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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

Las amenazas de nuestro mundo (47 page)

BOOK: Las amenazas de nuestro mundo
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Cuando Marco Polo, visitó Catay, procediendo del pequeño territorio que se denominaba a sí mismo «Cristiandad», quedó sorprendido y atónito, y a su regreso, la gente de su país no quiso creer sus descripciones cuando Marco Polo las escribió narrando fielmente la verdad.

De la pólvora a las bombas nucleares

Sin embargo, no fue mucho tiempo después de las invasiones de los mongoles cuando el equilibrio de la lucha entre los granjeros ciudadanos y los bárbaros nómadas, pareció inclinarse de manera aparentemente definitiva. La aparición de un avance militar proporcionó a la civilización una superioridad sobre los bárbaros que éstos nunca lograron superar. Los mongoles han sido llamados por tanto «los últimos bárbaros». La invención fue la pólvora, una mezcla de nitrato de potasio, azufre y carbón de leña que, por primera vez, colocó un explosivo en manos de la Humanidad
[66]
. Fue necesario crear una industria química muy avanzada para fabricar pólvora, de la que carecían las tribus bárbaras.

Al parecer, la pólvora tuvo su origen en la China, pues ya en el año 1160 se utilizaba para fuegos de artificio. Quizá fueron las invasiones mogolas, que con su vasto imperio abrieron un camino para el comercio, las que primero trajeron a Europa el conocimiento de la pólvora
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.

Sin embargo, en Europa la pólvora pasó de los fuegos de artificio a un mecanismo propulsado. En lugar de arrojar piedras por medio de catapultas, utilizando madera tensada o correas retorcidas en donde almacenar la fuerza impulsora, la pólvora podía introducirse en un tubo cerrado (un cañón), dejando un lado abierto. La bola de cañón que había de lanzarse se colocaba en el extremo abierto y la explosión de la pólvora le proporcionaba el impulso.

Algunas ejemplos primitivos de tales armas se utilizaron en diversas ocasiones durante el siglo XIV, muy notablemente en la batalla de Crécy, cuando los ingleses derrotaron a los franceses en los primeros tiempos de la Guerra de los Cien años. Sin embargo, los cañones utilizados en Crécy, eran relativamente inútiles, y la batalla fue decidida por los arqueros ingleses, cuyas flechas eran mucho más mortíferas que el cañón. Realmente, fue el arco el señor del campo de batalla (en las ocasiones en que fue utilizado), durante otros ochenta años. El arco ganó la batalla de Azincourt para los ingleses, en 1415, contra un ejército francés muy superior en número, y una victoria final para los ingleses en Verneuil, el año 1424.

Sin embargo, los progresos con la pólvora y las mejoras en los diseños y fabricación de los cañones, permitieron poco a poco disponer de buena artillería que causara estragos entre el enemigo sin matar a los que disparaban. En la última mitad del siglo XV, la pólvora dominaba el campo de batalla, y así permaneció durante cuatro siglos más.

Los franceses desarrollaron la artillería, principalmente para enfrentarse al arco, y los ingleses, que habían pasado ochenta años imponiéndose con sus arcos a los franceses, fueron expulsados de nuevo en veinte años con la artillería francesa. La artillería, además, contribuyó grandemente a terminar con el feudalismo en la Europa Occidental. Las bolas de cañón no sólo podían derribar los muros de los castillos y de las ciudades con suma facilidad, sino que además el gobierno central podía construir y mantener un tren elaborado de artillería, de modo que los grandes nobles se vieron forzados poco a poco a ceder ante el rey.

Esta artillería significaba que, de una vez por todas, la amenaza de los bárbaros había llegado a su fin. No había caballos, por veloces que fuesen, ni lanzas, por seguras que fuesen, que pudieran competir con la boca del cañón.

Europa se sentía todavía amenazada por aquellos a quienes complacía en llamar bárbaros, pero que eran tan civilizados como los europeos
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.

Los turcos, por ejemplo, que fueron los primeros en penetrar en el reino del Imperio abasí, como bárbaros, en el año 840, habían colaborado en provocar su desintegración (que los mongoles completaron) y habían sobrevivido al Imperio mongol, que se había dividido en partes decadentes poco después de la muerte de Kublai Khan.

Durante el proceso se habían civilizado y conquistado el Asia Menor y zonas del Próximo Oriente. En 1345, los turcos (cuyo reino fue conocido como el Imperio otomano) cruzaron los Balcanes y se establecieron en Europa, de donde nunca fueron expulsados por completo. En 1453, los otomanos conquistaron Constantinopla y pusieron punto final a la historia del Imperio romano, consiguiéndolo con la ayuda de la mejor artillería poseída hasta entonces por ningún poder europeo.

Las conquistas de Tamerlán (que afirmaba ser descendiente de Gengis-Khan) parecían, entretanto, haber restablecido el esplendor de los mongoles, y desde 1381 hasta 1405, Tamerlán ganó batallas en Rusia, en Oriente Medio y en la India. De espíritu nómada, utilizó las armas y la organización de las regiones civilizadas que gobernaba y (excepto por una incursión breve y sangrienta en la India) nunca salió de los límites de los reinos que previamente habían sido conquistados por los mongoles.

Después de la muerte de Tamerlán, le tocó el turno, finalmente, a Europa. Con la pólvora y la brújula náutica, los navegantes europeos comenzaron a recorrer las costas de todos los continentes, para ocupar y poblar aquellos que eran en buena parte bárbaros; para dominar los que estaban avanzados en civilización. Durante un período de quinientos cincuenta años, el mundo comenzó a ser cada vez más europeo. Y cuando la influencia europea empezó a disminuir, la causa fue que las naciones no europeas se europeizaron, por lo menos en las técnicas del arte militar, aunque sólo fuese en eso.

Por consiguiente, con los mongoles terminó cualquier posibilidad (que nunca fue grande) de la destrucción de la civilización por las invasiones de los bárbaros.

Sin embargo, mientras la civilización se defendía contra la barbarie, las guerras entre los poderes civilizados crecieron en salvajismo. Ya antes de la invención de la pólvora, hubo ocasiones en que la civilización parecía hallarse en peligro de suicidio, por lo menos en algunas zonas. En la Segunda Guerra Púnica (218-201 a. de JC), el general cartaginés Aníbal asoló Italia durante dieciséis años, e Italia necesitó mucho tiempo para recuperarse. La Guerra de Los Cien Años entre Inglaterra y Francia (1338-1453) amenazó con reducir Francia a la barbarie, y la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) finalmente añadió la pólvora a los horrores anteriores y eliminó la mitad de la población alemana. Sin embargo, estos conflictos bélicos se desarrollaban en zonas restringidas, y por mucho que Italia o Francia o Alemania pudieran salir perjudicadas en este o aquel siglo, la civilización, como un todo, continuaba su progreso.

Más tarde, cuando la era de las exploraciones amplió el dominio europeo por todo el mundo, las guerras europeas comenzaron a involucrar continentes lejanos, y se inició la era de las guerras mundiales. La primera guerra que puede ser considerada como mundial, en el sentido de que los ejércitos luchaban en diferentes continentes y en el mar, cuya lucha de un modo u otro estaba relacionada entre sí, fue la Guerra de los Siete Años (1756-1763). En esta guerra, Prusia y Gran Bretaña, por un lado, lucharon contra Austria, Francia, Rusia, Suecia y Sajonia. Las batallas más cruentas tuvieron lugar entre Austria y Prusia y ésta tenía pocas probabilidades de vencer. Sin embargo, Prusia estaba gobernada por Federico II
(el Grande),
el último monarca legítimo que fue un genio militar, y éste resultó vencedor
[69]
.

Sin embargo, los británicos y los franceses estaban luchando mientras tanto en América del Norte, lucha que se inició en 1755. El escenario de las batallas fue el oeste de Pensilvania y Quebec.

En el Mediterráneo se desarrollaban batallas navales entre Gran Bretaña y Francia, y también frente a la costa francesa en Europa, y la costa de la India en Asia. Gran Bretaña también luchaba contra los españoles en el mar frente a Cuba y las Filipinas, al mismo tiempo que luchaba en tierra contra los franceses en la India. (Gran Bretaña resultó vencedora, arrebatando el Canadá a los franceses, y consiguiendo un puesto indiscutible en la India.)

Hasta el siglo XX, las guerras no fueron por lo menos tan lejos, aunque no más, que la Guerra de los Siete Años, pero su intensidad fue mucho mayor. En la Primera Guerra Mundial, se desarrollaron grandes batallas en tierra desde Francia hasta el Oriente Medio, y en extensas zonas del Norte de África y el Lejano Oriente, con combates navales y aéreos en zonas mucho más extensas y a escala mucho más amplia. No fue únicamente esa ampliación en la escala de actividades la que amenazó a la civilización, sino el nivel creciente de la tecnología, que continuamente hacía más destructivas las armas utilizadas en la guerra.

El reinado de la pólvora terminó a finales del siglo XIX, con la aparición de los explosivos de elevada potencia destructora, como el TNT, la nitroglicerina y la dinamita. La guerra hispano-americana del año 1898 fue la última lucha de cierta importancia en la que se utilizó la pólvora. Comenzaron a construirse barcos blindados y de mayor envergadura. Barcos que, además, transportaban cañones más potentes. La Primera Guerra Mundial introdujo el uso de tanques y aviones y gases tóxicos. La Segunda Guerra Mundial introdujo la bomba atómica. Desde la Segunda Guerra Mundial se han estado desarrollando los proyectiles balísticos intercontinentales, los gases nerviosos, los rayos láser y las armas de guerra biológica.

Hay que tener en cuenta, que aunque las guerras se extendieron mucho más y las armas destructoras se hicieron más poderosas, el nivel de inteligencia de los generales no se elevó. De hecho, a medida que la complicación y el poder de destrucción de las armas aumentaba, que el número de combatientes crecía, y la dificultad de las operaciones combinadas ampliadas a zonas mucho más extensas se multiplicaba enormemente, resultaba mucho más difícil poder contar con personas eficientes capaces de tomar decisiones rápidas e inteligentes, y los generales cada vez fueron menos solicitados. No es que los generales se hubiesen vuelto más tontos, sino que lo parecían en relación al nivel de inteligencia requerido.

La Guerra de Secesión norteamericana se vio grandemente perjudicada por la incompetencia de algunos generales, aunque este perjuicio quedó reducido a nada en comparación con los daños causados en la Primera Guerra Mundial por los generales incompetentes, y otra vez, estos daños fueron mínimos comparados con algunos de los errores fatales de la Segunda Guerra Mundial.

Por tanto, la norma de que el arte de la guerra civilizada no destruirá la civilización, dados que ambos, vencedores y vencidos, están interesados en salvar los frutos de la civilización, ya no tiene vigencia.

En primer lugar, el poder destructor de las armas se ha intensificado hasta tal punto que su utilización completa no sólo puede destruir la civilización, sino, inclusive, la propia Humanidad; en segundo término, la incapacidad normal de los jefes militares para realizar su tarea hoy día, puede llevar a cometer errores tan enormes que lleguen a destruir la civilización, y hasta la Humanidad, aunque nadie tuviera intención de llegar tan lejos. Nos enfrentamos, finalmente, con la auténtica catástrofe de cuarta clase, aquélla que, de manera razonable, podemos temer: que por alguna razón estalle y prosiga una guerra mundial termonuclear insensatamente, hasta el extremo del suicidio humano.

Esto podría ocurrir, pero, ¿sucederá?

Supongamos que los líderes mundiales, políticos y militares, tengan sentido común y mantengan un control seguro sobre los arsenales nucleares. En ese caso no existirá la posibilidad de la guerra atómica. Ya han sido utilizadas con rabia dos bombas nucleares: una sobre Hiroshima, Japón, el 6 de agosto de 1945, y otra sobre Nagasaki, Japón, dos días después.

Eran las dos únicas bombas que existían en aquella época y la intención era poner fin a la Segunda Guerra Mundial. Se logró terminar la guerra, pues en esa época no había ninguna posibilidad de un contraataque nuclear.

Durante cuatro años, los Estados Unidos fueron los únicos poseedores de un arsenal atómico, pero no se les brindó una ocasión de verdad para utilizarlo, ya que todas las crisis que hubieran podido provocar una guerra, como el bloqueo soviético de Berlín en 1948, pudieron superarse o neutralizarse sin necesidad de usarlo.

Más tarde, el 29 de agosto de 1949, la Unión Soviética hizo estallar su primera bomba atómica, y a partir de aquel momento quedó la posibilidad de una guerra con armas nucleares en ambos bandos: una guerra que no ganaría ninguno de los contendientes, circunstancia que los dos bloques conocen perfectamente.

Fallaron los esfuerzos llevados a cabo para conseguir una superioridad razonable en caso de guerra. Ambos bandos consiguieron, en 1952, la bomba de hidrógeno, mucho más peligrosa, ambos lados crearon proyectiles balísticos y satélites, ambos bloques mantuvieron un refinamiento constante de su armamento en general.

En consecuencia, una guerra entre los superpoderes estaba fuera de toda posibilidad. El peor momento de una crisis amenazadora de guerra ocurrió en 1962, cuando la Unión Soviética colocó proyectiles balísticos intercontinentales en Cuba, a ciento cincuenta kilómetros de la costa de Florida, de modo que los Estados Unidos estaban bajo la amenaza de un ataque nuclear desde poca distancia, a la que respondieron imponiendo un bloqueo naval y aéreo sobre Cuba y declarando un ultimátum a la Unión Soviética para que se llevara los cohetes de Cuba. Durante los días 22 al 28 de octubre de 1962, el mundo estuvo más cerca que nunca de una guerra atómica.

La Unión Soviética cedió y retiró los misiles. En correspondencia, los Estados Unidos, que en 1961 habían apoyado un intento para expulsar al gobierno revolucionario de Cuba, aceptaron la no intervención en la política de Cuba. Ambos bandos cedieron un poco en su actitud, cosa inimaginable en tiempos prenucleares.

Otro caso, los Estados Unidos estuvieron luchando durante diez años en el Vietnam y finalmente aceptaron una humillante derrota antes que recurrir al empleo de armas nucleares que hubieran destruido inmediatamente al enemigo. Del mismo modo, China y la Unión Soviética no quisieron intervenir directamente en la guerra, y se contentaron con ayudar al Vietnam desde lejos para no provocar a los Estados Unidos a dar un paso temerario en el terreno atómico.

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