—Pregúntaselo.
Humano así lo hizo. Ella respondió.
—Dice que su madre era muy fuerte y muy valiente. Engordó mucho para tener cinco hijos —Humano se tocó la frente —. Cinco hijos es un número muy bueno. Y engordó lo suficiente para alimentarles a todos.
—¿Su madre trae la masa que le alimenta?
Humano se aterrorizo.
—Portavoz, no puedo decir eso. En ningún lenguaje.
—¿Por qué no?
—Te lo he dicho. Ella engordó lo suficiente para alimentar a sus cinco pequeños. Suelta a ese hermanito y deja que la esposa le cante al árbol.
Ender colocó de nuevo la mano sobre el tronco y el pequeño hermano se escurrió. Gritona reemprendió su canción. Ouanda miró a Ender, reprimiéndole por su impetuosidad. Pero Ela parecía excitada.
—¿No lo veis? Los recién nacidos se alimentan del cuerpo de sus madres.
Ender retiró la mano, con repulsión.
—¿Cómo puedes decir eso? —preguntó Ouanda.
—Míralos, moviéndose sobre los árboles, igual que los pequeños macios. Ellos y los macios deben haber sido competidores —Ela señaló una parte del árbol que no mostraba moho de amaranto —. El árbol destila savia. Aquí, en las grietas. Mucho antes de la Descolada, debe haber habido insectos que se alimentaban de la savia, y los macios y los cerdis competían para comérsela. Por eso los cerdis pudieron mezclar sus genes con estos árboles. No sólo los bebés vivían aquí, los adultos tenían que escalar los árboles constantemente para mantener apartados a los macios. Incluso cuando había muchas otras fuentes de alimento, seguían estando atados a estos árboles a través de sus ciclos vitales. Mucho antes de que se convirtieran en árboles.
—Estamos estudiando la sociedad cerdi —dijo Ouanda impacientemente —. No las evoluciones que experimentaron en el pasado.
—Estoy llevando a término unas negociaciones muy delicadas —intervino Ender —. Así que por favor callaos y aprended lo que podáis sin montar una mesa redonda.
La canción alcanzó su clímax. Una grieta apareció en el árbol.
—No irán a derribar este árbol para nosotros, ¿no? —preguntó Ouanda, horrorizada.
—Le está pidiendo al árbol que abra su corazón
—Humano se tocó la frente —. Este es el árbol madre, y es el único de nuestro bosque. No se puede hacer ningún daño a este árbol, o todos nuestros hijos vendrán de otros árboles, y todos nuestros padres morirán.
Ahora, las voces de todas las demás esposas se unieron a la de Gritona, y pronto un amplio agujero se abrió en el tronco del árbol madre. Inmediatamente, Ender se adelantó. El interior estaba demasiado oscuro para que pudiera ver.
Ela sacó su bastón iluminador del cinturón y, temblándole las manos, se lo tendió. Ouanda la agarró rápidamente por la mano.
—¡Una máquina! ¡No se puede traer eso aquí!
Ender cogió gentilmente el bastón de la mano de Ela.
—La verja está desconectada y todos podemos ejecutar ahora Actividades Cuestionables.
Apuntó al suelo con el cañón del bastón y lo conectó, entonces deslizó su dedo rápidamente para reducir la intensidad de la luz y lo desplegó. Las esposas murmuraron, y Gritona tocó a Humano en el vientre.
—Les dije que de noche podíais hacer pequeñas lunas —anunció éste —. Les dije que las llevabais con vosotros.
—¿Causará algún daño si introduzco esta luz en el corazón del árbol madre?
Humano le preguntó a Gritona, y ésta extendió la mano hacia el bastón. Entonces, sosteniéndolo con manos temblorosas, cantó suavemente y lo inclinó lentamente para que una brizna de luz atravesara el agujero. Casi inmediatamente retrocedió y apuntó con el bastón en otra dirección.
—El brillo las ciega —dijo Humano.
Jane susurró en el oído de Ender.
—El sonido de su voz repite el del interior del árbol. Cuando la luz entró, el eco se moduló, produciendo un tono alto y moldeando el sonido. El árbol respondía, usando el sonido de la propia voz de Gritona.
—¿Puedes ver? —dijo Ender suavemente.
—Arrodíllate y acércame lo suficiente y luego muéveme por delante de la abertura.
Ender obedeció y dejó que su cabeza se moviera lentamente delante del agujero, permitiendo a la joya de su oído un claro ángulo del interior. Jane describió lo que veía. Ender permaneció arrodillado largo rato, sin moverse. Luego se volvió hacia los otros.
—Las pequeñas madres están ahí dentro, embarazadas. No miden más de cuatro centímetros. Una de ellas está dando a luz.
—¿Ves con la joya? —preguntó Ela.
Ouanda se arrodilló junto a él, intentando ver el interior, pero sin conseguirlo.
—Increíble dimorfismo sexual. Las hembras llegan a su madurez sexual en la infancia, dan a luz y mueren. Humano, ¿todos esos pequeños que hay fuera del árbol son hermanos?
Humano repitió la pregunta a Gritona. La esposa extendió la mano hacia un lugar cercano a la apertura en el tronco y tomó a uno bastante grande. Cantó unas palabras de explicación.
—Ésa es una joven esposa —tradujo Humano —. Se unirá a las otras esposas en el cuidado de los niños cuando sea lo bastante mayor.
—¿Es la única? —preguntó Ela.
Ender tembló y se puso en pie.
—Ésa es estéril, o bien nunca la han dejado aparearse. No habría podido tener hijos.
—¿Por qué no? —preguntó Ouanda.
—No hay canal para dar a luz —dijo Ender —. Los bebés se abren camino mordiendo.
Ouanda musitó una plegaria.
Ela, sin embargo, sentía más curiosidad que nunca.
—Fascinante. Pero si son tan pequeñas, ¿cómo se aparean?
—Las llevamos con los padres, naturalmente —dijo Humano —. ¿Cómo sino? Los padres no pueden venir aquí, ¿no?
—Los padres —dijo Ouanda —. Así es cómo llaman a los árboles más reverenciados.
Eso es. Los padres maduran en la corteza. Ponen su simiente en la corteza, en la savia. Llevamos a la pequeña madre al padre que las esposas han escogido. Ella se arrastra sobre la corteza, y la semilla de la savia entra en su vientre y lo llena de pequeños.
Ouanda señaló sin hablar las pequeñas protuberancias en el vientre de Humano.
—Sí —dijo Humano —. Aquí las llevamos. El hermano honrado pone a la pequeña madre en una de sus bolsas, y ella se agarra con fuerza mientras la lleva al padre —se tocó el vientre —. Es el mayor placer que tenemos en nuestra segunda vida. Llevaríamos a las pequeñas madres todas las noches si pudiéramos.
Gritona cantó, más y más alto, y el agujero en el árbol madre empezó a cerrarse de nuevo.
—Todas esas hembras, las pequeñas madres —preguntó Ela —. ¿Son conscientes?
Humano no comprendía la palabra.
—¿Están despiertas? —preguntó Ender.
—Por supuesto.
—Lo que quiere decir —intervino Ouanda —es si las pequeñas madres pueden pensar. ¿Comprenden el lenguaje?
—¿Ellas? —preguntó Humano —. No, no son más listas que las cabras. Y sólo un poco más que los macios. Sólo hacen tres cosas. Comer, arrastrarse y colgarse de la bolsa. Los hermanos que están ahora fuera del árbol están empezando a pensar. Recuerdo haber escalado a la superficie del árbol madre. O sea que ya tenía memoria. Pero soy uno de los pocos que recuerda hasta tan lejos.
Las lágrimas acudieron a los ojos de Ouanda.
—Todas las madres nacen, se aparean, dan a luz y mueren en su infancia. Ni siquiera saben que están vivas.
—Es un dimorfismo sexual llevado a un extremo ridículo —dijo Ela —. Las hembras alcanzan pronto la madurez sexual, mientras que los machos lo hacen tarde. Es irónico que las hembras adultas dominantes sean todas estériles. Gobiernan toda la tribu, y sin embargo sus propios genes no pueden ser transmitidos…
—Ela —propuso Ouanda —, ¿y si pudiéramos desarrollar un medio para que las pequeñas madres tuvieran a sus hijos sin tener que ser devoradas? Una operación de cesárea. Con un nutriente rico en proteínas para sustituir el cadáver de la pequeña madre. ¿Podrían las hembras sobrevivir hasta la edad adulta?
Ela no tuvo oportunidad de contestar. Ender las tomó a ambas por el brazo y las apartó.
—¿Cómo os atrevéis? —susurró —. ¿Y si ellos pudieran concebir un modo de hacer que las niñas humanas concibieran y tuvieran hijos que se alimentaran del cadáver de la madre?
¿De qué está hablando? —preguntó Ouanda.
—Eso es repugnante —dijo Ela.
—No hemos venido a atacarles en la misma raíz de sus vidas. Hemos venido para encontrar la manera de compartir un mundo con ellos. Dentro de cien o quinientos años, cuando hayan aprendido lo suficiente para hacer los cambios ellos mismos, entonces ellos podrán decidir si alteran o no la forma en que sus hijos son concebidos y su nacimiento. Pero no podemos ni imaginar lo que les pasaría si de repente llegaran a la madurez tantas hembras como machos. ¿Para hacer qué? No pueden tener más hijos, ¿no? No pueden competir con los machos para convertirse en padres, ¿no? ¿Para qué?
—Pero están muriendo sin ni siquiera estar vivas…
—Son lo que son —dijo Ender —. Ellos, no vosotras, decidirán qué cambios querrán hacer, no desde vuestra ciega perspectiva humana, ni de vuestros intentos de hacer que vivan felices, como nosotros.
—Tienes razón —dijo Ela —. Naturalmente, tienes razón. Lo siento.
Para Ela, los cerdis no eran personas, sino una extraña fauna alienígena, y estaba acostumbrada a descubrir que otros animales tenían modos de vida inhumanos. Pero Ender pudo ver que Ouanda estaba aún trastornada. Había hecho la transición ramen: Pensaba en los cerdis en términos de nosotros en vez de ellos. Aceptaba la extraña conducta que conocía, incluso el asesinato de su padre, como parte de un marco aceptable de diferencias. Esto significaba que era más tolerante y aceptaba a los cerdis más que Ela; sin embargo, aquello la hacía aún más vulnerable al descubrimiento de conductas bestiales y crueles entre sus amigos.
Ender advirtió también que, después de años de asociación con los cerdis, Ouanda había adquirido uno de sus hábitos: en aquel momento de extrema ansiedad, su cuerpo se puso rígido. Así que él le recordó su humanidad, tomándola por el hombro en un gesto paternal.
Con su contacto, Ouanda se relajó un poco y se rió nerviosamente.
—¿Sabe lo que no dejo de pensar? —dijo en voz baja —. En que las pequeñas madres tienen a sus hijos y mueren sin ser bautizadas.
—Si el obispo Peregrino les convierte, tal vez nos dejen meter un hisopo en el árbol madre y decir las palabras.
—No se burle de mi.
—No lo hago. Por ahora, sin embargo, les pediremos que cambien lo suficiente para que podamos vivir con ellos, no más. Nosotros cambiaremos para que puedan soportar nuestra convivencia. Acceded a eso o la verja se alzará de nuevo, porque entonces seriamos verdaderamente una amenaza para su supervivencia.
Ela asintió, pero Ouanda se puso rígida de nuevo. Los dedos de Ender, súbitamente, la apretaron en el hombro. Asustada, ella asintió también. El relajó su tenaza.
—Lo siento —dijo —, pero son lo que son. Si te parece mejor, son como Dios les hizo. Así que no intentes rehacerles a tu propia imagen.
Regresó junto al árbol madre. Gritona y Humano estaban esperando.
—Por favor, disculpad la interrupción.
—Está bien —dijo Humano —. Le he dicho lo que estabais haciendo.
Ender notó que se hundía por dentro.
—¿Qué le dijiste?
—Que ellas querían hacer algo a las pequeñas madres que nos haría más parecidos a los humanos, pero tú dijiste que no lo hicieran nunca o levantarías otra vez la cerca. Le dije que dijiste que debíamos continuar siendo Pequeños, y vosotros debéis continuar siendo humanos.
Ender sonrió. Su traducción era estrictamente verdadera, pero tenía el buen sentido de no entrar en los detalles específicos. Era de suponer que las esposas pudieran desear que las pequeñas madres sobrevivieran a la infancia, sin comprender cuán vastas podrían ser las consecuencias de un cambio aparentemente tan simple. Humano era un diplomático excelente; decía la verdad y a la vez evitaba todo el asunto.
—Bien —dijo Ender —. Ahora que ya nos hemos conocido, es hora de empezar a hablar en serio.
Ender se sentó sobre la tierra desnuda. Gritona lo hizo frente a él. Cantó unas pocas palabras.
—Dice que tenéis que enseñarnos todo lo que sabéis, llevarnos a las estrellas, traernos a la reina colmena y darle el palo de luz que esta nueva humana ha traído consigo, o en la oscuridad de la noche enviará a todos los hermanos de este bosque para que maten a los humanos mientras dormís y os colgará bien alto, lejos del suelo, para que no tengáis tercera vida.
Viendo la alarma de los humanos, el cerdi extendió la mano y tocó el pecho de Ender.
—No, no, tenéis que comprender. Eso no significa nada. Esa es la manera en que siempre empezamos a hablar con otra tribu. ¿Creéis que estamos locos? ¡Nunca os mataríamos! Nos disteis amaranto, cuencos y la Reina Colmena y el Hegemón.
—Dile que retire su amenaza o no le daremos nada más.
—Te lo he dicho, Portavoz, no significa…
—Ella dijo esas palabras, y no le hablaré mientras las palabras permanezcan.
Humano le habló.
Gritona se puso en pie de un salto y empezó a dar vueltas en torno al árbol madre, con las manos alzadas, cantando en voz alta.
Humano se inclinó hacia Ender.
—Se está quejando a la gran madre y a todas las esposas de que eres un hermano que no conoce su puesto. Dice que eres rudo e imposible de tratar.
Ender asintió.
—Sí, exactamente eso. Ahora estamos consiguiendo algo.
Una vez más, Gritona se sentó frente a Ender. Habló en el Lenguaje de los Machos.
—Dice que nunca matará a ningún humano ni dejará que ninguno de los hermanos o las esposas mate a ninguno de vosotros. Dice que recuerdes que eres el doble de alto que cualquiera de nosotros, y que lo sabes todo y nosotros no sabemos nada. ¿Se ha humillado ya lo bastante para que le hables?
Gritona le observó, esperando malhumorada su respuesta.
—Sí —dijo Ender —. Ahora podemos empezar.
Novinha se arrodilló en el suelo junto a la cama de Miro. Quim y Olhado estaban de pie tras ella. Dom Cristão acostaba a Quara y Grego en su habitación. El sonido de su nana apenas era audible por la torturada respiración de Miro.
Los ojos de Miro se abrieron.
—Miro —dijo Novinha.
Miro gruñó.
—Miro, estás en casa. Atravesaste la verja cuando estaba conectada. El doctor Navio dice que tu cerebro ha sido dañado. No sabemos si el daño será permanente o no. Puedes quedar paralizado parcialmente. Pero estás vivo, Miro, y Navio dice que puede hacer muchas cosas para ayudarte a compensar lo que puedas haber perdido. ¿Comprendes? Te estoy diciendo la verdad. Puede que sea malo durante un tiempo, pero merece la pena intentarlo.