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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

Las amenazas de nuestro mundo (52 page)

BOOK: Las amenazas de nuestro mundo
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Así fue también para los seres humanos primitivos. Ellos utilizaron su propia energía muscular, transfiriéndola y concentrándola por medio de las herramientas. Con el uso exclusivo de ruedas, palancas y cuñas movidas por los músculos humanos, se puede conseguir mucho. Las pirámides de Egipto fueron construidas con estos medios.

Incluso antes de la aurora de la civilización, los seres humanos sabían utilizar los músculos de otros animales para economizar su propio esfuerzo. Presentaba diversas ventajas sobre el uso de esclavos humanos. Los animales eran más tratables que los humanos, y los animales podían comer unos alimentos no comestibles para los seres humanos, de modo que no representaban disminución alguna en los suministros de comida. Por último, algunos animales poseen grandes concentraciones de energía que pueden utilizarse mucho más rápidamente de lo que lo harían los humanos.

El animal doméstico de mayor éxito, desde el punto de vista de rapidez y fuerza, quizás era el caballo. Hasta principios del siglo XIX, los humanos no podían viajar por la superficie terrestre a una velocidad mayor que el galope de un caballo, y toda la economía agrícola de una nación como los Estados Unidos dependía del número y de la salud de sus caballos.

También los seres humanos utilizaron fuentes de energía inanimada. Las mercancías se transportaban en balsas río abajo, utilizando la corriente del agua. Las velas aprovechaban el viento que impulsaba un navío contra la corriente. Se empleaban asimismo las corrientes de agua para hacer girar una rueda hidráulica, y también un molino. En los puertos de mar, los navíos aprovechaban las mareas para hacerse a la mar.

Sin embargo, todas estas fuentes de energía eran limitadas. O bien disponían solamente de cierta cantidad de fuerza, como el caballo, o estaban sujetas a fluctuaciones incontrolables, como ocurría con el viento, o bien se hallaban en determinados puntos geográficos, como sucedía con las corrientes rápidas de los ríos.

No obstante, la situación cambió cuando por vez primera los humanos utilizaron una fuente de energía inanimada, disponible en cantidad razonable y por un tiempo razonable, portátil y totalmente controlable: el fuego.

En lo que respecta al fuego, ningún organismo, excepto los homínidos, progresó lo más mínimo en el camino de utilización del fuego. Ésa es la línea divisoria más relevante entre los homínidos y todos los demás organismos. (Digo homínidos porque el fuego no fue utilizado en principio por el Homo sapiens. Existe evidencia concreta de que el fuego se utilizó en las cuevas de China en donde habitaba la especie de homínidos más primitiva, el Homo erectus, hace por lo menos un millón de años.)

El fuego se produce naturalmente cuando el rayo cae en los árboles; sin duda alguna, la primera utilización del fuego tuvo como origen el fenómeno preexistente. Se salvaron pequeñas fracciones de fuego iniciado por un rayo, alimentándolas con leña y no permitiendo que se extinguieran. Un fuego de campamento perdido significaba una gran molestia, pues era necesario encontrar otro fuego como ignición, y si no se encontraba, la molestia se convertía en desastre.

Probablemente no fue hasta el año 7000 a. de JC cuando se descubrieron métodos para encender un fuego por frotamiento. Se ignora cómo sucedería, ni dónde, ni cuál fue el método que primero se usó, y quizá nunca lo sabremos, pero, por lo menos, sabemos que el descubrimiento lo hizo el Homo sapiens, pues por aquel entonces (y desde mucho antes) era el único homínido que existía.

La leña fue el principal combustible para hacer fuego en los tiempos antiguos y medievales
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. Como otras fuentes de energía, la madera era indefinidamente renovable, pero con una diferencia. Otras fuentes de energía no pueden utilizarse más rápidamente de lo que se renuevan. Los hombres y los caballos se cansan y han de descansar. El viento y el agua poseen un volumen de energía limitado del que no se puede pasar. Éste no es el caso de la madera. La vida vegetal crece sin cesar, y se remplaza, de modo que hasta cierto límite, las depredaciones pueden hacerle bien. La madera puede ser utilizada en una proporción superior al ritmo en que se renueva, y así ha sucedido, en efecto, que los seres humanos han utilizado la madera a cuenta de futuros suministros.

A medida que el uso del fuego se acrecentó, con el aumento de la población y con el desarrollo de una tecnología más avanzada, los bosques en las proximidades de los centros humanos de civilización comenzaron a desaparecer.

No era posible la conservación, pues cada avance tecnológico acrecentaba las necesidades de energía y la Humanidad no estaba dispuesta a abandonar sus progresos tecnológicos. De este modo, la fundición de cobre y estaño requería calor, y eso significaba quemar leña.

La fundición del hierro necesitó de más calor todavía, y la leña no producía una temperatura suficientemente elevada. Sin embargo, si la madera se quemaba en condiciones que no permitían ninguna, o casi ninguna, circulación de aire, el centro de la pila se carbonizaba, convirtiéndose casi en carbón puro («carbón de leña»). Este carbón quemaba mucho más despacio que la madera, casi no producía luz, pero alcanzaba una temperatura más alta que la madera. El carbón hizo posible la fundición de hierro (y suministró el carbón que producía una superficie acerada y dio utilidad al hierro). No obstante, el proceso de la producción de carbón causaba un gran desperdicio de madera.

Los bosques han seguido retrocediendo ante el avance de la civilización, pero, no han desaparecido por completo. Aproximadamente unos diez mil millones de áreas de la tierra firme del Globo, es decir un 30 % del conjunto, están cubiertas de bosques.

Hoy día, naturalmente, se están realizando grandes esfuerzos para conservar los bosques y no se utiliza mayor cantidad de la que puede remplazarse. Cada año se corta el 1 % de la madera de los bosques en desarrollo, lo que significa unos dos mil millones de metros cúbicos de madera. Casi la mitad de este porcentaje se destina principalmente a combustible en las naciones menos desarrolladas del mundo. Es probable que en la actualidad se utilice una cantidad mayor de leña como combustible que en tiempos remotos cuando la madera era mucho más reducida. Los bosques que existen se conservan tan bien (y, a propósito, no es que estén demasiado frondosos), únicamente porque la madera ya no es el combustible y la fuente de energía principales de la Humanidad.

Una gran cantidad de madera formada en las primeras épocas de la historia de la Tierra no se pudrió por completo. Cayó en pantanos y unas condiciones determinadas le despojaron de todos sus átomos dejando únicamente el carbón, que quedó enterrado y comprimido bajo rocas sedimentarias. En el subsuelo existen grandes cantidades de esta especie de madera fosilizada conocida con el nombre de «carbón». Representa un depósito químico de energía producida por la luz del Sol en el transcurso de algunos centenares de millones de años.

Se estima que actualmente quedarán en el mundo, distribuidos por muchas zonas, unos ocho billones de toneladas métricas de carbón. Si efectivamente es así, la provisión de carbón de la Tierra duplica el actual suministro de los organismos vivientes.

En los tiempos medievales ya se quemaba carbón en China. Marco Polo, que visitó la corte de Kublai Khan, en el siglo XIII, informó que como combustible se quemaban unas piedras negras. A partir de entonces comenzó a utilizarse esporádicamente en algunos lugares de Europa, siendo el primero los Países Bajos.

Sin embargo fue en Inglaterra donde el carbón comenzó a ser empleado en gran escala. Dentro de los estrechos confines de ese reino, la reducción de los bosques presentaba un grave problema. No se trataba tan sólo de la creciente dificultad en satisfacer la necesidad de calentar los hogares de Gran Bretaña, cuyo clima estaba muy lejos de ser soleado, con madera procedente de sus propios bosques, satisfaciendo también las necesidades de combustible de su industria en desarrollo, sino que, además, también la Marina inglesa, de la que la nación dependía para su seguridad, necesitaba del preciado combustible.

Por suerte para Inglaterra, se localizó carbón, fácil de obtener, en la zona norte del país. De hecho, se recogió más carbón en Inglaterra que en ninguna otra región de extensión comparable. Hacia 1660, Inglaterra producía dos millones de toneladas de carbón anualmente, más del 80 % de todo el carbón producido en el mundo en esa época, lo que contribuyó enormemente a la conservación de los valiosos bosques cuya escasez iba en aumento. (En la actualidad la producción de carbón en Gran Bretaña es de unos ciento cincuenta millones de toneladas anuales, lo que representa solamente un 5 % de la producción mundial.)

La utilidad del carbón alcanzaría un alto valor si podía utilizarse para fundir hierro, pues el tener que usar carbón de leña obligaba a desperdiciar tanta madera que la fundición de hierro fue precisamente una de las causas principales de la destrucción de los bosques.

En 1603, Hugh Platt (1552-1608) fue el primero en descubrir cómo calentar el carbón para eliminar el material restante no carbonífero, dejando un resto de carbón virtualmente puro en la forma que se denominó coque. El coque fue un excelente sustitutivo del carbón de leña en la fundición de hierro.

Cuando el proceso para la fabricación del carbón de coque fue perfeccionado, en 1709, por el maestro fundidor inglés Abraham Darby (1678-1717), el carbón empezó a ocupar el puesto que le correspondía como fuente primaria de energía del mundo. Fue el carbón el que concedió poder a la Revolución industrial en Inglaterra, pues el calor de su combustión calentó el agua que formó el vapor que hizo funcionar las máquinas de vapor que hicieron girar las ruedas de las fábricas, de las locomotoras y de los navíos. Fue el carbón del Ruhr, de los Apalaches y del Donetz, los que hicieron posible la industrialización de Alemania, de los Estados Unidos y de la Unión Soviética, respectivamente.

La madera y el carbón son combustibles sólidos, pero hay también combustibles líquidos y gaseosos. El aceite vegetal podía emplearse como combustible líquido en lámparas, y la madera, al calentarse, desprendía vapores inflamables. De hecho, es la combinación de estos vapores con el aire la que forma las llamas ondulantes de fuego. Los combustibles sólidos que no producen vapores, como el carbón de leña y de coque, por ejemplo, resplandecen simplemente.

Sin embargo, no fue hasta el siglo XVIII cuando los vapores inflamables pudieron ser fabricados y almacenados. En 1766, el químico inglés Henry Cavendish (1731-1810) aisló y estudió el hidrógeno, que él denominó «gas de fuego» a causa de su facilidad para inflamarse. El hidrógeno, al inflamarse, produce gran calor, 250 calorías por gramo, mientras que el mejor carbón sólo desarrolla 62 calorías por gramo.

El inconveniente del hidrógeno radica en su rápida combustión, y si se mezcla con aire antes de la ignición, explota con gran fuerza si se introduce una chispa. Con excesiva facilidad se puede producir mezcla accidental.

Sin embargo, si se calientan calidades corrientes de carbón en ausencia del aire, se producen vapores inflamables (gas del alumbrado), la mitad del cual está formado por hidrógeno. La otra mitad contiene hidrocarburos y monóxido de carbono, y la mezcla, en su conjunto, podrá quemarse, pero no presenta el mismo peligro de explosión.

El inventor escocés William Murdock (1754-1839) usó gas del alumbrado encendido para iluminar su casa, en el año 1800, demostrando que el peligro de explosión era mínimo. En 1803, usó iluminación de gas en su fábrica, y en el 1807, las calles de Londres empezaron a ser iluminadas con el gas.

Entretanto, rezumando entre las rocas, apareció un material oleoso inflamable que con el tiempo se conoció como «petróleo» (del vocablo latino para expresar «aceite de piedra»), o, más simplemente, «óleo». Del mismo modo que el carbón es el producto de los bosques de unas épocas pasadas, igualmente el petróleo es el producto de la vida marina unicelular de épocas pretéritas.

Entre estos materiales, otras sustancias más densas fueron conocidas por los antiguos como «betún» o «asfalto», y se aplicaron a fines de impermeabilidad. Los árabes y los persas comprobaron la inflamabilidad de las porciones líquidas.

En el siglo XIX se inició la búsqueda de gases, o líquidos fácilmente vaporizables, para atender la demanda de iluminación y mejorar el gas del alumbrado y el aceite de ballena que en aquel tiempo se empleaba. El petróleo proporcionó una posible fuente: podía destilarse, y, una parte líquida, el «queroseno», resultaba ideal para las lámparas. Se necesitaba tan sólo un mayor suministro de petróleo.

En Titusville, Pensilvania, había escapes de petróleo que se recogieron y vendieron como medicamentos especiales. Un maquinista del ferrocarril, Edwin Laurentine Drake (1819-1880), dedujo que bajo tierra existía una gran reserva de petróleo e inició la perforación. En 1859, tuvo éxito y consiguió el primer «pozo de petróleo» productivo. A partir de ese momento se iniciaron sondeos en distintos lugares. Había nacido la industria moderna del petróleo.

Desde aquel momento, cada año se ha extraído de la Tierra mayor cantidad de petróleo. La llegada del automóvil y el motor de combustión interna, que funciona con «gasolina» (una parte líquida del petróleo que se vaporiza aún con más facilidad que el queroseno), proporcionó un enorme impulso a la industria. Había también las partes gaseosas del petróleo, consistentes principalmente en metano (con moléculas formadas por un átomo de carbono y cuatro átomos de hidrógeno), llamadas «gas natural».

Al iniciarse el siglo XX, el petróleo comenzaba a imponerse notablemente sobre el carbón y después de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en el principal combustible de la industria mundial. De tal modo que, si antes de la Segunda Guerra Mundial el carbón suministraba el 80 % de las necesidades de energía de Europa, en la década de 1970 solamente cubría un 25 % de esas necesidades. El consumo mundial de petróleo ha excedido del cuádruplo desde la Segunda Guerra Mundial, alcanzando actualmente unos 60 millones de barriles diarios.

La cantidad de petróleo extraída en el mundo desde el primer pozo de petróleo de Drake, es de unos 350 mil millones de barriles, la mitad del cual se ha utilizado durante los últimos veinte años. Se estima que en el suelo quedarán reservas por un total de 660 mil millones de barriles, las cuales durarán solamente treinta y tres años si se persiste en los actuales promedios de consumo.

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