La Yihad Butleriana (30 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Yihad Butleriana
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Defendida por cimeks.

Los kindjals de escolta esparcieron nubes de humo y lanzaron contenedores que dispersaron broza electromagnética, partículas de metal activo que dañaron las capacidades sensoras de los robots. La nave de Heoma continuó su descenso hacia el suelo, oculta por el humo de las naves robóticas todavía operativas.

Conscientes de que se acercaban naves, las máquinas pensantes lanzaron salvas al azar. Las explosiones hicieron oscilar la nave de Heoma, y vio que el tren de aterrizaje había sido alcanzado. No obstante, posó el aparato en el suelo, que se deslizó a gran velocidad sobre una amplia calle embaldosada, proyectando fuego, chispas y metralla. Por fin, se estrellaron contra el costado de un edificio de piedra gris.

Al instante, Heoma y sus hombres se desabrocharon los cinturones de seguridad y tomaron las armas. La joven hechicera abrió una escotilla lateral y ordenó a sus guardaespaldas que despejaran el camino. Transmitió la señal de que había pasado el peligro a sus kindjals de escolta.

—Aniquilad a esos bastardos —respondió un piloto.

Los kindjals ascendieron al cielo, en dirección a la segunda oleada de transportes de tropas que depositaban comandos de asalto terrestres en la ciudad infestada de robots.

La siguiente fase de la misión dependía de ella.

Heoma salió del aparato humeante, y después indicó con un gesto a sus hombres que corrieran hacia la ciudadela del gobernador. Saltó tras ellos, con el objetivo muy claro en su mente.

Detrás de la hechicera, el transporte estalló, obedeciendo a su secuencia de autodestrucción programada. Heoma ni siquiera se encogió. En ningún momento había pensado dejar una posibilidad de retirada.

Los guardaespaldas portaban lanzaproyectiles y fusiles, disociadores. Se trataba de una artillería demasiado abultada para cualquier hombre normal, pero gracias a sus músculos potenciados químicamente, los guardaespaldas poseían una fuerza sobrehumana…, al menos hasta que las drogas abrasaran sus cuerpos desde el interior.

Poderosos robots de combate, de tres metros de altura, custodiaban la ciudadela de Omnius. Aunque en estado de alerta, las máquinas pensantes estaban más preocupadas por las jabalinas y ballestas, además de los escudos descodificadores reactivados, que por unos pocos humanos que corrían por las calles. ¿Qué podían hacer un puñado de hrethgir triviales contra las invencibles máquinas pensantes?

Cuando los centinelas avanzaron para detenerles, los guardaespaldas de Heoma abrieron fuego. Sin una palabra, lanzaron proyectiles que redujeron a pedazos a los robots.

Ojos espía sobrevolaban los edificios, y descendieron cuando el comando corrió hacia el arco de entrada de la mansión del magno. Los ojos espía siguieron los movimientos de Heoma, informando de todo al Omnius de Giedi Prime. Pero la hechicera no redujo su velocidad. Sus guardaespaldas desintegraban a todas las máquinas que se ponían a su alcance.

En las calles, los primeros transportes de tropas habían aterrizado. Los soldados abrieron fuego con pistolas. Establecieron un perímetro custodiado para que sus técnicos pudieran instalar el primero de los dos prototipos de descodificadores portátiles.

El ingenio era voluminoso y de aspecto tosco, aupado sobre un robusto trípode. Estaba conectado mediante cables a la fuente de energía del transporte. Una sola descarga del proyector destruiría el motor de la nave, y pondría fuera de combate a los robots carentes de protección en medio kilómetro a la redonda.

—¡Atención! —gritó el técnico. Muchos soldados se taparon los oídos, como si esperaran una andanada de artillería.

Heoma solo oyó un leve gemido agudo, y después un tenue chasquido en el tejido del aire. Humo y chispas surgieron del proyector Holtzman, y todas las luces del transporte se apagaron.

Después, con un ensordecedor ruido metálico, cientos de ojos espía cayeron al suelo. Los robots se inmovilizaron. Más naves robóticas se precipitaron a las calles, fuera de control.

Los soldados de la Armada, que aún continuaban saliendo de los transportes, prorrumpieron en vítores, entusiasmados al ver que habían establecido una posición firme, una zona en que la mayoría de enemigos habían sido eliminados.

Heoma tenía que concluir su misión antes de poner en peligro las vidas de otros soldados humanos.

—¡Adentro! ¡Deprisa!

Sus guardaespaldas y ella se internaron en los pasillos de la ciudadela gubernamental. Como Zufa Cenva le había enseñado, se concentró en fortalecer sus poderes telepáticos hasta que su mente se llenó de energía.

En las entrañas de la ciudadela, el comando de Heoma se topó con dos robots trabados, todavía funcionales pero desorientados. Al parecer, los gruesos muros del edificio les habían protegido de la descarga del proyector. Los robots se plantaron ante ellos, con los brazos levantados, pero Heoma lanzó una descarga telequinética que les derribó a un lado, impotentes contra una ofensiva que no podían ver ni comprender. Antes de que pudieran levantarse de nuevo, los guardaespaldas de Heoma los destruyeron con proyectiles.

Casi hemos llegado.

Corriendo a toda la velocidad de sus piernas, guió a los hombres hacia el corazón de la ciudad, al tiempo que se iban disparando alarmas por todas partes. Muchos robots habían quedado desactivados en habitaciones o pasillos, pero otros se precipitaron sobre ella. Puertas blindadas se iban cerrando en los corredores, como para aislar cámaras vitales, pero Heoma comprendió que no eran importantes. Sabía muy bien adónde iba.

Los cimeks no tardarían en rodearla. Tal como habían planeado.

El hormigueo de la electricidad mental aumentó en su cerebro como un transformador de energía. Daba la impresión de que la cabeza le iba a estallar, pero aún no liberó su energía. Debía guardar toda su fuerza hasta el último momento.

Oyó que formas de combate similares a cangrejos se deslizaban por los pasillos, ominosos sonidos de sofisticados cuerpos mecánicos guiados por cerebros de humanos traidores, diferentes de las rígidas pisadas de los guardias robot.

—Casi ha llegado el momento —anunció a los hombres de Rossak, con voz llena de entusiasmo y un terror apenas reprimido.

Entró en la cámara principal, donde habitaba el núcleo protegido de la manifestación de Omnius. Numerosos ojos espía la observaron con sus fibras ópticas.

Una voz resonó desde numerosos altavoces.

—Humana, ¿portas una bomba, un penoso y débil explosivo con el cual piensas atacarme? ¿Has traído uno de vuestros artilugios atómicos, o ese precio de la victoria sería demasiado elevado?

—No soy tan ingenua, Omnius. —Heoma se apartó de la frente su pelo blanco sudado—. Una persona no puede dañar a la gran supermente electrónica. Eso exige un ataque militar mucho más masivo. No soy más que una mujer.

Cuando los cimeks gigantes se acercaron desde pasillos adyacentes, Omnius simuló una carcajada.

—Los humanos admiten muy pocas veces la locura de sus actos.

—Yo no he admitido tal cosa. —La piel de Heoma emitía un brillo rojizo, abrasada por una energía sobrenatural. La electricidad estática provocaba que su cabello ondulara como serpientes airadas—. No has comprendido mi verdadero propósito.

Las puertas se abrieron y tres monstruosos cimeks irrumpieron con paso majestuoso, como si saborearan la captura de los humanos. Los guardaespaldas de Heoma se volvieron y abrieron fuego, utilizando sus últimas municiones para derribar a un neocimek en un solo ataque combinado.

El segundo neocimek levantó sus armas integradas y transformó a los intrépidos hombres de Rossak en nubes de pulpa sanguinolenta. El neocimek averiado yacía en el suelo, sus brazos y piernas se agitaban como un insecto envenenado, no preparado todavía para sucumbir a la muerte. El titán de mayor tamaño avanzó.

Heoma estaba sola frente a las máquinas. Sin moverse, concentró sus poderes mentales, hasta el límite de su capacidad.

—Soy Barbarroja —dijo el cimek—. He aplastado a tantos hrethgir que haría falta un ordenador para contarlos todos. —Él y su compañero se acercaron—. Pocas veces había visto tanta arrogancia.

—¿Arrogancia? ¿O confianza? —Heoma sonrió—. Vale la pena perder la vida a cambio de aniquilar a un titán.

La energía mental de Heoma no podía dañar los circuitos gelificados de Omnius. No obstante, las mentes humanas eran más vulnerables a su potencia telepática. Sintió que las llamas de una energía vengativa crecían en su mente, y las liberó en una tormenta de fuego.

La onda expansiva de aniquilación psíquica abrasó los cerebros de Barbarroja y su compañero, así como de los demás cimeks y seres biológicos que se hallaban dentro del complejo de la ciudadela. Omnius emitió un aullido de estática e indignación. Heoma solo vio un telón blanco cuando su energía mental desintegró los cerebros orgánicos de los generales cimek.

Y la supermente recién instalada quedó vulnerable.

En el exterior, las tropas terrestres de la liga esperaron a que la tormenta telepática se desvaneciera, y después se lanzaron al ataque contra la fortaleza indefensa de Omnius.

La reconquista de Giedi Prime había empezado.

43

Nada es permanente.

Dicho de los pensadores

Transcurrida una hora desde la activación de las torres de transmisión los cimeks y robots destacados en tierra habían localizado su emplazamiento. Mientras la batalla continuaba en Giedi Prime, incluso después de la aniquilación de Barbarroja, un escuadrón de neocimeks y robots fue enviado al mar del norte. Rodearon la isla rocosa cubierta de hielo para penetrar en el recinto y destruir las torres de transmisión parabólicas.

Con escasas armas, los restantes ingenieros de Brigit Paterson no tenían defensa contra tal ataque, pero tampoco abrigaban la intención de rendirse. Dentro del centro de control, la mujer escudriñó el cielo y el mar.

—Cuanto más resistamos aquí, más vidas salvaremos.

Los desesperados ingenieros, pálidos y muertos de terror, se armaron con granadas, rifles de proyectiles pulsátiles y un lanzacohetes portátil, y fueron a custodiar los muelles y pistas de aterrizaje de la isla.

El escuadrón robot no lanzó ultimátums. Empezaron el ataque en cuanto tuvieron a tiro su objetivo. Los ingenieros de Brigit estaban preparados y respondieron de inmediato. Cargaron sus armas, con cuidado de no desperdiciar munición.

Los cimeks y robots estaban más interesados en destruir las torres que en matar a sus pocos defensores. La mayor parte de su ataque se concentró en las estructuras que transmitían energía descodificadora a los cielos. Cuando un disparo cimek derribó un transmisor, los escudos empezaron a debilitarse, pero Brigit manipuló los controles. Sus dedos volaron sobre el teclado, desviando la energía hacia secciones más estables de la torre, y el escudo no tardó en volver a funcionar. No sabía cuánto duraría.

Oyó explosiones y gritos en el exterior, y se preguntó cuántos ingenieros quedarían con vida. Las pantallas fluctuaron cuando los sensores resultaron dañados, y vio que se acercaban más naves, probablemente refuerzos de los atacantes. Todo un escuadrón.

Entonces, detonaciones más potentes resonaron en el agua, los cimeks empezaron a dispersarse. Sus naves estallaron, alcanzadas por kindjals pilotados por humanos. Oyó vítores prorrumpidos por un número muy escaso de voces. La Armada de la Liga había enviado fuerzas para defender las instalaciones.

Debilitada de alivio, Brigit se desplomó en su silla, contenta de que el arriesgado plan hubiera funcionado. Cuando volviera a casa, se prometió que compraría a Serena Butler la botella de vino más cara que pudiera encontrar en la Liga de Nobles.

Después de que el ataque mental de Heoma destruyera a los guardianes cimek, el segundo descodificador portátil Holtzman destruyó a los robots en otra parte de la ciudad. El núcleo de Omnius estaba dañado y vulnerable.

Los robots supervivientes opusieron una feroz resistencia, dispuestos a sacrificar todo con tal de impedir que los humanos reconquistaran el planeta y destruyeran la supermente. Mientras Xavier Harkonnen combatía contra las naves de las máquinas pensantes con sus gigantescas ballestas, envió a cuatro destructores jabalina a la superficie. Escuadrón tras escuadrón de kindjals disparaban sobre objetivos, destruían la infraestructura embrionaria de las máquinas y aniquilaban a los robots que se hallaban fuera del alcance de los descodificadores portátiles.

Los transportes de tropas de la Armada depositaron soldados en tierra, cuya misión consistía en localizar y sabotear las fortalezas de las máquinas pensantes. Naves de reconocimiento enviaron mensajes animando a los oprimidos a sublevarse.

En respuesta, hombres, mujeres y niños aturdidos salieron de los edificios. Corrieron por las calles con las armas que podían encontrar, algunas recuperadas de los robots caídos.

Cuando la batalla empezó a dar un giro, Xavier dio una serie de órdenes, delegando responsabilidades y zonas de limpieza a los subcomandantes de la Armada. A continuación, partió con grupos de élite en busca de Serena Butler.

Voló directamente a la isla del mar del norte, donde los ingenieros habían reparado los transmisores. Esperaba encontrar allí a Serena, pues el plan había sido idea de la joven. Xavier miró a su alrededor, examinó los cadáveres con temor, pero no encontró ni rastro de Serena ni del veterano Ort Wibsen. Tampoco vio el forzador de bloqueos.

Cuando encontró a Brigit Paterson, expuesta a la brisa helada sin que pareciera sentir el frío, la mujer estaba exultante por la victoria.

—¡Lo hemos conseguido, tercero! —exclamó con voz tonante—. Nunca habría apostado ni un crédito por nuestras posibilidades de éxito, pero Serena sabía lo que se llevaba entre manos. No puedo creer que nos arrastrara a esto.

Xavier estuvo a punto de desmayarse de alivio.

—¿Dónde está?

—¿No está con la Armada? —Brigit frunció el ceño—. Se fue hace días para encontrarse con vuestras naves e informaron de lo que habíamos logrado. —Parpadeó, preocupada de repente—. Pensábamos que os había transmitido toda la información.

—No, hemos venido por el mensaje que me dejó en Salusa. —El miedo agarrotó el corazón de Xavier, y su voz se convirtió en un susurro—. Algo habrá pasado. Dios, espero que no.

Xavier tomó el mando de un pequeño contingente de kindjals con sus mejores pilotos. Serena se encontraba en algún lugar de Giedi Prime. Había innumerables sitios donde esconderse en un planeta, pero juró encontrarla.

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