen. a Pyotr Martinov, Dir. Agc Seg. Con, nota 44:1970:5:4:2,
cit. en El Segundo Genocidio, Demóstenes, 87:1972:1:1:1.
Humano abría camino a través del bosque. Los cerdis pasaban fácilmente por entre los senderos, por los arroyos, a través de gruesos matorrales.
Humano, sin embargo, parecía hacer un baile de su avance, pues escalaba parcialmente algunos árboles determinados, tocaba y hablaba a otros. Los demás cerdis eran mucho más restringidos en sus movimientos, y sólo ocasionalmente se unían a él en sus cabriolas. Solamente Mandachuva se quedaba con los tres humanos.
—¿Por qué hace eso? —le preguntó Ender.
Mandachuva se quedó sorprendido por un instante. Ouanda le explicó lo que Ender quería decir.
—¿Por qué escala Humano los árboles, o los toca y canta?
—Les canta cosas de la tercera vida —dijo Mandachuva —. Está mal que lo haga. Siempre ha sido egoísta y estúpido.
Ouanda miró a Ender con sorpresa, y luego se volvió hacia Mandachuva.
—Pensé que a todos os gustaba Humano.
—Sin duda. Es sabio. —Entonces dio un codazo a Ender en la cadera —. Pero es un necio en una cosa. Piensa que le honrarás. Piensa que le darás la tercera vida.
—¿Qué es la tercera vida? —preguntó Ender.
—El don que Pipo se guardó —respondió Mandachuva. Entonces apretó el paso y alcanzó a los otros cerdis.
—¿Tiene algo de todo esto sentido para ti, Ouanda?
—Aún no puedo acostumbrarme a la forma en que les hacen preguntas directas…
—Tampoco consigo mucho con las respuestas, ¿no?
—Mandachuva está enfadado, eso es algo. Y está enfadado con Pipo. La tercera vida… un regalo que Pipo se quedó. Todo tendrá sentido.
—¿Cuándo?
—Dentro de veinte años. O de veinte minutos. Por eso la xenología es tan divertida.
Ela también tocaba los árboles y de vez en cuando miraba los matojos.
—Todos los árboles son de la misma especie. Y también los matojos. Y esa enredadera que cuelga de la mayoría de los árboles. ¿Has visto alguna vez otra especie en el bosque, Ouanda?
—No que yo advirtiera. Nunca las he buscado.
La enredadera se llama merdona. Los macios parecen alimentarse de ella, y los cerdis se comen a los macios. Nosotros les enseñamos a hacer comestible la raíz. Antes el amaranto. Así que ahora se están alimentando de un punto más bajo de la cadena alimenticia.
—Mirad —dijo Ender.
Los cerdis se habían detenido, dando la espalda a los humanos, de cara a un claro. En un momento Ender, Ouanda y Ela se pusieron a su altura y miraron al calvero iluminado por la Luna. Era un lugar bastante grande, y el suelo estaba pelado. Había varias casas de troncos alineadas en los bordes del claro, pero el centro estaba vacío a excepción de un único árbol, un árbol muy grande, el más grande que habían visto en el bosque.
El árbol parecía moverse.
—Está lleno de macios —comentó Ouanda.
—No de macios —corrigió Humano.
—Trescientos veinte —dijo Mandachuva.
—Hermanitos —dijo Flecha.
—Y pequeñas madres —añadió Cuencos.
—Y si les hacéis daño —advirtió Come-hojas —, os mataremos sin plantaros y derribaremos vuestro árbol.
—No les haremos daño —dijo Ender.
Los cerdis no dieron un solo paso para entrar en el claro. Esperaron y esperaron, hasta que finalmente algo se movió cerca de la casa de troncos más grande, casi directamente frente a ellos. Era un cerdi. Pero más grande que ninguno de los que hubieran visto antes.
—Una esposa —murmuró Mandachuva.
—¿Cómo se llama? —preguntó Ender.
Los cerdis se volvieron hacia él, sorprendidos.
—Ellas no nos dicen sus nombres —anunció Come-hojas.
—Si es que tienen nombres —añadió Cuencos.
Humano extendió una mano e hizo agacharse a Ender para poderle susurrar al oído:
—Siempre la llamamos Gritona. Pero nunca lo hacemos cuando pueda oírnos una esposa.
La hembra les miró y entonces cantó —no había otra manera de describir el torrente melifluo de su voz —, una o dos frases en el Lenguaje de las Esposas.
—Dice que vayas —tradujo Mandachuva —. Tú, Portavoz.
—¿Solo? Preferiría que Ouanda y Ela vinieran conmigo.
Mandachuva habló en voz alta en el Lenguaje de las Esposas; parecía un gorgoteo comparado con la belleza de la voz de la hembra. Gritona respondió, cantando de nuevo brevemente.
—Dice que por supuesto que pueden ir —informó Mandachuva —. Dice que son hembras, ¿no? No es muy sofisticada respecto a las diferencias entre humanos y Pequeños.
—Una cosa más —dijo Ender —. Que venga al menos uno de vosotros como intérprete. ¿O es que sabe hablar stark?
Mandachuva tradujo la pregunta de Ender. La respuesta fue breve, y a Mandachuva no le gustó. Rehusó traducirla. Fue Humano quien explicó.
—Dice que puedes llevar el intérprete que quieras, siempre y cuando sea yo.
—Entonces nos gustaría tenerte como intérprete.
—Tú debes entrar el primero en el lugar de los nacimientos —dijo Humano —. Eres el invitado.
Ender dio un paso al frente, bajo la luz de la Luna. Pudo oír a Ela y Ouanda siguiéndole, y a Humano detrás. Ahora advirtió que Gritona no era la única hembra. Había varias caras asomadas a las puertas.
—¿Cuántas son?
Humano no respondió. Ender se volvió a mirarle.
—¿Cuántas esposas hay? —repitió.
Humano siguió sin responder. No lo hizo hasta que Gritona cantó de nuevo, más fuerte y con tono de mando.
—En el lugar de los nacimientos, Portavoz —dijo Humano —, sólo se habla cuando una esposa te pregunta.
Ender asintió gravemente, entonces se dio la vuelta y regresó al borde del claro, donde los otros machos esperaban. Ouanda y Ela le siguieron. Pudo oír a Gritona cantando tras él, y ahora comprendió por qué los machos la llamaban así: su voz podía hacer temblar a los árboles. Humano alcanzó a Ender y le tiró de la ropa.
—Dice que por qué te vas, que no se te ha dado permiso para marcharte. Portavoz, esto es muy malo, está muy enfadada.
—Dile que no he venido a dar órdenes ni a recibirlas. Si no me trata como a un igual, no la trataré como a una igual.
—No puedo decirle eso.
—Entonces se preguntará siempre por qué me marché, ¿no?
—¡Es un gran honor ser llamado entre las esposas!
—También es un gran honor para el Portavoz de los Muertos venir a visitarlas.
Humano se quedó quieto unos momentos, rígido por la ansiedad. Entonces se giró y le habló a Gritona.
Ella permaneció callada. No se produjo un sonido en el calvero.
—Espero que sepa lo que hace, Portavoz —murmuró Ouanda.
—Estoy improvisando. ¿Cómo crees que va la cosa?
Ella no respondió.
Gritona entró en la gran casa de troncos. Ender se dio la vuelta y de nuevo se encaminó al bosque. Casi inmediatamente, la voz de Gritona volvió a cantar.
—Te ordena que esperes —dijo Humano.
Ender no redujo el paso y en un momento llegó junto a los otros machos cerdis.
—Si me pide que vuelva, tal vez lo haga. Pero debes decirle, Humano, que no vine a mandar ni a ser mandado.
—No puedo decir eso.
—¿Porqué no?
—Déjame a mí —dijo Ouanda —. Humano, ¿quieres decir que no puedes porque tienes miedo o porque no hay palabras para expresarlo?
—No hay palabras. No hay forma posible de que un hermano pueda hablarle a una esposa dándole órdenes, ni de que ella pueda formular un ruego, esas palabras no pueden decirse así.
Ouanda le sonrió a Ender.
—No es la costumbre, Portavoz. Es el lenguaje.
—¿No comprenden vuestro lenguaje, Humano? —preguntó Ender.
—El Lenguaje de los Machos no puede hablarse en el lugar de los nacimientos.
—Dile que mis palabras no pueden ser dichas en el Lenguaje de las Esposas, sino sólo en el de los Machos, y que yo le… pido, que te permita traducir mis palabras al Lenguaje de los Machos.
—Causas muchos problemas, Portavoz —dijo Humano. Se giró y volvió a hablar a Gritona.
De repente el calvero se llenó del sonido del Lenguaje de las Esposas, una docena de canciones diferentes, como un coro.
—Portavoz —dijo Ouanda —, acaba de violar prácticamente todas las leyes de la buena práctica antropológica.
—¿Cuáles me faltan?
—La única que se me ocurre es que aún no ha matado a nadie.
—Lo que olvidas es que no estoy aquí como científico para estudiarles. Estoy aquí como embajador para hacer un tratado con ellos.
Con la misma rapidez con que empezaron, las esposas se callaron. Gritona salió de la casa y caminó hasta la mitad del claro hasta detenerse muy cerca del gran árbol central. Cantó.
Humano le respondió… en el Lenguaje de los Machos. Ouanda murmuró una traducción.
—Le está diciendo lo que ha dicho, lo de venir como iguales.
Una vez más las esposas estallaron en una canción llena de cacofonía.
—¿Cómo crees que responderán? —preguntó
—No soy Pizarro.
Jane empezó a murmurar en su oído.
—Estoy empezando a encontrar sentido al Lenguaje de las Esposas. Los fundamentos del Lenguaje de los Machos estaban en las notas de Pipo y Libo. Las traducciones de Humano son muy útiles. El Lenguaje de las Esposas está estrechamente relacionado con el de los Machos, excepto que parece más arcaico, más cercano a las raíces, con formas mas antiguas. Todas las formas hembra —a —macho son en modo imperativo, mientras que las de macho —a —hembra son suplicativas. La palabra que las hembras usan para los hermanos parece estar relacionada con la palabra que los machos usan para el macio, el gusano de los árboles. Si éste es el lenguaje del amor, es una maravilla que se las arreglen para reproducirse.
Ender sonrió. Era bueno oír a Jane hablándole de nuevo, saber que tendría su ayuda.
Advirtió que Mandachuva le había estado preguntando algo a Ouanda, pues ella ahora le susurraba su respuesta.
—Está escuchando a la joya que lleva en el oído.
—¿Es la reina colmena? —preguntó Mandachuva
—¿Cómo puedo saberlo? —respondió Ouanda —. He venido aquí tantas veces como tú.
—Creo que lo comprenderán y me aceptarán en esos términos —dijo Ender.
—¿Por qué piensa eso?
—Porque he venido del cielo. Porque soy el Portavoz de los Muertos.
—No empiece a pensar que es el gran dios blanco. A menudo no sale bien.
—No. Es… —se esforzó por encontrar la palabra —. Es un ordenador. Una máquina con voz.
—¿Puedo tener una?
—Algún día —respondió Ender, ahorrando a Ouanda el problema de intentar imaginar cómo contestarle.
Las esposas se callaron, y una vez más la voz de Gritona quedó sola. Inmediatamente, los machos se agitaron, empinándose y agachándose sobre sus talones.
Jane le susurró al oído.
—La hembra está hablando el Lenguaje de los Machos.
—Un gran día —dijo Flecha suavemente —. Las esposas hablan el Lenguaje de los Machos en este lugar. Nunca había sucedido antes.
—Te invita a entrar —dijo Humano —. Te invita como una hermana a un hermano.
De inmediato, Ender entró en el claro y se acercó directamente a ella. A pesar de que era más alta que los machos, seguía siendo al menos medio metro más baja que Ender, así que él se arrodilló. Se miraron cara a cara.
—Agradezco tu amabilidad conmigo —dijo Ender.
—Eso podía haberlo dicho en el Lenguaje de las Esposas —protestó Humano.
—Dilo en tu idioma de todas formas.
Así lo hizo. Gritona alargó una mano y tocó la suave piel de la frente de Ender y la áspera barba de su mentón; apretó un dedo contra sus labios y él cerró los ojos, pero no reaccionó cuando ella pasó delicadamente un dedo por sus párpados.
Ella habló.
—¿Eres el santo Portavoz? —tradujo Humano. Jane aclaró la traducción.
—Ha añadido la palabra santo.
Ender miró a Humano a los ojos.
—No soy santo.
Humano se quedó rígido.
—Díselo.
Permaneció indeciso un momento; luego aparentemente decidió que Ender era el menos peligroso de los dos.
—Ella no ha dicho santo.
—Dime lo que dice, tan exactamente como puedas.
—Si no eres santo, ¿cómo sabes lo que dijo realmente?
—Por favor, sé fidedigno entre nosotros.
—A ti te soy fiel —dijo Humano —. Pero cuando le hablo a ella, es mi voz la que oye diciendo tus palabras. Tengo que decirlas… con cuidado.
—Sé fidedigno. No tengas miedo. Es importante que sepa exactamente lo que digo. Dile esto. Dile que le pido que nos perdone por hablarle con rudeza, pero soy un rudo framling y tú debes decir exactamente lo que digo.
Humano cerró los ojos, pero se volvió hacia Gritona y habló.
Ella contestó brevemente. Humano tradujo.
—Dice que su cabeza no está hecha de raíz de merdona. Por supuesto que entiende eso.
—Dile que los humanos nunca hemos visto un árbol tan grande antes. Pídele que nos explique qué es lo que ella y las otras esposas hacen con este árbol.
Ouanda estaba sorprendida.
—Va directamente al grano, ¿no?
Pero cuando Humano tradujo las palabras de Ender, Gritona inmediatamente se dirigió al árbol, lo tocó, y empezó a cantar.
Ahora, más cerca del árbol, pudieron ver la masa de criaturas de la corteza. La mayoría no tenían más de cuatro o cinco centímetros de largo. Parecían vagamente fetales, aunque una fina mata de pelo oscuro cubría sus cuerpos rosáceos. Tenían los ojos abiertos. Se apiñaban unos sobre otros, intentando ganar un puesto en una de las extensiones de pasta seca que cubrían la corteza.
—Masa de amaranto —dijo Ouanda.
—Bebés —dijo Ela.
—No, bebés no —corrigió Humano —. Ya casi pueden andar.
Ender avanzó hacia el árbol y extendió la mano. Gritona detuvo bruscamente su canción. Pero Ender no interrumpió su movimiento. Tocó la corteza de un joven cerdi. En su ascenso, la mano le tocó, éste saltó sobre ella y se colgó de la misma.
—¿Le conocéis por su nombre? —preguntó Ender.
Asustado, Humano tradujo apresuradamente. Y dio la respuesta de Gritona.
—Éste es uno de mis hermanos. No tendrá nombre hasta que pueda caminar sobre sus dos piernas. Su padre es Raíz.
—¿Y su madre?
—Oh, las pequeñas madres nunca tienen nombre.